domingo, 31 de mayo de 2020

ESCRIBIR BIEN




Se dice con frecuencia, cuando se lee un texto,  poesía o prosa, que el autor escribe bien. Esta frase no es exacta pero con ella damos nuestra aprobación.


Si hacemos un análisis de ella matizando toda su acepción empezaremos  diciendo que escribir bien es hacerlo gramaticalmente correcto tanto en la morfosintaxis como en el plano semántico.


Pero queda más por estudiar en la frase mencionada. Y con este aspecto llegamos a lo que significaría lo de escribir bien. 


Hoy día, cualquiera que tenga una preparación básica suficiente y un cierto soplo de imaginación, escribe una página aceptable. Eso lo sabemos los que hemos estado en la enseñanza secundaria. Si en una clase de Literatura  se les ha pedido a los alumnos que hagan una redacción sobre un tema libre, es probable que tanto alumnos como alumnas escriban un folio que nos puede llamar la atención por la frescura de esa redacción o poema. Y es posible que a algunos de ellos y ellas recomendaremos que sigan escribiendo porque podrían con el tiempo componer un libro con textos muy respetables.



Bien. Pasando este preámbulo, llegamos adonde surge mi interpretación de la frase “Escribir bien”. Aquí tenemos que entrar en lo espinoso del estilo. Se puede escribir una obra que se hace respetar por su tema y su corrección, pero su registro es convencional y falto de emoción en la escritura. Estamos hablando de escritores y poetas que se mueven en un plano, diríamos que de ”profesionalidad”.



Hemos llegado a un punto en que escribir ante unos lectores exigentes se ha convertido en un problema. No se puede justificar un poema por su temática solamente pensando que es muy interesante y que, además, puede estar premiado.



En este momento hace acto de presencia los grandes consejeros de la historia literaria en cuanto a procedimientos  estilísticos. Tenemos, antes que nada, a Aristóteles que dijo: “Dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia”. Podríamos citar a varios autores que consideran este tropo como indispensable para  sacar la escritura del lastre del pasado. Oscar Wilde escribió: “El placer superior en literatura es realizar lo que no existe”.  Por su parte, Juan Carlos Duque nos avisa: “La primera condición de la poesía es que sea sorprendente”.  Y, finalmente, Marcel Proust afirma: “La metáfora pone un sello de eternidad al estilo”.



Es cierto que además de la metáfora disponemos de otras figuras que enriquecen el texto y que los escritores que han madurado su amor a la escritura tienen en cuenta.

                                   

 
La conciencia de que escribir es hoy sacar lo que se escribe de la masa de textos nada sorprendentes puede producir un parón en el deseo compulsivo de escribir, y que no es crear. 

Esto, pensará el lector, es un  don. No todo el mundo puede innovar pero sí todo el mundo debe intentarlo para que la expresión “Escribir bien” tenga una consecuencia total, completa y no sólo gramatical. Tal vez no lleguemos a tener un estilo propio como García Lorca o Neruda o como Cela o Umbral, pero tendremos la satisfacción de no repetir a lo mucho que se escribe y se lee en el tumulto de tanta escritura con buena voluntad pero “uniformada” por la indiferencia.



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