Cuando se habla de la multitud de
evangelios antes de los canónicos, tendríamos que aludir también, además de los apócrifos, a los
evangelios gnósticos que pulularon por el ámbito de la koiné griega. Gnosis,
como sabemos, significa ´conocimiento secreto´.
Es cierto que que ese Jesús en nada
se parece al otro, al hebreo, que está enraizado en el subsuelo de su tradición
bíblica con los profetas como humus de esa tierra ancestral sobre la que se
asienta toda una concepción religiosa.
Del Jesús de la gnosis, muy en
concreto de los evangelios más conocidos y estudiados como el Evangelio de los egipcios, el Evangelio de Tomás, y el Evangelio de Felipe, por poner una
síntesis elocuente de todos ellos hallados en Nag Hammadi, alto Egipto, en la
segunda mitad del siglo XX, hemos de obviar la oración y la confianza en un
Dios que nos protege. Incluso en los escritos de los gnósticos más próximos a
la fe, como son los valentinianos, seguidores del obispo Valentín, por oposición a
los gnósticos ofitas, los más alejados tal vez de la noción de un buen
demiurgo, se puede rastrear una opción de credibilidad en el Dios de lo que fue
futura ortodoxia. No entramos en el docetismo para no complicar el articulo.
Frases como éstas son bien
definitorias de las posiciones de estos creyentes atípicos: “Si ayunáis,
atraeréis el pecado sobre vosotros. Si rezáis, seréis condenados, si dais
limosnas haréis daño a vuestros espíritus “(Evangelio de Tomás, 14). Otro
ejemplo lo tenemos en “Quien haya llegado a conocer el mundo, ha descubierto un
cadáver” (Evangelio de Tomás 56).
También tenemos otra frase inquietante que entraña la reencarnación, como ésta:
“Vigilad y rogad para que no nazcáis en la carne, sino para que podáis dejar
las amargas ataduras de esta vida”.(Evangelio
de Tomás 9,5). Como se ve, estas sugerencias, si las tomamos como
reflexiones previas a la búsqueda de lo absoluto, no se parecen en nada a las
posiciones de una fe que monta guiardia defendiendo los dogmas que se
elaboraron después en el Concilio de Nicea, en 325, una fecha en la que los
buscadores dentro de ellos mismos (recuérdese que San Agustín, el mayor padre
de la Iglesia occidental, decía que habia que buscar dentro de uno mismo la
verdad trascendente: “No salgas fuera; en el interior del hombre habita la
verdad”), habían desaparecido, sin duda alguna huyendo de las persecuciones de los
creyentes a ras de formulaciones dogmáticas.
Ya es un tópico decir que los
gnósticos fueron perseguidos y esos escritos enterrados en la ocultación, pero
descubiertos siglos después, tal vez de manera fortuita pero cuyo
descubrimiento zarandea y turba a quienes los lee. Hoy, que los valores
religiosos y humanísticos están despedazados en el suelo de la Historia,
la gente de buena voluntad necesita
por imperativo de honestidad de espíritu, replantearse la significación del
mensaje de Jesús. Así pues, tanto futuro ortodoxos como indagadores ocultos
podrían esgrimir en esta batalla sin fin la frase del Evangelio de San Jua, I, 5: ”La luz luce en las tinieblas, pero las
tinieblas no la acogieron”. Épocas de gran altura espiritual en cuyo campo de batalla por el
dominio de la cultura guerrean mentes
privilegiasdas de diferentes banderías pero unas y otras de alto signo
espiritual. ¿Qué dirían esos grandes hombres del materialismo de baja
frecuencia hedonista en que se apoltrona el mundo de hoy?
PLEYADES, revista de letras y artes de la TERTULIA RÍO ARILLO, número 20
De CRESPÓN DE PRIMAVERA O LITERATURA DE LA PASIÓN,
de próxima aparición
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