Es cierto que el título es ambicioso y requeriría un estudio, además de profundo como el epígrafe denota, un recorrido por obras que pudieran justificar tal empresa.
Sin embargo, en contra de una enumeración exhaustiva de autores y obras, investigación que no llevaré a cabo, lo que sí quiero destacar como núcleo del artículo es cómo ha habido escritores que han volcado, digámoslo coloquialmente, su experiencia dolorosa de la vida, independientemente de que otros o ellos mismos en otras obras propias hayan optado por una línea esteticista o simplemente social.
Entrado en los umbrales de la poesía, ya en una edad que invocaba la madurez de ideas y expresiones, tuve en cuenta aquella frase de Nietzsche: “De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu”.
Podríamos rastrear muchos versos de esa naturaleza en los autores que escriben en lengua castellana. Se ha optado por resaltar para ese menester unos versos que son testimoniales de ese carácter que puede definir un auténtico temperamento lírico; lirismo que es exponente de una poesía con valor universal. Elegiremos unos cuantos ejemplos para ilustrar este concepto. Para ello partiremos, en principio, desde el romanticismo, movimiento literario que se prestaba al arranque de esa cualidad que hemos considerado como espécimen de una sensibilidad que sobrepasa los niveles convencionales del subgénero poético.
A pesar de que haya sido denostado por poetas contemporáneos, José de Espronceda, que, fallecido a los 34 años no tuvo tiempo de limar algunos poemas, expresó en el Canto a Teresa sentimientos (tal vez de culpa en ocasiones, ya que después del rapto que hizo de ella en París cambió la vida de la joven) de dolor (“¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías…”), que no es fingido para seguir la moda literaria exaltada de su tiempo. Todo el Canto está vertebrado en lo que a mí me parece un arrepentimiento del poeta extremeño aunque en ese mismo Canto se cite el extravío de la amada como dando pie al tono elegíaco que él le dedica. Hay, pues, en ese poema un sentir trágico que pudo trastornar durante un tiempo la conciencia del poeta, incluso a punto de casarse con Bernarda del Beruete, ya muerta Teresa hacía para tres años
Otra cala la hacemos en Bécquer. El poeta sevillano vivió momentos de angustia en el Madrid al que él se lanzó a conquistar, si se puede decir esto, en 1954 junto a su hermano Valeriano. Rimas que comienzan como siguen: (“Llegó la noche y no encontré un asilo…”). ("¿Adónde voy? El más sombrío y triste…”). (“Cuando me lo contaron sentí el frío…”.). (“Olas gigantes que os rompéis bramando…).
Creo que esta rima es la más lírica de todas puesto que su final no puede ser más doloroso. ( “¡Por piedad tengo miedo de quedarme/ con mi dolor a solas!”).
Otra parada la podemos hacer en el poema de Rubén Darío “Lo fatal”, con un remate estremecedor: “¡Y no saber adónde vamos/ni de dónde venimos!”).
Vayamos ahora a Federico García Lorca con aquel verso de Poeta en Nueva York, en concreto del poema “Oda a Walt Whitman”: (”Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”). ¡Menuda tragedia llevaba por dentro el poeta granadino como para escribir este verso tan conmovedor!
Miguel Hernández es autor de estos versos que tienen sonido a catástrofe interior, y no fueron los únicos que escribió el poeta oriolano: (“No sé por qué, no sé por qué ni cómo/ me perdono la vida cada día”).
Se podrían citar más ejemplos que rozan el sentir profundo e irremediable, que es lo que se persigue aquí, como por ejemplo el final del soneto que Lope de Vega dedica a Marta de Nevares, ya fallecida, su último amor, loca y ciega: (“…que ya no tienen lágrimas mis ojos/(ni conceptos de amor mi pensamiento”.) O bien aquello de Quevedo: (“…y no hallé cosa en que poner los ojos/que no fuese memoria de las muerte”.)
¿Cómo olvidarnos de Góngora y de aquella joven que le llora a su madre por la ida a la guerra del hombre con quien ha poco se había desposado:
Dulce madre mía,
¿Quién no llorará,
Aunque tenga el pecho
Como un pedernal,
Y no dará voces
Viendo marchitar
Los más verdes años
De mi mocedad?
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Hemos querido concluir con este fragmento de hondura del alma el modesto trabajo de buscar unos versos que den ejemplo a esa idea de la poesía lírica más allá de sus registros anecdóticos.
PLéYADE, revista del Grupo Río Arillo de Letras y Artes, número 10
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