jueves, 25 de febrero de 2021

LA LITERATURIDAD (2)

Escribir es a crear como tararear

a cantar,como desear una mujer a

 amarla, como existir a ser.


                                Juan Rafael Mena



Todavía se utiliza el “antiguo lenguaje literario” para escribir poesía, como vendría a decir Eugenio Montale en En nuestro tiempo. Muchos poetas y poetisas encuentran aún emoción empleando un lenguaje cuya percepción está desgastada. Tenga en cuenta el lector que hablamos de poesía y no de novela (aún creo en los géneros). La idea de este juicio acerca de la novedad en la combinación de palabras que configuran una nueva visión de la realidad no es mía sino de los formalistas rusos. Vixtor Sklovsky (1893-1984) habla de que la lengua que se escribe sin que se presente como una nueva percepción de sus potencialidades, está todavía vinculada a expresiones continuistas, que son de fácil empleo y conllevan un fondo semántico plano y gris en el que todos esos poetas y poetisas quedan como globalizados en una impersonal atmósfera. Poetas que no han interiorizado el lenguaje como algo suyo.


Para el estilista ruso la llamada literaturidad o literariedad —de la que se ocupó más exactamente Roman Jakobson— es "crear formas complicadas, incrementar la dificultad y la extensión de la percepción, ya que, en estética, el proceso de percepción es un fin en sí mismo y, por lo tanto, debe prolongarse". Ello implica una nueva sensibilidad ante los comportamientos del lenguaje. Esta teoría se opone a cierta poesía que se hace actualmente, como un stendhaliano “espejo a lo largo del camino” reflejando la novela negra o la de experiencia urbana. Es una abdicación de un género ante otro, una rendición sin condiciones ante las exigencias editoriales de la época y el potente influjo del cine.



Si la lengua con la que se escribe está automatizada sin que se espere de ella un rendimiento emocional que surge de la sorpresa, significa que hay “desautomatizarla”, incurriendo en el desvío o extrañamiento.



Efectivamente, se trata de hacer extraños los objetos que reproducen las palabras elegidas para tal escritura. Ese desvío no afecta a la percepción, sino a cómo se presenta tal percepción. La realidad sigue siendo la misma en un poema desautomatizado que en uno “plano”. Lo que cambia es la impresión que produce la lectura del nuevo poema. La metáfora es considerada por los formalistas –ya desde Alexander Potebnia- como un proceso idóneo para tal desautomatización. Lo que no presentían los formalistas, Sklovsky en cuestión, es que con las vanguardias, en concreto con el surrealismo, se pondría de moda la imagen visionaria, sucedáneo de la metáfora, una criada que se hace pasar por la señora en ausencia de ella. Pero el verdadero poeta conoce bien a la dómina y rechaza la impostura de la sierva, representativo del quiero y no puedo, y que no tiene nada que ver con la jitanjáfora, que se nos presenta como un disparate intencionado y aceptable como juego de palabras. Otra cosa es la sinestesia, tan querida por los simbolistas franceses y que, unida a la metáfora, produce percepciones literarias valiosas y gratificantes para el creador, ya que la realidad trasladada al lenguaje se presenta como nueva en su lectura.

Pero la auténtica metáfora tiene un sello de timbre cartesiano y en ella la racionalidad se goza combinando a gusto los elementos lingüísticos sin que el árbitro del buen gusto tenga que llamarle la atención. A esa capacidad de transformar el discurso poético en arte de la expresión Sklovsky lo llamaba revelar una técnica, para diferenciarlo del lenguaje literario.



Evidentemente, la exigencia de la nueva técnica no era asequible a todas los poetas y ello hizo que los teóricos del formalismo contemporizaran con las posibilidades de cada uno y se tuviese en cuenta el factor lastre —término muy usado, como sabemos, por Guillermo Dïaz-Plaja— con la idea de renovarlo en la nueva percepción. Es cierto que el Ultraísmo aconsejaba el uso de imágenes y metáforas ilógicas, anticipándose con ello al Surrealismo. De esta metáfora ilógica extraeríamos la llamada luego imagen visionaria.

Ello no se significa que haya que reducir la expresión lírica a la metáfora, como querían los ultraístas, y anteriormente los futuristas.

En la nueva concepción del poema entraría de lleno la nueva distribución de las secuencias gramaticales del poema basada en un plan tipográfico en el que la plástica se une a la expresión verbal (cláusula 5ª del Manifiesto Ultraísta), eludiendo todos aquellos nexos que le restan relevancia a los verdaderos protagonistas del texto como son los sustantivos (cláusula 2ª).


Ahora bien, dado que sin tema no hay discurso poético, hemos de hacer una consideración en cuanto al valor de los contenidos, necesarios aunque de forma pretextual. Personalmente me inclino hacia dos líneas poéticas: la primera, lúdica, siguiendo el espíritu de las vanguardias. La segunda, reveladora, entendiendo con ello ese verso que expresa una experiencia universal, válida para todo tiempo, una especie de aforismo con cobertura poética pero sin pretensiones filosóficas.



Ser un argonauta de la poesía, Jasón que no se contenta con su monótono cabotaje y se lanza en busca del vellocino de un nuevo estremecimiento del numen en la travesía incitante de la lengua.



 



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