sábado, 18 de abril de 2020

UN “CUADRO” DE ANTONIO MACHADO



(Crepúsculo. Tomado de Internet)


Parece que fue Simónides de Queos el primero que dijo: “La pintura es una poesía muda y la poesía, una pintura parlante”. Plutarco lo repite y también Leonardo da Vinci. Podemos considerar con ello que hay palabras que imitan colores cuando acompañan a sustantivos concretos.

Puede ocurrir lo contrario: que haya palabras que reproducen conceptos y adjetivos acompañantes cuya función es la de confirmar el carácter abstracto de esos elementos gramaticales que se dirigen al análisis intelectual con una ausencia voluntaria de colorido. Veamos el primer caso:



Las ascuas de un crepúsculo morado
detrás del negro cipresal humean...
En la glorieta en sombra está la fuente
con su alado y desnudo Amor de piedra,
que sueña mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta.

Soledades. Galerías. Otros poemas (1907)



Podríamos entrar en un análisis léxico-semántico del breve poema con los simbolismos que entrañan ese crepúsculo y la soledad de la glorieta de un pueblo posiblemente; análisis que nos llevaría a una cierta tristeza si traducimos el paisaje a un estado de ánimo, pero prefiero ver en esos versos una estampa, si se puede calificar así, del modernismo más mitigado, donde la famosa belleza de ese movimiento finisecular se recorta aquí en una sucinta visión del crepúsculo —tan caro a los poetas modernistas—, si bien Antonio Machado no llegó a los extremos del sentimiento paisajístico como molde de un cuadro a sus sentimientos amorosos como en Villaespesa, ni al colorismo de Rueda. Tanto su hermano Manuel como el Juan Ramón de su época sensitiva se distanciaron también discretamente de los rasgos que pudieran parecer estridentes.

Se me puede objetar que el soneto “Ocaso” de Manuel Machado puede arrojar una policromía crepuscular fuerte, pero en el soneto acaba pudiendo más el argumento humano que la descripción.



OCASO

Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde... El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.

Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.

Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,
para mi amarga vida fatigada...
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar, y no pensar nada...!



Ars moriendi (1921)



Como se verá, el soneto tiene dos partes muy delimitadas, sin embargo podemos aventurar que los dos cuartetos sirven de guiño al lector para con esa caída y desgarro de la despedida del sol, introducirlo en el aspecto humano de decadencia física y moral.



 (Ocaso.Tomado de Internet)

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