viernes, 31 de julio de 2020

MÁRMOL TALLADO Y MUERTO

             

Los monumentos dedicados a los artistas, en especial a los poetas, me parecen hoy día, en tiempos de iconoclastia, verdaderamente ridículos. Habrá poetas y artistas que sueñen con perdurar ante la vista de los paseantes de una avenida o de un parque erigido en personaje importante que representa a la ciudad que le vio nacer.

A mí personalmente me parece odioso, anacrónico y denunciador de que quienes le han dedicado ese monumento han descansado de su deuda con el enmarmolizado en cuestión. Ya no volverán a ocuparse de ese o esa artista. Han descargado su compromiso de hombres políticos o admiradores.

Cuánto mejor una fundación cultural, una biblioteca, un colegio o un instituto dedicados a ese o esa egregia figura. Es más, los  lectores que acudan a esa biblioteca o los alumnos que acudan a ese centro educativo conocerán mejor a quien está dedicado esa institución.
Los tiempos de los monumentos a poetas y artistas pasaron. Ahora hay que erigir otro monumento: el de que se conozca su obra.

martes, 21 de julio de 2020

VETE A MADRID, artículo de María Elena Martínez Rodríguez de Lema



                                     
En un verano extraño de mascarilla y gel hidroalcohólico, Juan Rafael Mena Coello, muy conocido en La Isla como poeta, sorpresivamente publica su primera novela, titulada Vete a Madrid. En ella reflexiona sobre sus comienzos como escritor, sobre aquella temprana vocación que, casi desde la niñez y la primera juventud, desarrolló en un ambiente poco propicio para práctica de la poesía, entre gente que apenas sabía leer y escribir,  y en el que un chaval que escribía versos resultaba “rarito”. Recuerda aquel cuarto de la azotea, -no se sabe si dormitorio, si lavadero, o trastero, o todo a la vez-, donde se encerraba para leer ávidamente todo lo que caía en sus manos, desde aquellas revistas de Sissi, a los clásicos más universales, pasando por Miguel Hernández, García Lorca, Vicente Blasco Ibáñez, Rubén Darío, o S. Juan de La Cruz y un larguísimo etc.; Ellos eran el motor que movía su pluma que escribía sin contar el tiempo. Su dilatada producción literaria es el resultado del paso de las vivencias propias, por el tamiz del pensamiento y los sentimientos propios. El estudio y el rigor de la práctica literaria continua eran sus cotidianos acompañantes. Cuando se posee todas esas cualidades, Calíope, Clío, Erato y las demás musas se unen, y juntas se convierten en poderosas aliadas, como diría Virgilio. Ellas, hijas del todo poderoso Zeus, no fallan a quienes les entrega su tiempo, su constancia y sobre todo su talento. Y Juan ha conseguido a la perfección convertir, como pocos, el leguaje en arte.
Ahora lo realmente novedoso es que nos presenta una obra de narrativa, una novela en la que, a través de su protagonista Cántigo, de manera autobiográfica, nos traslada a la Isla de entre los años 1943 y principios de los sesenta. Nos muestra un San Fernando embutido en la España de los duros años de la posguerra, con un estado centralista, franquista, católico, donde todo se gestionaba en y para Madrid. Eran tiempos en los que ser de provincias tenía ciertas connotaciones despectivas, y la gente que vivía lejos de la capital no tenía, ni mucho menos, las mismas posibilidades que los afortunados madrileños. Era España del “subsur”, condenada a ser lacaya del centro y de las regiones ricas españolas o incluso de las europeas a donde se emigraba.

Los acontecimientos históricos, a varios niveles, son los que nos indican el espacio temporal, tanto local, nacional como internacional. Por ejemplo la revolución de Fidel Castro en Cuba, el fallecimiento de Juan XXIII, la Guerra Fría. Afloran toques costumbristas, la misa de una del Carmen, las muchachas que aspiraban un novio marino “de sargentito pa’rriba” –se decía-, los patios de vecinos, la miseria de la clase más desfavorecida, las tiendas de ultramarinos, el mundo de las iglesias, las cofradías, las devociones, las vecinas barriendo las aceras en la puerta de sus casas, los niños jugando a los bolindres, los entierros con carroza de caballos negros, como el del general Varela. Expone a la perfección las ideologías propias de la época tanto hacia la derecha, como a la izquierda, incluida la moderación. De esta manera crea un manual de filosofía práctica de la vida. Gracias a un profundo conocimiento de la historia del pensamiento desde Demócrito  a Karl Marx.



















DIARIO DE CÁDIZ. María de los Ángeles Amaya Lanceta. Entrevista




DIARIO DE CÁDIZ.  María de los Ángeles Amaya Lanceta. 19 de julio de 2020
El escritor isleño presenta una novela biográfica en la que cuenta
su primer interés por la literatura en La Isla de los años 50 y 60

"Cuando alguien salía con amor a la literatura, a la pintura, te decían vete a Madrid, que aquí no haces nada". Por eso Vete a Madrid es el título escogido por el escritor Juan Mena para su nueva novela que, ambientada en La Isla de los años 50 y 60, cuenta la evolución de un niño con inquietudes literarias hasta los 21 años, la mayoría de edad en aquella época. Su presentación estaba prevista para el mes de marzo pero se suspendió. Pero ya puede adquirirse en librería Bozano en San Fernando.
Cántigo es el protagonista de esta historia que refleja la experiencia y las sensaciones del autor a través del encuentro con personas de distinta condición social y cultural que van provocando su progreso y la evolución de su vocación literaria. "A veces el personaje habla, cuando reflexiona o medita, pero es un narrador quien lleva adelante la historia", detalla el escritor, que plantea una saga de hasta seis libros, este incluido, sobre su despertar y desarrollo literario, la terminación de sus estudios y la consecución de sus propósitos en las letras.
En Vete a Madrid Juan Mena retrata –sin intenciones históricas– una ciudad de fuertes influencias militares y eclesiásticas, "muy de clases", donde estaba muy marcado la división de clase religiosa, militar y civil. Clasista en definitiva. En ese contexto, las inquietudes artísticas no tenían cabida y "las personas que me influyen, los profesores con los que coincidí, me lo dicen en la novela", comenta.
"La ciudad ha sido La Isla de Capitanía, de Los Eucaliptos... y está La Isla del Carmen, donde yo viví y que está en el plano situacional de la novela, con sus gentes y sus costumbres", comenta el autor. Sobre él, proyecta un plano superior, el cultural, por el contacto con personas con más bagaje de este índole, que le van suponiendo un progreso. No serán las únicas personas que le influyen porque tiene relación también con otro tipo, "gente de cada día", que no tienen vinculación con ese ambiente cultural. Son amistades y personajes heterogéneos, que no pertenecen a la misma posición social, unos intelectuales, religiosos o no, amigos o profesores. "Yo estoy entre unos y otros", reconoce sobre esa lucha por resguardar "mis sensibilidades de jovencito, mi fe ingenua frente a la artillería que supone saber cosas que uno no sabía, y que estos señores me filtran en las conversaciones que tienen entre sí y en las que soy partícipe". Esa fe, advierte, se ve afectada, "zarandeada por nuevos conocimientos". "Ese es el drama: uno se va haciendo, pasa de adolescente a adulto y ese tránsito está jalonado por experiencias que se van acumulando y modificando mi visión genuina y la emoción ingenua que tenía al principio del mundo que me rodeaba, de la fe, de la cultura", asume Juan.
Lector de tebeos de aventuras en su niñez, el escritor descubre una revista femenina con una poesía de autores consagrados en las páginas centrales que captó su atención y le llevó a escribir poesía. "Nadie me enseñó. Algunos amigos me dejaban libros para leer y formarme y conseguí progresar, conseguir mi propósito y publicar los primeros poemas".



ANUNCIO DE VETE A MADRID, NOVELA DE JUAN RAFAEL MENA








DIARIO DE CÁDIZ.  

María de los Ángeles Amaya Lanceta.  

19 de julio de 2020


"Cuando alguien salía con amor a la literatura, a la pintura, te decían "Vete a Madrid, que aquí no haces nada". Por eso Vete a Madrid es el título escogido por el escritor Juan  Rafael Mena para su nueva novela que, ambientada en La Isla de los años 50 y 60, cuenta la evolución de un niño con inquietudes literarias hasta los 21 años, la mayoría de edad en aquella época. Su presentación estaba prevista para el mes de marzo pero se suspendió. Pero ya puede adquirirse en librería Bozano en San Fernando.


Cántigo es el protagonista de esta historia que refleja la experiencia y las sensaciones del autor a través del encuentro con personas de distinta condición social y cultural que van provocando su progreso y la evolución de su vocación literaria. "A veces el personaje habla, cuando reflexiona o medita, pero es un narrador quien lleva adelante la historia", detalla el escritor, que plantea una saga de hasta seis libros, este incluido, sobre su despertar y desarrollo literario, la terminación de sus estudios y la consecución de sus propósitos en las letras.
En Vete a Madrid Juan Mena retrata –sin intenciones históricas– una ciudad de fuertes influencias militares y eclesiásticas, "muy de clases", donde estaba muy marcado la división de clase religiosa, militar y civil. Clasista en definitiva. En ese contexto, las inquietudes artísticas no tenían cabida y "las personas que me influyen, los profesores con los que coincidí, me lo dicen en la novela", comenta.
"La ciudad ha sido La Isla de Capitanía, de Los Eucaliptos... y está La Isla del Carmen, donde yo viví y que está en el plano situacional de la novela, con sus gentes y sus costumbres", comenta el autor. Sobre él, proyecta un plano superior, el cultural, por el contacto con personas con más bagaje de este índole, que le van suponiendo un progreso. No serán las únicas personas que le influyen porque tiene relación también con otro tipo, "gente de cada día", que no tienen vinculación con ese ambiente cultural. Son amistades y personajes heterogéneos, que no pertenecen a la misma posición social, unos intelectuales, religiosos o no, amigos o profesores. "Yo estoy entre unos y otros", reconoce sobre esa lucha por resguardar "mis sensibilidades de jovencito, mi fe ingenua frente a la artillería que supone saber cosas que uno no sabía, y que estos señores me filtran en las conversaciones que tienen entre sí y en las que soy partícipe". 

Esa fe, advierte, se ve afectada, "zarandeada por nuevos conocimientos". "Ese es el drama: uno se va haciendo, pasa de adolescente a adulto y ese tránsito está jalonado por experiencias que se van acumulando y modificando mi visión genuina y la emoción ingenua que tenía al principio del mundo que me rodeaba, de la fe, de la cultura", asume Juan.

Lector de tebeos de aventuras en su niñez, el escritor descubre una revista femenina con una poesía de autores consagrados en las páginas centrales que captó su atención y le llevó a escribir poesía. "Nadie me enseñó. Algunos amigos me dejaban libros para leer y formarme y conseguí progresar, conseguir mi propósito y publicar los primeros poemas".


domingo, 19 de julio de 2020

¿DOS DESENCANTOS DE LOS MACHADO ANTE LA DIVINIDAD?

   




M. M: con su esposa, Eulalia Cáceres


Ya el pobre corazón eligió su camino.
Ya a los vientos no oscila, ya a las olas no cede,
al azar no suspira, ni se entrega al Destino...
Ahora sabe querer, y quiere lo que puede.
Renunció al imposible y al sin querer divino.


                                           Manuel Machado




 

A. M. con su esposa, Leonor Izquierdo

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.


                                    Antonio Machado         


Siempre me sorprendieron estos versos de los hermanos Machado.
Es evidente que ambos fueron cristianos de corazón con peculiaridades diferentes cada uno: Manuel, sensorial y espontáneo como en sus poemas dedicados a la Semana Santa sevillana  y Antonio más reflexivo y desnudo de atavíos  que, además, criticaba la religión popular como en el poema  “Coplas a la muerte de don Guido” y en “La saeta”, que luego cantaron Serrat y Camarón.   


La queja de Antonio está muy clara: Leonor ha fallecido al poco tiempo de casada. Para mí resulta un poco extraño que una mente clara y analítica como la del autor de Campos de Castilla, enamorado de la filosofía,   caiga en la superstición de nada menos que Dios le ha  arrancado de sus manos a su esposa, una jovencita de dieciocho años. Una idea más bien propia de Manuel, por lo que tiene su fe de sentimentalismo; pero Manuel escribe su desacuerdo con la hipotética decisión divina (aunque lo enmascare con el Destino) de otra manera, como se ve la estrofa citada arriba. 


No se dirige a Dios directamente pero da a entender que acepta las circunstancias desfavorables siguiendo un derrotero personal.