Decir que Antonio Machado fue un poeta cuyo pensamiento lindaba a menudo con lo trascendente, no es decir nada nuevo.Dios está presente en su poesía y son varios los ejemplos donde aparece el nombre de la divinidad, tanto en versos sencillos como otros más elegantes. No voy a citar ninguno de ellos porque son fáciles de encontrar en interné. Su hambre de trascendencia le llevó a estudiar filosofía en España y a asistir en París a cursos del filósofo Henri Bergson. Imposible renunciar al más allá para nuestro poeta, cuya vecindad con lo inefable (recordemos a San Juan de la Cruz: “un no sé qué me queda balbuciendo”) lo sitúa en un plano de un misticismo seglar, lejos de la poesía religiosa de su hermano Manuel, más popular que intimista. En medio de una crisis espiritual tan insoslayable, Antonio fue consciente de la situación religioso-filosófica de su época y en su Proverbios y cantares escribió lo siguiente:
Dicen que el ave divina,
trocada en pobre gallina
por obra de las tijeras
de aquel sabio profesor
(fue Kant un esquilador
de las aves altaneras;
toda su filosofía,
un sport de cetrería),
dicen que quiere saltar
las tapias del corralón
y volar
otra vez, hacia Platón.
¡Hurra! ¡Sea!
¡Feliz será quien lo vea!
Nuestro poeta sabía muy bien que después de la Crítica de la razón pura del pensador alemán citado en el poema, no era nada fácil seguir hablando de lo metafísico. Para Kant Dios y el mundo caen más allá de nuestra capacidad de conocimiento.
Conocemos nada más que nuestras posibilidades de percibir, de modo que lo percibido es un producto del pensamiento, no de la realidad —noúmeno—, ya que captábamos nada más que el fenómeno. Y dicho sea de paso, esa experiencia personal e intransferible de cada uno lleva al relativismo y al agnosticismo. Entiéndase bien: Agnosticismo, que no ateísmo, como dijera Tierno Galván. Para el agnóstico, no es que no exista Dios, sino que es imposible conocer lo Trascendente ya que en nuestro juicio finito, según Tierno, no puede captar en su esencia lo infinito.
Ese poema de Antonio Machado expresa su esperanza de que se pueda volver a la metafísica platónica. Ya en la época del filósofo ateniense, existía una fuerte competencia en cuanto a la fe en lo desconocido, a pesar de la Caverna. Demócrito con su atomismo había hecho imposible formular un juicio sobre el más allá. Epicuro lo siguió pero admitió la existencia de dioses, aunque existentes en dimensiones que nada tenían que ver con la nuestra. García Gual, su estudioso, escribió que se decia en Atenas que Epicuro hizo esa concesión de la existencia de esos dioses por temor a la plebe y con ello se guardaba las espladas.
Quedémonos, pues, en el bienintencionado anhelo del poeta sevillano, que confía en que se pueda superar ese muro de la Crítica de la razón pura kantiana.