sábado, 7 de septiembre de 2024

RETRATO, MELISMA, METÁFORA

 

Cuadro: Leyendo en el jardín

Autor: Nikolay Bogdanov-Belskv (1868-1945)



 

El arte es un alfa y un omega. Tiene principio y fin. Mejor dicho: tiene un principio pero el fin no sabemos hasta dónde llega, si quien lo diseña se vale de un genio cuyos límites él no tiene fijados ni puede fijar ya que su inventiva es un manantial en continua fluencia.

Yo, que me lleve varios años trabajando en una biblioteca en cuya sala de entrada se exponían sucesivas exposiciones de pintura, un día me percaté de que el omega de la pintura estaba en el retrato. Después de contemplar, incluso comentar con algún espectador coincidente las opiniones que nos merecían los cuadros expuestos, llegué a una conclusión para mí y que no expuse a mi interlocutor.

 

Ese tramo de mi pensamiento en cuanto al arte de Apeles estaba en la consumación de su pincel como ganzúa que entra en  la realidad, la rapta y la incorpora a su lienzo. La realidad objetiva, no la realidad que el pintor aventurero de su mirada veía desacreditando la imagen que a todas luces lo desafiaba con su reto de fidelidad. El retrato era la última etapa de su carrera, su montaña por conquistar; lo demás llevado al lienzo se prestaba a la arbitrariedad, incluso a la impotencia disfrazada de parecer personal como prurito de genialidad El retrato es un desafío con sus facciones, sus arrugas, si las hubiera, la mirada, el ademán, la edad, en suma: el alma del modelo o la modelo.

Lo mismo me ha parecido en el cante flamenco y la canción moderna. Se puede canturrear, tararear entre amigos o familiares, pero a la hora de la verdad ante un público exigente la voz tiene que hacer gala de su riqueza vocal, sus altos y sus bajos, su modulación melódica; y en el caso del flamenco no extremar el  mal llamado “quejío”, el arco de su melisma hasta un barroquismo que oculte el mensaje. Para mí la clasificación era inevitable en este arte de la voz privilegida. Están los cantaores de bautizos que cometen cuando cantan pifias como en el billar y el tono se desmembra de una línea melódica que ha de ser rectilínea en su emisión, o bien el melisma no se produce y se queda en la simple entonación. Tenemos a los cantaores de tablaos que juegan con los giros de su voz y, a pesar de su facilidad en las volutas como en el humo del tabaco de habilidosos fumadores, ponen un límite a su gorjeo como equilibrando mensaje y cadencia.

En la escritura pasa lo mismo. Hay quien escribe con un lenguaje lastrado evidenciando una total ausencia de inventiva, y también  hay quien introduce galanuras de comparaciones y metáforas, así como sinestesias y ligeros matices surrealistas haciendo con ello de su texto una página que sorprende y evita que el lector avezado a la lectura sufra aburrimiento ocasionado por un registro que se conforma con la información sin añadir una frase que le dé frescura a su escrito.

Por lo tanto, retrato, melisma y metáfora son cumbres del arte. Al menos, ése es mi parecer después de largos años contemplando el sueño de quienes anhelan atrapar en su arte un pedazo de realidad que nunca es estática como diría Heráclito, pero que queda en ese arte, en cualquiera de sus manifestaciones, como una señal de que vemos, cantamos y escribimos para enriquecer la memoria de lo vivido. Como diría Neruda: confesamos con ello que vivimos y no vegetamos solamente en la servidumbre de lo cotidiano.

 

 

 

 


 Foto: Tomada de internet.

Cádiz. Alameda de Apodaca


 

 

 

 

 

 

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