lunes, 13 de abril de 2020

FRAGMENTO DE VETE A MADRID







Fragmento de VETE A MADRID, novela

Capítulo 1. Un rincón visitado por la musa

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Cuando el poeta en cierne llega a casa de Antonio, que cuenta ya unos cuantos años en la enseñanza, cree estar en un rincón del paraíso libresco. El profesor, viéndolo entre la intriga y el anhelo de paternidad literaria, le dice que se llevase algunos sin prisa para devolvérselos: Los poemas del toro, de Rafael Morales, los Sonetos de la bahía, de José Luis Cano, El rayo que no cesa, de Miguel Hernández, Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío…, son los primeros. Por esa misma fecha, Manuel Zaldívar, tío de Manolín, le ha prestado un grueso tomo con las obras completas de Federico García Lorca y La araña negra, de Vicente Blasco Ibáñez; pero la revista Sissi es la que rapta y retiene galantemente sus ojos primaverales, que empiezan a ser poéticos; ella fue la que hizo brotar del alma del joven el primer manantío oculto de poesía, el primer caño de versos que lavó su mirada de las vulgaridades diarias; rutinas que oxidan la inocencia de los días. Antonio, con su psicología de profesor, mira al joven detenidamente y observa en él una ingenuidad y una sencillez que lo conmueven. 

—Me gusta tu llaneza, muchacho. Me da buen olor la gente llana como tú, y más si esa gente va a dedicarse a escribir —le comenta el profesor con una sonrisa que despliega satisfacción. —Antonio, qué cántico este de San Juan de la Cruz —exclama el joven con actitud estupefacta sobre una página de la obra del poeta carmelita, donde su mirada ha caído como imposible de hacerla levantar. —Sí, es el Cántico espiritual. 

—Me gustaría escribir un cántico como éste, Antonio.


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—Anda, tú eres ya un cántico en primicias, chiquillo, con ese asombro que a mí me da gozo, porque el asombro siempre promete y es semilla de futuro.
«A partir de aquella tarde de sábado, mientras iba de regreso para La Esquina, pasado el callejón de los Palos, al fondo de la calle Real, hacia El Carmen, el campanario del convento, estriado por las rojeces del crepúsculo, me detuvo la mirada y me sentí rebautizado por las aguas puras de ese Cántico, pero, por humildad, lo rebajé a Cántigo, más popular, para no ser igual que el título de la obra del santo y, además, llano, como me definió Antonio. Desde ahora soy Cántigo Llano. Gracias, Antonio, por ese padrinazgo. Desde «A partir de aquella tarde de sábado, mientras iba de regreso para La Esquina, pasado el calle de los Palos, al fondo de la calle Real, hacia El Carmen, el campanario del convento, estriado por las rojeces del crepúsculo, me detuvo la mirada y me sentí rebautizado por las aguas puras de ese Cántico, pero, por humildad, lo rebajé a Cántigo, más popular, para no ser igual que el título de la obra del santo y, además, llano, como me definió Antonio. Desde ahora soy Cántigo Llano. Gracias, Antonio, por ese padrinazgo. Desde ahora soy un otro pegado al de la realidad como un hermano gemelo que lo lleva de lazarillo de sueños por entre los pedruscos y matorrales de la vida de cada día escorándose al dique de sombras del anochecer».

VETE A MADRID, aparecida en marzo de 2020
En la EDITORIAL DALYA


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