Hay varias tendencias poéticas hoy en la poesía española. Nunca la poesía fue tan variada y al gusto de quien la lee y también del que la escribe.
La primera dirección la tenemos en el surrealismo, heredero de las vanguardias
y también del 27, en concreto Aleixandre, Lorca y Alberti. Gerardo Diego
escribió en su primera etapa poemas de corte ultraísta y creacionista, aspectos
asimismo deudores de las antedichas vanguardias. Ese movimiento continuó vivo
en el Postismo, en concreto en la poesía de Carlos Edmundo de Ory, unida a un
tiento dadá. Hoy la ha representado Miguel Ángel Ullán.
Una segunda orientación la vemos en la poesía clacisista, en la que los temas del mundo grecolatino adquieren actualidad. Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca y Jaime Siles son más asiduos valedores. Una tercera vía la encontramos en la poesía culturalista de Antonio Colinas, entre otros poetas. Un cuarto camino lo podríamos denominar poesía neobarroca y es el andaluz Antonio Carvajal su más reconocido cultivador. Finalmente, un quinto sendero poético lo tenemos en el llamado Venecianismo, que es tal vez el sesgo más caracterizador del Movimiento de los denominados Novísimos. Es Pere Gimferrer, catalán, a quien se asocia indiscutiblemente con él.
Sin embargo, sería incompleta esta relación si nos olvidásemos de un quehacer poético que, como el río Guadiana, resurge después de las contaminaciones de la Poesía social y se le reconoce entonces como la Poesía de la Experiencia. A este relativo resurgimiento va asociado el llamado Formalismo, o sea la vuelta a las formas métricas tradicionales, que la irrupción de los anteriores poetas reseñados bajo el común denominador de los Novísimos, habían explosionado en nombre de la libertad por el culto a la palabra sin encorsetamientos, grito de emancipación que ya dieron, como hemos visto más arriba, las vanguardias, con ellas el 27 y, ya entrados en los cuarenta, el cordobés Grupo Cántico.
Actualmente los cruces de las tendencias es lo más frecuente, de manera que todos o casi todos los poetas componen sus tapices poemáticos con hilos de distintos colores y motivos de innegable sincretismo. La recurrencia historicista, el capricho de la distribución formal a gusto de cada uno, la violación de la morfosintaxis, así como la amalgama de la propia experiencia con evocaciones culturalistas es moneda de curso legal en la poesía española e hispanoamericana, sin olvidar la influencia de poetas europeos y norteamericanos (menos éstos que aquéllos). A pesar de estas pistas, tal vez no estemos aún preparados para dar una feliz caza y posterior clasificación a la revuelta fauna poética que se desliza variopinta por la selva de tantísimos libros de poesía como se publican hoy en España.
Estamos asistiendo a la agonía del romanticismo, que propugnó la libertad absoluta del artista. He dicho agonía en el doble sentido la palabra: como la entendió Unamuno, de lucha -lucha también de los poetas entre sí como una consecuencia de la búsqueda desesperada de la genialidad, de lo nuevo, lo único, lo arrasador, lo increíble y más difícil todavía-, y en el sentido de decadencia, de estertor y de muerte anunciada. Y es porque los poetas han perdido de vista "el tema", como si no tuvieran nada que decir ya y todo lo confiaran al impacto de la palabra sorprendente y funambulesca. Tema, queriendo tocar lo esencial, que no se ha perdido en otros poetas que se consideran como incardinados en la llamada Generación del lenguaje como Ängel García López, Manuel Ríos Ruiz y Antonio Hernández, por poner ejemplos.
Poetas todos ellos valiosos, pero confiemos en que algún día surjan poetas que nos traigan un mensaje "sustancial", de acuerdo con la condición humana y una forma rigurosamen te poemática, o bien, como quería Nietzsche, que nos trasmitan el sentido trágico de la vida y el arte como expresión, sensibilidad de la que hoy estamos todavía lejanos.
De ARENA Y CAL, Revista literaria, cultural divulgativa, número 122
Una segunda orientación la vemos en la poesía clacisista, en la que los temas del mundo grecolatino adquieren actualidad. Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca y Jaime Siles son más asiduos valedores. Una tercera vía la encontramos en la poesía culturalista de Antonio Colinas, entre otros poetas. Un cuarto camino lo podríamos denominar poesía neobarroca y es el andaluz Antonio Carvajal su más reconocido cultivador. Finalmente, un quinto sendero poético lo tenemos en el llamado Venecianismo, que es tal vez el sesgo más caracterizador del Movimiento de los denominados Novísimos. Es Pere Gimferrer, catalán, a quien se asocia indiscutiblemente con él.
Sin embargo, sería incompleta esta relación si nos olvidásemos de un quehacer poético que, como el río Guadiana, resurge después de las contaminaciones de la Poesía social y se le reconoce entonces como la Poesía de la Experiencia. A este relativo resurgimiento va asociado el llamado Formalismo, o sea la vuelta a las formas métricas tradicionales, que la irrupción de los anteriores poetas reseñados bajo el común denominador de los Novísimos, habían explosionado en nombre de la libertad por el culto a la palabra sin encorsetamientos, grito de emancipación que ya dieron, como hemos visto más arriba, las vanguardias, con ellas el 27 y, ya entrados en los cuarenta, el cordobés Grupo Cántico.
Actualmente los cruces de las tendencias es lo más frecuente, de manera que todos o casi todos los poetas componen sus tapices poemáticos con hilos de distintos colores y motivos de innegable sincretismo. La recurrencia historicista, el capricho de la distribución formal a gusto de cada uno, la violación de la morfosintaxis, así como la amalgama de la propia experiencia con evocaciones culturalistas es moneda de curso legal en la poesía española e hispanoamericana, sin olvidar la influencia de poetas europeos y norteamericanos (menos éstos que aquéllos). A pesar de estas pistas, tal vez no estemos aún preparados para dar una feliz caza y posterior clasificación a la revuelta fauna poética que se desliza variopinta por la selva de tantísimos libros de poesía como se publican hoy en España.
Estamos asistiendo a la agonía del romanticismo, que propugnó la libertad absoluta del artista. He dicho agonía en el doble sentido la palabra: como la entendió Unamuno, de lucha -lucha también de los poetas entre sí como una consecuencia de la búsqueda desesperada de la genialidad, de lo nuevo, lo único, lo arrasador, lo increíble y más difícil todavía-, y en el sentido de decadencia, de estertor y de muerte anunciada. Y es porque los poetas han perdido de vista "el tema", como si no tuvieran nada que decir ya y todo lo confiaran al impacto de la palabra sorprendente y funambulesca. Tema, queriendo tocar lo esencial, que no se ha perdido en otros poetas que se consideran como incardinados en la llamada Generación del lenguaje como Ängel García López, Manuel Ríos Ruiz y Antonio Hernández, por poner ejemplos.
Poetas todos ellos valiosos, pero confiemos en que algún día surjan poetas que nos traigan un mensaje "sustancial", de acuerdo con la condición humana y una forma rigurosamen te poemática, o bien, como quería Nietzsche, que nos trasmitan el sentido trágico de la vida y el arte como expresión, sensibilidad de la que hoy estamos todavía lejanos.
De ARENA Y CAL, Revista literaria, cultural divulgativa, número 122
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