martes, 6 de abril de 2021

EL SILENCIO DE LOS LOBOS, QUE NO DE LOS CORDEROS


Se conoce a los amigos—enemigos cuando uno se mueve en un espacio común; es decir, cuando se escribe o se pinta o se compone vecinalmente con ellos. Tan sólo así es como se uno se da cuenta de que con qué clase de gente se convive, o se coexiste mejor dicho, ya que la convivencia entraña un signo de aprecio o amor, o sencillamente de tolerancia.

En ese espacio de la república de las Letras (bellas Letras aunque algunos la afeen con su roce de manos pretenciosas y con miradas arteras de ojos malignos) hay que tener mucho cuidado a la hora de publicar un libro (aunque sea una autopublicación), ya que ello puede molestar a más de un ciudadano de esa que debiera ser noble república. ¿Hay que pediorles permiso a ellos y a ellas para editar un  modesto libro de poemas o de relatos o una novela incluso?

Me temo que sí. Hay que prepararlos para que cuando se anuncie el libro editado no se molesten como si se les diera un codazo sin querer en un autobús.

¿Y cómo lo demuestran? Sencillamente con un silencio cruel si se les envíe el libro con una cariñosa dedicatoria. Es un silencio como un muro tras del cual la envidia muerde el libro enviado como un perro tritura un hueso. ¿Serán esos envidiosos y envidiosas perros y perras de la vida literaria, que gruñen más que escriben en su soledad?

Ten cuidado, poeta que empiezas a rodear los peligrosos perímetros de la república, esas puertas con guardianes de críticos que pueden estar drogados por sus simpatías o la venalidad; pero no dejes de publicar cuando puedas, y no te importe ser cordero ante el silencio indignado y mordedor de los lobos porque sus colmillos son de barro, un cieno que acaba indigestándolos a ellos mismos. Como dice Nietzsche en su Zaratustra: “¿Hombres superiores, aprended a reír!”.

 

 

 

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