viernes, 5 de junio de 2020

DOS VIDAS NO PARALELAS: RAMÓN DE MESONERO ROMANOS Y JOSÉ DE ESPRONCEDA




Acordándome del título de Plutarco, me llega a mi capacidad de asociación una especie de antiparalelismo: dos vidas que en nada se parecen, ni siquiera en el aspecto literario. El vídeo del filósofo Julián Marías dedicado al escritor madrileño, donde nos habla de una existencia lineal, sosegada, longeva, socialmente bien aprovechada del autor de Escenas matritenses, contrasta con la vida agitada, breve y apasionada del poeta extremeño.



Hemos mencionado a Espronceda, pero de manera parecida podríamos aludir a Mariano José de Larra, tan distinto en el carácter a Mesonero: "Por dos distintas sendas caminamos siempre, y ni él siguió mis huellas ni yo pretendí nunca más que admirar y respetar las suyas», escribe refiriéndose al famoso articulista con el que junto a Estébanez Calderón formaban una tríada de escritores atentos al fluir del costumbrismo.



Mesonero, además de curioso paseante por las calles del antiguo Madrid, también es asiduo de la tertulia “El Parnasillo”, frecuentada por poetas como el mismo Espronceda, Ventura de la Vega, Miguel de lso Santos Álvarez, Patricio de la Escosura, Romero Larrañaga e, incluso, el mismo Mariano José; si bien dice Ramón Gómez de la Serna que era el hombre que no se comprometía jamás, sin embargo, estaba atento a todo lo que ocurría a su alrededor.



Y así, discreto y educado en su trato, Mesonero es ateneísta, miembro de la Real Academia de la Lengua y colaborador de varias revistas de buen tono. Espronceda es un hombre que se ha autodesterrado con los liberales: Portugal, Inglaterra y Francia han sido testigo de su andanzas hasta que vuelve a España y se mete en política activa, enredado al mismo tiempo en las redes de sus amores con Teresa Mancha, casada a la que rapta en una escena de vivo romanticismo y con quien remata unas vivencias trágicas para el hija del coronel Mancha.



Para colmo del antiparalelismo que hemos subrayado tenemos a su vez que muere con treinta y cuatro años y el costumbrista madrileño con cerca de setenta y nueve. Mientras que la imagen del poeta es contradictoria según los que le conocieron y trataron (unos lo consideraban un poco altanero y desenfadado y otros, un hombre concienzudo y liberal en sus actitudes), la de Mesonero fluye para todos inalterada por los departamentos del ayuntamiento de la capital, tales como despachos y biblioteca, así como lugares públicos donde se le respeta como un ciudadano de bien, casi como un prohombre de la ciudad, en cuya estructura urbana ha influido con el pláceme de las autoridades.



Espronceda, ya ejercitando la política, admirado por sus discursos comprometidos en el congreso, sufre las inquietudes de su azarosa unión con Teresa, que lo abandona con la hija de ambos, recelosa ella de que él debe sus demoras al hogar, no por reuniones políticas, sino porque se encuentra en líos de faldas. Acabará su vida lleno de zozobra y no poco dolor escribiendo las octavas reales del “Canto a Teresa”, después de fallecida ella.



Mesonero es padre de familia y deja a los suyos el recuerdo de un marido fiel y padre feliz en el entorno hogareño.

Mi admiración por José de Espronceda y mis simpatías por Ramón de Mesonero Romanos, dos nombres que honran nuestra historia literaria del siglo XIX, dejo en este artículo que es un breve y fugaz bosquejo nada más, pero escrito con no poco fervor literario.

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