viernes, 6 de diciembre de 2019

LA VANIDAD ESCRIBIDORA





Es triste llegar a pensar, cuando se cuentan unos pocos de años, que detrás de muchos poetas y escritores del quiero y no puedo se esconden malas personas que proyectan continuamente su cámara de ambiciones; ambiciones que, si son frustradas por la realidad, se vuelven actitudes venenosas para el que las proyecta y para quienes están a su lado.

No es fácil encontrar en el mundo literario gente madura, consciente de que escribir es un ejercicio en que no debe faltar la sencillez, que denota posesión del propio talento, seguridad de sí mismo basada en la autocrítica, incluido el nivel al que cada uno tiene que aspirar para ser feliz con lo que escribe. La vanidad es una carencia de autoestima que se compensa con una proyección narcisista.

De la falta de autoconocimiento surge una autovaloración excesiva que el individuo se procura para escribir y despertar el elogio de, no sólo grande, sino tal vez de único.

Lejos de la humildad, mucha gente que escribe no lo hace por amor a la Literatura, que entraña la admiración a lo que escriben los/las demás.

Yo recuerdo aquellos versos del poeta modernista malagueño Salvador Rueda ”…que es uno solo el orfeón eterno/aunque en millones de garganta late”.

Quiere decir con esto el poeta que todo viene de un Principio llámese como se llame, y que el poeta es una criatura que sirve de trasmisor de lo que comunica esa Mente Universal. Sin embargo, el poeta mediocre cree que el impulso de escribir es suyo, incluso que es un genio rupturista porque va contra la tradición literaria, y aquí entramos en los muchos que escriben hoy lejos de cualquier disciplina literaria. Lo único que le falta por decir al rompedor es que él se ha inventado la lengua española.



No hay comentarios:

Publicar un comentario