domingo, 18 de octubre de 2020

AFLUENTES DE MI RÍO

 

Cuadro de María Jesús Rodríguez Barberá


Todos los que amamos la escritura hemos tenido autores que nos han influido en el ejercicio de la admirada lectura. Tanto en poesía como en  la prosa, las aguas claras y armoniosas de esos autores nos han inundado incluso y han desbordados las riberas de nuestro interés. Además, en  nuestro río también hemos tenido remansos  en los que logramos beber y saborear esas aguas que calmaron nuestra sed de curiosidad.

En lo que se refiere a la poesía, partiendo de los clásicos, el Siglo de Oro español fue mi primer afluente, después vinieron los románticos, los modernistas, la llamada generación del 27 y los poetas de la posguerra…

Más adelante, después de años escribiendo una poesía más atenta al contenido que a la expresividad, un día tuve la fortuna de conocer El arte como artificio del formalista ruso Vixtor Shklovski y caí en la cuenta de que estaba escribiendo una poesía deudora del pasado en lo que al registro poético me refiero; es decir, un lenguaje redicho aunque refinado y con cierta elevación lírica.

“Los formalistas pensaron que la poesía era una creación lingüística excepcional posibilitada por ciertas formas estructurales”, dice un texto tomado de interné.

Añado una frase lapidaria del poeta francés Leconte de Lisle:

“Sólo hay poesía en el deseo de lo imposible o en el dolor de lo irreparable”.

La metáfora, que fue caballo de batalla del movimiento ultraísta, se me hizo familiar, más aún cuando me familiaricé con varios autores que la proclamaban prioritaria en el texto literario, como por ejemplo, Marcel Proust, además de otros autores clásicos, como Aristóteles.

Decía el novelista francés que la metáfora da una suerte de eternidad al estilo. 

A partir de entonces consideré necesario deconstruir aquellas expresiones  que no me emocionaban ya y opté por crear, porque la realidad de la poesía es la función poética, más que repetir un estilo ya seco por muy interesante que sea lo que se dice.

Repito que los afluentes de mi río han  sido muchos poetas. Después, cuando pisé los umbrales de la narrativa, hallé afortunadamente autores de relatos y novelistas que me ayudaron a intuir los caminos difíciles todavía de mis tímidas incursiones en la prosa; digo tímidas porque es fácil escribir en prosa cuando no se tiene una idea previa de un cierto estilo. Como la poesía me había advertido sobre este procedimiento, hallé en varios autores que cuidaban su expresión literaria otros afluentes de agradecer. También agradecí a la vocación de la escritura darme cuenta de que se escribía desde un mundo interior que se iba haciendo como las fases geológicas; la masa de nuestras ideas, a tenor de las lecturas y de la experiencia, van conformando una geografía propia y desde ella nos situamos para ver los mundos literarios de los demás. Y esos creadores de una prosa rica en imágenes  me fueron haciendo señas  para hermanarme a un estilo que se revestía de esas imágenes aludidas y se desnudaba en otras ocasiones, dependiendo de los temas a tratar. El llamado decoro vino a advertirme de que cada destinatario requería un lenguaje determinado.

Podría citar nombres de quienes me han aportado entusiasmo y magisterio, pero he preferido  dejarlos en el estuche de la gratitud, pues la lista se haría prolija. Tanto escritores españoles como hispanoamericanos han volcado en mi río el agua clara y auroral de sus inolvidables sugerencias.

Quiero dejar claro en estas líneas que todos debemos a todos y que quien tiene un estilo propio ha ido amasando su genialidad con influencias entrelazadas que le han dado como resultado un lienzo precioso.

 

 

 

 

 


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