jueves, 26 de marzo de 2020

CONSOLACIÓN POR LA IMAGINACIÓN

      

Consolación por la imaginación



Fue Manlio Severino Boecio (480-524), ministro del ostrogodo Teodorico, quien hallándose encarcelado bajo la acusación de alta traición, escribió, seguro de su futura ejecución, una obra por la que es conocido en la historia de la literatura romana de los últimos tiempos. El título de la obra es muy significativo, si atendemos a la angustia a la que se vería sometido. Se titula Consolación por la Filosofía, de inspiración senequista -como era de esperar- y de cruce ideológico emparentado con el cristianismo.

Esta sucinta introducción tiene por objeto exponer cómo cada cual se identifica con un pensamiento que le sirve de "reposo del guerrero", o bien de almohada en el silencio de la noche, o también de hombro donde apoyar la cabeza, cansada y fugitiva de una realidad atornilladora. 


Actualmente, en esta desbandada de ideas y creencias en que trascurre el mundo occidental, la experiencia de una sociedad decidida por el consumo y el relajo ante una televisión que lo sabe y le ofrece programas evasivos, nos parece inquietante.

En otras épocas la gente tomaba derroteros más o menos institucionalizados para darle a la vida un sentido. La religión, la ciencia, la técnica y el arte eran semáforos indicativos de una oferta generosa para llenarse la cabeza de un mensaje bien definido con satisfacciones más o menos inmediatas.

Pero, como vivimos en una hora en que el cansancio y el ansia de disfrute son las metas más atractivas y generalizadas, los ciudadanos anhelan una "isla" a la que retirarse para respirar de los inconvenientes de la gran ciudad y del ametrallamiento de malas noticias de los medios de comunicación. Irse al campo sin televisor ni teléfono, ni móvil siquiera, es el ideal de casi todo el mundo. Y no para leer ni escuchar música selecta, sino para descargar la mente de más o menos signos oficiales que las exigencias de vivir nos obligan a almacenar para sus variadas y necesarias combinaciones. Regar el césped y escuchar los píos de los pajaritos. La sencillez venciendo a la complicación. En suma, un ensayo de "buen salvaje".


Llegados a este punto, la imaginación nos hace un guiño y nos suscita fórmulas cuyo éxito depende de nosotros mismos. Y nos se trata de falsear nuestra vidas, sino como dice A. Hepls: "Debemos recordar que la ficción no significa falsedad". Posiblemente la ficción siempre está al acecho de nosotros como para sacarnos del apuro en que nos sumerge una situación conflictiva. El niño y el artista saben bien que su fantasía les protege del rapto con que las circunstancias infames arrebatan la alegría inocente y espontánea de una criatura que cree que se ha levantado con buen pie. 


Samuel Johnson, cuando dice: "Todo predominio de la fantasía sobre la razón constituye un grado de locura", no revela ninguna sabiduría de la existencia. Es simplemente una frase seudofilosófica. Por lo visto, el autor nunca tuvo necesidad de liberarse de una razón tirana o rutinaria. Si aceptásemos la razón con toda su terrible y aplastante lógica, pereceríamos. No nos debe extrañar que haya personas que se conforman con realidades horribles porque piensan que la divinidad se las ha enviado como prueba. Si se trata de un(a) creyente honesto(a) y cumplidor(a), se volvería loco(a) al pensar que esa divinidad es incoherente, olvidadiza o cruel. Aquí también vence la fantasía, aunque a modo de suposición resignada. 


En el acto de imaginar, de fantasear, si los tomamos como sinónimos, hay una razón muy poderosa que obedece a un instinto de conservación. Si la vida peligra, nuestra capacidad de huida es, o debe ser, automática. Ella nos sustrae de un acoso que puede dañar nuestro sistema inmunitario.

Puede que "la loca de la casa", como definía a la imaginación el pensador francés Malebranche, tenga unas razones que la misma razón no conoce, parafraseando al también francés Pascal.

Como Boecio el condenado a muerte, cada cuál se consuela con su propia filosofía, que se reduce nada más que a un buen olfato para no perecer totalmente. 





PALABRA EN EL TIEMPO


 PALABRA EN EL TIEMPO

 Cuando Antonio Machado escribió. "Ni mármol duro ni eterno, / ni música ni pintura, / sino palabra en el tiempo", no imaginaba las consecuencias que generarían esos versos suyos, que actuaban como hoces contra el verbalismo decorativo de los poetas y escritores postmodernistas, generalmente poetas segundones, aunque no siempre, ya que vates de primera fila como Francisco Villaespesa (por lo menos en su época), o el mismo Juan Ramón de la etapa tardomodernista hacían "arte eterno".



Omitiremos otros muchos, segundones de rango nacional y/o provinciano, totalmente de espaldas a la recomendación de Machado.

Por supuesto, Machado se refería con su sentencia a la poesía como arte, más que comunicación. Es cierto que los poetas que se iniciaban cuando él escribió esa tercerilla, como el joven César Vallejo con Los heraldos negros y Trilce y el también jovencísimo Neruda con Crepusculario y sus célebres Veinte poemas de amor y una canción desesperada, miraban un poco hacia el pasado y eran por ello deudores de una poesía aún suspirante de nostalgias rítmicas y plásticas. Sin embargo, hay un poeta en esa época que ya no tenía vinculación con los lastres pretéritos y es León Felipe.

Despojada de las adjetivaciones y metáforas manidas, ¿cuál es la palabra en el tiempo? Es cierto que resulta relativamente fácil escribir con el lenguaje prestado y con el sonsonete métrico convencional -sonetos, romances, serventesios y cuartetos sueltos...-. Pero ya los mismos poetas del Grupo del 27 lograron en muchas ocasiones renovar esos gozos de la literatura materna; además, Miguel Hernández hizo un brillante esfuerzo y consiguió poner al día las formas heredadas de los clásicos.

Posteriormente otros también han conseguido ser hijos dignos de esa herencia que legaron los cinco últimos siglos.

Mas lo que nos interesa ahora es saber a qué extremo ha llegado la consigna machadiana de que la palabra -no el metro, no la metáfora, no las adjetivaciones- sea el único caballo de batalla del texto literario. Pues bien, ello ha dado lugar a que los autores más astutos busquen la truculencia verbal amparada por el versolibrismo desmañado donde ya no hay compromiso con la cadencia ni con la lógica (sin que por ello sean poemas vanguardistas). En esa noche en la que todos los gatos son pardos, los autores que "tengan algo que decir", que deseen trasmitir un mundo interior tejido por hilos de intuiciones y sentimientos inteligibles, nada tienen que hacer ahora, ya que el hoy de la literatura está marcada en la novela por una visión subjetiva de la historia y el subgénero negro, y en la poesía por la prestidigitación de palabras con volátiles efectos, entre la sorpresa y el ingenio.

Abrumados por la excesiva creación literaria, los autores actuales no tienen apenas tiempo de leer. Sobreviene un rápido aburrimiento si no hay una frasecita o un verso que "enganchen", que dé el triple salto mortal circense de la palabra "mágica". No interesan los contenidos porque vivimos en una época vacía de valores espirituales, una fase histórica que liquida el pasado con toda ligereza.

Para curarnos de este vertiginoso tiovivo de tantos nombres y libros bajo el mismo común denominador de la busca de "la palabra en el tiempo", tenemos que encontrar una isla de asueto en uno de los pocos libros que encontremos en el que la forma y el contenido hagan un maridaje feliz.

La palabra en el tiempo no elimina lo humano, el arte ni la formación literaria, como muchos han entendido. Pero en las épocas de crisis de valores, la palabra es lo único que queda, aunque se haga con ella juegos malabares.
 




¿CUÁLES SON LOS TEMAS DE LA POESÍA?


 ¿CUÁLES SON LOS TEMAS DE LA POESÍA?

La mayoría de la gente -en especial la no habituada a leer poesía- está acostumbrada a considerar como temas poéticos aquellos que están vinculados a un sentir tradicional en los que se inscriben la naturaleza, los sentimientos, los recuerdos y Dios, más como alabanza que como inquietud.

Dentro de la misma poesía más de un poeta se ha preguntado qué es poesía. Enseguida se nos viene a la memoria aquel célebre verso de Bécquer como respuesta de que "Poesía eres tú". 

Esta afirmación del poeta sevillano, esencialmente romántica, estaba muy lejos de la que podía haber dado su contemporáneo Núñez de Arce o el mismo Campoamor. Ya, entre nosotros, Lorca, a instancias del cuestionario a que le somete, como a los demás poetas antologados, la famosa Poesía española contemporánea  de Gerardo Diego, dice textualmente: "Pero, ¿qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo. Mirar, mirar, mirarlas, mirarle, y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la Poesía? Eso déjaselo a críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta, sabemos lo que es la Poesía". (pág. 403)

Si un gran poeta -para mí auténtico genio literario- como Lorca dice esto, callémonos los que nos acercamos al tema con dudas y tópicos como los anteriormente citados.

De todas maneras, se impone una aclaración de urgencia y no tenemos más remedio que concebir la poesía, en principio, con un talante, creo, más espontáneo que tradicional y asociar con el pueblo la poesía con la celebración de sucesos acaecidos en una comunidad, por ejemplo, el de las cosechas, posiblemente la más primitiva de las manifestaciones sociales en literatura, así como el canto fúnebre, el de bodas y previo a éste el amoroso sin ansiedades, por supuesto, como nos demuestra el Cancionero lírico tradicional, como ejemplos como los que siguen: "A segar son idos / tres con una hoz, / mientras uno siega / holgaban los dos". "¡Llorad las damas, si Dios os vala! / Guillén Peraza quedó en La Palma. / La flor marchita la de su cara". "Estos, mis cabellos, madre, / dos a dos los lleva el aire"... Podríamos llenar esta página de ejemplos, pero estos son los que ahora se me vienen a las mientes. Dejemos aparte las grandes obras épicas griegas y latinas como estructuras literarias más sofisticadas que cumplen fines políticos desde unos planteamientos previos y con selección de recursos retóricos.

Sin embargo, hoy que todo se cuestiona, cualquiera podría preguntar si la poesía es más de sentir que de escribir. ¿Acaso no conocemos a poetas que carecen de mundo interior e incluso de la supuesta sensibilidad para expresarse en verso y, por lo contrario, sabemos de gente sencilla que trasmite sentires exquisitos con toda la naturalidad del mundo?

Decía A. Machado que se canta lo que se pierde, pero no toda poesía obedece a una motivación nostálgica, porque como afirma L. Arréat, “La fuente de toda poesía es el sentimiento íntimo de lo indecible”. 

Con esta definición entramos en una noción de la poesía no contemplada hasta ahora en este artículo, ni siquiera es posible que la admitan muchos poetas, ocupados en una poesía ambientada, como en el caso de los Novísimos y sus seguidores, en temas de la modernidad, con especial hincapié en el mundo de la imagen y cierto aire de decadentismo venecianista.

Qué lejos está esa visión poética de la que propugnaba San Alberto Magno: "La poesía, induciendo a los hombres a la admiración, es fuente de filosofía". Pues bien, desde esta etapa de la poesía como "ancilla" (esclava o servidora) de una filosofía o teología hasta nuestra concepción en plena libertad, han transcurrido siglos de controversia, como hoy aún se debate, se discute y se llega a aquel encogerse de hombros de Lorca, como vimos al principio: "Pero, ¿qué voy a decir yo de la poesía?".

Preguntándonos por los temas de la poesía también nos hemos interrogado sobre cuál es su naturaleza. Hasta ahora solamente tenemos respuestas provisionales. Quizás no podemos ir más allá de esta eventualidad. Quizás, a la postre, la historia de la poesía sea nada más que esa historia a retazos de preguntas que tienen como respuestas la expresión de cada época. Pero quizás el poeta no sea el más indicado para definirla.






 

miércoles, 25 de marzo de 2020

MIS VIEJAS LECTURAS



MIS VIEJAS LECTURAS

Cuando se tiene una afición sea a la pintura o a la literatura, como a otras actividades, el impulso del entusiasmo hace que el aficionado tome como autoridad un ejemplo del arte que le atrae como el agua a la sed o la cama al sueño.

Cuando pasan las primeras experiencias de esa adhesión a los modelos la experiencia se vuelve reflexiva y tiene la sensibilidad un poco educada como para indagar más allá de su propia euforia primeriza.



Eso fue lo que nos ocurrió a los que nos sentimos en esos años de aprendizaje siervos de la lectura, notarios íntimos de unos momentos que nos indujeron a envolver los libros en un halo de emociones perdurables.



He contado ya en algunas ocasiones que mi despertar a los encantos del verso surgió espontáneamente cuando leía una revista juvenil llamada "SISSi", aparecida en el año 1958. 

Era una especie de magazine, como se dice ahora, en la que se combinaba las vidas de los actores de la época dorada de Hollywood, con relatos de amor, con buzón de amistad para lectores, con la canción de moda (italiana, española…) con alguna que otra historieta, con horóscopo y, por fin, con una poesía de un autor clásico, que figuraba en una columna distribuida en dos partes separadas por un dibujo más o menos alusivo al tema poético.



Como era de esperar, fueron los poetas más asomados al tema amoroso los que aportaban su poema, pues el contenido estaba en consonancia con la sensibilidad de los jóvenes. Hemos de agradecer a la Editorial Bruguera esta delicadeza que duró aproximadamente cinco años y cuyos números conservo, pero con las huellas de las manos inmisericordes del tiempo.



A partir del primer número que vino a caer en mis manos como una lotería de ilusiones, mi entusiasmo me retuvo más tiempo en casa y más tarde me impulsó a estudiar bachillerato, ya que había dejado el colegio de primeras letras a los doce y tuve que dedicarme a trabajar, como cuento con pormenores en la novela Vete a Madrid, editada en marzo de este año de 2020 por la Editorial Dalya.



Sin embargo, a pesar de que mi curiosidad se iba haciéndose dueña de mi mirada lectora, no fue hasta el verano del año siguiente cuando la poesía de cada número publicado me indujo a coleccionarlos, en principio guardarlos sin mucho orden, pero dándome cuenta de que mi memoria holgazaneaba en una siesta continua de evocaciones de algunas de esas poesías que ya formaban parte de mi incipiente patrimonio de recuerdos bellos y apartados de los otros recuerdos circunstanciales de cada día, como si vagaran distraidamente por una isla de perpetuas vacaciones.



El primer poema que leí fue una rima de Bécquer. “Tu pupila es azul y cuando ríes…”; en segundo turno, un soneto de Espronceda: ”Marchitas ya las juveniles flores…”; a estos poemas siguieron otros como uno de Amado Nervo: “Si me dan a escoger una tarde…”, Julio Flórez. “Fulge del río el agua plañidera…”; otro de Fabio Fiallo: “Por la verde alameda silenciosos…”, de Luis Barahona de Soto: ”Ve suspiro caliente al pecho frío…”, de José María Pemán:”Aquella morena clara que bailó conmigo…”, de Manuel Gutiérrez Nájera:” Un rizo tengo aquí de tu cabello…”, y muchas otras muestras más que harían interminable la relación.

Las lecturas de estos poemas aislados fueron un archipiélago de emociones en el mar de mis deseos de lo que ya era un horizonte ondulante de aspiraciones.



Esas lecturas fueron, por tanto, un estímulo para recogerme en casa como ensimismado en la música del verso que se me fue revelando en el oído todavía entre duro y prometedor en una habitación que servía de trastero; con ello me alejaba de las amistades adolescentes de mi entorno cuyo entretenimiento consistía en jugar a las cartas en güichis (bares pequeños de barrio), al billar y frecuentar el cine, sobre todo el cine de verano. Libros que me prestaron, me regalaron o que compré en Cádiz en una librería de viejo al aire libre en la Plaza de las Flores, levantaron los muros de esa casa de mi felicidad libresca.

Realmente y sin paliativos, ellos fueron los cimientos de mi formación literaria en las primicias, si lo definimos así; la base sobre la que edifiqué mi vocación poemática enriquecida con el conocimiento progresivamente ensanchado de autores y obras. A ellos les debo mi amor a la forma y el apego a la tradición de la escritura con arte.

Sin embargo, pasados esos años, tropecé con una serie de prejuicios en lo que se refiere a la calificación de aquellos poetas de mis primeras etapas de aprendizaje.



Estando ya como empleado administrativo en la biblioteca municipal y llevando a buen puerto la carrera de Filología Hispánica, tuve que luchar en mi isla de asuetos evocatorios contra los prejuicios de opiniones de poetas y críticos que hacían una valoración errónea de algunos de esos autores.



Me dio alegría encontrar un poema titulado "Desagravio a Espronceda” del poeta sevillano Aquilino Duque (n. 1931). En La arboleda perdida de Alberti se dice que Amado Nervo pasaba por mal poeta. A mí me parece un gran error o lo que es peor: una injusticia.



Pero después que yo considerara erróneo o injusto lo que se dice en el libro aludido, el novelista colombiano José María Vargas Vila, que conoció y trató en París a menudo al poeta mexicano, me lo mostraba en el prólogo de la biografía dedicada a Rubén Darío, recién fallecido el nicaragüense, no como un gran poeta pero sí un buen poeta, y seguidamente a esta afirmación añade sus méritos poéticos.

Lo mismo ocurre con Vicente Blasco Ibáñez, de quien leí en mis primeras lecturas La araña negra. También un cuento titulado “Sancha”, que me impresionó por su destreza descriptiva, y hoy no se le menciona a ese autor en los manuales de Literatura, como tampoco se cita a José María Pemán, autor que debería ir a codo con la generación del 27, es cierto, pero se quedó en un neopopularismo andaluz y una poesía más culta de modernismo mitigado con influjo de Rubén Darío y Manuel Machado.



En Literatura, como en otros campos del arte, hay consignas que los más aventureros de la lectura siguen dócilmente. Yo recuerdo haber consultado poéticas en una antología, estar en tertulias, presentaciones de libros en aquellos años aún jóvenes, y oír comentar a todos los que comenzaban a leer que leían a Luis Cernuda. Es evidente que yo aprecio al poeta sevillano pero me parecía mimética aquella devoción literaria, como si no hubiese otros autores. Lo mismo ha ocurrido después con Pessoa y Mario Benedetti. La moda manda, por lo visto y la moda la llevan en su pecho como un broche todos los que no descubren cuáles han de ser sus verdaderos autores para admirar y seguir, aunque entre esos autores estén también —por qué no— éstos presuntamente favoritos.



Revista literaria de la Tertulia Río Arillo de Letras y Artes “PLéYADE”, número 22
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