Silenciar la calidad de un escritor, pintor, músico, escultor, artesano y más etcétera de la expresión humana como arte, es inútil. Yo animaría a más de un poeta o escritor —tratándose en este blog de esa temática— a que no desfallezca de inanición de aliento cuando los colegas de la escritura silencien sus logros literarios.
Es, desgraciadamente, lo más común entre escritores y poetas para vergüenza de ellos de cara a los ciudadanos que leen y admiran, aunque sea a distancia, lo que se escribe y se comenta en reseñas de diarios o revistas especializadas o en circunstanciales conversaciones a flor de calle.
Se exalta aquello que conviene. ya sea por provecho propio, ya sea porque con el elogio a uno se le hace daño a ese otro al que interesa hundir.
La gente que está por fuera de la república de las letras intelectuales no tiene idea de ese drama desolador que padecen algunos escritores y poetas a causa del silencio de quienes deberían reconocer sus méritos. El silencio es un arma terrible y destructora, más todavía que una crítica desafortunada como ocurrió en el Madrid literario del siglo XVII cuando Cervantes, Góngora, Lope de Vega, Quevedo y los redactores de la Spongia contra el Fénix, establecieron en círculos y poemas de mano en mano sus frentes bélicos de insultos, ellos que deberían dar ejemplo de humanismo, desalentaban a los madrileños que esperaban una camaradería noble e intercolaboradora en actuaciones públicas.
Para los ciudadanos de a pie no pasa desapercibida la vanidad de muchos que escriben, más aún si su “obra” se desarrolla en una ciudad pequeña; más aún si son columnistas de periódico y tienen en sus manos la posibilidad de exaltar a unos y omitir a otros.
Y es que el silencio pétreo es una losa que quiere sepultar en la fosa del olvido al escritor o poeta que molesta; pero, tarde o temprano, otros que vienen detrás, libres de prejuicios y sin vinculación competitiva, valorarán la obra del que se silencia cruelmente. Oigamos lo que dice el autor francés Maurice Magre: «El silencio es el arma más poderosa del MAL...».
Para acabar, repito el título de este brevísimo artículo: No se le puede poner puertas al mar. Llegará el día en que las olas de la verdad, la verdad de la calidad aplastante, desbordará las rocas de los silencios malditos de los colegas mediocres y temblorosos de miedo a ser eclipsados bajo la sombra fría de la inevitable obsesión.
Es, desgraciadamente, lo más común entre escritores y poetas para vergüenza de ellos de cara a los ciudadanos que leen y admiran, aunque sea a distancia, lo que se escribe y se comenta en reseñas de diarios o revistas especializadas o en circunstanciales conversaciones a flor de calle.
Se exalta aquello que conviene. ya sea por provecho propio, ya sea porque con el elogio a uno se le hace daño a ese otro al que interesa hundir.
La gente que está por fuera de la república de las letras intelectuales no tiene idea de ese drama desolador que padecen algunos escritores y poetas a causa del silencio de quienes deberían reconocer sus méritos. El silencio es un arma terrible y destructora, más todavía que una crítica desafortunada como ocurrió en el Madrid literario del siglo XVII cuando Cervantes, Góngora, Lope de Vega, Quevedo y los redactores de la Spongia contra el Fénix, establecieron en círculos y poemas de mano en mano sus frentes bélicos de insultos, ellos que deberían dar ejemplo de humanismo, desalentaban a los madrileños que esperaban una camaradería noble e intercolaboradora en actuaciones públicas.
Para los ciudadanos de a pie no pasa desapercibida la vanidad de muchos que escriben, más aún si su “obra” se desarrolla en una ciudad pequeña; más aún si son columnistas de periódico y tienen en sus manos la posibilidad de exaltar a unos y omitir a otros.
Y es que el silencio pétreo es una losa que quiere sepultar en la fosa del olvido al escritor o poeta que molesta; pero, tarde o temprano, otros que vienen detrás, libres de prejuicios y sin vinculación competitiva, valorarán la obra del que se silencia cruelmente. Oigamos lo que dice el autor francés Maurice Magre: «El silencio es el arma más poderosa del MAL...».
Para acabar, repito el título de este brevísimo artículo: No se le puede poner puertas al mar. Llegará el día en que las olas de la verdad, la verdad de la calidad aplastante, desbordará las rocas de los silencios malditos de los colegas mediocres y temblorosos de miedo a ser eclipsados bajo la sombra fría de la inevitable obsesión.
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