Club de
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De la Revista
SPECULUM
Libro: Testigo de la
vida, el amor y la muerte
Autor: Juan Rafael
Mena
Editorial: Punto Rojo
Lugar de edición y
año: Sevilla, 2015.
Por José Antonio
Hernández Guerrero
La lectura sosegada
de las diferentes obras de Juan Rafael Mena nos descubre que, en el fondo de
las exquisitas melodías de sus versos, late un modelo personal de vida humana.
Como ya puso de manifiesto Aristóteles, los valores estéticos se apoyan –se han
de apoyar- en unos sólidos cimientos éticos o, en otras palabras, en una
concepción acorde con la dignidad de la vida humana. Si analizamos en
profundidad el potente virtuosismo de las imágenes de este poeta isleño,
podremos comprobar cómo se alimentan de unos valores que, en última instancia,
constituyen los ingredientes indispensables del bienestar individual, familiar
y social.
En este último libro
titulado Testigo de la vida, el amor y la muerte, en el que el poeta reúne un conjunto de 1500
pensamientos y que, por lo tanto, posee unos contenidos explícitamente
teóricos, éticos y ascéticos, se pone de manifiesto la intensidad poética –la
belleza siempre renovada- con la que Juan Rafael Mena nos explica y trata de
persuadirnos de la necesidad y de la obligación de cultivar las virtudes para
alcanzar una elevada calidad de vida verdaderamente humana: Toda la historia
escrita del hombre es un penoso ensayo para fijar unas verdades y unos valores
que la riada impulsiva de cada generación arrasa en su precipitada sed de
vivir, como un Sísifo, condenado a subir y bajar la escalera del Tiempo (23).
Gracias a su
extraordinaria habilidad para dotar a las ideas de cuerpos, para
proporcionarles volúmenes, formas y colores, mediante el uso de la imagen
visual y el empleo del lenguaje plástico, Juan Rafael Mena logra que el ornato
alcance un singular poder persuasivo capaz de convertirse en un instrumento
decisivo para
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Speculum
animarnos a vivir y a
luchar: Vivir es siempre luchar, pero luchar no es siempre vencer, y vencer no
es siempre sobrevivir (41). Frente a los escritores y a los lectores que no se
atreven a navegar, a nadar ni, mucho menos, a bucear en los libros ni en la
vida, sino que se conforman con practicar el surfing, ese deporte marítimo que
consiste en deslizarse por encima del mar sorteando las crestas de las olas,
Juan Rafael Mena nos impulsa amablemente para que, templando las pasiones, nos
hundamos en esa realidad cotidiana, desconocida y fascinante de la
introspección y para que nos elevemos aplicando la imaginación durante la
contemplación desinteresada del paisaje, del trabajo riguroso, del paseo
relajante, de la conversación familiar y amiga, y estrechando los vínculos de
la solidaridad fraternal. Ésta es la fórmula más eficiente para evitar el
hundimiento mortal: Se salva uno de la vida con un trozo de fantasía que queda
a flote después de todos nuestros fracasos (8).
Como es natural, el
núcleo central de estas recomendaciones está situado en el amor que, alimentado
por la fe, es una fuente abundante e intensa que se constituye en el factor
primario –en la mística- de la vida cotidiana y en el motor de todas las tareas
en las que sentimos que el reloj se detiene y se borran esos límites que tanto
nos bloquean e inquietan: Quien no ama ni cree en nadie es como el que no tiene
puerta a la que llamar cuando llega la noche y empieza a llover (1).
Por eso el poeta nos
advierte que, si queremos evitar el peligro de convertirnos en tecnócratas
infantilizados con los brazos llenos de juguetes -si pretendemos evitar la
deshumanización de los seres humanos y de su mundo humano-, hemos de realizar
un esfuerzo por construir, vivificar y conservar los nexos -precarios y
frágiles- que mantenemos con el resto de los seres vivos y con las cosas
inanimadas; hemos de enriquecer la calidad de nuestra curiosidad, hemos de
ampliar el horizonte de nuestra atención y hemos de estrechar los lazos de
nuestras relaciones humanas. Por todo esto, querido amigo Juan, permíteme que
te muestre 45
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mi gratitud porque
también estoy convencido de que El alma noble y agradecida mira siempreatrás, como si desde el ayer, el beneficio
recibido estuviese todavía gritando: “¡Gracias!” (34).
Testigo de la vida, el amor y la muerte