lunes, 26 de octubre de 2020

UNA FRASE SABIA DE MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

 


No se debería juzgar a un escritor hasta después de cincuenta años de fallecido, vino a declarar este hombre extraordinario en el mundo de las letras, más excelente aún cuando dijo esas palabras de denotan un conocimiento profundo del mundo de los escritores.

 

Me parece una frase  que debería ser tenida en cuenta por los críticos o aficionados a la crítica literaria y artística.

 

No hay cosa más decepcionante que escuchar en tertulias  “que ese poeta es muchísimo mejor que el otro”, cuando ese otro tiene bastante calidad, o “que este poeta es le mejor que escribe hoy en lengua española”. 

 

Causan decepción estos  juicios valorativos por parte de quienes lo abanderan sin más discernimiento que un estado grato de ánimo al calor de un café con tostada.

Causa desencanto porque ese lector se deja llevar por un sentimiento fugaz de emoción sin advertir que hay muchos poetas que escriben y no son entendidos y conocidos porque la crítica al uso los ignora voluntariamente o porque realmente no los ha conocido.

Es difícil examinar los entresijos de un texto literario sin que no nos quedemos un poco confuso con los recursos que emplea y el tema de que trata. La valoración es más peliaguda cuanto más compleja es esa obra.

Hay críticos que encomian un libro de un autor ya consagrado y lo elevan al rango de obra magnífica, pero cuando esa obra es leída por otros literatos con larga experiencia, se llega a la conclusión de que el que pondera la obra la ha valorado con el mismo criterio que adoptado para otras anteriores del autor que sí merecieron justos elogios, pero la que les sigue ha dado un bajonazo; claro que el prestigio cubre todo el quehacer de ese artista, cualquiera que sea. 

 

Ese tipo de análisis, si es que lo es, es mucho más frecuente en esa atmósfera un tanto venal o aduladora del mundo literario y artístico de las provincias.

 

La frase de Marcelino Menéndez Pelayo es muy verdadera. Hasta que no pasan cincuenta años, y quizás más de muerto el autor, no se lleva a cabo una crítica desinteresada de una obra suya. Ya no valen las simpatías, las presiones de la editorial, el favoritismo, el amiguismo o, en caso contrario, la animaversión y el menosprecio. Entonces el autor que vale sale a flote del mar donde otros lo hicieron naufragar de manera inclemente.

Por fortuna siempre ha habito gente imparcial que a la hora de leer un libro se ha desentendido de influencias externas y lo ha valorado con extrema delicadeza y justicia. Entonces se descubren los valores literarios o artísticos del que escribe, pinta, compone o talla. Valores que le negaron los críticos contemporáneos de él, sancionadores mediocres o falsamente arrogados de una autoridad ficticia.

 

Podríamos citar aquí autores y críticos. Un día añadiré casos que se han dado de manera desconcertante en la literatura. Ahora vamos a contentarnos con la famosa frase del insigne polígrafo santanderino.

 

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