En El anticristo Federico Nietzsche oponía
la esplendidez de la Biblia en muchos de sus texto por oposición a la pobreza de los Evangelios; tanto
es así que, según él, había que ponerse unos guantes para manejarlos, dado la
repugnancia que le daba. Lo que el filósofo alemán no decía es que el contexto
histórico de esos Evangelios no era el mismo que el de los escritos bíblicos a
los que se refería. La turbulencia de los tiempos contemporáneos de Jesús nada
tienen que ver con las épocas de esplendor de algunos reinados de Israel. ¿En
qué se parecen los gobiernos de David y Salomón con el de los hijos de Herodes y
la presencia de Roma en el corazón de la misma capital de Judea? En nada. La
predicación de Jesús estuvo enmarañada entre las guerrillas zelotes de los
nacionalistas judíos y las represalias inmisericordes de las legiones de
Augusto en una tierra áspera cuyo dominio no se explica, como no sea que aquel
trozo geográfico era un punto de mira estratégico contra los partos.
Hemos de
imaginarnos la situación social de entonces en aquellas tierras: hambrunas,
epidemias por la falta de higiene, las huellas sangrientas de los
enfrentamientos de los nacionalistas contra los invasores con su escalofriante
despliegue de crucifixiones y las discordias entre los mismos hebreos por la
sumisión al poder imperial de la clase alta y el odio de las clases humildes a
semejante cobardía diplomática. ¿Qué se podía sembrar en aquella tierra
revuelta y pisoteada por el destino de aquel pueblo que llevaba siglos luchando
po su libertad, primero contra los egipcios, luego contra los persas y ahora
contra los poderes del Lacio, muerto ya Marco Antonio, que puso en el trono a
Herodes el Grande?
Repitamos
lo del contexto geográfico e histórico del escenario en que nos situamos: Jesús
baja de la zelotista Galilea a la aparentemente cordial Jerusalén a sabiendas
de que el ambiente social es poco poroso a sus enseñanzas.Tiene también entre
los bastidores de los sitios por donde camina a la policía romana, alerta
siempre a cualquier frase que se salga del consabido discurso religioso y pueda
sonar a rebelión contra Roma.
Sin
embargo, es probable que esos vigilantes no oigan las palabras más profundas y
dolorosas de quien sabe que todo está perdido y que la tirada de dados del
destino cae negativamente sobre el mantel púrpura que presta el color peculiar
al triunfo de las águilas de las siete colinas.
Jesús no
puede evitar sentimientos, por lo menos de contrariedad, frente al precioso
objetivo de su misión, que es el Templo, como nos dice Mateo: 23, 37-39: “¡Jerusalén, Jerusalén, que
matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas
veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos bajo las
alas, pero no quisiste!”.
Lamentaciones como ésas podemos seguir citando, pero hay una que es
determinante en Mateo 26: 38: “Mi alma está triste hasta la
muerte”.
En Marcos
14: 27 Jesús predice que todos lo abandonarían en sus peores momentos:
”Todos me van a abandonar,
porque así lo dicen las Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las
ovejas”.
En cuanto al futuro de
Israel Jesús no se calla su profecía con ciertos tintes apocalípticos. Véase
este ejemplo de Lucas 23:30: “Porque he aquí, que vienen días en que dirán: Dichosas las estériles y
los vientres que nunca concibieron y los senos que nunca criaron. Entonces
dirán a los montes: Caed sobre nosotros, y a los collados: Ocultadnos”. Tenemos otro ejemplo, esta vez
extraído del Evangelio de los egipcios: «Y María-Salomé preguntó al Señor:
"Maestro, ¿cuándo acabará el reino de
Recnozcamos que las
predicciones de Jesús con respecto a su amado pueblo son trágicas, pero lo
peor es que son también verdaderas. En el año 70, como treinta y cinco años
después de su muerte, las legiones de Tito, el hijo del ya emperador
Vespasiano, destruyen el Templo y parte de Jerusalén, además de matar a miles
de judíos que combaten por su independencia. En 132-136, con Adriano en el
poder y, a pesar del talante pacífico de este emperador que renunció en parte a
las conquistas de Trajano, estalla la rebelión de Simón Bar Kojba y Adriano se
ve obligado a arrasar la Ciudad Santa y fundar sobre ella otra ciudad llamada
Aelia Capitolina.
Las profecías de Jesús se
cumplieron y Judea desapareció como nación para ser condenada a la diáspora y
expatriarse ya en calidad de esclava, ya en huida desesperada por los países
limítrofes, hasta volver de nuevo a ella en 1948, tras la fundación del nuevo
estado de Israel.
La tristeza de Jesús está
ampliamente justificada y su pesimismo sobre su predicación y el futuro de su
pueblo es razonablemente admitido porque como dice Lucas en 22: 23 es la hora
de las tinieblas. Pero en esos años, un poco alejado de su visión catastrofista
del mundo que le rodeaba, crecía un joven llamado Saúl, al que conoceremos
después como Pablo y que fue quien recogió la semilla de su mensaje para
llevarlo y sembrarlo en el alma popular de la misma Roma que había borrado del
mapa del mundo conocido a ese pueblo minúsculo y batallador por la libertad de
su gente.
Del libro Literatura de la Pasión (2011)
y de Crespón de primavera, que aparecerá en marzo de 2023
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