Este artículo tiene como finalidad establecer una raya como de frontera para la diferencia entre una poesía y otra.
Desde la Grecia clásica hasta nuestros días ciertos lectores han tenido no pocos prejuicios de cara a la poesía que rompe las lindes de la poesía amorosa y ofrece sin ni siquiera imágenes ni rodeos una visión bastante subida del erotismo, cuando en verdad lo que atrae de la poesía con sexo es su insinuación más que el hecho de explayar con expresiones violentas, incluso rozando la grosería, una experiencia amorosa exclusivamente corpórea; o sea: más fisiología que arte. Se admira el poema erótico que entraña dificultad en su descripción frente al poema que dispara con toda la artillería verbal del diccionario. Y a esto quería llegar, a la técnica literaria para seducir a los lectores exigentes con sugerencias, valiéndose el autor de las figuras retóricas, que para eso están en el depósito de la tradición cultural desde Grecia hasta nuestros días. Es fácil suscitar una adhesión entusiasta con recursos pobres; lo difícil es dar a entender y ganarse el interés de los que leen dando muestra de que en la escritura se puede expresar una historia amorosa con un ingrediente de pasión que sazona esa página atípica y está lejos de un amor convencional y reaccionario.
Una cosa es la poesía del Diccionario secreto de Camilo José Cela y otra la que se escribe al borde incluso de ese lenguaje exaltado y fuertemente gráfico. Tenemos, pues, esos diversos ejemplos en nuestra literatura y que son valientes unos y prudentes otros.
Sin embargo, he dejar bien claro que no estoy en contra de una poesía declaradamente pornográfica, más aún si se emplean imágenes poéticas las cuales pueden revestir los textos de mérito lingüístico, que es como decir logro artístico, aunque casi siempre se cae en lo fácil y vulgar. En este caso de los sonetos del autor él ha confiado su intención al registro de la poesía social de los cincuenta y sesenta olvidándose para ello de aquel verso de Góngora contra Lope de Vega: "Con razón vega por lo siempre llana".
En los tiempos que vivimos la libertad tiene las puertas abiertas de sus iniciativas. Lo que yo quiero constatar aquí es que mi libro Erothya o sonetos del amor desnudo (Editorial Dalya 2019), que fue bien comprendido por lectoras y lectoras de mi entorno, ha sido considerado como un intento logrado de escribir una poesía en la que el amor de calado profundo está latente en la condición humana y que al hacerse patente lo mismo puede ser oda que elegía. El autor ha tenido en cuenta los impulsos y las consecuencias del imperativo sexual sin que esas observaciones conlleven un gramo de moralina sino más bien de comprensión de lo que es humano a veces no confesable. Lo importante es el rodeo y la reflexión sobre el comportamiento de la gente dentro y fuera de su conciencia.
Creer que en la pasión sexual todo es admisible y bello puede llevar a la página provoca la conclusión contraria: o sea, que los límites han de tener un protagonismo de agradecer. De esta manera, el amor sigue su navegación apacible por el océano de sensaciones que despierta la vida desde el corazón a los cuerpos. Equilibrio que quienes leen dan como bueno. Volvamos a Erothya o sonetos del amor desnudo.
Veamos lo que dicen una narradora y un poeta en sus respectivas críticas.
“El lector no encontrará en el libro nada que suenen a vulgar. Sí se puede ver un cierto desafío, ya lo es el atreverse a escribir sobre estos temas, pero es que la literatura y el arte deben tener un componente que provoque, que remueva las conciencias, que, en definitiva, nos haga reflexionar”.
Ramón Luque Sánchez.
“Sin tener que mirar dentro, sin apenas forzar la memoria, los rescata convirtiéndolos en un punto de melancolía, una pausa de catorce versos, un silencio por el que vuela la crítica social. Es la mística, lo callado, lo que se muestra por medio de lo que se dice o se columbra.
Erothya es un poemario que desnuda el amor mostrando el valor, la belleza y el dolor que provoca este sentimiento intenso y vital para los mortales. Enhorabuena, Juan”.
Adelaida Bordés Benítez
Desde la Grecia clásica hasta nuestros días ciertos lectores han tenido no pocos prejuicios de cara a la poesía que rompe las lindes de la poesía amorosa y ofrece sin ni siquiera imágenes ni rodeos una visión bastante subida del erotismo, cuando en verdad lo que atrae de la poesía con sexo es su insinuación más que el hecho de explayar con expresiones violentas, incluso rozando la grosería, una experiencia amorosa exclusivamente corpórea; o sea: más fisiología que arte. Se admira el poema erótico que entraña dificultad en su descripción frente al poema que dispara con toda la artillería verbal del diccionario. Y a esto quería llegar, a la técnica literaria para seducir a los lectores exigentes con sugerencias, valiéndose el autor de las figuras retóricas, que para eso están en el depósito de la tradición cultural desde Grecia hasta nuestros días. Es fácil suscitar una adhesión entusiasta con recursos pobres; lo difícil es dar a entender y ganarse el interés de los que leen dando muestra de que en la escritura se puede expresar una historia amorosa con un ingrediente de pasión que sazona esa página atípica y está lejos de un amor convencional y reaccionario.
Una cosa es la poesía del Diccionario secreto de Camilo José Cela y otra la que se escribe al borde incluso de ese lenguaje exaltado y fuertemente gráfico. Tenemos, pues, esos diversos ejemplos en nuestra literatura y que son valientes unos y prudentes otros.
Sin embargo, he dejar bien claro que no estoy en contra de una poesía declaradamente pornográfica, más aún si se emplean imágenes poéticas las cuales pueden revestir los textos de mérito lingüístico, que es como decir logro artístico, aunque casi siempre se cae en lo fácil y vulgar. En este caso de los sonetos del autor él ha confiado su intención al registro de la poesía social de los cincuenta y sesenta olvidándose para ello de aquel verso de Góngora contra Lope de Vega: "Con razón vega por lo siempre llana".
En los tiempos que vivimos la libertad tiene las puertas abiertas de sus iniciativas. Lo que yo quiero constatar aquí es que mi libro Erothya o sonetos del amor desnudo (Editorial Dalya 2019), que fue bien comprendido por lectoras y lectoras de mi entorno, ha sido considerado como un intento logrado de escribir una poesía en la que el amor de calado profundo está latente en la condición humana y que al hacerse patente lo mismo puede ser oda que elegía. El autor ha tenido en cuenta los impulsos y las consecuencias del imperativo sexual sin que esas observaciones conlleven un gramo de moralina sino más bien de comprensión de lo que es humano a veces no confesable. Lo importante es el rodeo y la reflexión sobre el comportamiento de la gente dentro y fuera de su conciencia.
Creer que en la pasión sexual todo es admisible y bello puede llevar a la página provoca la conclusión contraria: o sea, que los límites han de tener un protagonismo de agradecer. De esta manera, el amor sigue su navegación apacible por el océano de sensaciones que despierta la vida desde el corazón a los cuerpos. Equilibrio que quienes leen dan como bueno. Volvamos a Erothya o sonetos del amor desnudo.
Veamos lo que dicen una narradora y un poeta en sus respectivas críticas.
“El lector no encontrará en el libro nada que suenen a vulgar. Sí se puede ver un cierto desafío, ya lo es el atreverse a escribir sobre estos temas, pero es que la literatura y el arte deben tener un componente que provoque, que remueva las conciencias, que, en definitiva, nos haga reflexionar”.
Ramón Luque Sánchez.
“Sin tener que mirar dentro, sin apenas forzar la memoria, los rescata convirtiéndolos en un punto de melancolía, una pausa de catorce versos, un silencio por el que vuela la crítica social. Es la mística, lo callado, lo que se muestra por medio de lo que se dice o se columbra.
Erothya es un poemario que desnuda el amor mostrando el valor, la belleza y el dolor que provoca este sentimiento intenso y vital para los mortales. Enhorabuena, Juan”.
Adelaida Bordés Benítez
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