PROUST Y PROSA
- 1997-11-22
- EL
MUNDO
«Sólo la metáfora hace perdurable un estilo», escribió
Marcel Proust, que tanto meditaría siempre sobre la escritura. No se trata,
pues, de la metáfora como adorno (que así lo entienden todavía algunos recios
realistas), sino de la sorpresa constante de una imagen, una sinestesia, una
semejanza, a lo largo de un texto, preferentemente narrativo, que es el que
mejor acoge el dibujo y la imagen. Marcel Proust, que puso las bases teóricas
de la novela del siglo XX, y luego o al mismo tiempo las llevó a la práctica,
nunca nos da una persona, un paisaje, una situación, un color o sabor, un
sonido, sin su correspondencia metafórica, sin su imagen clónica, digamos, pero
clónica a un nivel puramente lírico (a veces humorístico o descriptivo). Azorín
escribió que «escribir con metáforas es hacer trampa», pero esto sólo certifica
y documenta sobre la incapacidad de Azorín para crear una sola imagen
metafórica. Se estaba defendiendo. Lo cierto es que la prosa llana con el
tiempo se queda pálida, y la prosa enjoyada, de una belleza gratuita y
bisutera, se pudre pronto por su ociosidad. La metáfora es la acuñación poética
de una cosa real y directa, el encofrado que puede resumir un párrafo. La
metáfora de Baudelaire es sintética y la de Proust es analítica, como conviene al
prosista y al poeta respectivamente. Pero la metáfora lograda, a nivel
simbolista o surrealista, que ambos siguen vigentes, así como la metáfora
barroca, es la dimensión platónica de lo metaforizado, que ya nunca perderá
gracia, eficacia, sorpresa, durée.

EL
MUNDO El País arte
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