miércoles, 13 de mayo de 2020

PLANTO DE, POR Y CON EL CONFINADO




Con motivo del confinamiento, han aparecido casos de gente que necesita un psicólogo para remediar el trauma mental de su encierro involuntario. Todos, incluidos los niños, pero más aún las personas mayores que sobrepasamos los 70 años, nos  asomamos a la calle desde nuestra ventana y nos da escalofrío ver cómo la soledad es la dueña absoluta de ella. 

Después, nos sobreviene una tristeza que puede llegarnos a la garganta desde el corazón. Pensamos en los que van cayendo en las fauces insaciables de ese virus letal que se cuela por donde quiera. Pensamos también en quienes exponen su vida en la tarea de atajar el avance de ese mal, los sanitarios, además de otras autoridades que están en la boca del lobo sin temer, aparentemente, que ese lobo cierre su boca siniestra. 
¿Qué hacer para que la tristeza, que legitima su estancia en nuestras almas por un imperativo de honestidad humana, se duerma en una almohada de esperanza?

Mientras tanto, quien no puede hacer nada más que cuidar a los suyos y cuidarse, busca en la imaginación un consuelo, una escalera de incendios para que las noticias no horaden más su corazón. Entonces, baja de sus archivos memoriales un paisaje, una convivencia con seres queridos, una música, un poema…Parece, por unos  instantes, que ese mal pandémico que hoza con sus hocicos de muerte en el prado de la vida humana se ha ido y nos deja en paz, pero no: sigue con su malvado protagonismo ocupando todo el escenario de su tragedia.

Me viene de la mano íntima del recuerdo un poema de Fray Luis de León: “Vivir quiero conmigo,/gozar quiero del bien que debo al cielo…”.

  Buscamos un entretenimiento, un pedazo de cielo azul que salve, al menos, la fantasía, ya que la razón está por los suelos recomponiendo su esperanza maltratada.



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