Hoy,
que nos hace falta el agua más que nunca por las razones higiénicas que todos
conocemos frente a la pandemia, presumo que los poetas y escritores no le han
dado importancia literaria al agua.
A
decir verdad, no conozco textos en los que el agua sea protagonista única del
poema o de la página narrativa. Recuerdo ahora uno de Amado Nervo donde el
poeta habla de la Hermana Agua, y poco más, como por ejemplo, de soslayo Neruda, Gabriela Mistra o García Lorca.
Una
tarde de verano sentí la necesidad de beber agua fresca de una cantarilla o
búcaro y fue entonces cuando me di cuenta de la importancia que tiene ese
elemento en nuestra vida. Escribí un soneto que fue publicado en la algecireña
revista de poesía “Bahía”, creo que allá por el año 1969. Fue la fruición la
que me llevó a esa escritura momentánea, como si fuese un agradecimiento. Los
humanos no somos agradecidos con lo que nos sirve y usamos a diario, quizás
porque contamos con ello y sabemos que no nos va a faltar. Una vez leído en la
revista, lo pasé a un libro que edité en 2000, titulado Erytheia o poesía de circunstancias elegidas.
Cuando
resbalas dulce y cadenciosa
por
mi boca, apacible a tu venida,
me
despiertas la sed y se me olvida
el
interés que he puesto en otra cosa.
Con
cuánta sed mi lengua se desposa
contigo
y con deseo te convida
a
estar en ella y evitar la huida
hacia la sed que te reclama ansiosa.
Dios
te hizo callada y transparente
y
has venido buscando la manera
de
cumplir tu misión calladamente.
Mas
no serías agua si no fuera
porque
al cruzar mi codicioso puente
tu
murmullo en mi tierra se perdiera.
Hoy, además de apagar la sed y otros
menesteres, la necesitamos para tener continuamente las manos muy limpias
huyendo de la temida infección del coronavirus o cuernovirus al que se lo mete
en su cuerpo.
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