Aquí tenemos dos maneras de
mirar a la mujer. Por una
parte, Lope de Vega, que trató
íntimamente a una docena
de ellas por lo menos.
De ese número, dos fueron
esposas.
Tuvo como unos quince hijos
y acabó en la vejez llorando
las enfermedades ciega (¿por diabetes?) y raptos de locura)
y la muerte de su último amor: Marta de Nevares, mucho más
joven que él.
Su visión de la mujer es positiva
a pesar de que no se olvide
de ciertas reacciones espontáneas
del alma femenina.
ES LA MUJER DEL HOMBRE LO MÁS BUENO…
Lope de Vega
Es la
mujer del hombre lo más bueno,
y locura decir que lo más malo,
su vida suele ser y su regalo,
su muerte suele ser y su veneno.
Cielo a los ojos, cándido y sereno,
que muchas veces al infierno igualo,
por raro al mundo su valor señalo,
por falso al hombre su rigor condeno.
Ella nos da su sangre, ella nos cría,
no ha hecho el cielo cosa más ingrata:
es un ángel, y a veces una arpía.
Quiere, aborrece, trata bien, maltrata,
y es la mujer al fin como sangría,
que a veces da salud, y a veces mata.
Francisco de Quevedo
no deja resquicio para considerar la condición de la mujer más allá de un
ser que, según la edad, puede ir de un
cierto encanto juvenil a un desagrado a medida que va cumpliendo años. Es un
hecho literario aceptado que fue un misógino. Algunos estudiosos de su obra
atribuyen la misoginia a sus defectos físicos, que dieron cierta acritud a su
carácter.
A LA EDAD DE LAS MUJERES
Francisco
de Quevedo
De quince a veinte es niña; buena moza
de veinte a veinticinco, y por la cuenta
gentil mujer de veinticinco a treinta.
¡Dichoso aquel que en tal edad la goza!
De treinta a treinta y cinco no alboroza;
mas puédese comer con sal pimienta;
pero de treinta y cinco hasta cuarenta
anda en vísperas ya de una coroza.
A los cuarenta y cinco es bachillera,
ganguea, pide y juega del vocablo;
y cumplidos los cincuenta, da en santera,
y a los cincuenta y cinco echa el retablo.
Niña, moza, mujer, vieja, hechicera,
bruja y santera, se la lleva el diablo.