sábado, 26 de septiembre de 2020

DETRÁS DE LA TRINCHERA

   

Detrás de la trinchera estamos los que escribimos. Una trinchera implica una guerra, queramos que no. Una guerra donde hay enemigos sin que tampoco lo queramos. Estamos escribiendo  con entusiasmo y no pensamos en aquellos que nos van a pisotear lo que consideramos que está escrito con cierta dignidad literaria, o bien lo van a ignorar con una actitud entre inconsciente y cínica.

Y nos preguntamos que por qué si  no hay motivos para ello, pero el que nos está observando, desde su trinchera también, está esperando que el enemigo asome la cabeza para, fusil en mano, proceder al tiro que va a sepultar la obra que nació inocente y llena de alegría para comunicar su gozo de recién nacida a los lectores. Pero la historia literaria está llena de estas batallas incruentas—o cruentas de lágrimas— porque siempre habrá críticos impotentes para crear y chafan lo creado por los que no son sus amigos  o no tienen fama de consagrados, y también por los mediocres que no van más allá de sus intentos cojitrancos de escribir un poema o un relato que quede y resista la ventolera erosionante de los años.

Por ello siempre, joven lector/a, aprendiz de poeta o narrador/a tendrás que estar detrás de la trinchera de tus precauciones y anhelos hermosos de crear. 

 

Los enemigos son unos cobardes que, cuando estés ya consagrado, entonces tirarán sus fusiles o los convertirán en alfombras para pisarlas ellos sonrientes y reconocerte con una hojita de laurel. 

Ten paciencia con esos cobardes que no tienen cota de mallas de resistencia en el alma para resistir lo que otros hacen, y así se dejan devorar por la boca podrida de la envidia.  

¡Alégrate de tener enemigos! Sólo lo grande tiene enemigos. De lo pequeño se siente lástima, e incluso se le ayuda, ¿comprendes?

Esos críticos desnortados y esos poetas y escritores obsesionados con los que valen más que ellos pasarán hoy brillantes y mañana penumbrosos hasta caer en el socavón del olvido y a ti te harán justicia los que valen como tú y llevan una lupa generosa para descubrir filones ensuciados por la lengua intrigante de los eternos mediocres.

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