lunes, 23 de septiembre de 2024

RESEÑA DE MARÍA DEL CARMEN GARCÍA TEJERA...

 




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el faro de melilla

 

Licenciada en Filología Moderna (1974) y Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla (1981). Profesora Titular de Teoría de la Literatura de la

Universidad de Cádiz.

 

Este poemario cierra una trilogía denominada Mujer al pie de un pararrayos, que tiene como centro a un personaje femenino: Erothya. Dicha trilogía se inició con Erothya o los sonetos del amor por dentro (2019) y continuó con una novela, La tesis de Erothya (2023).

 


 

Juan Rafael Mena
Erothya o la trinchera de una vida
Cádiz. Editorial CaiBook, 2024

En unas palabras iniciales, el autor de este libro de poemas, Juan Rafael Mena, nos ofrece una serie de claves para poder interpretar esta nueva obra suya. Si en el primer libro Erothya “es el nombre de una sensibilidad globalizadora a modo de observación”, en este se ha transformado en “un personaje que mira alrededor y ve la historia de otras personas que llevan una lucha oculta con sus pasiones no confesables”. Desde la atalaya de su madurez, Erothya -una prostituta con amplias y variadas experiencias en el ámbito del sexo- reflexiona sobre los diferentes tipos de personas con las que se ha relacionado a lo largo de su existencia: sobre sus deseos y sus frustraciones, sobre sus sentimientos de culpa y sus ansias de liberación, sobre los escrúpulos pecaminosos y la satisfacción de alcanzar algunos logros, sobre el amor, el erotismo y las diferentes opciones y orientaciones sexuales… En definitiva, Erothya despliega una aguda mirada sobre la condición humana, tan diversa, múltiple y variada como son quienes, en diferentes momentos y etapas de su vida, han llegado hasta ella. Y, a modo de coprotagonista, aparece también la imagen de Amador Bolero, el donjuán ya presente en la novela que constituye la segunda parte de esta trilogía, ahora sumido en la tristeza y añorando su pasado.

Pero Erothya no solo contempla a los seres que ha conocido durante su vida; sus reflexiones rebotan desde ellos hasta sí misma: la introspección desempeña un papel fundamental en estos versos en los que examina sus propias actitudes, sus comportamientos, sus deseos -en muchos aspectos inalcanzables-, en los que, partiendo de su pasado, analiza su presente y se pregunta por su incierto futuro.

Todo ello se recoge en los ciento cincuenta y un sonetos que configuran este poemario. El soneto ha sido una modalidad estrófica largamente empleada por Juan Mena en sus libros de poesía. Como sabemos, se trata de un tipo de composición ligada -prácticamente desde los inicios de su cultivo- al tema amoroso. Llegados a este punto, podríamos plantearnos dentro de qué temática incluiríamos este libro: como se pregunta el autor, ¿se trata de poesía amorosa, erótica, sexual…? ¿Sugiere o no la posibilidad de adoptar una perspectiva moral…?

Se abre así un amplio abanico de posibilidades en el que cada lector podrá elegir la que más se acomode a su sensibilidad, a sus sentimientos o a sus actitudes. Lo que sí es un hecho cierto es que -aun respetando la construcción canónica del soneto-, el autor emplea unos recursos lingüísticos que se sitúan en el ámbito más coloquial, siguiendo la tendencia de algunos poetas de postguerra que jugaron con las posibilidades que ofrecía el soneto y lo despojaron de solemnidad. Y en estos, una Erothya ya anciana y curtida por alegrías y desengaños, reivindica su vida pasada –“Un tren de sueños y de amor he sido”- y, sobre todo, proclama que el balance fue, a fin de cuentas, positivo, por lo que pide “Que nadie me eche en cara lo gozado”.

 

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.M C.armen García TejeraOpinión

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 






sábado, 7 de septiembre de 2024

RETRATO, MELISMA, METÁFORA

 

Cuadro: Leyendo en el jardín

Autor: Nikolay Bogdanov-Belskv (1868-1945)



 

El arte es un alfa y un omega. Tiene principio y fin. Mejor dicho: tiene un principio pero el fin no sabemos hasta dónde llega, si quien lo diseña se vale de un genio cuyos límites él no tiene fijados ni puede fijar ya que su inventiva es un manantial en continua fluencia.

Yo, que me lleve varios años trabajando en una biblioteca en cuya sala de entrada se exponían sucesivas exposiciones de pintura, un día me percaté de que el omega de la pintura estaba en el retrato. Después de contemplar, incluso comentar con algún espectador coincidente las opiniones que nos merecían los cuadros expuestos, llegué a una conclusión para mí y que no expuse a mi interlocutor.

 

Ese tramo de mi pensamiento en cuanto al arte de Apeles estaba en la consumación de su pincel como ganzúa que entra en  la realidad, la rapta y la incorpora a su lienzo. La realidad objetiva, no la realidad que el pintor aventurero de su mirada veía desacreditando la imagen que a todas luces lo desafiaba con su reto de fidelidad. El retrato era la última etapa de su carrera, su montaña por conquistar; lo demás llevado al lienzo se prestaba a la arbitrariedad, incluso a la impotencia disfrazada de parecer personal como prurito de genialidad El retrato es un desafío con sus facciones, sus arrugas, si las hubiera, la mirada, el ademán, la edad, en suma: el alma del modelo o la modelo.

Lo mismo me ha parecido en el cante flamenco y la canción moderna. Se puede canturrear, tararear entre amigos o familiares, pero a la hora de la verdad ante un público exigente la voz tiene que hacer gala de su riqueza vocal, sus altos y sus bajos, su modulación melódica; y en el caso del flamenco no extremar el  mal llamado “quejío”, el arco de su melisma hasta un barroquismo que oculte el mensaje. Para mí la clasificación era inevitable en este arte de la voz privilegida. Están los cantaores de bautizos que cometen cuando cantan pifias como en el billar y el tono se desmembra de una línea melódica que ha de ser rectilínea en su emisión, o bien el melisma no se produce y se queda en la simple entonación. Tenemos a los cantaores de tablaos que juegan con los giros de su voz y, a pesar de su facilidad en las volutas como en el humo del tabaco de habilidosos fumadores, ponen un límite a su gorjeo como equilibrando mensaje y cadencia.

En la escritura pasa lo mismo. Hay quien escribe con un lenguaje lastrado evidenciando una total ausencia de inventiva, y también  hay quien introduce galanuras de comparaciones y metáforas, así como sinestesias y ligeros matices surrealistas haciendo con ello de su texto una página que sorprende y evita que el lector avezado a la lectura sufra aburrimiento ocasionado por un registro que se conforma con la información sin añadir una frase que le dé frescura a su escrito.

Por lo tanto, retrato, melisma y metáfora son cumbres del arte. Al menos, ése es mi parecer después de largos años contemplando el sueño de quienes anhelan atrapar en su arte un pedazo de realidad que nunca es estática como diría Heráclito, pero que queda en ese arte, en cualquiera de sus manifestaciones, como una señal de que vemos, cantamos y escribimos para enriquecer la memoria de lo vivido. Como diría Neruda: confesamos con ello que vivimos y no vegetamos solamente en la servidumbre de lo cotidiano.

 

 

 

 


 Foto: Tomada de internet.

Cádiz. Alameda de Apodaca