PORTADA DE ROZA TU NOMBRE MI MEMORIA (EDITORIAL DALYA)
Por RAFAEL DUARTE,
DIARIO DE CÁDIZ, 25 DE ENERO, 2023
Sabemos que la lectura
hoy, como ayer, como otrora, jamás importará un triste pimiento de las perdidas
huertas isleñas
En 1995, en el
acto de fallo del Premio Internacional de Novela 'Luis Berenguer', el escritor
Jorge Cela Trulok, hermano del Nobel, hablando de la "locura" de
Luis, dijo: "Pensemos en la alegría, el optimismo y la locura de Berenguer
que, para sacar dinero, se metió a escribir en un país donde a sus gentes les
importa muy poco la lectura, los libros…".
Es un pasaje
evocativo que me roza la memoria cuando pienso en Juan Mena, en Enrique
Montiel, en mí mismo. Aquejados de esa locura, nos quedamos en San Fernando, a
pesar de saber que lo mejor era irse a Madrid. Vete a Madrid, decían los amigos
de Mena a Mena y esa fue la primera novela, de este ciclo, de las cuales Roza
tu nombre mi memoria es la tercera. Sabemos que la lectura hoy, como
ayer, como otrora, jamás importará un triste pimiento de las perdidas huertas
isleñas. Pero seguimos insistiendo. La trama no es más que el avatar
imaginativo del autor y que ahora desvelo. "Un catedrático de filosofía
transcurre su vida en un instituto en la misma ciudad a la que se ha mudado
desde otra ciudad vecina, después de sufrir en ella por causa de una
frustración amorosa. Al poco tiempo de iniciado el curso académico, se entera
de que la mujer a la que pretendía ha fallecido. Él se siente un poco culpable
y su obsesión gira en torno a su inevitable recuerdo, con independencia de que
haya una compañera del instituto que está enamorada de él con pocas esperanzas
de que el catedrático le corresponda a sus insinuaciones y, por lo contrario y
contra su voluntad, empieza a prendarse de una joven profesora que está casada
y con hijos".
Juan Mena abre
un paréntesis en su creatividad poética e incursa de nuevo en la prosa,
aseverando que se narra lo que fue y lo que se quiso que fuese. Evidente que
haya mucho monólogo interior, introspectivo, profundo, donde las dudas, los
miedos, los actos se amasan heñidos antes de ser la decisión, a lo mejor
invulnerable, a lo peor perjudicial.
Los personajes
en sí mismos entran en la disquisición. Es difícil contarse uno a sí mismo su
propia vida temiendo que la ficción se le acerque con sobornos de maquillar la
realidad. En toda narración autobiográfica se echan un pulso el anhelo de la
sinceridad y el soborno con que guiña la imaginación.
Cela dejó
escritas algunas normas, como afirmaba Berenguer. No existen más que dos reglas
para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde, cita Juan Mena,
insistió en que, Escribir es crear. Todo lenguaje redicho y pálido es plagio de
lecturas de otros autores. Y añadió: "Entre Hugo y Shakespeare han agotado
los temas. Ya no es posible ser original ni siquiera en el pecado. No nos
quedan emociones auténticas, sólo adjetivos extraordinarios".
Juan no cae en
lenguaje redicho, ni adjetivaciones más dignas de un poema que de la prosa
esencial. Sigue viviendo en la Isla, escribiendo en la Isla, imaginando esos
mundos fuera de ella, pero su ordenador, su despacho, su memoria están en el
mismo centro de San Fernando, ese pueblo que cómo dijo Cela, "es parte de
en un país donde a sus gentes les importa muy poco la lectura, los
libros…". Vamos a desmentirlo con su obra reciente.
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