Dejemos atrás las tres glorias que se desprenden de las Coplas de Jorge Manrique.
Nos adentramos en otra concepción de esas glorias; en concreto, la de la vida literaria.
Cuando un escritor, poeta, narrador, dramaturgo, periodista, es joven la idea de la celebridad viene a visitarlo de vez en cuando; incluso en muchos de ellos esa celebridad halla acogida como un anfitrión deseoso de ser catapultado por esa fama que lo haga conocido por todo el mundo. Se ha destacada ese prurito en el poeta lírico, sobre todo. Éste proyecta su mundo interior con el ánimo de que sea compartido por todo el que lo lea. Cuando penetra en los umbrales del mundo de la literatura empieza a darse cuenta de que ser célebre no es nada fácil. Para conseguir ese tramo de carrera brillanie tiene que escribir de manera que llame la atención de los lectores. No sabe que su mundo interior no puede ser espejo donde se mire todo el que lo rodea.
Concursos, revistas, ediciones personales, tertulias, lecturas colectivas son peldaños que hay que subir para llegar a cierta altura del monte Parnaso, en cuya cumbre están los grandes, los consagrados, los bendecidos por la crítica más o menos oficial, los respetados y solicitados por las entidades culturales y reverenciados por el público lector. Llegar a esa ladera privilegiada del monte del éxito es difícil.
Comienza a percibir las dificultades: tener buen márquetin, reseñas positivas, amigos en revistas de tiradas nacionales, suerte en las convocatorias, buena plica para cuando se abra ésta en el transcurso de un fallo literario pueda una grosura de méritos encandilar a los componentes del jurado.
Ah, pero nuestro poeta o autor de relatos no tiene suerte y tiene que contentarse con quedar seleccionado y, a la larga, autopublicarse el libro.
La gloria que ansía, la que está pendiente de caer del árbol de la fama, no caerá; estará siempre verde para él. Queda la pequeña, la agradecida gloria de una revista de tertulia provinciana, de unos amigos y admiradores efímeros que le animan por Facebook o Twitter.
Bueno, es la satisfacción para andar por casa. Es una gloria menor, qué duda cabe, pero, aunque no es popularidad, sí es un pequeño reconocimiento, una parcela de propiedad que nadie puede invadir ni arrebatar. De las dos glorias, él se queda con la más humilde, con la del que sabe que algún día lo que él escribe y ahora es pecio de un naufragio de ilusiones, saldrá a flote y un crítico sagaz y de buena voluntad lo sacará del agua de la indiferencia para que brille en un puerto, museo del quehacer literario.
Tal vez la gloria pequeñita que uno se gana en un espacio breve pero honesto y ganado a pulso, sea más gratificante que un continente de gloria que otros gozan llenos de vanidad y soberbia; gran continente de quienes han tenido más suerte en el mercado de la escritura.