miércoles, 30 de septiembre de 2020

LAS DOS GLORIAS

 


Dejemos atrás las tres  glorias que se desprenden de las Coplas de Jorge Manrique.

Nos adentramos en otra concepción de esas glorias; en concreto, la de la vida literaria.

Cuando un escritor, poeta, narrador, dramaturgo, periodista, es joven la idea de la celebridad viene a visitarlo de vez en cuando; incluso en muchos de ellos esa celebridad halla acogida como un anfitrión deseoso de ser catapultado por esa fama que lo haga  conocido por todo el mundo. Se ha destacada ese prurito en el poeta lírico, sobre todo. Éste proyecta su mundo interior con el ánimo de que sea compartido por todo el que lo lea. Cuando penetra en los umbrales del mundo de la literatura empieza a darse cuenta de que ser célebre no es nada fácil. Para conseguir ese tramo de carrera brillanie tiene que escribir de manera que llame la atención de los lectores. No sabe que su mundo interior no puede ser espejo donde se mire todo el que lo rodea.

 Concursos, revistas, ediciones personales, tertulias, lecturas colectivas son peldaños que hay que subir para llegar a cierta altura del monte Parnaso, en cuya cumbre están los grandes, los consagrados, los bendecidos por la crítica más o menos oficial, los respetados y solicitados por las entidades culturales y reverenciados por el público lector. Llegar a esa ladera privilegiada del monte del éxito es difícil.

Comienza a percibir las dificultades: tener buen márquetin, reseñas positivas, amigos en revistas de tiradas nacionales, suerte en las convocatorias, buena plica para cuando se abra ésta en el transcurso de un fallo literario pueda una grosura de méritos encandilar a los componentes del jurado.

Ah, pero nuestro poeta o autor de relatos no tiene suerte y tiene que contentarse con quedar seleccionado y, a la larga, autopublicarse el libro.

La gloria que ansía, la que está pendiente de caer del árbol de la fama, no caerá; estará siempre verde para él. Queda la pequeña, la agradecida gloria de una revista de tertulia provinciana, de unos amigos y admiradores efímeros que le animan por Facebook o Twitter.

 

Bueno, es la satisfacción para andar por casa. Es una gloria menor, qué duda cabe, pero, aunque no es popularidad, sí es un pequeño reconocimiento, una parcela de propiedad que nadie puede invadir ni arrebatar. De las dos glorias, él se queda con la más humilde, con la del que sabe que algún día lo que él escribe y ahora es pecio de un naufragio de ilusiones, saldrá a flote y un crítico sagaz y de buena voluntad lo sacará del agua de la indiferencia para que brille en un puerto, museo del quehacer literario.

Tal vez la gloria pequeñita que uno se gana en un espacio breve pero honesto y ganado a pulso, sea más gratificante que un continente de gloria que otros gozan llenos de vanidad y soberbia; gran  continente de quienes han tenido más suerte en el mercado de la escritura.   


martes, 29 de septiembre de 2020

25 AÑOS DE LA TERTULIA RÍO ARILLO DE LETRAS Y ARTES

             

 

    

 

      La pandemia del Covid19 ha causado una innegable ruina en vidas y empresas, además del pánico que se ha extendido por la gente como una ola que no dejase ni un solo resquicio por inundar en una playa.

 

      Los actos culturales se han desplomado desde los carteles anunciadores en los atrios de las instituciones públicas, donde la inteligencia descansa de las luchas cotidianas y hallan reposo en la generosidad del conocimiento que eleva el espíritu, hasta las reducidas reuniones de contertulios.

 

     En cuanto a las pequeñas tertulias debo personalmente nombrar a la que durante veinticinco años sin interrupción ha venido ofreciendo, tanto a los miembros habituales como a los asistentes invitados, un entretenido y formativo ocio nimbado por el humo y el aroma del café.

 

     Ahora que la separación es un hecho real e insuperable, de momento, echo de menos esas tardes de jueves que nos reunía para conocer y disfrutar de paseos por las avenidas de la Literatura y esas calles adyacentes del Arte. No elaborar la programación del mes me lleva a un promontorio de soledad de nostalgia desde donde veo la lejanía de los jueves que se fueron y me imagino la alargada mesa vacía del café-bar donde nos reuníamos. Parafraseando a Napoleón, le he dicho a mis compañeras y ompañeros:

”Veinticinco años os contemplan”. 

 

                        

   

 



lunes, 28 de septiembre de 2020

¿SE HA PERDIDO EL LIRISMO POÉTICO?

   

Los diálogos de Abel Martin con Juan de Mairena, el poeta Antonio Machado, consciente de los tiempos de desmitificación que corrían a partir de la crisis de valores de todo género, pasada la primera guerra mundial, advierte que la lírica estaba a punto de desaparecer. Pensaba el vate sevillano que pronto los poetas tendrían que guardar su lira y dedicarse a otros menesteres, suponemos que dentro de la literatura.

Vinieron otras generaciones de poetas que han tensado las cuerdas de la lira como sólo se ha hecho en los tiempos gloriosos del Siglo de Oro. La misma generación del 27 ha propiciado, entre otras voces de gran consideración, una de sensibilidad profunda y trágica en algunos momentos, como es la de Federico García Lorca (“ y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”.).

Téngase en cuenta que no me refiero a la poesía que reconocemos como magistral de los demás compañeros, sino a este sentimiento que nos da una visión inusual de la vida. En la generación siguiente, la del 36, tenemos a un poeta excepcional que ha rayado a una altura de poesía poco común en la que la hondura humana toca un fondo escalofriante. Se trata de Miguel Hernández, como ya hemos imaginado (“Soy una abierta ventana que escucha/por donde va tenebrosa la vida,/pero hay un rayo de sl en la lucha/ que deja siempre la sombra vencida”.).



Hay una definición sobre lo que debe ser la poesía y la escribió un poeta parnasiano francés que elimina toda la duda acerca de la naturaleza de la palabra poética: “Solamente hay poesía en el deseo de lo imposible y en el dolor de lo irreparable”. Y si nos acordamos de Verlaine hemos de citar que fuera de la verdadera poesía lo demás es literatura. Y yo añado que buena poesía escrita por grandes maestros, pero no lírica.

En la generación de los cincuenta tenemos dos poetas que también ahondaron en el alma lírica: Blas de Otero (“¿A qué viene ser hombre o garabato? Escucha cómo estoy, Dios de las ruinas. Hecho un cristo, gritando en el vacío, arrancando, con rabia, las espinas”.). Y José Hierro (“Llegué por el dolor a la alegría./Supe por el dolor que el alma existe”.).



Hemos esbozado someramente esta impresión acerca del desgarro en la poesía después de que el autor de Campos de Castilla pronosticara que la lírica iba a fenecer en la literatura.

Siempre que haya dolor y amor habrá motivos para una honda poesía lírica. Oigamos lo que dice Federico Nietzsche: “De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre”.

Las generaciones que han venido después no ha escrito ni un solo verso sobre el dolor ni sobre la complicada esencia del ser humano. Todo ha sido literatura que ha ignorado los filones de la experiencia humana y ha optado por la influencia de las modas, que hemos de respetar en nombre de la libertad y la variedad temática.

Ni los Novísimos ni la generación de los ochenta han descendido a la mina de lo cotidiano quizá por miedo a darse de cara con la poesía social, convencidos de que “la poesía no es un arma cargada de futuro”, como dijera Celaya.

En un debate sobre poesía en una Estafeta Literaria de los años 70, el poeta Claudio Rodríguez defendió una poesía inmersa “en las mesmas aguas de la vida”, recordando a Antonio Machado, que lo tomó de santa Teresa de Jesús.



Ahora que la pandemia ha arrasado tantas vidas y cuantiosas ilusiones, ¿subiremos a la torre de marfil para seguir escribiendo una poesía dictada por unas modas que viven de espaldas a la realidad?