sábado, 4 de enero de 2020

PLUMAS EN LAS TINIEBLAS


He leído un artículo titulado “Plumas etílicas: un recorrido por la literatura y el alcohol”, de Noel Ramírez Montaño, y se me ocurre opinar sobre la impresión que me ha producido este valiosísimo trabajo, que puede alertar a los jóvenes que comienzan a merodear los bonitos chalés de la Literatura y el Arte; opinión que en ningún momento es lección sino un parecer que se saca del hondón de la experiencia.

Siempre me ha parecido un error creer que el alcohol y la droga pueden contribuir a la revelación de un genio de gran altura, una especie de rascacielos de la creatividad ante el que hay que quitarse el sombrero de la admiración.

Estoy convencido de que el genio nace y se va haciendo conforme sus aptitudes van desarrollándose como se abren las flores en el tramo de la estación adecuada con agua, aire y sol. Lo demás me parece esfuerzo que produce aberraciones que se quieren pasar como brotes geniales y que, de momento llaman la atención, y después entran en la tira de la indiferencia.

Me acuerdo de aquellos versos de Antonio Machado, que era un gran fumador, pero es seguro que no fumaba en exceso con la intención de potenciar su talento poético. He aquí los versos en cuestión: “Toda la imaginería/ que no ha brotado del río/ barata bisutería”. Ese río es lo que cada uno puede arrastrar por el curso de la sed de crear lleven o no lleven sus aguas pepitas de oro.

También es cierto que algunas decepciones y fracasos en desencuentros con la vida incitan a escritores y artistas a evadirse por medio de esos mundos interiores que flotan como fantasmas en las nieblas de la soledad de la conciencia.

Mi propósito aquí no es el de esgrimir una crítica para disminuir los méritos de quienes pisan esas tierras movedizas para hundirse en el barro buscando lo increado y nos ofrecen su obra como un afortunado hallazgo sino de expresar mi pena (a tenor de lo que cuenta el artículo aludido) por esas caídas en abismos insondables, y pienso, por lo contrario, que cada cual ha de demarcar su territorio dentro de sus posibilidades, su sembrado de creación valiéndose de los aperos de labranza que le da su capacidad solamente y gloriarse con los frutos obtenidos aunque no aspiren a reconocimientos gloriosos. Lo demás, es dar coces contra el aguijón.






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