domingo, 18 de abril de 2021

LOS PROYECTOS Y LA FELICIDAD

 Hay quienes se pasan la vida diseñando proyectos para unos logros tanto a corto como a largo plazo; cuida sus relaciones con los demás individuos que los rodean y con los que cuenta para posibles realizaciones. Ello crea un poco de angustia y obsesión por los temores que conllevan ese periplo de navegación por las circunstancias de su entorno de influencias. Es obvio que traslado estos planteamientos a la equívoca vida de la Literatura.


Hay escritores y poetas que se pasan la vida intentando afinar la diana de sus anhelos buscando ese blanco que les garantice el éxito. Vivir para ellos y ellas significa triunfar, ser muy tenido en cuenta en críticas y reconocimientos que mantengan encendida la llama de su desvelo celebrador. Y me pregunto, ¿merece la pena estar en guardia en el torreón de nuestras ilusiones para conseguir que te tengan en cuenta en una antología de amplia tirada donde están los elegidos, o bien en una historia de la literatura que dogmatizan unos señores o señoras que no son, por supuesto, omniscientes?

No se puede vivir, y con esto pongo en alerta a los jóvenes y menos jóvenes que empiezan su navegación por las a veces tormentosas aguas de la gloria de la bella escritura.

¿Escribir para ser víctima de lo que se ha escrito porque no lo tienen en cuenta no siquiera los amigos contertulios, ni en esa misma tertulia en la que están compañeros y compañeras aludiendo a otras obras y nunca se acuerdan de la tuya? Eso no merece, repito, la pena. Hay que aprender a reír, como dice Nietzsche en su Zaratustra. “¡Hombres superiores, aprended a reír!”.

Recordemos que Bécquer buscaba en una rima suya la gloria y acababa preguntándose que dónde estaba la gloria, esa gloria de figurar en conversaciones tertulianas y en antología s de antólogos que van de eruditos y, al final, se constriñen a su capricho o a las iniciativas consultadas de otros.

Lo importante de la vida, jóvenes que buscáis los laureles públicos, es ser feliz sin que esa felicidad dependa de los superenterados y no nos ponga en la cuerda de presos de la, en ocasiones, maligna voluntad de los otros.



Se puede ser feliz escribiendo —ya que estamos en esta palestra de la literatura nacional o provinciana—, un relato o un poema que figure en un blog en el que te recreas como la madre en su hijo y solamente con esa contemplación para andar por casa debes sentirte feliz, llenar tu alma de una dicha moderada y permanente, pues nadie la puede modificar ni segar con su mala hoz literaria. ¿Qué vas a llevarte al más allá? Lo que te enriquece y sacas del filón de tus posibilidades, de tu libre individualidad, nunca, procúralo, influida por los que hoy son amigos y mañana no lo serán.



Acuérdate del sabio pensamiento, yo diría que aforismo, de un gran poeta inglés que se reía de ese brillo del nombre propio en los frontispicios de la acrópolis arbitraria de la fama. Ese poeta buscaba la felicidad no precisamente en las tertulias ni en las antologías ni en las exposiciones de la Feria del Libro de su pueblo. Lord Byron escribió lo siguiente:

“La diferencia entre la gloria real y la ficticia consiste en sobrevivir en la historia o en una historia”.

El escritor y poeta ambiciona sobrevivir en la historia, claro que con mayúscula, pero ha de conformarse con vivir en una historia, la historia suya de cada día en la que él se ha defendido con uñas y dientes su libertad, su sencilla satisfacción, y es la que yo le sugiero aquí. Lo demás, como dice Hamlet, es silencio. Silencio, sí, porque hay escritores y poetas que buscan la felicidad en placeres perniciosos como alcoholismo tabaco, droga, ya que no lo obtienen en sus proyectos.
Vuelvo a la frase del filósofo alemán y a la otra del poeta inglés. Ahora lo demás es saber ser feliz sin que nuestra felicidad dependa de la bondad de otros o del azar que entreteje el lienzo bello y feo de la vida. ¡Ánimo, remadores de la galera de la felicidad!

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