martes, 30 de marzo de 2021

MÁS AMBICIÓN QUE TALENTO

 


Cuando se empieza a escribir, también se comienza a incubar en el embarazo feliz del entusiasmo anhelos de notoriedad, pero nadie se para a tener en cuenta si nuestro talento sobrepasa las ambiciones que se van acumulando en el sueño del escribidor.

La fantasía es dueña absoluta de nuestras posibilidades. Nuestra voluntad se vuelve esclava de ella. Se inicia una suerte de recónditos recelos con respecto al reconocimiento y encomio de los otros que escriben. “Lo mío es lo más importante, lo que debería llamar la atención de todo el mundo”. “¿Cómo es que la gente no se percata de que soy, si no el mejor,  sí uno de los mejores?”.  Así razona para sus velados adentros el jovencísimo aspirante a escritor, semilla de futura consagración, promesa de premios que juegan a la cucaña de la celebridad en los venerables medios de comunicación, en cuya voz y pantalla el espaldarazo tiene un nombre que resplandece, que destella de brillo cegador. Ese semillero de ilusiones que empieza a acumular el joven escritor, preparado para su lanzamiento de sputnik en el firmamento privilegiado de las letras bellas, es tal vez un silo de desencuentros amargos con la realidad cuyas severas manos desnudan las vocaciones de su ropaje ilusorio.

El tiempo se encarga, no los críticos al uso, de poner, a la larga, las cosas en el sitio que les corresponden. Son los lectores de a pie que recorren las ferias del libro los que un día descubren obras que en su día no tuvieron un alza con énfasis en la bolsa de la fama de las revistas especializadas al lado de otras que se han estancado en una valoración excesiva por obra y gracia de reseñistas  amigos o estudiosos miméticos de otras críticas.

Lo primero que hay que decirle a un joven deseoso de ser escritor es que sepa poner la pica en el Flandes que le es adecuado según sus facultades, sin más ambición que ser auténtico, conforme a su pequeño o mediano genio, y sin más premio que su propia satisfacción, espejo donde se mire para felicitarse por su prudencia y por sus logros a la medida de sus aptitudes. Lo demás, es echarse a perder el viaje de novios con la recién desposada literatura.  

 


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