sábado, 28 de diciembre de 2019

UN VERSO DE FRAY LIIS DE LEÓN











Sabido es que Fray Luis de León fue un poeta católico y como tal consecuente con la visión que da el cristianismo de la creación, obra de Dios. Un día me llamó la atención un verso suyo, en concreto de la lira III dedicada a Francisco Salinas, músico ciego por más señas.

El verso en cuestión es éste, que remata la estrofa: “…el alma que en olvido está sumida”.

Está noción del olvido de su espiritualidad potencial, “de su origen primero esclarecida”, nos remite al pitagorismo sin duda alguna, pero si ahondamos en su significado y nos adentramos en otros versos del poema podemos deducir que si todo lo que vemos nos hace llorar de desencanto (hasta tal punto está caída el alma en el desastre del pecado original después de la creación) y nos empuja a la gnosis, es decir a considerar que dicha creación ha pasado por manos de demiurgos que han metamorfoseado esa caída primitiva en lo que vemos los humanos ahora y que el poeta salmantino considera como un estado del alma olvidada de su entorno divino.

Se puede, por medio de la música, retornar por unos instantes a ese paraíso de pureza primitiva. No se olvide la importancia que tiene la música en la filosofía pitagórica, que nada tiene que ver con el silencio místico donde se oye la voz de Dios, sobre todo en las catedrales románicas de gruesos muros y de poca luz con el fin de que el creyente quede aislado del mundo.

Después de superados los terrores del año 1000, con la llegada del estilo gótico y la luz entrando por las preciosas vidrieras, nace la polifonía y la escuela de Notre Dame de París, con Léonin y Perotín como iniciadores de una nueva visión de la música, aunque ésta apareciera más desarrollada en autores posteriores. Ahora bien, lo que quiero destacar es cómo nuestro poeta, lejos del silencio monacal como motivación única para llegar a la unión con Dios (san Juan de la Cruz escribirá, sin ir más lejos de ese verso: “…el silbo de los aires amorosos.”), pero es la fuente pitagórica la que eleva hacia las altas esferas, y es ese detalle del poeta de la Orden agustiniana lo que quiero poner de relieve como un roce algo peligroso en aquella época, aunque no se conociera la gnosis criptognóstica (Valentín, Ptolomeo, Heracleón, Basílides.,..) perseguida ya en los primeros tiempos del cristianismo. Si estudiamos esa lira y el verso aludido en cuestión, observaremos el pesimismo que conlleva y que nos remite a la gnosis más radical, la de Marción.

El monje agustino recupera con su lira la importancia de la música, que aquí no es música callada como en san Juan de la Cruz, pero, tal vez en esa valoración negativa de lo “visible” esté insinuada su experiencia dolorosa ante la Inquisición.

De cualquier manera, la lira es un compendio de saber exquisito y oculto frente a la creencia común del descubrimiento de Dios a través de la simple naturaleza, que se degrada por su misma índole pecadora pero que el prodigio de la música logra envolver en “hermosura y luz no usada” a esa misma natura, que entonces nos parece más llevadera.



Júzguelo el lector por sí mismo.



ODA III - A FRANCISCO DE SALINAS

A Francisco Salinas Catedrático de Música de la Universidad de Salamanca



El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.

Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.

¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!

A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.

¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás amortecidos! 


Revista PLéYADE número 24  Otoño-invierno 2012




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