PRÓLOGO A LA SAGA DE CÁNTIGO LLANO O CÓMO APRENDE A CANTAR UN MIRLO BLANCO
Es
difícil contarse uno a sí mismo su propia vida temiendo que la ficción se le acerque
con sobornos de maquillajes para el
rostro tantas veces feo e inquietante de la realidad.
En
toda narración autobiográfica se echan un pulso el anhelo de la sinceridad y el
simpático delito de cohecho con que guiña
la imaginación aconsejando mejorar el pasado irreparable.
Se
narra lo que fue y lo que se quiso que fuese.
Los
personajes que aparecen como escolta del protagonista real se presentan unos como fueron y otros como pudieron ser, hijos
del que los gestó en ese embarazo del
lenguaje entre la realidad y el deseo, que es como decir lo inevitable y lo
imaginable. Son pues, personajes ajenos
a que habían de pasar como por el fielato de la rememoración y a la lectura de
los que leyeren. Cántigo Llano (Canto Llano. Llano: sin acompañamiento de música, como humildad ante
el Cántico sanjuanista después de leído por el joven aspirante a poeta) es la
puerta que se abre a seis habitaciones de la conciencia (Vete a Madrid, El amor tras los visillos, Roza tu nombre mi memoria, Al
trasluz del tiempo y dos novelas más sin título aún) a las que tiene acceso
a hurtadillas el autor como llevando contra las amenazas oscuras de la
indiferencia de su entorno un candil de rescate y también de satisfacción Con
él ha logrado iluminar los rincones más oscuros de su pretérito pluscuanimperfecto. Por ello mismo desempolva
los estantes de ideas y creencias, en frase orteguiana. Esos avatares podrían
comprometer su visión de la vida y el mundo que se desnudaba ante su curiosidad
entretejida con las hilazas de unas ideas que brincan y unas creencias que
tiemblan, pero que quieren reconciliarse como sobre el agua también puede
caminar el fuego.
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