lunes, 22 de junio de 2020

POESÍA ERÓTICA Y POESÍA PORNOGRÁFICA




Este artículo tiene como finalidad establecer una raya como de frontera para la diferencia entre una poesía y otra.

Desde la Grecia clásica hasta nuestros días ciertos lectores han tenido no pocos prejuicios de cara a la poesía que rompe las lindes de la poesía amorosa y ofrece sin ni siquiera imágenes ni rodeos una visión bastante subida del erotismo, cuando en verdad lo que atrae de la poesía con sexo es su insinuación más que el hecho de explayar con expresiones violentas, incluso rozando la grosería, una experiencia amorosa exclusivamente corpórea; o sea: más fisiología que arte. Se admira el poema erótico que entraña dificultad en su descripción frente al poema que dispara con toda la artillería verbal del diccionario. Y a esto quería llegar, a la técnica literaria para seducir a los lectores exigentes con sugerencias, valiéndose el autor de las figuras retóricas, que para eso están en el depósito de la tradición cultural desde Grecia hasta nuestros días. Es fácil suscitar una adhesión entusiasta con recursos pobres; lo difícil es dar a entender y ganarse el interés de los que leen dando muestra de que en la escritura se puede expresar una historia amorosa con un ingrediente de pasión que sazona esa página atípica y está lejos de un amor convencional y reaccionario.



Una cosa es la poesía del Diccionario secreto de Camilo José Cela y otra la que se escribe al borde incluso de ese lenguaje exaltado y fuertemente gráfico. Tenemos, pues, esos diversos ejemplos en nuestra literatura y que son valientes unos y prudentes otros.

Sin embargo, he dejar bien claro que no estoy en contra de una poesía declaradamente pornográfica, más aún si se emplean imágenes poéticas las cuales pueden revestir los textos de mérito lingüístico, que es como decir logro artístico, aunque casi siempre se cae en lo fácil y vulgar. En este caso de los sonetos del autor él ha confiado su intención al registro de la poesía social de los cincuenta y sesenta olvidándose para ello de aquel verso de Góngora contra Lope de Vega: "Con razón vega por lo siempre llana".

En los tiempos que vivimos la libertad tiene las puertas abiertas de sus iniciativas. Lo que yo quiero constatar aquí es que mi libro Erothya o sonetos del amor desnudo (Editorial Dalya 2019), que fue bien comprendido por lectoras y lectoras de mi entorno, ha sido considerado como un intento logrado de escribir una poesía en la que el amor de calado profundo está latente en la condición humana y que al hacerse patente lo mismo puede ser oda que elegía. El autor ha tenido en cuenta los impulsos y las consecuencias del imperativo sexual sin que esas observaciones conlleven un gramo de moralina sino más bien de comprensión de lo que es humano a veces no confesable. Lo importante es el rodeo y la reflexión sobre el comportamiento de la gente dentro y fuera de su conciencia.

Creer que en la pasión sexual todo es admisible y bello puede llevar a la página provoca la conclusión contraria: o sea, que los límites han de tener un protagonismo de agradecer. De esta manera, el amor sigue su navegación apacible por el océano de sensaciones que despierta la vida desde el corazón a los cuerpos. Equilibrio que quienes leen dan como bueno. Volvamos a Erothya o sonetos del amor desnudo.



Veamos lo que dicen una narradora y un poeta en sus respectivas críticas.

“El lector no encontrará en el libro nada que suenen a vulgar. Sí se puede ver un cierto desafío, ya lo es el atreverse a escribir sobre estos temas, pero es que la literatura y el arte deben tener un componente que provoque, que remueva las conciencias, que, en definitiva, nos haga reflexionar”.

Ramón Luque Sánchez.



“Sin tener que mirar dentro, sin apenas forzar la memoria, los rescata convirtiéndolos en un punto de melancolía, una pausa de catorce versos, un silencio por el que vuela la crítica social. Es la mística, lo callado, lo que se muestra por medio de lo que se dice o se columbra.

Erothya es un poemario que desnuda el amor mostrando el valor, la belleza y el dolor que provoca este sentimiento intenso y vital para los mortales. Enhorabuena, Juan”. 


Adelaida Bordés Benítez


      


sábado, 20 de junio de 2020

MÁS HOMBRE QUE POETA, MÁS POETA QUE HOMBRE…




Leyendo un día una obra del colombiano José María Vargas Vila, me encontré con unas razones expuestas por ese escritor acerca de las valoraciones humanas y literarias de los escritores. Muy en concreto, mi atención se detuvo en el siguiente texto:


“…nuestro Whitman es Alrnafuerte, la más recia contextura de poeta que haya nacido jamás bajo cielos de la América; mientras en Darío y en Nervo el Hombre valía menos que el Poeta porque ignoraron la Vida Heroica o no quisieron vivirla, volvieron la espalda al Dolor Colectivo y sólo supieron de su propio Dolor que expresaron en rimas armoniosas; en Almafuerte el Hombre iguala al Poeta y lo supera en ocasiones…”.

A partir de entonces hice continuas reflexiones acerca de este tema, tan importante para el juicio que nos formulamos a veces, de manera involuntaria, cuando oímos hablar a un poeta o escritor, o bien cuando nos dan referencias de alguno en cuestión, sin que hayamos solicitamos tales referencias y las escuchamos de boca de otro escritor o poeta indignado o agradecido, o bien un parecer imparcial sea cual fuere su actitud hacia los escritores y poetas en general.

En esos comentarios se suele superponer estratos verbales acerca de unos y otros tanto favorables como adversos. Podríamos traer a renglón de esta página la fama de poetas que eran en su trato áspero e incordiantes y escribían luego poemas delicados y de fibra muy humana; podríamos recordar casos en nuestra literatura española pero, por prudencia, pues sería desagradable citar nombres de ilustrísimos divos de las letras, ya que tal desvelamiento podría resultar decepcionante para sus admiradores y admiradoras.


Ahora bien, nos queda la advertencia de que se ha de estar en guardia cuando nos sucedan contrasentidos donde al asombro le siga el desencanto.

Bueno, al fin y al cabo, somos hombres y mujeres con todo nuestro trastero de contradicciones y palinodias cuando la razón nos convence a pesar de nuestra resistencia avergonzada íntimamente. Hemos de gozar de las páginas por un poeta que sea más poeta que hombre y que cuando lo conocemos como hombre el poeta corra el riesgo de desinflar el respeto que nos causó antes de conocerlo.

El fenómeno contrario puede ser también irritante; es decir, que el poeta sea más hombre que poeta, y dicho esto con ironía, ello vaya en demérito de lo que escribe. Hemos dicho arriba que se podría citar autores que nos dan ejemplos de ambos casos pero es mejor renunciar a semejante nómina, y agradecer, literariamente hablando, unas páginas o unos versos que nos causen tanta admiración como deseos de no conocer a los autores personalmente, y sea por temor a la desilusión, ya sea por un sentimiento de inefable romanticismo, como se cuenta de Piotr Chaikovski con respecto de su protectora Nadejda von Meck, aunque este ejemplo no sea estrictamente adecuado al caso que comentamos.


Concluyamos. Saliéndonos un poco de la especulación que hace Vargas Vila de Almafuerte, Rubén Darío y Amado Nervo, digamos sin más circunloquios elegantes que se ha de ser más buena persona que buen poeta, porque lo contrario lleva al lector a la admiración por un buen poeta que no sea buena persona pero no lo ama, como si, en vez de en el altar de sus afectos, se pusiese al genio creador en una alta y fría hornacina, lejos del corazón.

lunes, 8 de junio de 2020

EL SENTIDO TRÁGICO DE LA VIDA EN LA POESÍA

Es cierto que el título es ambicioso y requeriría un estudio, además de profundo como el epígrafe denota, un recorrido por obras que pudieran justificar tal empresa.

Sin embargo, en contra de una enumeración exhaustiva de autores y obras, investigación que no llevaré a cabo, lo que sí quiero destacar como núcleo del artículo es cómo ha habido escritores que han volcado, digámoslo coloquialmente, su experiencia dolorosa de la vida, independientemente de que otros o ellos mismos en otras obras propias hayan optado por una línea esteticista o simplemente social.

Entrado en los umbrales de la poesía, ya en una edad que invocaba la madurez de ideas y expresiones, tuve en cuenta aquella frase de Nietzsche: “De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu”.

Podríamos rastrear muchos versos de esa naturaleza en los autores que escriben en lengua castellana. Se ha optado por resaltar para ese menester unos versos que son testimoniales de ese carácter que puede definir un auténtico temperamento lírico; lirismo que es exponente de una poesía con valor universal. Elegiremos unos cuantos ejemplos para ilustrar este concepto. Para ello partiremos, en principio, desde el romanticismo, movimiento literario que se prestaba al arranque de esa cualidad que hemos considerado como espécimen de una sensibilidad que sobrepasa los niveles convencionales del subgénero poético. 



A pesar de que haya sido denostado por poetas contemporáneos, José de Espronceda, que, fallecido a los 34 años no tuvo tiempo de limar algunos poemas, expresó en el Canto a Teresa sentimientos (tal vez de culpa en ocasiones, ya que después del rapto que hizo de ella en París cambió la vida de la joven) de dolor (“¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías…”), que no es fingido para seguir la moda literaria exaltada de su tiempo. Todo el Canto está vertebrado en lo que a mí me parece un arrepentimiento del poeta extremeño aunque en ese mismo Canto se cite el extravío de la amada como dando pie al tono elegíaco que él le dedica. Hay, pues, en ese poema un sentir trágico que pudo trastornar durante un tiempo la conciencia del poeta, incluso a punto de casarse con Bernarda del Beruete, ya muerta Teresa hacía para tres años

Otra cala la hacemos en Bécquer. El poeta sevillano vivió momentos de angustia en el Madrid al que él se lanzó a conquistar, si se puede decir esto, en 1954 junto a su hermano Valeriano. Rimas que comienzan como siguen: (“Llegó la noche y no encontré un asilo…”). ("¿Adónde voy? El más sombrío y triste…”). (“Cuando me lo contaron sentí el frío…”.). (“Olas gigantes que os rompéis bramando…). 


Creo que esta rima es la más lírica de todas puesto que su final no puede ser más doloroso. ( “¡Por piedad tengo miedo de quedarme/ con mi dolor a solas!”).



Otra parada la podemos hacer en el poema de Rubén Darío “Lo fatal”, con un remate estremecedor: “¡Y no saber adónde vamos/ni de dónde venimos!”).

Vayamos ahora a Federico García Lorca con aquel verso de Poeta en Nueva York, en concreto del poema “Oda a Walt Whitman”: (”Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”). ¡Menuda tragedia llevaba por dentro el poeta granadino como para escribir este verso tan conmovedor!



Miguel Hernández es autor de estos versos que tienen sonido a catástrofe interior, y no fueron los únicos que escribió el poeta oriolano: (“No sé por qué, no sé por qué ni cómo/ me perdono la vida cada día”).



Se podrían citar más ejemplos que rozan el sentir profundo e irremediable, que es lo que se persigue aquí, como por ejemplo el final del soneto que Lope de Vega dedica a Marta de Nevares, ya fallecida, su último amor, loca y ciega: (“…que ya no tienen lágrimas mis ojos/(ni conceptos de amor mi pensamiento”.) O bien aquello de Quevedo: (“…y no hallé cosa en que poner los ojos/que no fuese memoria de las muerte”.) 

 ¿Cómo olvidarnos de Góngora y de aquella joven que le llora a su madre por la ida a la guerra del hombre con quien ha poco se había desposado:



Dulce madre mía,
¿Quién no llorará,
Aunque tenga el pecho
Como un pedernal,
Y no dará voces
Viendo marchitar
Los más verdes años
De mi mocedad?

Dejadme llorar
Orillas del mar.



Hemos querido concluir con este fragmento de hondura del alma el modesto trabajo de buscar unos versos que den ejemplo a esa idea de la poesía lírica más allá de sus registros anecdóticos.



PLéYADE, revista del Grupo Río Arillo de Letras y Artes, número 10





viernes, 5 de junio de 2020

DOS VIDAS NO PARALELAS: RAMÓN DE MESONERO ROMANOS Y JOSÉ DE ESPRONCEDA




Acordándome del título de Plutarco, me llega a mi capacidad de asociación una especie de antiparalelismo: dos vidas que en nada se parecen, ni siquiera en el aspecto literario. El vídeo del filósofo Julián Marías dedicado al escritor madrileño, donde nos habla de una existencia lineal, sosegada, longeva, socialmente bien aprovechada del autor de Escenas matritenses, contrasta con la vida agitada, breve y apasionada del poeta extremeño.



Hemos mencionado a Espronceda, pero de manera parecida podríamos aludir a Mariano José de Larra, tan distinto en el carácter a Mesonero: "Por dos distintas sendas caminamos siempre, y ni él siguió mis huellas ni yo pretendí nunca más que admirar y respetar las suyas», escribe refiriéndose al famoso articulista con el que junto a Estébanez Calderón formaban una tríada de escritores atentos al fluir del costumbrismo.



Mesonero, además de curioso paseante por las calles del antiguo Madrid, también es asiduo de la tertulia “El Parnasillo”, frecuentada por poetas como el mismo Espronceda, Ventura de la Vega, Miguel de lso Santos Álvarez, Patricio de la Escosura, Romero Larrañaga e, incluso, el mismo Mariano José; si bien dice Ramón Gómez de la Serna que era el hombre que no se comprometía jamás, sin embargo, estaba atento a todo lo que ocurría a su alrededor.



Y así, discreto y educado en su trato, Mesonero es ateneísta, miembro de la Real Academia de la Lengua y colaborador de varias revistas de buen tono. Espronceda es un hombre que se ha autodesterrado con los liberales: Portugal, Inglaterra y Francia han sido testigo de su andanzas hasta que vuelve a España y se mete en política activa, enredado al mismo tiempo en las redes de sus amores con Teresa Mancha, casada a la que rapta en una escena de vivo romanticismo y con quien remata unas vivencias trágicas para el hija del coronel Mancha.



Para colmo del antiparalelismo que hemos subrayado tenemos a su vez que muere con treinta y cuatro años y el costumbrista madrileño con cerca de setenta y nueve. Mientras que la imagen del poeta es contradictoria según los que le conocieron y trataron (unos lo consideraban un poco altanero y desenfadado y otros, un hombre concienzudo y liberal en sus actitudes), la de Mesonero fluye para todos inalterada por los departamentos del ayuntamiento de la capital, tales como despachos y biblioteca, así como lugares públicos donde se le respeta como un ciudadano de bien, casi como un prohombre de la ciudad, en cuya estructura urbana ha influido con el pláceme de las autoridades.



Espronceda, ya ejercitando la política, admirado por sus discursos comprometidos en el congreso, sufre las inquietudes de su azarosa unión con Teresa, que lo abandona con la hija de ambos, recelosa ella de que él debe sus demoras al hogar, no por reuniones políticas, sino porque se encuentra en líos de faldas. Acabará su vida lleno de zozobra y no poco dolor escribiendo las octavas reales del “Canto a Teresa”, después de fallecida ella.



Mesonero es padre de familia y deja a los suyos el recuerdo de un marido fiel y padre feliz en el entorno hogareño.

Mi admiración por José de Espronceda y mis simpatías por Ramón de Mesonero Romanos, dos nombres que honran nuestra historia literaria del siglo XIX, dejo en este artículo que es un breve y fugaz bosquejo nada más, pero escrito con no poco fervor literario.