LA ISLA ( DE SAN FERNANDO) REDIVIVA
O
RETORNOS EN LA MEMORIA
DE UNA ISLA QUE SE FUE
PLAZA DEL CARMEN CON SUS ARAUCARIAS DESAPARECIDAS.
AÑOS CUARENTA
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tomados de cuadernos
y libros editados ya.
Junio de 2015
ESQUINA DEL GORDO, ESQUINA...
Esquina del Gordo, esquina
de mi infancia y juventud,
feria del chiste y la broma
y mentidero común;
el marisco, la caballa,
la mojama, el higo —algún
pregonero buscavida—,
la media limeta, el mus,
los güichis con sus rumores,
trasiego de multitud,
gentes, rostros que se fueron,
—como vistos tras un tul—
cantiñeos por lo bajo
nimban mi memoria aún
(¡y, sabiendo que te miro,
toda airosa pasas tú !);
cada día y sus sucesos,
la madrugá de Jesús,
las saetas del Compare
y el gentío, que es alud
que desde las Callejuelas
sube hasta la noche azul...
Fue la gracia y la miseria
de la posguerra al trasluz
de este recuerdo que hoy llega
a mi corazón, al sur
de mi infancia en una esquina
que fue sombra y que fue luz,
que fue pena y alegría:
la vida, que es cara y cruz.
De Cancionero
memorial (1961-1981)
VISITAR
LOS “SAGRARIOS”
Hay en la fraseología
popular andaluza expresiones metafóricas que no
carecen de gracia, aunque, en ocasiones, como en este caso, rocen la
blasfemia; pero es seguro que Dios perdonará semejantes dislates cuando son
dichos sin mala facundia.
Desde niño he oído yo
en la esquina del Gordo, mentidero de mariscadores, pescadores de bajura y
salineros, esa frase:
“Ya viene fulanito de
visitar sus sagrarios”
Había que ser muy
tonto para no entender el sentido traslaticio de lo que se decía, y más aún si
Fulanito venía describiendo sospechosos tumbos y desgranando balbuceos
ininteligibles.
Además, el que lo
afirmaba no estuvo ajeno a
peregrinaciones de esta mísma índole cuyos recorridos eran habituales,
empezando por la calle de Enmedio Casa
Julio, el güichi de Evaristo, subiendo la calle del Pozo el tan taurino Bar de Maera, abarrotado de carteles y
fotos de toreros; más arriba, el güichi de Lucio y el Bar de Gabino, con el puestecito de mariscos que ponía Manolo el
gitano y, enfrente, el Café-bar El Gordo,
al que venía hacia las diez de la noche mucha gente para escuchar con café y
copa los tres números de los Ciegos, que primeramente Manolo y años después
Antoñí escribían en una pizarra apaisada.
Pero sería yo injusto
si restringiese el uso de esa frase a los parroquianos del barrio: era de
general empleo, incluso entre los jóvenes. Claro, que los recorridos de éstos
eran otros.
Entre mis amigos de
entonces —los permanentes y los circunstanciales— los itinerarios empezaban en Los candiles, frente al Economato de
Marina, antiguo. Allí, por cinco reales, ponían el cata con buenos filetes de
caballas.
Luego entrábamos en El Pálido. En invierno, dentro; en
verano, al fresquito, bajo los laureles de la Plaza del Rey: vino de Collantes y suculentas
almejitas nautas en su salsa colorada. Había uno en la reunión que sentía una
declarada debilidad por la ensaladilla del Bar
San Diego y el vino de Vélez. Se seguía el itinerario; dejábamos atrás Nueva España, Bar Madrid; a veces, entrábamos en El Palacio, luego en el Patio
Maestro Luis, con su apetitoso bienmesabe, y, como si fuera broche final
del trayecto, Los Dardanelos. En este
había una tapa característica: la carne “mechá” con su inseparable tomate y su
chorrito de aceite. Le llamaban el bar de las reverencias porque cuando se
alzaba el platito para beberse el aceite, había que encorvarse para evitar que
uno se manchara la chaqueta y el pantalón.
GUIA COMERCIAL DE SAN
FERNANDO, 1992
EN
LOS PRETILES EL VERDÍN HUMEA…
En los pretiles el verdín humea
seco ya por el alto sol orondo.
Se ve el pueblo entre verde, azul
y blondo
desde la vieja cal de la azotea.
Los esteros, joyel de la marea,
las Callejuelas, la almadraba, al
fondo.
La
Ardila
y el Canal, lejano y hondo,
y el silbido del tren que
clamorea.
El vértigo se para y se alucina
en la almena: terror de la vecina
que nos grita detrás del
tendedero;
y la Calle Real debajo bulle
por la serpiente de alquitrán que
huye
en un tranvía que renquea fiero.
UN
RECUERDO DE A FINALES DE LOS AÑOS CINCUENTA
Madrugada del Viernes. Es ya la una.
en la Esquina del Gordo. El bar.
Rumores.
Llegan gentes de los alrededores.
Remonta San Antonio*, ancha, la luna.
La churrería. La candela brilla.
Todo está listo y echa ya la masa.
Se recoge El Silencio.
El tiempo pasa.
Suenan tambores por la Escalerilla.
El
Paso de Jesús llega a la
Esquina.
Detrás, la Virgen. El Compare
afina
la saeta y, con brío, enlaza El Palma.
Humo. Gentío y entusiasmo. En breve,
el Encuentro: emoción que se conmueve
cuando Amargura suena y pica el
alma.
*Patio de San Antonio, hoy mercado del
mismo nombre.
San
Fernando Información, Cuaresma de l993
y de Pasión que
es también la tuya (2009)
LOS
CARTELES DE TOROS, EL BOTIJO..
Los
carteles de toros, el botijo,
Manolete y su mítica mortaja,
un almanaque, un jarro, una tinaja,
recortes de Belmonte y Lagartijo.
Jezule va del chiste al acertijo
mientras apura, diestro, la navaja.
Comenta: "Qué mal come el que trabaja..."
Pero pronto retoma el regocijo.
Barbería, espontáneo mentidero,
donde, en preñez, la libertad murmura
en baja voz su sueño invernadero.
Mas, después de la oculta picadura,
Jezule, con irónica premura,
ahuyenta tan incómodo avispero.
TEMPLA LA VOZ CON VINO Y
CARRASPEA...
Templa
la voz con vino y carraspea,
y anima al
guitarrista con desplante,
ensaya el tiento
gutural del cante,
mientras que el
guitarrista zangarrea.
Ha evocado a Farina y
taconea
dándose ahínco. Pasa
por delante
del güichi gente,
allí toda expectante,
esperando un cantar
que no alborea.
Piden más vino -y
tapa, porque hay hambre-,
en tanto que ahora el
público es enjambre
en el güichi, que ya
se decepciona.
“Pero era un truco
-dicen los artistas-
para vivir, y, aunque
no sois turistas,
perdonad, porque el
hambre no perdona”.
AQUEL NIÑO MIRABA LOS CARTELES...
Aquel niño miraba los
carteles
de toros con olores
de bodega:
Litri, Aparicio,
Rafael Ortega,
sobre la redondez de
los toneles.
El güichi de Maera: a
sus dinteles
aquel niño asombrado,
lento, llega
y ve a la gente que
discute y juega
para en el vino
adormecer sus hieles.
Sacra y altiva, igual
que un minarete,
la cabeza de un toro,
y los retratos
junto a los matadores
de tronío,
ornados de
anecdóticos relatos,
y un túmulo ideal de
Manolete
que llena su estupor
de escalofrío.
DOMINGOS
DE LA NIÑEZ
Hace
no sé los años -pues los enturbia el tiempo- yo venía a esta puerta del Teatro,
a las doce más o menos, y en medio de los infantiles rumores, los niños nos
cambiábamos los tebeos de entonces: El Guerrero en su anhelo de febril
reconquista, El Cachorro limpiando los mares de piratas, Alcázar y
Pedrín, detectives sagaces, y aquel Hombre de Piedra, o aquel
Espadachín y no sé cuántos otros, deleites semanales, héroes que
alimentaban nuestra agraz fantasía; crecidos con el pan y manteca, deudores del
honrado remiendo y de la dita, fuimos supervivientes de un naufragio de penas
en un mar de miseria y de necesidades, pero con la ilusión hirviendo en el
bullicio de aquellos años niños jugando al escondite, a pídola, a los bolis...
Aquí tal entusiasmo
nos hacía entre horas mercaderes astutos, perspicaces tratantes, pues la
felicidad entonces dependía de aquel bello negocio semanal, pintoresco, a
espaldas de la rancia y austera enciclopedia de la escuela primaria, Cara al
sol y el Rosario por la tarde los sábados ansiosos de domingo. Los
tebeos llenaban de solaz y quimeras una imaginación inquieta como el viento, el
viento de levante que anunciaba el orondo y lento velonero con su pregón
metálico.
Mas, después de unos años,
otra vez a la puerta del glorioso Teatro de las Cortes, enfrente ahora de
carteles que anuncian la revista, perdida la inocencia los años soñadores de
aquellas dos películas que a las tres de la tarde levantaban la veda a la sed
de aventuras: Tarzán, Kim de la
India, los cowboys, Gary Cooper, Calabuch, Jeromín,
Marcelino, Jerónimo, el pateo en la euforia del audaz muchachito que a la heroína frágil a liberar
se lanza en trote atronador por la vieja pantalla...
Aquellos
niños luego estrenaron el hombre y tuvieron carné de dieciséis años para ver las
películas de las gentes mayores...Vinieron las mujeres de hermosura atrevida,
picarón escenario de apetencias frutales, el guiño insinuante y la equívoca
letra. El corazón del niño, ya mudada la piel de aquella adolescencia, se
estiraba, crecía con el hombre en primicia, y al entrar y salir del Teatro, es
seguro que ya no se acordaba de las tres de la tarde de domingos lejanos, ni de
El Hombre de Piedra, ni de los caramelos, ni de los altramuces y las
pipas compradas al rubio del carrito, que a la puerta del viejo Teatro se
ponía.
Hoy que el
tiempo ha volado como las gaviotas por esteros y playas, contemplo entre mis
manos tebeos de esos días, de aquellos mediodías, que son más luminosos porque
ya son recuerdos. Pero, ¿cómo olvidar a la ida y venida de la casa al Teatro,
los bares de una calle Real en bullicio y tapeo, las radios preparadas para
cuando las cuatro Altavoz Deportivo y el ardiente entusiasmo por
aquel San Fernando ascendido a Segunda, en su cumbre de gloria aquella
delantera, la más goleadora.
Hoy que el
tiempo me llega como reverdecido y con el viejo aroma de las cosas perdidas y
las caras aquellas que perdieron más tarde sus cándidas sonrisas, cuando el
mundo les dio a beber su amargura, acaricio de nuevo los tebeos y cierro los
ojos y me veo con la maleta negra asfixiada de cuentos, camino del Teatro y a
lomos de una viva ilusión que arañaba con las manos el cielo, un cielo que
tenía horizontes muy claros: las huertas, las salinas...
De Memoria
reverdecida (2002)
BARRIO DE LA INFANCIA
Días de aquella Isla de encanto provinciano,
con su calle Real intacta todavía y gentes conocidas, que no eran muchedumbres;
cuatro coches, los carros con sus burros cansinos, tropel de bicicletas a las
seis de la tarde desde el Concejo, río hasta las Callejuelas. El barrio y su
sosiego. Silencio mañanero. Las calles, su barrido y su riego moroso de vecinas
tempranas, saludo y delantales, canturreando alegres al compás de una copla de la Piquer, la Lola, el Pinto o Valderrama.
El serrucho del Mirlo cuando la amanecida -fogatas para el frío- refilando
maderas, olor a pan caliente desde el horno del Cuco (que fue banderillero de
Joselito el Gallo) a su panadería, y el humo de los churros de la esquina -mi
madre, simpatía, paciencia y heroísmo-, la máquina del café con su pito
anunciando frescor de amanecida en el Gordo o en Gabino, choque de cucharillas,
la cola ocasional por las granzas sobrantes; las recias campanadas del reloj
con cigüeñas deshojando tañidos en la paz del entorno; y la mañana, lenta,
trenzando su rutina de pregones y gente cotidiana, el barrio, sus casas
solariegas con los hierros forjados de primores barrocos, sus zaguanes de
mármol, azulejos miniados, portones señoriales, y nombres y apellidos de realce
y respeto: Ibangrandes, Togores, Almeidas y Lazagas, Don Álvaro, Monzones,
Granados o Palaus; y los patios aquellos populares, ruidosos, con sus cruces de
mayo, tiestos junto al aljibe, el ditero a la puerta voceando los nombres de
vecinas morosas aplazando la entrega; de las Monjas al Carmen con su curva y el
viejo renquear del tranvía, tintineo monótono parecido al martillo de la Hojalatería en pugna
con la sierra ahogada entre virutas de la carpintería legendaria del Muerto; y
el barbero Jezule, al ritmo sus tertulias de la limpia navaja o de la
maquinilla, poniendo una mordaza de chistes ingeniosos a la baba rebelde con su
lava política, o evocando una tarde de Rafael, gloriosa; feria la barbería de carteles y anécdotas, igual que el
parloteo en el taller bullente de José el Zapatero, crisol de comidillas y
hervidero discreto de las nuevas del vulgo -hambre para el soborno y chantaje a
la honra, el querido a hurtadillas, la novia embarazada por aquel marinero que
se fue para siempre, querida con alhajas, marica despuntando, cautela frente al
tísico que pasa como un perro, el asistente guapo que comentan vecinas, la
criada de pueblo, las peleas de patios, estraperlo, cantiñas fragmentadas al
modo de las tonadilleras, espécimen del último varieté en el Teatro...
Alguien -niño- contempla, acumula, condensa
en sus pupilas la historia fustigada por dentro de este drama que endulza sus
costumbres con “Qué se le va a hacer” y “Dios dirá mañana”, esbozo de sonrisas
y gestos resignados de tan tristes hazañas, retiene en su memoria imágenes y
voces, los sucesos, los guiños del tiempo despiadado, para cuando encanezca el
corazón a solas y cual fruta madura la evocación le caiga, tenga, al menos, las
señas, como brasas tenaces, de un fuego que fue un día padre de esta
memoria.
De Memoria
reverdecida (2002)
ANÉCDOTAS EN EL PATIO DE LA CARNICERÍA
Entra en el patio donde
algún vencejo
y golondrina ponen recias
notas.
Junto a pozo y aljibe,
manirrotas
de flores las macetas, con
gracejo.
Ecos aún frescos oye de un
festejo:
bautizos, bodas, cruz de
mayo, gotas
de vino y de guitarra, y
las chacotas
y las historias de un
vecino viejo.
También los malos tiempos
con sus dientes
hambrientos devorando el
alborozo
miserable del ir tirando
apenas.
Anécdotas de barrio de
estas gentes
y el ditero que pone sobre
el pozo
el bazar que distrae
tantas penas.
SAN FERNANDO INFORMACIÓN
(Extraordinario de la Feria del Carmen y de la Sal, 1995)
EVOCACIÓN
A Ignacio Bustamante Morejón
En olor de levantes y
láminas de esteros,
cal de las Callejuelas
y geranios de patios,
yo recuerdo de niño los
destellos de julio
con albas encendidas,
dianas mañaneras,
y la Capitanía de galas
ataviada;
versos de don Gabriel,
el órgano del Carmen,
los rojos cortinajes
cubriendo las columnas,
y ese río de gente con
su fe caudalosa,
reclinatorios propios,
pardos escapularios,
devotas viejecitas,
fervor carmelitano;
y, fuera, en !a
Plazuela, las pérgolas colmadas
de verdes ya quemados
por el sol veraniego,
y el viento sacudiendo
las gruesas buganvillas,
los chiquillos de
entonces, más fieros e inocentes,
las familias entorno de
la berza o el puchero
oyendo en sobremesa la
alegre catarata
de !a radio y !os
discos aquellos dedicados,
la lista interminable
de Cármenes felices,
y una paz que aún no
había destrozado el seiscientos.
En olor de
levantes y láminas de esteros,
con rumores de ahogados
en la vieja Vaera,
pregones vespertinos de
lisas y caballas,
ruidos de ostiones y
pinchazos de erizos,
y un torpe cantiñeo
salpicando los bares,
la ilusión y !as luces
de la larga Velada,
las miradas equívocas
del amor despuntando,
y calles y lugares y
gentes que se fueron,
todo el ayer, ahora,
desemboca en mis sienes,
y soy mar de recuerdos,
corazón del pasado.
De Cancionero memorial
(1981)
A UN CANDRAY A MEDIO CUBRIR POR EL CIENO
DE UN
MUELLE PESQUERO
Con la cerviz ya hundida y castigada
por
el peso de soles y de brumas,
ofreces todavía a las
espumas
el honor de tu
vértebra empinada
Que estuvo hasta tu
proa abarrotada
de peces, lo recuerdas
y te abrumas.
pero, a pesar, de que
hedor te inhumas
resistes, sin embargo,
la bajada.
Ni el colmillo del agua compañera,
ni el verdín que a tu proa la adornara
perdonan a tu sucia calavera;
igual que el pescador
que te embarcara
hoy su vejez lo abate
y desampara
y se muere, mirándote,
a tu vera.
De Erytheia o versos de
circunstancias elegidas (2000)
CANASTO BAJO EL BRAZO Y LA COLILLA...
Canasto bajo el brazo y la
colilla
permanente en la boca, rictus mudo.
Se tiene que meter medio desnudo
en la compuerta, el agua en la rodilla
Le roba al cieno el pan que lo mancílla
con el sudor, el frío, el estornudo.
En la vejez, el desamparo crudo
le espera y el reúma en la costilla.
Cuando vende la carga del canasto
el güichi habitual le da su fasto
con vino y aceituna zapatera.
No tiene otra querer ni más consuelo
este mariscador que mira al cielo
y se confía a Dios a su manera.
De Las señas perdidas
(1992)
DOS
RECUERDOS DE UN VERANO DE LOS AÑOS CINCUENTA:
¡A
BAÑARSE A CAÑOHERRERA!
I
El
huerto de Togores, la palmera
montando
guardia frente a Sacramento.
El
callejón de Chaves, polvoriento,
y
escolta de la pita y la chumbera.
Torrealta,
la senda costanera
hacia
el Observatorio, corpulento.
Huertas:
Marín, Frasquito, Chaves... Lento
y
pendiente el camino a Cañoherrera.
La Vía, donde niños gritan, bajan
y,
libres, ni las aves aventajan
su
alegría, sujeta a tantas pruebas.
¿Qué
les reservará luego el destino?
Y
van comiendo con fruición las brevas
cogidas
a lo largo del camino.
HACIA
LA ALBERCA DE
LUISA
A Javier Pérez Ruiz
II
Cancela
chirriante (en el bostezo
de
la siesta calmosa) con maraña
de
campanillas. Dentro ya, aledaña,
la
casa. Estío, sombra y desperezo.
La
tarde suda un dorondón espeso,
pero
en la alberca el sol es blonda araña.
Ufana
aquí la juventud se baña.
Broza
en las aguas hay por aderezo.
El
mismo ocaso, lívido de anemia,
también
se moja. Pero nos apremia
ya,
desde el porche, a una señal, Luisa.
A
nuestra contumacia el perro ladra,
muge
la vaca en la anchurosa cuadra
y
hasta un pato ganguea y nos avisa.
Revista “ÁMBITO”, 1999
LOS
BILLARES. SUBIR LA
CUESTECILLA
Los
Billares. Subir la
Cuestecilla.
Tras
el ayuntamiento está el mercado.
El
Parque, al fondo. El sol le ha orificado
en
cada copa una fugaz capilla.
La
subasta. Después los pesadores.
Arrastre
de las básculas. Ruidos
y
voces. La cantina. Distraídos
al
olor del café zumban rumores.
Pasan
las horas. Con un libro amaña
su
aburrimiento en distracción. Pasea.
Silba.
Por lo bajinis cantiñea.
En
la floresta el sol, múltiple araña.
García
Lorca: “ ... y en el horizonte,
¡lejos!,
se hunde el arcaduz del día...”
Y
así se cura la monotonía:
el
verso. ¿Qué mejor hay que la afronte?
De Erytheia o versos de circunstancias elegidas
(2000)
EN UN RINCÓN DEL MOSTRADOR ESCRIBE...
En un rincón del mostrador escribe
mientras está aguardando a la clientela.
Desde sus versos -atalaya- vela
el ocaso y su cárdeno declive.
En el umbral del callejón exhibe
la tarde su incendiada ciudadela
y el corazón está de centinela
mirando los rescoldos que describe.
En un rincón del mostrador delira
un poema, antigualla que es joyel
donde hay brasas lucientes de esa pira.
Mas si la realidad en sí es cruel,
¿no es bella y consolable esta mentira,
aunque sea espejismo en el papel?
SON LAS CUATRO. LA CALLE SE EDULCORA...
Son las cuatro. La calle se edulcora
callada. Guarda el guardia su silbato.
Del Carmen a las Monjas: un regato
de paz con campanadas de la hora.
De vez en cuando un coche. Oigo ahora
el martillo pegando en el zapato
en el taller de Cañavero en grato
parloteo con hebra burladora.
La radio: de la copla a la novela.
Los de siempre. El café. Tal vez, galbana,
y el chiste de un sarasa picantillo
que culmina esta estampa cotidiana
encendiendo la risa y su secuela.
Y otra vez de la anécdota al martillo...
ME HA
LLEGADO EN EL AIRE DE LA
INFANCIA...

(Politecnia.
Centro Obrero)
Me ha llegado en el aire de la infancia
la escuela y su candor de enciclopedia
con la
Historia Sagrada y la tragedia
de Abraham y su fiel perseverancia.
Con poco se alimenta la ignorancia:
escribir y leer, que nos remedia,
con las reglas -son cuatro-, eso que asedia,
y es el hambre y su fiera circunstancia.
Novillos en la Vía,
y al regreso,
Jeromo pregonando está en la
Esquina
las moras de la Isla;
el hombre grueso
de los velones junto a su pollina,
con un sistro anunciándose, y el beso
de junio con sus labios de calina.
ES LA LONJA,
RUIDO Y AJETREO...
Es la lonja, ruido y ajetreo:
bravos olores de hortalizas frescas
y frutas, y personas pintorescas,
y viejos carros para el acarreo.
Sábado, de mañana, el hormigueo:
gentes, bullas y manos picarescas.
Café, churros y pláticas grotescas
y la lonja en fragor de su apogeo.
Varieté habrá en la Plaza de los Toros
ya por la noche. Comentarios, coros
mirando los carteles, por doquier.
De pronto, un picadito de viruela
surge, pasa con una cantinela
de su adorada y mítica Piquer.
CARGANDO LOS BORRICOS CENICIENTOS...
Cargando
los borricos cenicientos
de la Chica
(los sacos, las verduras,
los cajillos) hay díscolas criaturas
-posguerra- como yo, niños y hambrientos.
En el mercado vencen desalientos
del malvivir, comunes desventuras.
Mientras que colman las cabalgaduras,
mordisquean las frutas avarientos.
Hay uno que por bajo cantiñea,
en tanto que la Chica
no lo vea
y le reprenda su holgazanería.
Pero el quejido, arácnido y gitano,
lo afirma, mano a mano con su hermano,
y han de llamarlo Camarón un día.
SE ME
FIGURA UN ÁGUILA GIGANTE…
Se me figura un águila gigante
con las garras -raíces- de ataduras.
Esbelta y negra, puebla las alturas
y se mueve orgullosa y oscilante.
El entorno domina vigilante:
El Canal, el Barrero y sus honduras,
El Carmen y las huertas, sus verduras.
El Gordo y Sacramento, aquí delante.
Desde niño la he visto enorme y fuerte,
enlutada y claustral como la muerte,
firme ante los levantes sitiadores;
y quien la vea, túmulo florido,
no podrá dar al fuego del olvido
la araucaria del Huerto de Togores.
ESTÁN ALINEADOS LOS CAJILLOS...
(A los viejos campesinos de la Isla
que
llevaban sus cargas al palenque)
Están
alineados los cajillos
de frutas y los sacos de
patatas,
las verduras en haces,
columnatas
de pimientos -los gordos,
los larguillos.
Anochecer. El canto de los
grillos.
El hortelano enciende unas
fogatas
y quema unos rastrojos,
secas matas
que rechazan las vacas y
novillos.
Prepara el carro, encincha
ya la mula.
Dedica una mirada y
especula
lo que esa carga en el
palenque oscila.
Cena poco y enciende su
cigarro,
vela la madrugada y va
hacia el carro
porque como descanse, se
adormila.
MADRUGADA. LAS CINCO. POR ENCIMA...
Madrugada.
Las cinco. Por encima
del gran ayuntamiento, una
navaja
de claridad del alba lenta
baja
y un grupo hacia el
palenque se aproxima.
Son los subastadores. Ya se
arrima
la multitud. Al son de la
rebaja,
que es la subasta, guiña la
ventaja.
Churros, café. Tan buen
olor anima.
La aurora en los cristales
altos llama.
El verano frutal se
desparrama
desbordando la lonja como
un río.
En medio del ruido y los
rumores,
un llanto con disfraz de
trovadores
en un rincón se ahoga.
¿Será mío?
EN LA PROCESIÓN MARÍTIMA
DE LA VIRGEN DEL
CARMEN
Era en la procesión de la Patrona.
Llameaba aquel julio en los esteros.
Del Puente a Gallineras, de barqueros
los fieles: todo allí la
Salve entona.
Muelle con gente que se corazona.
Calle Carmen. A guisa de romeros
suben devotos y callejoleros
los fieles. La
Plazuela se ilusiona.
En el balcón barroco un viejecito
—don Gabriel, su poeta— a medio grito
versos a la Señora
le pregona.
De júbilo ferviente el pueblo aplaude
y el gentío es tal vez la mayor laude,
más aún si el gentío se emociona.
DOMINGO.
ANOCHECER. LLUVIA MOHÍNA...
Domingo.
Anochecer. Lluvia mohína
en la calle Real con ceño frío.
A ratos, tregua mísera al gentío
que va al cine, su cola serpentina.
En los cristales, humo de
neblina.
Luces que animan al escalofrío.
“—¡La he visto, sí, para
infortunio mío
en el café y mi paz se desatina!”
“Acompañada está. ¿Por qué la he
visto?
Es mala suerte. Pero, torpe,
insisto,
y aquí en la puerta no renuncio;
aguanto.”
“Corazón, mírala, anda. Agradece
que para ti la noche resplandece,
aunque te esté empapando con su
llanto.”
SÁBADO
POR LA TARDE. SE
ENCAMINA...
Sábado
por la tarde. Se encamina,
devota tras devota, hacia el convento.
Suena el toque apagado al llamamiento;
para entonar la
Salve Sabatina.
Gime un aire decrépito en la
Esquina
donde predicen lluvia por el viento
viejos mariscadores con su tiento
olfateando un rastro de neblina.
Soledad. Frío. A veces, pasa un coche.
Al fondo, el callejón. Viene la noche
y las devotas vuelven de la misa.
El corazón adolescente sueña
y un verso inexpresable me hace seña,
pero es tan bello que se va de prisa.
De Las señas perdidas (1992)
REFLEXIÓN
DEL QUE REGRESA PARA RECUPERAR SU TIERRA.
Viajero
de silencios y rápidos paisajes,
allanando
horizontes de raíles y andenes,
novio
fugaz acaso de viejas estaciones,
traspaso
las distancias y el tiempo para verte.
Muchos
años me cuelgan del alma como a un sauce
las
ramas, chorreados de nostalgia sus verdes;
lo
mismo que racimos de prietas esmeraldas
que
rindieran las cepas de un maduro septiembre.
Mis
recuerdos de ti, como los arcaduces
dando
vueltas, me traen aquellos años leves,
cuando
en el patio, el grifo de la plazuela, el cierro,
la
radio, la velada de padre en los talleres.
Aquel
pan con manteca, consuelo para el hambre,
y
los remiendos de la abuela siempre endebles;
la
tienda del fiado (madre pagaba el sábado)
y
“¡gracias, muchas gracias, gallegos, montañeses!”
Pero
hoy regreso a ti, rincón donde la infancia
oculta
está y cubierta por años que no vuelven:
Voy
a desenterrarte, juventud que dejara
entre
amigos del barrio, compuertas, caños, redes.
Las
marismas son brazos que abiertos me reciben;
aquí
están los esteros como hermanos muy fieles;
el
agua verdinegra, la sapina, el adarce
y
un olor a marisco que al ayer me devuelven.
Y
este cielo, este cielo, recién bañado, limpio,
igual
que una montera donde el azul se duerme
como
siesta de huertos, callejones de entonces,
azotea
en que el viento de levante se mece
entre
los tendederos con rumores de sábanas
y
geranios lo mismo que curiosos donceles,
tras
pretiles y almenas, apostados mirando
finas
torres de iglesias y la bahía enfrente.
Aquella
antigua esquina del Gordo, mentidero,
incesante
trasiego de tan diversas gentes;
viejos
mariscadores que adivinaban lluvias
por
los vientos que olían a mensajeros céleres.
Los
que estrenaban broches de unas faustas hombrías
en
secreto adquiridas por oscuros burdeles,
y
contaban hazañas que en oídos más jóvenes
eran
bravas proezas de viriles placeres.
Mariquitas
oliendo a doña Concha, asiduos
retazos
de unas coplas con penas y reveses,
la
querida a hurtadillas o la novia perdida,
o
venales amores por arte de alcahuete.
Los
pregones aquellos de azofaifas y moras
con
los cuales Jeromo nos hacía rehenes
de
una turba en su entorno, y aquellos higotunas
a
la fresca en las tardes del verano caliente.
Y
las niñas jugaban a la comba en la calle,
o
bien al tocadé en la acera, o en dinteles
de
las puertas a cromos, y los niños, entonces,
cuentos
intercambiábamos con sus famosos héroes.
Me
acuerdo de Mangolo, que sobre su cabeza
ataúdes
llevaba que anunciaban la muerte;
de
aquellos velatorios de paredes desnudas
capilla
funeraria y llantos que estremecen.
Los
entierros aquellos con sus regios caballos
de
penachos altísimos y fúnebres arneses.
Van
hasta el cementerio con coronas las jóvenes
—escolta
dolorida—, si es doncella quien muere.
Los
colegios primarios, sus humildes maestros,
la
España Grande
y Libre, los saludos al frente
bajo
los dos retratos que gloriosos escoltan
a
un crucifijo en el que el mismo Dios padece.
Las
arcadas aquellas llenas de buganvillas
de
la Plazuela,
acaso celando canapeses
con
novios en primicias. El otoño secaba
luego
las buganvillas cubriendo los parterres.
Las
tardes de los sábados, aquellas sabatinas
a
la Virgen del
Carmen, con sus latinas preces,
reclinatorios
propios de burguesas devotas,
versos
a la Patrona
de don Gabriel, fervientes.
Zaguán
con cuchicheos de viejas rezagadas
y
el lego impacientándose, tanteando ya el cierre...
A
la salida, el vórtice del levante amontona
hojas
de buganvillas y revueltos papeles.
Se
oía en la Plazuela
campanadas severas,
las
cigüeñas saltaban en sus nidos agrestes
y
de los eucaliptos de la huerta llegaban
balanceos
mezclados con luces de poniente.
Y
sonidos de esquilas de las vacas aquellas
que
ordeñaba Melchor, y era famosa leche;
los
perros, sus ladridos a la luna, los rezos
de
las Horas de frailes en clausura celeste.
Apagones
de entonces, cuando la anochecida
y
las mariposillas con sus llamitas débiles.
La
radio con sus partes nacionales, sus himnos.
Los
ahogados de aquel siniestro Guadalete...
Mimado
se halla el pueblo como un viejo candray
por
el agua a sus plantas que lo lame y lo muerde
con
colmillos de espuma, como en una hornacina
todo
él, que a su Virgen venera y enaltece.
He
vuelto a ver el mar que tenía perdido
y
estaba en el envés de un olvido indeleble.
Yo
lo veo en riberas aprendices de agua
y
saltar en la playa y amansarse en el muelle.
Pero
nombrar el mar es acunar su canto
en
los labios llovidos de gaviotas, rebenques,
almadrabas,
salinas, alfolíes, faluchos,
palangres,
tajamares, bajíos y rompientes.
Y
ella, Virgen del Carmen, pone su escapulario
sobre
los oleajes, lo mismo que un detente,
tempestades
amaina, porque por estos lares
el
mar es hijo suyo y, en calma, la obedece.
A
la espalda del pueblo suena el mar como un niño
que
le pide a su madre, la Virgen,
que lo bese
y
Ella le pone el manto cuando su piel se inquieta
y
ya da en plenilunio o en bonanza celeste.
Recorro
los lugares que mis pasos dejaron:
barrio,
hervor de murmullos; patio, almacén de enseres.
Pero
la pesca. pobre como ayer, sobrevive.
Un
olor de otros tiempos mi corazón conmueve.
Hombres
que hablan del mar, les corre por la sangre,
y
en los ojos, ahítos de marea, les duele.
Por
ellos brama el mar; los llama desde lejos;
se
aparece en sus sueños con milagros de peces.
Estos
hombres han visto desnudarse la aurora
y
enlutarse el ocaso tras olas y vaivenes;
y
en el muelle, en el bar, con un vaso de vino,
la
lluvia sobre el agua caer como alfileres.
Vuelvo,
y gracias a todo lo que veo, el pasado,
redoble
de recuerdos, se anima y reverdece.
Recupero
mi ser, como quien con su estima
perdida
y olvidada de pronto se aviniese.
Acaricio
este océano, a mis pies, blanda ardilla,
y
doy gracias al cielo, altar digno que es siempre.
Pueblo,
mar, gente, Virgen son míos como antaño,
porque
lo que se ha amado, nunca, nunca se pierde.
PREMIO
“JUAN ORTIZ DEL BARCO” DEL CÍRCULO DE ARTES Y OFICIOS
DE
SAN FERNANDO, 1996, editado en el boletín del Círculo
y
en Erytheia o versos de circunstancias
elegidas (2000)
LA ISLA QUE
SE NOS FUE...
A José Quintero González
La Isla que se nos fue
y
que está en nuestro recuerdo,
es
la Isla que
llevamos
como
una seña por dentro
de
lo que fuimos entonces
y
hemos perdido en el tiempo
como
si voces y sitios
nos
llamaran desde lejos...
La Isla
que se nos fue
somos
nosotros, aquellos
que
cruzábamos sus calles,
y
momento tras momento
la
sentíamos tan cerca,
que
no se echaba de menos,
y
entre alegrías y penas
la
amábamos sin saberlo.
Esa
Isla aún está viva
aunque
no os parezca cierto,
porque
hay gente que la lleva
en
el rincón más secreto
del
alma, y es que esa Isla
sirve
al alma de alimento
y
jamás se olvidará
mientras
vivan estos versos.
Erytheia
o versos de circunstancias elegidas (2000)
CRÍTICA DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
La obra “La Isla Rediviva” de Juan Rafael Mena
es un intenso ejercicio de memoria literaria, donde se reconstruye la
vida cotidiana de San Fernando (Cádiz) a través de una poesía profundamente nostálgica,
costumbrista y popular. A continuación, se analizan temas y recursos
estilísticos predominantes, así como el modo en que se manifiesta el
alma popular:
📌 Crítica
Temática
Los temas centrales se pueden agrupar así:
1. Memoria
y evocación del pasado:
o El
autor reconstruye escenas del pasado con una mirada nostálgica y amorosa. San
Fernando aparece como un lugar mítico, detenido en el tiempo.
o Textos
como “Domingos de la niñez”, “Reflexión del que regresa” o “La
Isla que se nos fue” muestran una recuperación emocional del entorno y de
sus habitantes.
2. Vida
cotidiana popular:
o Abundan
referencias a bares, güichis, barberías, pregoneros, fiestas, comidas típicas,
costumbres religiosas, etc. El alma del pueblo se respira en cada verso.
o El
lenguaje es cercano, plagado de expresiones coloquiales y referencias
concretas, como en “Visitar los sagrarios” o “Canasto bajo el brazo y
la colilla”.
3. Crónica
social:
o La
posguerra, la pobreza, el hambre, el estraperlo o la represión franquista están
presentes con sutileza y humanidad.
o Se
retratan oficios humildes, marginaciones (como los mariquitas o la muchacha
embarazada), pero con respeto, sin sensacionalismo.
4. Religiosidad
popular:
o Aparecen
la Virgen del Carmen, procesiones, saetas, rezos… pero siempre dentro de un
marco emocional, devocional, sin dogmatismo.
✒️
Recursos Estilísticos
1. Estilo
híbrido: prosa lírica y poesía clásica:
o Alterna
poemas sonetiles con prosa poética. La riqueza expresiva de ambos registros
embellece el recuerdo.
o Ej.:
sonetos como “Templa la voz con vino...” muestran maestría formal; en prosa,
textos como “Barrio de la infancia” o “Domingos de la niñez”
tienen cadencia y ritmo lírico.
o
2. Léxico
popular y regionalismo:
o Empleo
de andalucismos, modismos y frases hechas como “güichi”, “cantiñea”, “bar de
Gabino”, “el ditero”, etc., que autentifican la voz del pueblo.
3. Enumeración
y acumulación:
o Técnica
frecuente para recrear la vida bulliciosa del pueblo: comidas, lugares,
personajes, sonidos, olores. Crea una atmósfera densa y sensorial.
o Ej.:
“Los carteles de toros, el botijo, Manolete...”, “los cromos, el tocadé, los
caramelos, los altramuces...”
4. Contraste
temporal:
o Se
contrapone el ayer luminoso al presente desdibujado. La memoria se presenta más
viva que el tiempo actual.
o Ej.:
“Hoy que el tiempo ha volado...”, “esa Isla aún está viva...”
5. Simbolismo
natural y urbano:
o Elementos
como el mar, el levante, la salina, los geranios, el tranvía, los patios, las
cigüeñas… se convierten en símbolos de identidad.
❤️
El alma popular
Juan Rafael Mena logra captar con autenticidad el espíritu
del pueblo:
- El
habla popular se respeta y dignifica.
- El
dolor y la alegría de la gente sencilla están
tratados con empatía, sin condescendencia ni caricatura.
- La
obra es una antología sentimental de un mundo que desaparece, y al
mismo tiempo, un acto de resistencia contra el olvido.
📝
En resumen
Aspecto
|
Evaluación
|
Temas
|
Identidad,
memoria, vida popular, religiosidad
|
Tono
|
Nostálgico,
evocador, lírico
|
Estilo
|
Alternancia
entre poesía clásica y prosa poética, con riqueza léxica
|
Alma
popular
|
Reflejo
auténtico, sin estereotipos; reconocimiento a la gente sencilla
|
Í N D I C E DEL LIBRO QUE SE EDITÓ EN PAPEL
ESQUINA DEL GORDO, ESQUINA... 6
VISITAR LOS “SAGRARIOS” 7
EN LOS PRETILES EL VERDIN HUMEA… 8
TEMPLA
LA VOZ CON
VINO Y CARRASPEA... 9
AQUEL
NIÑO MIRABA LOS CARTELES... 10
DOMINGOS DE LA NIÑEZ 11
BARRIO DE LA INFANCIA 12
ANÉCDOTAS EN EL PATIO DE LA CARNICERÍA 13
EVOCACIÓN 14
A UN CANDRAY A MEDIO CUBRIR… 15
CANASTO BAJO EL BRAZO Y LA COLILLA... 16
DOS RECUERDOS DE UN VERANO… 17
HACIA LA ALBERCA DE LUISA 18
LOS BILLARES. SUBIR LA CUESTECILLA 19
EN UN
RINCÓN DEL MOSTRADOR ESCRIBE... 20
SÁBADO POR LA TARDE. SE ENCAMINA... 21
REFLEXIÓN DEL QUE REGRESA 22
LA ISLA QUE SE NOS FUE 23