DIARIO DE
CÁDIZ, 19-OCTIBRE-2022
Juan Rafael Mena y Melville
Vuelve a ocurrir. Es
sueño en duermevela. Navego en un libro. Nos coge el temporal de las metáforas.
Su agua sube sobre nosotros. Golpea como un púgil rellenado de odio. Pero el
mar no siente. El mar, ubre bronca de nubes, como escribe Juan Mena, aldabazo
en las rocas, hiere los sentidos, mueve la muerte como un cisma de aguas.
El mar con sus gorgonas
gigantescas, cabelleras de esquirlas y vacíos, hunde su densidad bajo sus olas,
entierra playas y barcos y deseos. Ciego bosque de agua. Muere en sus nieblas.
Hipocampos estigios cruzan tanta marea. Viejos pecios afloran para sentir el
viento, viejo telar de gotas que se suman al arte de soñar.
El terror con su oleaje
interno ha visto abandonos de náufragos desde que el mundo es agua, donde todo
diluvio es honda y piedra ante Goliat. Empecé a leer el libro de Juan
Mena, Verbo no siervo, árbol de las metáforas, cuando
devoraba Moby Dick, que aguanta inmortal como la vieja mar que todo
lo revuelve. El mar muerde con uñas apretadas y le sangran las manos en la
costa. No sé si soñé o lo percibí extra corporalmente. A lo mejor el alma es
algo más que nuestro pequeño y ambicioso pecho. El blanco espectro de la espuma
se alzaba ingente, ciego, alto sobre simas efímeras y sordas. El estruendo sin
aves soñaba cataclismos más inmensos. Mi admirado colega y profesor de antaño
seguía: jungla de espesas olas, dragón de estruendo y vidrio, combate de
oleajes, cruce de lanzas de agua.
El ansia heráldica del
mar mordía la costa, como si no existiera. Y, con la forma de soñar, imaginé el
horror en el Pequod con sus destilerías encendidas.
A cada cabezazo del
barco, sentía el aceite hirviente de la espuma, el hielo vivo de la mar cuando
la sombra es hacha en su soberbia. Socavón insaciable, lengua inmensa de
agua…seguía Juan Mena en mi cabeza. La mar es un planeta dentro de otro
planeta. Me imagino la gente que se ahoga, la gente que luchó contra ese viejo
mar de canas y ladridos que entierra su verdad. Todos somos una gota de nada
ante la nada de la muerte.
¿Qué somos en medio de
todo aquel vacío? Cadalso, Rousseau y Salomón no pudieron ser más pesimistas,
más lacónicos, más dolientes. El hombre todo es vanidad. Todo. ¿Para qué
atesorábamos poemas en medio de la tromba? Porque la metáfora nos redime de
nosotros mismos.
Todo sonaba como el
viento cuando choca en su origen. Hay una revelación que es dolor. Pero hay un
dolor que es sabiduría. Imposible de transmitir. Revelación ultrasensorial y
efímera como la inflamación del oleaje, las maderas crujientes, el verde mate
de la espuma vieja cuando vuela en metralla. El hielo absurdo de su ira,
manoseando abismos y montañas. El agua existe afantasmando el miedo y el
obscuro absoluto de la noche…
Sigo leyendo a Mena. El
tumulto y el viento aún seguían. El oleaje en pleamar. El desandar del agua
sobre el agua. El vallado rodante con sus algas, los tendones cachones.
Bravo y perverso. Claveteando conchas en la arena, tallando piedras, sombras,
siluetas, demasiados esbozos para quedar. Agua, viento, locura, mar de leva,
cuando crujen las amarras en las bitas y la mar de fondo hincha su corazón
terrizo.
Inacabables cimas,
metralla de mechones, alas de ángeles caídos, la vieja espuma alzada. Erupción
de las aguas, escarchados de cúmulos internos… Sangre nutricia y acre,
la antigua piel del mar.
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