domingo, 29 de diciembre de 2019

POTEBNIA Y SHKLOVSKY, CONTRA EL CONTINUISMO POÉTICO



 Hoy se escribe buena poesía dentro de los/las poetas que cuidan la forma y unen al ritmo temas de siempre, incluso algunos otros introducidos por los Novísimos y Postnovísimos (generaciones de a finales de los sesenta y principios, así como los de la década de los ochenta, inscritos en la poesía de la nueva experiencia, respectivamente).

Sin embargo, hemos de señalar cómo esos poetas destacados le dan más importancia, yo diría que toda la importancia, al contenido y con ello siguen empleando un registro poético que no se acuerda para nada de la función poética, tan querida por Roman Jakobson. Anteriormente a este estilista tenemos a Potebnia y Shklovsky, que movieron la zaranda del lenguaje literario para que de ella cayese toda la palabra que ha perdido potencialidad para sorprender al lector de poesía.

 
Como dice Valle-Inclán, hay que prescindir de todos los elementos secundarios en el verso y dejar solamente aquellos que son sustanciales, como los sustantivos, los adjetivos, los adverbios y los verbos ya que la narración poética no es un discurso. 
La selección que hacemos en este mundo es como una revelación de lo esencial humano a modo de flashes, como si nos trasmitieran señales de que lo que espigamos de él es un adelanto de lo que encontraremos en sucesivas experiencias poéticas. El poeta no debe resignarse a ser un mero escribidor de las consignas de su época, ni contentarse con que la poesía es “denuncia”, confesión sentimental, narración de un hecho o evocación culturalista.

El texto poético dispone, pues, de unos recursos genuinos en su índole creadora que lo hacen distinto al texto narrativo, que cumple un fin literario con una óptica que en nada tiene que ver con la percepción relámpago e intuitiva del poeta. Para diferenciar su escritura de otra dispone de unas figuras que dotan a su texto de una presencia específica.



La metáfora designa a un nombre con otro cuya entidad se parece a la comparada. ¿Qué se pretende? ¿Buscar variantes para no repetir el sustantivo? ¿Conseguir que esas variantes le den un diverso colorido al nombre real como si fuese un prisma de varias caras?

La sinestesia desfigura la realidad lógica y ayuda a la metáfora a presentar el lenguaje como un discurso que llama la atención del lector ya que se funden conceptos y sentidos, lo abstracto con lo concreto. Por lo tanto, la idea es no escribir convencionalmente. Hay que emplear la gramática retorciéndola, sacudiéndola de sus funciones lastrantes como de lectores elementales.



El poema se tiene que diferenciar de otros textos literarios desde el punto de vista de la configuración del escrito. Si no; ¿para que llamarlo poesía? Recurramos a Jakobson cuando se refiere a las recurrencias que caracterizan el texto poético.

Incluso el poema en verso libre se ve favorecido por una forma parecida al poema tradicional, aunque esté escrito con la ausencia de métrica y rigor formal.


















sábado, 28 de diciembre de 2019

UN VERSO DE FRAY LIIS DE LEÓN











Sabido es que Fray Luis de León fue un poeta católico y como tal consecuente con la visión que da el cristianismo de la creación, obra de Dios. Un día me llamó la atención un verso suyo, en concreto de la lira III dedicada a Francisco Salinas, músico ciego por más señas.

El verso en cuestión es éste, que remata la estrofa: “…el alma que en olvido está sumida”.

Está noción del olvido de su espiritualidad potencial, “de su origen primero esclarecida”, nos remite al pitagorismo sin duda alguna, pero si ahondamos en su significado y nos adentramos en otros versos del poema podemos deducir que si todo lo que vemos nos hace llorar de desencanto (hasta tal punto está caída el alma en el desastre del pecado original después de la creación) y nos empuja a la gnosis, es decir a considerar que dicha creación ha pasado por manos de demiurgos que han metamorfoseado esa caída primitiva en lo que vemos los humanos ahora y que el poeta salmantino considera como un estado del alma olvidada de su entorno divino.

Se puede, por medio de la música, retornar por unos instantes a ese paraíso de pureza primitiva. No se olvide la importancia que tiene la música en la filosofía pitagórica, que nada tiene que ver con el silencio místico donde se oye la voz de Dios, sobre todo en las catedrales románicas de gruesos muros y de poca luz con el fin de que el creyente quede aislado del mundo.

Después de superados los terrores del año 1000, con la llegada del estilo gótico y la luz entrando por las preciosas vidrieras, nace la polifonía y la escuela de Notre Dame de París, con Léonin y Perotín como iniciadores de una nueva visión de la música, aunque ésta apareciera más desarrollada en autores posteriores. Ahora bien, lo que quiero destacar es cómo nuestro poeta, lejos del silencio monacal como motivación única para llegar a la unión con Dios (san Juan de la Cruz escribirá, sin ir más lejos de ese verso: “…el silbo de los aires amorosos.”), pero es la fuente pitagórica la que eleva hacia las altas esferas, y es ese detalle del poeta de la Orden agustiniana lo que quiero poner de relieve como un roce algo peligroso en aquella época, aunque no se conociera la gnosis criptognóstica (Valentín, Ptolomeo, Heracleón, Basílides.,..) perseguida ya en los primeros tiempos del cristianismo. Si estudiamos esa lira y el verso aludido en cuestión, observaremos el pesimismo que conlleva y que nos remite a la gnosis más radical, la de Marción.

El monje agustino recupera con su lira la importancia de la música, que aquí no es música callada como en san Juan de la Cruz, pero, tal vez en esa valoración negativa de lo “visible” esté insinuada su experiencia dolorosa ante la Inquisición.

De cualquier manera, la lira es un compendio de saber exquisito y oculto frente a la creencia común del descubrimiento de Dios a través de la simple naturaleza, que se degrada por su misma índole pecadora pero que el prodigio de la música logra envolver en “hermosura y luz no usada” a esa misma natura, que entonces nos parece más llevadera.



Júzguelo el lector por sí mismo.



ODA III - A FRANCISCO DE SALINAS

A Francisco Salinas Catedrático de Música de la Universidad de Salamanca



El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.

Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.

¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!

A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.

¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás amortecidos! 


Revista PLéYADE número 24  Otoño-invierno 2012




domingo, 22 de diciembre de 2019

AQUELLAS TORTAS DE MI TÍA MARÍA..





En aquellos años no se decía en los patios del barrio Navidad, sino Nochebuena; y la Nochebuena se anunciaba a su tiempo, sin iniciativas prematuras por parte de los supermercados (que no existían) ni de las tiendas. Tímidamente, a medida que avanzaba el mes de diciembre, se prodigaban los vendedores de lotería nacional por la Esquina del Gordo, tales como Alfonso el de Sandiales o Aragón el guardia, que iban directamente a la clientela de años ha; o bien se veía en la puerta del Mesón del Duque o en la calle de las Flores a los paveros con su dispersa y lenta pavada glugluteadora, el escaparate de la tienda de ultramarinos del Gordo, el de Juanito Cindo o el de San José, que sorprendían a los clientes y viandantes con un muestrario que era consabido de un año para otro, siempre con el indiscutible protagonismo de los pasteles de gloria, los turrones Monerris, el pan de Cádiz, las figuritas de Mazapán, las almendras confitadas y las peladillas, entre otras confituras que servían de relleno, asomadas graciosamente entre las botellas del anís, del coñac y del brandy de las marcas ya conocidas y consagradas por el público.

Otra evidencia de la cercanía de la Nochebuena la señalaba la venta de los anafes en la tienda de mi madre, que los traía de su taller Picardo, que era guardia, así como los sopladores, que los exportaba por la Isla uno de Medina, que también nos surtía de escobillas, esteras y alhucema.

Para mí la señal de la presencia de esa fecha verdaderamente mágica estaba en casa de mi tía María, adonde yo iba a jugar con mis primos y donde también vivía mi abuela; mi otra abuela, Pepa, madre de mi padre, vivía en la calle Hernán Cortés, a la que yo con mi hermana visitaba a menudo, como a sus hijas, Luisa y Matilde, que vivían muy cerca de ella.

 
Lo primero que hacía mi tío Pepe era poner un enorme nacimiento, enorme y hermoso para aquellos tiempos; mi tío se esmeraba en los detalles y aquel montaje era como una lección de historia sagrada, doméstica y familiar; y entre trasteos de caja de cartón, aserrín, papel plateado, voces, retoques y ensayos de cómo colocar la estrella donde mejor cuadrara encima del portal, ya se olía a la fritura de la matalahuva, que, una vez colada, se le echaba a la masa, con aceite, aguardiente y sal; pasadas unas horas, estiraba la masa con una botella a manera de rodillo y la ponía en una fuente, lista para un interminable freír.

Al cabo de un buen tiempo, dos inmensos y tradicionales lebrillos acogían aquel enjambre de tortas, que esperaban el rocío dulcísimo de la miel ¾de la que no se oía hablar hasta entonces¾ y las bolitas de colores.

Si nos íbamos al manchón, el olor llegaba hasta allí, hasta la cola del grifo, y más de un vecino o vecina que subía o bajaba la calle Olivarillo, meneaba la cabeza con ademán de apetito y miraba por la ventana: 
-¡María, que me vas a tener que dar a probar una!...



A partir del día de la suerte, la Nochebuena ya había estado sonando en la calle san Antonio jugando a la comba, pero cantando de manera fragmentaria y deshilachada los villancicos de siempre. A media tarde, como para calentar el frío del crepúsculo, Manolo el Mirlo, carpintero de palas para la arena del Zaporito, que vivía al lado del patio de san Antonio, acostumbraba a encender una fogata, y algunos niños y niñas se acercaban como si el azar quisiera improvisar una estampa de un caprichoso belén de maderas y utillaje de carpintería, mientras que del callejón del Loco Pérez subía un agradable y ya conocido olor a pino quemado del horno del Cuco, que era donde cocía el pan que luego trasladaba a la panadería cercana en grandes espuertas.

Pero era el mismo día, la misma tarde de la Nochebuena cuando en todos los patios, se olía, se veía, se palpaba el humo del aceite de las tortas. Los bares el Gordo, Gabino, Paco, Maera cerraban antes, en algunos casos por temor a las retahílas de los borrachos y también por nostalgias familiares. Pandillas del patio Cambiazo pasaban por la Esquina, otras subían de las Callejuelas; algunos, saliéndose momentáneamente de la pandilla, entraban en la tienda de mi madre y compraban una matraca, ya bien entrada la noche, cuando feligreses y feligresas se acercaban al convento del Carmen para oír la misa del Gallo.

Durante la madrugada, yo oía cómo las pandillas, de vuelta de su ronda por otros patios, entre las bromas y veras del aguinaldo y con unas copitas de añís rivalizando con el coñac, bajaban o cruzaban la Esquina del Godo, ya dispersas las voces, las panderetas y las matracas, barajando las anécdotas que contarían días después, amenizadas con exageraciones, mentiras y chascarrillos; mientras tanto, yo recordaba, como contraste con lo que me parecía una algarada de guasones, la canción de Los campanilleros, de la Niña de la Puebla, que se oía con frecuencia en la radio por aquellos días, y eso, unido al paladeo de las tortas que mi tía me daba sacándolas de uno de los dos lebrillos, así como la contemplación del nacimiento en compañía de mis primos, me forjaban una imagen inolvidable de la Nochebuena, en esos años infantiles en que se conoce el mundo del entorno con los ojos de la ilusión; imagen o estampa que podrá amarillear, pero nunca desaparecer, porque ya no volveremos a comer tortas como aquéllas ni veremos un nacimiento como aquél.

Del libro Memoria reverdecida (2002)

domingo, 8 de diciembre de 2019

DOS JUICIOS CUESTIONABLES EN POESÍA

              
 

        

       Antes de nada, oigamos estos juicios sobre Poesía que escribieron estos dos grandes poetas que citamos aquí para reflexionar sobre lo que han dejado a generaciones posteriores. 


      “Mi norma ha sido siempre, y así lo he escrito hace años, «amparar a los jóvenes, exijir, castigar a los maduros y tolerar a los viejos”.
                                                
                                                  Juan Ramón Jiménez

      “Ni mármol duro y eterno,/ ni música ni pintura, /sino palabra en el tiempo./ Canto y cuento es la poesía./ Se canta una viva historia,. contando su melodía/”.
                                               
                                                  Antonio Machado







       Ni el poeta onubense ni el poeta sevillano podrían imaginar que sus juicios sobre poesía, que suenan a dictámenes, serían dos puertas para dar entrada
a una multitud de quienes creen, incluso están convencidos, de que escribir poesía es volverle la espalda al pasado con todo el peso de su tradición literaria. No cuentan para esos aspirantes el ritmo en los versos ni la función poética en el lenguaje. Han entrado en el Parnaso por la puerta de atrás en un momento —una época— en que los guardianes de la disciplina literaria estaban dormidos.


       Pero vayamos por parte. Un poeta viejo por la edad puede escribir una poesía nueva. El mismo J.R.J., después de varios intentos desde Diario de un poeta recién casado al poemas “Criatura afortunada”, así como “Su sitio fiel”, cimeros de la lírica española, ha recorrido un largo periplo en torno a las costas de la Poesía para conseguir que, ya en su vejez, ancle en un puerto en el que nos ofrezca esos logros poemáticos. Cuando él pasaba como “maduro” a ningún otro poeta se le ocurría aplicarle su frase sentenciosa, a pesar de que componía versos como tentativa de novedad frente a su pasado modernista. Ahí tenemos Estío, Eternidades, Piedra y cielo, Belleza…, llenos de pequeños poemas que huyen de sus otroras largos y deliciosos alejandrinos.


      ¿Amparar a los jóvenes que carecen de capacidad creativa para retomar el pasado y ponerlo al día como hizo el Miguel Hernández autor del magistral poema “Eterna sombra”, clásico y a la vez moderno, ejemplo y escuela para todo el que empiece a escribir poesía?


      Parece que cuando Antonio Machado rompía el mármol duro y eterno con el martillo del cansancio no imaginaba cómo se iban  a aprovechar de esos pedazos los nuevos canteros, incapaces ellos de modelar una simple figurita que demostrara que habían venido al mundo para cinceladores de la forma poética. Si leemos de nuevo sus tercerillas hemos de romper el pentagrama de la música —el ritmo— que ha de ordenar como en un aprisco de talento las palabras poéticas. 


    A pesar de su velada aquiescencia a los rupturismos, me pregunto que qué dudas con respecto a sus propias obras llevaron a los dos a emitir esos dos juicios sobre “flexibilidades” que ya asomaban en los poetas de la generación del 27, teniendo en cuenta que Machado siguió escribiendo poesía  en mármol tallado y coloreado de pintura adjetival, así como Jiménez volvió al endecasílabo como si fuese una reconciliación con su pretérito anterior al Diario…


viernes, 6 de diciembre de 2019

LA EDITORIAL DALYA Y LA TERTULIA RÍO ARILLO...



La Editorial Dalya y la Tertulia Río Arillo
de Letras y Artes


             



Le invita a la presentación de ALMAS DE ENCRUCIJADAS, libro de sonetos del que es autor Juan Rafael Mena, que será presentado por el catedrático de Filología Inglesa y poeta don Antonio Bocanegra. 
También en este acto será presentado el libro HAIKUS POR MAR Y TIERRA del mismo autor.

El acto tendrá lugar el día 10 de octubre, a las siete de la tarde, en el Centro de Congresos de la Real Isla de León.

San Fernando, octubre de 2019






PRESENTACIÓN DE 
ALMAS DE ENCRUCIJADAS __________________

Soy una encrucijada de caminos:
La gente, sexo, Dios, amor, la muerte, Cielo o Nada, la buena o mala suerte, realidad o ilusión con desatinos.
Soy de buen gusto y vicios clandestinos,
memoria que lo amargo y dulce vierte,
voluntad sobornable, a veces fuerte,
alma noble con dentros asesinos.
Siempre estoy en el puente de la duda
sin que a mi pensamiento nunca acuda
esa luz que pedimos los mortales.

Al fin, me iré mas sin saber quién era éste que busca ahora la manera
de conciliar vilezas e ideales.

Este es el autorretrato del poeta, del autor de este bellísimo libro de sonetos que presentamos hoy aquí bajo el título de Almas de encrucijadas, del prolífico y veterano poeta isleño Juan Rafael Mena Coello. Pero, ¡ojo!,  no es el autorretrato del autor, es el mío, es el retrato de cada uno de Uds., el retrato del hombre de nuestro tiempo en la encrucijada vital, en el cruce de caminos de un tiempo singular en el que el hombre de hoy se busca y no se encuentra. Este libro no refleja el mundo del autor sino el de todos nosotros, la epopeya vital del hombre de nuestros días convertida en epopeya lírica. Y espero no suene a hipérbole.
JM. me encarga esta presentación  y, siendo viejos amigos y compañeros desde que compartimos docencia allá por los años 80 en el Instituto isleño de nuestro amores y pesares “W. Benítez”, no podía negarme a que sea yo el que analice esta obra para Uds. Más aún, si tenemos en cuenta que él mismo prologó un libro similar mío, Corazón en vilo (Antología de sonetos líricos), que publiqué hace un par de años.  No es la primera vez que recibo este encargo por parte suya —años atrás lo hice con Velo Rasgado en el incomparable marco de la Biblioteca Lobo. Lo hago con placer aunque el



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trabajo intelectual cada vez le resulta a uno más oneroso y difícil porque los años se encargan de que esto sea así.
Todo creador, y,  el poeta lo es por excelencia, crea porque necesita hacerlo pero para ello no solo es imprescindible tener algo que expresar, algo que  comunicar, que decir o plasmar sino saber hacerlo con arte. JM, tan conocido de todos como poeta, es un creador de la palabra, siempre ha tenido algo que decir y siempre ha sabido decirlo, siempre ha tenido ideas que ha sabido trasmitir y cristalizar bellamente en verso. Y lo ha hecho y hace con honestidad, con ingenio, con técnica, con inspiración, con arte.
En  Trabajos  de  amor  perdido,  una  de  las  grandes  comedias  de Shakespeare, hallamos una cita reveladora de la misión del poeta amoroso —y este libro no tiene otro tema que el amor en todas sus facetas: el placer, los celos, los desengaños, la fidelidad al mismo, las traiciones, los deseos logrados, los deseos insatisfechos, los recuerdos del amor vivido, el dolor del amor no logrado o perdido…—. Hablaba de una cita de Shakespeare.
La traigo aquí  porque de algún modo nos da razón de un poemario como este —la diré en nuestro idioma por no parecer pedante y renunciando a expresarla en inglés que sería lo correcto: (Never durst a poet touch a pen to write Until his ink was tempered with love's sighs. “Jamás empuña el poeta la pluma para escribir si antes no la ha empapado con los suspiros del amor”. JM ha mojado bien su pluma en ese tintero del amor. Diría que este poemario chorrea tinta de amor por todas sus páginas porque no hay más tema que ese. En fin de cuentas, ¿qué otro tema puede justificar el hacer poético mejor que el amor? ¿Y qué otra estrofa podría el poeta escoger  mejor que este modelo composivo, el más más lírico de todos como es el soneto? Porque Almas de Encrucijadas está formado por 180 sonetos nada menos, 60, justo 60, por cada una de las partes. TS Eliot, el poeta angloamericano y Premio Nobel, afirmaba en sus Selected Essays algo muy cierto, que el soneto es el yunque donde se moldea el poeta, el crisol en el que se purifica —y añado: la forma lírica por excelencia en la que el poeta condensa y expresa mejor su inspiración—. Contra muchos de los poetas actuales diría que un poeta que se precie no puede renunciar, no renuncia jamás al empleo de esta forma métrica. JM es, y no descubro nada, menos aún aquí en La Isla, un poeta total. Es el poeta isleño por antonomasia, de tal modo que, aunque haya otros nombres, entre los que me incluyo, parece



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que todos ellos palidecen ante su estatura como poeta —y lo digo como lo siento. Nobleza obliga—. De ingente se podría calificar su producción, especialmente  su producción lírica. No sé cuántos libros lleva publicados, ¿50?, ¿60? ¿Cuántos tiene sin publicar? ¿Otros tantos? Él es el quE puede decírnoslo, porque yo no voy a entrar en ello, sería un ejercicio inútil. Sí quiero, debo, insistir en su talla como poeta, como escritor, al margen de otras consideraciones. Pocos poetas han escrito la cantidad de versos que ha escrito Juan y todos con una calidad técnica, inspiración y variedad temática poco comunes. Pero hablemos de Almas de Encrucijadas, su última entrega.
Tres partes tiene este libro y cada una de ellas consta de sesenta sonetos, ya he dicho. El amor entre el petrarquismo y una visión más moderna; la vida de cada día con sus anécdotas triviales y heroicas y lo trascendente de cara al más allá entre el enfado con Dios y las preguntas sobre su existencia, van configurando un río revuelto de ideas y sentimientos, en un oleaje de contradicciones y dudas entre lo sentimental y lo reflexivo, entre el escepticismo y la  necesidad de la creencia; un cara y cruz como la vida misma, y es ese carácter dispar a modo de encrucijada lo que le da título a este poemario. Dentro de las tendencias de posguerra, se podría considerar un encuentro entre la poesía social y la llamada nueva poesía de la experiencia, son palabras del propio autor, que no podemos pasar por alto.
La Profª. CGT. se refiere en su magnífico Prólogo a la vigencia de esta modalidad estrófica y afirma:
“Con desigual fortuna, el cultivo del soneto en España ha cumplido ya casi cinco siglos y, pese a que algunos lo consideren como una fórmula caduca, no podemos dudar de su vitalidad actual, siempre que admitamos que no se trata de repetir -copiar- lo que otros poetas han venido creando desde siglos atrás. A partir, sobre todo, de la segunda mitad del pasado siglo, el soneto conoce un nuevo auge en nuestras letras”. (Hasta aquí la cita).
Almas de encrucijadas tiene mucho de Antología pero no lo es del todo,  lo es parciamente al estar muchas de estas composiciones extraídas de 15 poemarios suyos publicados entre 1981 y 2019. Una encrucijada que no



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sólo supone un punto de encuentro entre sonetos insertos en diversos libros de poemas sino también la posibilidad de que el lector se sitúe ante diferentes formas de enfocar distintas vivencias humanas, e incluso pueda tomar partido por alguna de las opciones que plantea”.

La primera parte la titula, “Fogata de sonetos amorosos”, parte en la que el autor rinde culto —lo hemos ya señalado— al tema amoroso, sin duda el tema más cantado en los sonetos de todos los tiempos, y ello desde que Garcilaso adoptó esa forma estrófica originariamente petrarquista para convertirla en el subgénero literario que hoy es tras el auge alcanzado en el  Siglo de Oro de nuestras Letras, lo que hace que el soneto sea el modelo estrófico más sólido y cultivado de nuestra poesía. La maestría de esta obra que comentamos es fruto de una grandísima inspiración y de una técnica exquisita en la que el verso endecasílabo y, algo menos, el alejandrino, forman un todo a través  de una amplia gama de combinaciones métricas.
El amor como tema sobresaliente y adoptando múltiples caras o facetas, lo que confiera al libro un carácter poliédrico que se hace patente en formas múltiples:  desde  el  canto  al  cuerpo  femenino -visualizado  en  el movimiento, en los ojos, en la mirada; en  la evocación de amores frustrados, en el deseo cumplido y en el deseo malogrado; en los celos, en el lamento por la ausencia de la amada; en la exaltación de la mujer como amante, como esposa, como madre; en los amores prohibidos o censurados; en la relación amante/amada con el mar como testigo y hasta competidor en la aventura amorosa, i.e. la exaltación/excitación que produce ver el cuerpo de  mujer  en  su  desnudez  en  el  hábitat  marino (algo  muy  presente, recurrente diría, en gran parte del poemario). Y junto a esta imaginería femenina las típicas de la poesía amorosa: el amante prisionero de su
pasión:

Prisionero me siento, prisionero
de tu paso elegante, de tu paso,
y acaso me resisto un poco, acaso,
no quiero declararme a ti, no quiero.

Hermoso  y  conseguido  ejemplo  de  esa  figura  de  repetición  llamada epanadiplosis, que resulta tan efectista porque la primera o segunda palabra





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de cada verso se repite como un eco al final del mismo dejando en el oído una cierta sensación de belleza y musicalidad.

Tema importante es el de la mujer, como protagonista o centro de nuestras vidas —como madre, hermana, esposa e hija:

Mujer: tú, madre en que la sangre amasa
el amor, los trabajos, los desvelos
para que el hijo, altar de tus anhelos,
sea el puntal más seguro de la casa.
Mujer: hermana, piedra y argamasa
del muro de unos ímpetus gemelos
a los míos, esfuerzos paralelos
para erigir sobre la misma basa.
Mujer: esposa que me das aliento
y eres íntima y cálida aliada,
como en la retaguardia de mi guerra.
Mujer: hija, raíz de mi contento,
como tus ascendientes, entregada
a seguir la cadena de la tierra.

La amada es considerada como una fortaleza inexpugnable que solo puede ser conseguida utilizando mil argucias por parte del amado.
Tema especialmente recurrente en esta primera parte es la pérdida de la belleza y la juventud: sonetos 36, 49,52, 54— cuyo primer verso me recuerda aquel soneto de Shakespeare cuyo primer verso dice así: Look in thy glass, and tell the face Thou viewest.  Aquí se introduce otro matiz: el de la tristeza ante la visión—Se mira en el espejo y se entristece—. Y vuelve al tema en el 58. El aludido 52 dice así:

Te vi de joven, cuerpo estatuario,
alas de delgadez en tu figura,
un garbo en el andar, leve cintura,
gala juncal de aquel abril plenario.
Pasó el tiempo. Una más del vecindario.
Esposa y madre y gestos de madura,

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seno caído con feliz holgura,
ostentoso y bailón el tafanario.

No eres tú aquella sílfide armoniosa
ni yo aquel con romántica mirada
de nuestra primavera bulliciosa.
Pero para el amor no importa nada:
Madura o joven, siempre será amada
quien mucho enamoró cuando era hermosa.
Y el beso, los besos —los logrados y los frustrados— Aquel beso que un día quise darte/se me quedó enredado en el deseo—. La felicidad; el apetito carnal; los recuerdos del pasado, de lo vivido; la aventura esporádica —La noche se acercaba a paso lento/de mano de la brisa hasta la playa. La pasión controlada o desbordada. Pero es en la exaltación, en el elogio al cuerpo femenino donde el poeta brilla de manera especial. Veamos solo un ejemplo, cómo se describe la mano de la amada mediante el empleo de oportunas anáforas situadas de una manera originalísima—Tu mano al principio de cada verso del primer  cuarteto;  Déjala,  en  los  del  segundo  cuarteto,  para  ir alternando una u otra en los tercetos. Técnica e inspiración de altos vuelos:

Tu mano está, alhelí, sobre la mía.
Tu mano, animalito de ternura.
Tu mano, que calienta, que perdura.
Tu mano, lazo de tu cercanía.

Déjala, que es suave compañía.
Déjala, que es la puerta más segura.
Déjala, que es final de mi aventura.
Déjala, que es compás de mi armonía.

Tu mano es mi más clara trayectoria.
Déjala y no me quites su sosiego.
Tu mano, cuenco ardiente de mi historia.
 
Déjala, que mantenga siempre el fuego.
Tu mano, donde entierro mi memoria.
Déjala, te lo pido como un ciego.




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   Todo los temas se sitúan en un contexto de plena actualidad. No hablamos del amor cortés, del amor ideal o idílico en un escenario pastoril o bucólico sino del amor en un entorno presente, son historias de hoy, historias vividas unas, presenciadas otras por el poeta en lugares cercanos al poeta, con personajes cercanos al poeta es  decir,  La  Isla  como  escenario,  y  el  hombre  isleño  como protagonista—sea el poeta mismo o el hombre de la calle—. Estas historias o personajes se revisten y encuadran frecuentemente dentro del conocido mito del Don Juan, en el que el poeta se encarna, introduciendo   el   prototipo   conquistador   y   masculino   por antonomasia, lo que resulta fácilmente entendible por el lector.
   El gran problema para el crítico, para el analista de este poemario es la enorme variedad temática que tiene. Hemos tratado de describir esta primera parte con unos breves trazos pero podemos decir sin temor a equivocarnos que estamos ante  una inmensa pinacoteca en la que sus múltiples cuadros reflejan un mundo rico en escenas, situaciones y personajes muy distintos unos de otros y de una enorme riqueza.
   De la segunda parte, titulada “Sonetos de ida y vuelta por la vida” la prologuista, la Dra. García Tejera, dice textualmente que forma:
“… una serie de meditaciones, de reflexiones (con cierto carácter moralizante, un tanto quevedesco) que a menudo ofrecen una visión amarga y desencantada de la existencia humana. El poeta, que se muestra aquí como un cronista de lo que ocurre a su alrededor, aborda una amplia variedad de temas, sobre todo centrados en el vivir cotidiano y en las relaciones humanas. Pero como poeta no puede conformarse con testimoniar lo que ocurre en su entorno, sino que, a partir de su incisiva mirada, nos descubre lo que la apariencia oculta.

   Así, en la mayor parte de estos sonetos se muestra la doble cara -haz y envés- de la realidad. Porque la mera apariencia suele  ser  engañosa:  encubre  a  menudo  situaciones  muy diferentes que se escapan a la mirada superficial; de ahí el empleo frecuente del término “máscara” y el uso constante de


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   la paradoja como recurso expresivo en unos poemas que, en muchos casos, resultan ser una especie de manual o recetario práctico de supervivencia”.
   El juicio de la Dra. Gª. Tejera es acertado pero yo no me atrevería a afirmar que las tres partes constituyen compartimentos estancos, diferenciados unos de otros por su temática, menos aún por su técnica expresiva. No creo que ese haya sido el propósito del autor, se trata, bajo mi punto de vista, de agrupar, en la medida de lo posible, temas parecidos. En efecto, a lo largo de la obra aparecen sonetos que podrían ser incluidos en una u otra parte. No se tome, pues, esta clasificación de un modo estricto sino orientativo,  El libro tiene un carácter unitario innegable, si bien esta segunda parte toque aspectos  más  socializantes  y  moralistas  que  no  aparecen  tan nítidamente en la primera parte: la lucha por la existencia; elamor oculto por un vecino—Gritar quisiera que ama a su vecino—; la estampa de la mujer infiel; del marido infiel; la bisexualidad—Te miras al espejo y por no ver/lo que advirtiendo estás, cierras los ojos—;   los   problemas   domésticos;   la   mujer   insatisfecha;   la infidelidad de él o de ella o de los dos; el drama de la soltería:

Atardecida rosa es tu hermosura,
Gala de barrio ya en mujer madura,
no salgas a la calle y, si lo haces,
tápate los oídos por si acaso
tu exuberancia célibe, a tu paso,
arranca chispas de las más voraces.

   El drama de la mujer no agraciada, es decir, de la fea —Feo es el rostro pero el cuerpo hermoso./ Ríe y se mueve con desenvoltura./ Solterona y de avispa la cintura./ Simpática y de espíritu animoso. El drama de la que por necesidad se dedica al oficio más viejo del mundo: A falta de dineros, hay arrojos./  La  miseria  se  ha  vuelto  una  tenaza./Aprieta  cada  día  su amenaza./El hambre quita velo a los sonrojos. Me he referido al carácter unitario del libro, buena prueba de ello es el soneto 39 de esta parte, en el
que se vuelve a tratar la pérdida de la belleza en la mujer, su fragilidad:
Yo, espectador que fui de tu hermosura,      
el que admiró tu ritmo de caderas,
el que cantara ayer tus primaveras


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y tu verano de beldad madura;
tú, que pusiste a prueba mi cordura
lanzándome tus flechas más certeras
desde el arco sutil de tus ojeras

para clavarme un tiento de aventura,
hoy miro tu vejez arrinconada,
tu cabeza es un ave desnortada,
y yo, con mi congoja vacilante.

Pude hacerte feliz y me arrepiento
de no haber sucumbido a aquel tu tiento
y ser, rendido, tu mejor amante.
   Y, ¿cómo yo? La desgana de la esposa (“Amada indispuesta”) frente al ardor del marido. La crítica al político —siempre oportuna en estos tiempos que corren— y, para que esta crítica parezca más cáustica y realista lo hace en primera persona, i.e. el poeta se encarna en el político:
Hago promesas yo desde el atril
en la campaña a punto de elecciones.
Soy gárgola de buenas intenciones
y a todos doy honrado mi perfil.

Detrás de mi proyecto concejil
yo me amaso, secretas, mis razones
para nunca tener preocupaciones
si después de las urnas salgo edil.

Que me cuenten después entre los pillos,
esos que van llenando sus bolsillos
con sudor del erario ciudadano.

Que otros sean políticos honestos,
que yo con mis discursos y mis gestos,
doy paz a mi futuro, de antemano.
Esta  disposición  o  combinación  de  les  tercetos —aab/ccb—  es,  con diferencia la más utilizada. Y está el retrato de la casquivana; el elogio de la soltería, el chulo guaperas;
el asombro ante la belleza de ciertas mujeres, belleza que nos deja sin palabras: Este verso persigue lo imposible/ mas la palabra se declara muda./ Incluso desespera y se desnuda/y llora su pobreza irredimible.
Estos y otros muchos temas componen esta segunda parte. Será el lector el que podrá disfrutarlos. Uno, en fin de cuentas, no puede sino hacer un pequeño esbozo de los mismos.



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Y, finalmente, la tercera parte. “Sonetos que rondaron la frontera”. Frontera aquí es ese punto, ese límite impreciso y desconocido, a la vez, que separa la vida de la muerte. Constituye toda serie de sonetos trascendentales o existenciales con los que el autor expresa sus temores, sus dudas sobre sí mismo, sobre Dios, sobre el más allá, plantea interrogantes, en otras palabras, analiza su yo mediante diálogos consigo mismo y en ellos analiza o intenta analizar su naturaleza existencial, sus actitudes frente a la vida, su proceder o comportamiento en el día a día. Particularmente
hermosos aquellos en los que el poeta plantea su relación con Dios en una línea que podríamos calificar de plenamente mística. “Un Dios a menudo oculto e incluso huidizo cuya ausencia llena de incertidumbre, cuando no de congoja, a quien lo invoca” —en palabras de la prologuista Profª. Gª.T.


Es lo que se ha venido en llamar “el silencio de Dios” y la orfandad que ese silencio crea en el alma del creyente. El  Dios deseado y deseante del ”Animal de fondo” juanramoniano:

Es una historia que me desconcierta.
¿Cómo llevando a Dios aquí conmigo
y, siendo incluso mi mejor amigo,
mi vida a oscuras va sin que Él lo advierta?

Ante el Mal tiemblo y paso como alerta
y siempre como en frío desabrigo.
¿Cómo Dios, que está en mí, de esto testigo,
mi alma deja al peligro descubierta?

Si Él me acompaña en esta larga prueba,
sé bien que de la mano no me lleva
y siento en mí la soledad del hombre.

Triste es llevar a Dios tan junto y dentro,
y que no salga nunca a nuestro encuentro
por mucho que lo llame por su nombre
Y naturalmente el trance final, o el trance inicial: la muerte, presente en diversos poemas de esta parte: Somos ruda vendimia de la muerte/ y es esta vida humana su lagar./Cada uno, una uva por pisar,/ y el tiempo con pisadas se divierte. Los numerados 11, 28 y 40 se ocupan de este tema y es
Caronte,  el  barquero  infernal,  el  vigilante  de  la  Laguna  Estigia,  el imprescindible maestro de ceremonias poniendo un toque, una atmósfera mítica a ese inquietante final que a todos nos espera.




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Por aquí y por allá aparecen pinceladas de poesía metafísica en la línea de John Donne: Cuando toco mi piel, palpo mi calavera …—. Incluso sonetos completos. El 45, concretamente, es abordado bajo el prisma de la más estricta ortodoxia cristiana:


Mientras se pudra el cuerpo que yo era
o las cenizas que quedaran, vuelen;
mientras los míos mi recuerdo velen,
reciente la partida que emprendiera,

¿qué haré yo mientras tanto por la esfera
de la que nadie ha vuelto, aunque la celen
la esperanza y la fe, y ellas revelen
otra vida en la intriga de la espera?

¿Despertaré buscando a Dios, gozoso
lo que suba de mí, menesteroso
de ese puerto, final de la aventura?

¿Qué será Dios: Amor, Conocimiento,
o mano que nos da el merecimiento
de lo que aquí nuestro vivir procura?

El tema del Carpe diem horaciano aparece especialmente en el soneto 38:

Sé feliz mientras puedas, como dice Epicuro./ No dejes que las sombras enturbien tu sonrisa./ Ponle freno al caballo urbano de la prisa./Siéntete en el islote de una dicha seguro. El sexo —al que llama “alcahuete del placer”— no podía estar ausente: Tú, Sexo, un alcahuete del placer,/ te quieres   zambullir   en   la   ignorancia./   Carnal   piscina   es   esacircunstancia,/agua en la que te vas a estremecer. El poder del dinero
(Soneto 18):

El dinero se ríe de la gente.
Él es el dueño de sus corazones.
Él es una palanca de pasiones.
Él hace al más rebelde un obediente.

Nadie le vuelve el ojo indiferente.
Nadie lo excluye de sus emociones.
Nadie ignora el poder de sus blasones.
Nadie lo acusa de que es indecente.

El dinero, aliado que nos une,
es también enemigo que desune.



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Él es el genio de la paradoja.

Tanto a su humillación nos encadena,
que, aun siendo vil metal, le damos pena
y de nuestras rodillas se sonroja.
Bien, creo que debo ir terminando. Aunque el poeta se sitúa entre la tradición y la modernidad es la variedad temática, la inspiración y la técnica poética que goza esta última entrega de Juan Mena lo que quisiera resaltar. Unidad que es evidente porque la elección del soneto como única
fórmula poética contribuye a ello de un modo eficaz: presentación del tema en los cuartetos y conclusión y cierre en los tercetos, especialmente en el segundo o bien en el verso final, que siempre es más atractivo. Y todo ello utilizando los recursos poéticos propios de este tipo de composición: la metáfora, la anáfora, la metonimia y otras muchas figuras del lenguaje. Desde esta tribuna invito al amante de la poesía al excelso deleite de su lectura. Y no enaltezco el producto con esa fórmula tan manida de los anunciantes quienes después de exaltar las excelencias de tal o cual artículo añaden “palabra de fulano de fulano de tal”…. Lo hago porque quien ha escrito este libro se llama Juan Mena, todo un poeta, toda una garantía de calidad. Adquieran el libro pero, sobre todo, léanlo. Lo merece. Les encantará.
Agradecido.  Juan,  por  hacerme  llegar,  conocer  y  disfrutar  con  esta magnífica obra lírica. Estoy seguro que no será la última. También por darme la oportunidad de presentarla hoy aquí ante estos amigos. Les agradezco muy de veras su presencia y atención. ¡Mucha suerte, Juan, para ti y para tu libro!

San Fernando, a 10 de octubre de 2019.


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