viernes, 7 de junio de 2024

LAS METÁFORAS DE JUAN RAFAEL ,MENA

 





Las metáforas de Juan Rafael Mena nos alumbran las infinitas potencialidades de su lenguaje poético

José Antonio Hernández Guerrero

El análisis de las metáforas literarias creadas por Juan Rafael Mena pone de manifiesto la originalidad, la polivalencia y la fuerza sorpresiva que definen la potencia de su lenguaje poético que es extraordinariamente luminoso, estimulante y complejo. Este procedimiento, como es sabido, ha sido usado prolijamente y estudiado minuciosamente desde Aristóteles[1] hasta nuestros días en sus aspectos lingüísticos, filosóficos y psicológicos[2]. Paul Ricoeur, por ejemplo, explica en su obra La métaphore vive, Paris, Le Seuil, 1975, cómo la metáfora “se presenta como una estrategia del discurso que, preservando y desarrollando la potencia creadora del lenguaje, preserva y desarrolla el poder heurístico -“búsqueda de soluciones comunicativas”- desplegado por la ficción” (p. 9).

Una lectura detenida de las composiciones de este poeta isleño nos muestra cómo, debido a sus singulares valores estéticos y a su intensa fuerza expresiva, las metáforas son unos procedimientos literarios que definen su peculiar estilo, son unos recursos artísticos que crean su polivalencia expresiva en todas sus variadas composiciones y unas atractivas invitaciones para que los lectores las interpretemos a partir de nuestras personales experiencias estéticas, para que identifiquemos su originalidad -en todas ellas reconocemos su peculiar voz-, para que valoremos su polivalencia -característica fundamental de sus textos-, y, para que, en la medida de lo posible, conozcamos las claves de la reiterada sorpresa que sus versos nos deparan. Sí; todas ellas son acertijos cuya solución el mismo autor nos desvela:

 

Hostal de aves y brisas,

jungla de espesas olas,

dragón de estruendo y vidrio,

ondeante bramido...

Es el océano.

En mis comentarios tengo muy en cuenta que este recurso se explica, inicialmente, en el ámbito estético del ornatus cuyo objetivo principal es el adecuado exorno del discurso de acuerdo con los diversos parámetros fijados por la virtud del decoro, un valor que, como indica Lausberg, depende de las modalidades estilísticas del género elocutivo en el que se elabora cada texto (1980, Manual de retórica literaria: fundamentos de una ciencia de la literatura, Madrid, Gredos, y 1983 Elementos de Retórica Literaria, Madrid, Gredos: 538-540). Recuerdo que el término ornatus posee en latín dos significados complementarios -adorno y guarnición- y que, en la Retórica clásica, se usaban diversas imágenes que explicaban de una manera gráfica las diferentes funciones que cumplen estos recursos: adornar como las "flores", iluminar como las "llamas", pintar como los "colores", condimentar como la "sal" y, también, proteger eficazmente como lo hace la "guarnición".

He de advertir, sin embargo, que Juan Mena concibe la metáfora no como un elemento meramente decorativo sino como un factor intensamente persuasivo y, por eso, pretende y logra convertirla en expresión del hombre completo, de su ámbito secreto, de las experiencias que aún no han sido nombradas y que nos parecen inefables. En esta obra nos ofrece una ristra de imágenes nuevas o renovadas que, además de signos literarios, son expresiones virtuales de los diferentes contenidos humanos.

Parto del supuesto de que Juan Mena no sólo es un poeta “observador” de la naturaleza sino que, además, es un poeta “creador” de mundos a partir de sus propias vivencias, a partir de una concepción idealista del arte capaz de descubrir la unidad de una realidad exterior que, aparentemente caótica en sus relaciones, está sometida a cambios continuos y sujeta a normas versátiles. No es extraño, por lo tanto, que sus metáforas cumplan, entre otras funciones, la de descubrir, en la conciencia de los lectores, la unidad de la naturaleza humanizada que hace posible las relaciones analógicas.

Él sabe bien cómo, desde las explicaciones que nos ofrece Giambattista Vico en sus Principios de una Ciencia Nueva (1847), la metáfora no es un simple adorno, ni una mera hinchazón del lenguaje, ni esa joya deslumbrante que suponían los retóricos latinos, sino el modo más claro y más eficaz que tenemos los seres humanos para expresar nuestro mundo subjetivo. Él está convencido de que la principal función del lenguaje humano no es definir los abstractos principios de la Lógica o los axiomas teóricos de las Matemáticas, sino formular las verdades de la existencia humana: las creencias vinculadas a la fe o a la ilusión, a las esperanzas o a los temores, a las angustias o a las convicciones apasionadas. El lenguaje humano, además de ser un instrumento eficaz de transmisión de informaciones, cumple en la poesía de Mena las funciones de trans-mutar y de trans-sustanciar las dimensiones materiales de la naturaleza.

De aquí deriva la notable importancia que en la obra de Juan Mena posee su imaginación para unir realidades disociadas en apariencias. Recordemos que Federico García Lorca afirmaba que la metáfora es hija directa de la imaginación. Frente a la concepción de la tópica mimética del poeta como “observador de mundo”, en Juan Mena predomina la idea de “creador de mundo”, una concepción ya presente en la poética romántica. El lenguaje literario de Mena enmarca espacialmente sus aspiraciones vitales y sus anhelos éticos creando un espacio metaforizado, simbólico, aunque a veces mantenga las mismas denotaciones realistas.

Desde esta nueva perspectiva, el ser humano es para Mena una conciencia capaz de dar unidad a la naturaleza discontinua, dinámica y caótica. Fíjense -queridos amigos- cómo cuando dibuja la dimensión social del ser humano, la sitúa en interacción continuada con los otros hombres y, también, en conexión con los objetos culturales y naturales, logrando así que las experiencias reales resulten enriquecedoras, plurales y, a veces, disgregadoras. Y es que él percibe la naturaleza de una forma diversa y discontinua, y el conocimiento solamente adquiere unidad a través de la conciencia subjetiva: el sujeto ha de conferir, una y otra vez, unidad a un mundo natural y humano que se le ofrece en formas discretas, es decir, discontinuas.

En la elaboración de estas metáforas Juan Mena sigue dos sendas opuestas: la de la humanización de la naturaleza, y la de la naturalización del organismo humano.  Nos explica, por ejemplo, cómo el mar es un cuerpo materno, un organismo fecundo que está dotado de “sangre”, de “vientre”, de “ubre” o de “lengua”:

 

Sangre nutricia y acre,

vientre de las especies,

madre de vegetales,

ubre bronca de nubes,

lengua inmensa de agua,

aldabón en las rocas,

llanto bajo cantiles,

pecera delirante,

carpa de agua...

Es el mar.

 

            Los montes poseen las formas y las funciones de los órganos corporales humanos como la musculatura de los brazos o los rasgos fisonómicos de los rostros humanos:

 

Bíceps de la tierra,

mentones contra el viento,

exabruptos de piedra,

muñones del campo...

Son los montes.

 

El organismo humano, por el contrario, adopta las formas y las funciones de objetos materiales como, por ejemplo, la boca es un pretil como el que poseen los puentes, las terrazas  o los balcones, un brocal como los pozos, un zurrón, un carcaj, la caja que se empleaba para llevar flechas o esa bolsa que sirve para meter y llevar objetos.

 

Pretil de la palabra,

surtidor de la voz,

carcaj de pensamientos,

atril de los discursos,

brocal de la palabra,

arco de los fonemas,

zurrón del pensamiento,

facistol del discurso,

ballesta de palabras,

atril de la voz,

aduana del juicio,

aljaba de las frases,

ujier del pensamiento,

atrio de reflexiones,

sello del compromiso,

adarve de vocablos,

arcón de los secretos,

llave del pensamiento...

Es la boca.

 

Los ojos son faros, cofas de buques, ventanas de edificios o pizarras de las escuelas.

 

Faros para la vida,

cofa del pensamiento,

mudos mensajeros,

cangilones del llanto,

timoneles del cuerpo,

bitácoras visuales,

ventanas del espía,

adarves vigilantes,

alféizares del alma,

pizarra enigmática,

pozos de tus secretos,

mares desconocidos...

Son tus ojos.

 

 

En este libro Juan Rafael Mena nos muestra cómo la obra de arte alcanza autonomía frente a la naturaleza y nos demuestra cómo la obra literaria no sólo es un modo específico de conocimiento, sino que, además, es un procedimiento para crear unos mundos nuevos al descubrir analogías no evidentes y al expresarlas de manera transparente. Mediante sus metáforas, Juan Mena, además de ampliar los significados de las palabras, logra enlazar sus mundos imaginados con el de la realidad empírica, inventa nuevos universos y nos ofrece amplias posibilidades para que ensanchemos y profundicemos en el conocimiento del mundo real. La estética simbólica de Juan Mena concibe la literatura como la revelación, en las formas simbólicas del lenguaje, de las infinitas potencialidades oscuramente presentidas por el hombre y alumbradas por el poeta. La poesía es para este poeta isleño la revelación de la vida personal del individuo y es que, efectivamente, todo arte proporciona un conocimiento de la vida interior, contrapuesto al conocimiento de la vida exterior ofrecido por la ciencia.

 

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Los textos aristotélicos ponen en relación la metáfora con varios conceptos y términos, que se expresan en la Poética y se reiteran o amplían en la Retórica: originalidad, claridad, conocimiento, adecuación, viveza de estilo y elegancia, belleza.

[2] Para G. B. Vico la metáfora fue la forma primitiva del lenguaje: el discurso figurado fue anterior al racional e implica una visión animista de la naturaleza; el hombre todo lo veía desde su centro y con sus propias formas, luego fue racionalizando la expresión y fue configurando un lenguaje racional

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