ARTES GRÁFICAS FRANCIA 2
SAN FERNANDO (CÁDIZ), 2022
JUAN RAFAEL MENA
CÁDIZ:
VERSO Y AGUA
TERTULIA RÍO ARILLO
CÁDIZ SURGIDA DEL CORAZÓN DEL AGUA
Y LA LEYENDA
A Luis García Gil
Naciste de un capricho de los dioses
salvada de la Atlántida perdida,
gemela de la hermana sumergida,
de la que espuma y olas son sus voces.
Día a día en tu gente te conoces,
como desde los cielos descendida
a este trozo de tierra suspendida
para que en la leyenda tus pies poses.
¿Tirios, tartesios, íberos, troyanos?
Puerta de Europa, tu aldabón: levante
que te acaricia con salobres manos.
Que aclaren otros ese interrogante
mientras te miman labios ciudadanos
como si fueran los de un dios amante.
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Adela Medina Cuesta
Conocí a Adelita, Gitanilla del Carmelo,
un día de julio en que el fuego del verano de 1969 se enconaba con la plaza del
Mentidero de Cádiz, donde ella vivía. El sol le cogió querencia a su balcón y
detrás de él, Adelita me nombraba Caballero de la Orden del Clavel,
entregándome un clavel de papel muy bien confeccionado por ella misma y una
estampa de la gaditana Virgen del Carmen con una dedicatoria. Sé que escribía
poesías y bordaba enseres para las Vírgenes de su tierra, en especial para la
Virgen del Desamparo.
LOS MARES QUE TE GUARDAN COMO EN
HARÉN,
OH CÁDIZ, DE OLEAJES
I
Despereza
sus brazos amarillos la aurora,
desde
Puerto Real se levanta a los cielos,
se
mira en el undoso vidrio de la bahía,
extiende
poco a poco sus cabellos de trigo,
extensa
y luminosa cabellera que arde
tibiamente
al costado de Cádiz soñolienta.
El
día como obrero ya en faena camina
por
el puente con alta claridad como un nimbo
animando
a la vida a que alce de nuevo
la
voluntad, el hambre del vivir cotidiano,
servidumbre
gozosa que también es aliento,
forja
para el amor, fragua del sacrificio.
La
aurora nos sonríe con luz adolescente;
nos
da ejemplo, pues ella ha olvidado las sombras.
I
I
Hizo un nido de agua la mar
en el costado
de Cádiz con su música de
oleajes y buques,
y eso es el muelle. Vedlo en
todo su ajetreo:
sirenas y trasiegos de gente
y mercancías
alegran este espacio en el
que el orbe entero
viene a homenajearla con
beso de visita,
novio fugaz el buque que
penetra en las aguas
y embaraza a este puerto de
trajines y afanes
y de mercaderías, sangre
circulatoria
que da vida a tu cuerpo, oh
Cádiz oceánica,
musa de travesías, hija
afable de Hércules,
que te dio la sonrisa y los
brazos abiertos
a América y a África, que te
sueñan hermana
de vastas singladuras,
intercambios de espumas,
oleajes que un día
columpiaron las naves
del segundo viaje de Colón a
otro mundo.
I I I
Pero, dejando el puerto,
senda de la Alameda,
el agua ya está sola, no
acaricia las quillas,
no besa ni estribores ni
babores, ni canta
con el ritmo que pone el
trabajo en sus versos
sudorientos, manidos,
cotidianos, anónimos.
El agua, en ajetreos menudos
como cuarzos,
se mece frente al faro, bajo
las pétreas plantas
de austeros baluartes y
dormido castillo,
que son los viejos restos de
las recias murallas.
Fueron el cinturón que ha
tiempo bordearon
como amor y defensa la
cintura de Cádiz,
doncella disputada por mitos
e invasiones,
luminosa anfitriona de
rendidos viajeros,
joyel donde se guarda la
Virgen del Rosario
como amada presea de la fe
gaditana.
I V
Torres y miradores se
empinan al acecho
del Parque Genovés, balcón
donde se asoma
Cádiz con señorío a su
antigua bahía,
recortada en el tiempo por
ancestros burgueses
que están en Santa Bárbara
paseando recuerdos
de mercantiles épocas con
sombreros de hongo,
polisón y sombrilla,
habaneras de Cuba,
ecos de La viudita naviera, trasatlánticos,
los tanguillos de un coro
por el barrio La Viña;
pero aquí, por San Carlos,
el venerado drago
y una nana de Falla que
duerme a los levantes
cuando desde la mar salpican
con sus iras
a los mármoles del monumento
a Las Cortes,
mástil de libertad con
bandera de siglos.
V
Entre San Sebastián y Santa
Catalina,
pequeña y dulce cala de otro
tiempo a los pies
del bosque palafítico que
fue aquel balneario,
La Caleta, con largos
bullicios de La Viña.
Botes en sus orillas
flirtean con sus olas,
a veces con manteos de
soplos en las aguas
se sienten acunados y es la
playa nodriza
que los duerme en un malva
regazo de crepúsculo,
y, ojo de buey la luna, es
mirador romántico
para que paseantes se asomen
silenciosos
a vastas lejanías, sintiendo
a sus espaldas
la sombra protectora del
ficus centenario.
V I
A pesar de tan duros
embates, bravas olas,
no asaltaréis jamás a Cádiz.
Con los bores
rompéis la impedimenta de
guerra en el ataque
que estalla como fúlgidos
metales, como cuernos
de espuma que salpica los ojos asombrados.
¿No veis que aún queda el
alma del que fue baluarte
de los Mártires, algo de
aquella batería
de Capuchinos y esa muralla
que soporta
el vendaval que sois cuando
la mar se agita
como un gran corazón que ama
desesperado?
V
I I
Donde agonizan restos de
murallas empieza
una mano de mar con suave
escarceo
a acariciar, oh Cádiz, tu
cintura: es la playa
que da en Santa María con
ecos juveniles
del instituto, desde donde
múltiples ojos
te asaetan con fervor de
vacaciones.
Sentados en el borde del
Paseo Marítimo
los jóvenes se beben los
vívidos reflejos
que el sol como garlopa
arranca a tu marea;
pequeñas y fugaces historias
de miradas
y latidos ocultos traducen
tus rumores,
ya caídos después de la
blanca resaca,
tiza espolvoreada por los
bajos cantiles.
Playa íntima a la que llega
algún oleaje
para desde las rocas saludar
fugazmente
a las Puertas de Tierra, tus
viejos cancerberos.
V I
I I
¿No oís voces dispersas de
acentos variados
cual si fuese un mosaico de
forasteras hablas
entrecruzadas con las brisas
litorales
y el rezongar del agua con
su beso a la arena?
¿Se ha olvidado la Playa de
la Victoria, acaso,
de Cádiz con murallas y
balcón con geranios,
y aquí, como al resguardo de
edificios anónimos,
es ya cosmopolita, tropical
todo el año?
¿Entre tantos bañistas que
en el agua se hunden
buscando la frescura de azul
cristalería,
no habrá nadie que mire
hacia dentro de Cádiz
y vea en la calima torres y
miradores,
y ciudad bizantina le
parezca tal vez?
I X
¿Guarda la Cortadura
ajetreos y voces
de cuando la amenaza de las
tropas francesas?
Me parece que mira como en
aquellos años,
a la Isla, al molino del
viejo río Arillo
-frontera salinera-, al bajo
Camposoto,
a los disciplinados esteros
verdinegros?
Lo mismo que el castillo de
San Lorenzo acaso
se sienta como huérfana, de
Extramuros lejana,
y sueña desde aquí con su
Cádiz de dentro,
el faro, baluartes,
castillos, baterías,
consuelo rumoroso,
verdiazul, blanquecino
con la eterna escancana de
las aguas que vienen
a dejarle en su orilla los
ecos del océano
con fragmentos de historias
y leyendas lejanas.
X
¿Proa o popa de Europa?
África te desea
y América te sueña desde
allí como hermana
melliza en el acento y en
las arquitecturas.
La mar se hace varón cuando
aprende del viento
y rodea de agua emocionada y
limpia
tu cintura de piedra; te
agasaja, te alaba
con brisas de poniente y
furias de levante,
y la luna no quiere otro
plácido espejo
que tu bahía, cuna y nana de
la noche;
y no desea el sol otro
albergue y retiro
que tu limpio horizonte,
almohadón de amapolas,
en que el ocaso viene a
adormecer el día.
X I
Son como centinelas de olas
y ventolinas
que ponen en tus manos
anillos y pulseras
de espumas y salitres; como
novios te halagan,
te obsequian plenilunios con
engarces de estrellas
los mares que te guardan
celosos y te dicen
como en harén de sol:
"Vive otros tres milenios".
Premio de Poesía “Mujeres del Mar”, 2003
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Miguel
Martínez del Cerro
Conocí a Miguel
Martínez del Cerro (don Miguel) a principios de 1969 en lo que hoy es la sede
del rectorado de la Universidad de Cádiz en la calle Ancha. Fue una tarde en la
que se celebraba una de las tertulias de Educación y Descanso, dirigidas por
José Segura López. Don Miguel, otra persona más que no recuerdo ahora, y yo,
formamos el jurado del certamen ese día. El primer premio fue otorgado a
Ignacio Rivera Podestá por una décima que encantó al catedrático de Literatura,
y también al otro miembro del jurado y a mí. Don Miguel era un hombre discreto en sus juicios sobre
temas literarios y más bien silencioso pero amable cuando se le trataba.
EN SU
CRIPTA DE LA CATEDRAL, EL ALMA
DEL MÚSICO GADITANO
MANUEL DE FALLA
EVOCA FRAGMENTOS DE SU VIDA
A Juan
Antonio Macías Gutiérrez
El mar del Campo Sur me llama como entonces,
como cuando, yo niño, al pretil me asomaba
del Atlántico: oyendo su resuello
sonoro,
me rogaban las aguas que tradujese un
día
a música y a coro su grandeza oceánica,
y es que escucho, cercano, marítimo
vecino,
el vaivén verdiazul del oleaje; ensaya
en los bloques de piedra que resguardan
los muros
pentagramas que rompen los vientos de
levante;
mas, cuando en el reposo de los
atardeceres
el poniente se hunde como edificio en
llamas,
se acicala mi espíritu y con mano de
ángel
repasa el viejo álbum de mi otoñal
memoria,
y me veo por calles de aquel Cádiz que
ahora
nuevas generaciones en postales
admiran;
ahora que ya, altivo, el progreso ha
borrado
las señas sustanciales que fueron la
conciencia
popular, cotidiana del bullir de la
calle.
Pequeño todavía, camino con mi madre
desde la plaza Mina—en que salí a este mundo—
hacia la bullanguera calle Ancha, la tienda
de Quirell, instrumentos musicales me atraen
como si de juguetes se tratara, lo mismo
que el pequeño teatro mío de marionetas.
Una vez me llevaron a Sevilla, y fue tanta
la impresión producida, que vivir quise en ella.
Vi de niño dos óperas: el Fausto de Gounod
y del gran Donizetti Lucía. Entusiasmado,
a Haydn descubrí por sus Siete Palabras*.
Me inicia en el teclado mi madre y de mis dedos
surgirá mi primicia: aquella Melodía
en la que el violoncello y el piano se aúnan,
en disputa con otras aficiones: las Letras
y también la pintura en revistas, las voces
de mi búsqueda inquieta: “El burlón”, “Cascabel”…*
Tal como el de Viniegra en plaza Candelaria,
acudo a los salones, devotos de Bellini,
y también de zarzuelas; oh, Eloísa Galluzo,
mi dulce profesora de solfeo y piano,
y Odero y Broca a quienes la armonía les debo
y el fino contrapunto en el que Bach me diera
la juvenil semilla de mi primera obra:
la Gavotte y Musset …Galanteé a María,
sobrina de mi madre, mas ella no me quiso
el dardo devolver lanzado por mis ojos…
¡Sorpresas de la vida: muchos años más tarde
unimos en América gavillas de amistad!
Otearon Madrid mis frescos veinte años
y fui al Conservatorio, de Tragó buen alumno.
Paseé por allí una gaditanía
de azules pentagramas que a Pedrell* sedujeron,
La ilusión fue una yedra que subió por mis sienes
con aquel primer premio de piano… Aventura
inútil fue embarcarme, grumete, en la zarzuela.
Pero el soplo divino* consoló mi fracasó:
Serenata andaluza, Vals-Capricho, Nocturno
me armaron caballero de luchas musicales,
y, sobre todo, el fausto que fue para mi gloria
La vida breve, buque con que a la mar me hice
en difíciles aguas por París con maestros
como Dukas, Ravel, Delate, Schmitt, Roland,
y también con el gran Debussy, el de La mer…
Comparándome a veces con mi amigo Picasso,
Stravinsky me tuvo por hombre retraído,
tal era la llamada de mi recogimiento,
y un día en una iglesia, oyendo a Frescobaldi,
me sumo en la oración y Poulenc en el hombro
me toca como si despertarme quisiera
de un letargo en que gozo de un no sé qué inefable ,
y él se va del recinto…Anécdota sabrosa
que a menudo entre amigos refería extrañado.
La gran guerra, bramido y tormenta de balas,
me devolvió a Madrid otra vez. Es ahora
cuando es La vida breve innumerable aplauso,
lo mismo que la noche en que ardieron mis teclas
de emoción al cantar los jardines de España,
y Cubiles y Viñes y hasta el gran Rubinstein
encendieron sus dedos con la llama andaluza,
y fue esa Andalucía la que en voz de mi gente
–Salud, la Molinera, Candelas, Melisenda,
Isabel y Pirene…*— me llamó a que viniese
al Sur, a una casita echada en el regazo
de una colina, en brazos de Granada, la madre
que me adoptó y en cofre de gitanos acentos
me mostró los diamantes sin pulir todavía
del cante virginal de una tierra que sueña
a los pies de la Alhambra, monumental testigo
de mi labor, que hacía huecos hospitalarios
a visitas de amigos y curiosos viajeros
que en sus almas traían como señas compases
de mi música viva en salones de Europa.
Hasta que un día vino Federico… Oh, qué día
afortunado fue el que me dio el regalo
de conocer de cerca a tan grata criatura,
con la que hice, pronto, feliz hermanamiento
en comunes propósitos para sacar al cante
de cuevas de temores y enarbolar guirnaldas
como si un nacimiento celebrase profético,
y juntos decidimos vendimiar esas cepas
de “los sonidos negros”*, tal como él los llamara;
cosecha de concursos, tirón de aficionados
para desenterrar de sus gargantas puras
ese metal precioso de los diversos palos.
Quince años que fueron de una paz florecida
en los distintos verdes de los cármenes, limpios
aún de la triste sangre que después resbalase
cuando el dragón de acero de la guerra tronara
y vidas se llevara y los sencillos gozos
del vivir cotidiano… ¡Incluso a Federico,
por el que por salvarlo baldío fue mi esfuerzo,
dueña la muerte ya de Granada y de España,
palideció la Alhambra, calló el Generalife,
y yo no quise más ver mi carmen de luto
y poblado por dentro de fantasmas queridos;
y los lentos apuntes de La Atlántida* fueron
sollozos asfixiados por los tiempos crueles.
Un frío dos de octubre embarqué en Barcelona.
Con María, mi hermana, navegué a la Argentina
y en la Alta Gracia fui huésped bien acogido,
acordándome siempre de Madrid, de Granada,
de París, mis amigos: los vivos y los muertos,
y también de mi Cádiz (Padecía yo entonces
cierta tuberculosis igual que un balbuceo
por la sangre cansada, la carne alicaída;
y creía, además, que las enfermedades
podrían ser castigos venidos de lo alto.)
Consuelo hallé, no obstante, en los cálidos brazos
de la gente de América. Allí mis Homenajes
estrené en el Teatro Colón. Pero la muerte
me acechaba, y un día, solitario, en mi cama
tendido yo, acercóse con sus pies de gacela
y con gélida mano me apretó el corazón*.
Vi cómo se ocuparon de mi cuerpo difunto,
que embalsaron como si retuviesen algo
de mí como consuelo para acallar mi ausencia,
pero yo, deseando que acabara aquel rito,
larga paciencia tuve sosegando mi anhelo
de subir a lo alto para entrar en los coros
que le cantan a Dios el Libro de las Horas
para volver aquí y escuchar como antaño
los mismos oleajes que acunaron mi infancia.
Así, de vez en cuando, bajo de ese alborozo
hasta la muda cripta, libre ya de avatares,
y de tiempo y espacio, inteligencia pura,
recuerdo, como ahora, fragmentos de mi vida,
mientras el mar me busca llamándome ante muros
pétreos y me suplica que yo pase mis dedos
por sobre su teclado de plëamar serena,
lo mismo que lo hiciese de niño con mi madre
en el piano aquel de la niñez lejana…
NOTAS
*Dos revistas juveniles y efímeras por él fundadas.
*Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz de Haydn,
que se representaba en la catedral de Cádiz
desde 1785.
*José Tragó (1857-1934). Pianista y compositor.
*Felipe Pedrell (1841-1922). Compositor y
musicólogo catalán
*Falla era hombre muy religioso y de prácticas
piadosas,
como también lo fue Joseph Haydn (1732-1809).
De ahí la expresión “soplo divino”.
*Personajes de sus obras.
*Sinestesia lorquiana de su conferencia de 1933
“Juego y teoría del duende”, parafraseando al cantaor Manuel Torre.
*La Atlántida, obra inconclusa de Falla. Fue
acabada tras su muerte por su discípulo Ernesto Halffter.
*Para Falla la música religiosa era la máxima
expresión de ese mismo arte.
GADITANOS DE
LETRAS QUE CONOCÍ:
Ignacio Rivera Podestá
Conocí a Ignacio Rivera en el casino de doña Anuncia
de San Fernando, situado en la Alameda Moreno de Guerra, durante la segunda
Tertulia de Educación y Descanso, en 1966, que dirigía Pepe Segura. Hice
amistad con él y quedó en enviarme alguna revista de poesía de las muchas que
recibía, demás de las suyas, “Torre Tavira” y “Arrecife”. Al poco tiempo de
conocernos me envió una revista de Murcia llamada “Contraluz”. En ella venían
unas bases de un certamen de poesía en Barcelona, bajo el nombre de Premios
Carabela. Envié un poemario y quedó finalista, en octubre de 1967. El libro
apareció a primeros de 1968. Colaboré en varias ocasiones en "Torre
Tavira". Supe de su fallecimiento, casualmente, por internet. Llamé a su
sobrino Juan José y le di el pésame, además de hacerle unos comentarios acerca
de la amistad que me unía a Ignacio. Le referí que yo lo había visitado varias
veces en su domicilio de la calle General Luque, a vueltas de la calle San
Francisco, tal vez la más céntrica de Cádiz, junto a Columela. Me dijo que él
se hizo cargo de la biblioteca de su tío, que era espléndida en libros y
revistas de poesía.
CÁDIZ Y CUBA:
EMOCIONADO VIAJE DE IDA Y VUELTA
"Cádiz es la Habana con más negritos,
la Habana, Cádiz con más salero".
Antonio Burgos/Carlos Cano
¿No
surgió, como Venus de la espuma del mar,
Cuba
de un blanco sueño del Cádiz oceánico?
¿No
habéis visto el castillo de Santa Catalina
y el
castillo del Morro, o de la Candelaria
—el
que fue Baluarte—, o bien los miradores
de
esmerados herrajes que a través de las olas
envían
con dulzor de la caña de azúcar
nostalgias
que suspiran al borde de los muelles
de
austeros comerciantes que al pisar Santiago
deliraban
de amor ante las moreneces
de
criollas picantes con canarios acentos
entre
blancor de cales y aromas de tabacos?
Fue
Pedro de Medina, arquitecto, quien hizo
a
Cuba hija de Cádiz con bautismo barroco:
la
Casa de Gobierno, la Casa de Correos,
la
Catedral, que aún miran hacia los litorales
gaditanos
con deudas de emoción en columnas,
en
vanos, en ventanas para soñar el tiempo
y
hacer que las raíces florezcan de añoranzas,
aún
más si en el espacio íntimo de sus muros,
como
alivio a continuas travesías, consuela
la
música de Falla, lago de la memoria,
sosiego
que no excluye el son y las guajiras,
y es
gozo si se oye modular la habanera.
Pero
en aquellos días de vísperas fatales,
la
Patria, enferma, lucha por conservar pedazos
de
lo que fue su antiguo corazón colonial.
Cuba,
zarandeada por políticos vientos,
mira
a España con ojos de angustias antillanas.
Cádiz
fue puerto hermano de júbilo y navíos.
Cuarteles
de la Isla y de la Candelaria
son
como dos alforjas de esperanza en los hombres.
Madrugan
en sus cielos como ojos vigilantes
muchos
preparativos, y, a pesar de la hora,
todos
los gaditanos se agolpan en las calles,
llenaban
los balcones y cierros de las casas
para
ver desfilar a las ufanas tropas
camino
de aquel muelle bullente de ilusiones,
los
gritos patrióticos para la despedida.
Engalanada,
igual que en sus mejores fiestas,
la
Virgen del Rosario como enseña sagrada
que
bendice a aquel nudo de promesas valientes.
Los
soldados marchaban con sus ritmos marciales
y en
la subida al barco la flor de aquella furia
reventaba
sus pétalos en cantos y proezas
anticipadas,
como señal de sacrificio,
mientras,
el muelle ardía de rumores y gentes,
envuelto
todo en música de finos pasodobles,
y
entre los pasodobles, el más agradecido
y
popular sacado de la zarzuela Cádiz.
Mas
la guerra pasaba y los días poniendo
ciertos
interrogantes, comentarios, suspiros
frente
al Ayuntamiento; San Juan de Dios, su plaza,
de
ociosos y curiosos mentidero, hojeaba
el
Diario, forzado manantial de noticias,
como
un cofre de augurios y de cavilaciones,
porque
tantos soldados que de Cádiz partieron,
no
volvían... Aquellos pasodobles alegres
eran
sustituidos a poco por sollozos
y
por dudas que a insomnes corazones punzaban.
Ya
al muelle no animaba ni música ni vítores
cuando
en la despedida de las últimas levas.
Los
jefes y oficiales cabizbajos marchaban
como
si adivinasen aciagos desenlaces;
llevaban
los soldados como dulces reliquias
los
tan hondos retratos de la madre y la novia.
En
Cuba, mientras tanto, la sangre gaditana,
como
toda la sangre española en combate,
brillaba,
relucía de ingenua acometida
frente
al poder seguro del yanqui astuto y frío
(que
encendiera en Rubén sus versos indignados
y
reivindicativos de una España más fuerte*).
La
sangre gaditana se huracanó en las bordas,
y en
nombres que la Historia guarda como en joyero
suena
en el corazón español todavía
el
Teresa, el Oquendo, el Colón, el Vizcaya;
en
fin, toda la escuadra heroica de Cervera.
Un
sabor a derrota amargó las gargantas
de
los hombres aquellos que al final regresaron
trayéndose
de Cuba —esa hermana perdida
y
dejada en los brazos de una mar que se hizo
la
tumba de españoles que soñaron victorias—
las
condecoraciones más tristes: las heridas.
Pero
a pesar que Cuba quedaba ya más lejos
y el
lazo que la hacía como melliza a Cádiz,
se
rompió, todavía las olas siguen fieles
en
reciprocidad de recuerdos y afanes
y en
idas y venidas con caudales de espumas,
vientos
y gaviotas, no dejan en olvido
los
norays de los muelles, las sirenas, los cabos,
que
les fueron otrora como palpitaciones,
como
un lenguaje en clave de su vivir diario;
porque
¿cómo olvidar este puente que cruza
España
para América como faro y vigilia,
arcada
familiar, acueducto de señas,
ventrículos
de un mismo corazón de la lengua?
¿No
surgió como Venus de la espuma del mar
Cuba
de un blanco sueño atlántico de Cádiz?
¿O
acaso cuando veis el castillo del Morro
no
estáis viendo el castillo de Santa Catalina?
*Véase el poema “A Roosevelt”.
ESCRITORES
GADITANOS QUE CONOCÍ:
José Manuel
García Gómez
Conocí a José Manuel García Gómez en su casa de la
calle Cervantes, en mayo de 1966. Yo sabía de su existencia y saber poético por
medio de Diario de Cádiz, pues por aquella época en dicho Diario figuraba los
domingos una página central dedicada a un poeta, casi siempre de la generación
del 27 y también de los de la generación del cincuenta.
Yo le llevé una cuidada libreta de poemas
manuscritos y él se lo quedó durante unos meses para leerlos y darme su opinión
posteriormente. Para ser exacto, también supe de él por la poeta Pilar Paz
Pasamar que me dijo una tarde que fui a visitarla en su gaditana casa de la
calle Brasil, en septiembre de 1963, que era algo así como una eminencia en
poesía. El poeta barbateño Paco Malia Varo dijo de él en una de las tertulias
de Pepe Segura que era “un erudito de la poesía químicamente pura”.
Su nombre, pues, no se me olvidó y, como he dicho
arriba, tres años después de visitar a Pilar Paz, fui a entregarle aquellos
poemas escritos a mano con tinta de corazón. Dirigió la revista de poesía
"Caleta", en la que colaboré. En 1970 fundó en Cádiz el Colegio
Argantonio.
ALBERGUE
DEL ATLÁNTICO
A Jesús
Fernández Palacios
Nave anclada en la orilla de
una edad milenaria,
bajel con cargamento de oro en
la mañana
cuando te incendia el sol,
galeote de risas
porque las gaviotas bulliciosas
corean
tu inmóvil travesía de ajetreos
y afanes.
Los siglos con sus manos de herrumbres y nostalgias
dejaron en tu estribo su linaje
de huellas,
y un idilio lluvioso de besos
seculares
desgastaron tu cuerpo de piedra
y de salitre.
Los vientos te
acompañan, te salmodian, te animan,
como fieles nodrizas te
recuerdan tu origen,
con cantos donde suenan
crótalos y guitarras
ondean tu velamen de
azules infinitos.
Las noches se aproximan a tu
borda y susurran
a tu oído leyendas de antiguos
navegantes
que con redes de versos
capturaban estrellas
para adornar tus olas con
pulseras de espumas.
Tus mástiles se abren como
abrazos, se enjarcian
con rubias claridades de un
vivo mediodía,
amante del verano que te busca
en las playas
y abarca tu cintura con bonanza
y modorra.
Sirena convertida en novia de
granito
por la magia de un dios ebrio
de sal y algas
que no quiso perderte y te dejó
enredada
entre los girasoles de un estío
perpetuo.
Señora de un tesoro sepultado a
tus plantas,
una heredad de historias y de
huesos ilustres
con proezas y nombres por cuya
resonancia
la brisa se acaudala de
violines marítimos.
Ondina castigada por dorar oleajes
y retener a agosto cautivo en tus cabellos;
no quieres el indulto de tu padre el océano
que te llega en la siesta de la lenta calina.
Esposa del
contorno que te trae en reflejos
collares
de las vides y fragancia de pinos,
embajada
de esteros por adarce escoltados
y pregones
humildes de almejas y ostiones.
Amada
prisionera de un gigante de agua
en una
móvil jaula de conchas y sargazos,
que para
consolarte permite a los crepúsculos
volcar sobre tus costas candrayes de amapolas,
cuando sé que tan sólo te confortan y alegran
los
rumores diarios de tus gentes activas,
cuando sé
que es tan sólo el vivir cotidiano
quien
suelta las amarras de tu pena al olvido;
de tu pena
por este novio ciego dei tiempo
que tantea
tu cuerpo y tu torso erosiona
en su amor
necesario de ilusión y ruina;
albergue del Atlántico, que a tus
pies se arremansa
cansado de viajar por un
mundo en violencia;
muchacha solitaria en un
vergel de olas,
Gades, evocadora de tus padres
remotos,
un nieto de tu entonces,
un hijo de tu ahora
te canta y el fervor se
le hace poema,
que fija como un ancla a
tu vetusta quilla,
hoy marinero yo,
destinado en tu proa
para singlar tu nombre
por el mar de los días.
"INFORMACIÓN DEL
LUNES", 15 de mayo de 1978
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Fernando Quiñones Chozas
Conocí a Fernando Quiñones en 1972, un día de la
semana de los Alcances, Festival de Cine Documental en Cádiz. Creo que
fue la tarde que se proyectó la película Carros de fuego. No hace falta
decir que estos Alcances tenían el empuje básico del escritor
chiclanero-gaditano. Años antes yo había leído de él su libro editado en
Adonais Cercanía de la gracia, que me prestó Antonio González Muñoz,
profesor amigo, por cuya generosidad leí varios libros de poesía a comienzos de
los años sesenta.
Aunque nacido en Chiclana, Fernando era tan gaditano
como chiclanero, tan sencillo como simpático y ocurrente.
MARES GALANTES PARA
AMARTE, OH GADES
I
Playa
de la Cortadura
Mar de la playa de la Cortadura
de cuando aquellos años aguerridos
contra los batallones de oleajes,
corazas con sus soles refulgentes
deshechas por las móviles espadas
de las brisas, viragos en las olas
como a lomos de líquidos corceles,
estruendo de los bores que se agolpan
en la alta mar, el campo de batallas
con espumas versátiles por sangre,
con la quieta pleamar como victoria
y resplandores áureos por banderas
ya cuando el buque del ocaso, en llamas,
húndese en el fragor del horizonte.
Aquel muchacho que pisoteaba
tu arena, a veces con sus sierpes de agua,
empezó a amar el mar en ti, un verano
que ya es dulce postal en su memoria,
mar de la playa de la Cortadura,
olvidada del Arco de la Rosa
y del Pópulo con sus catedrales,
mar de la playa que el verano pisa
sin agendas y brisas soleadas.
I
I
Playa de
la Victoria
Playa de la Victoria, cuando paso
en autobús, desde la carretera,
me acuerdo de los años de estudiante.
Escapadas a tus hospitalarias
orillas donde, lentas, como perros
sosegados y dóciles, las olas
nos besaban los pies, reyes fugaces
nosotros, sin casetas como aquéllas
que como artillería de colores
listados y optimistas banderitas
estaban frente al mar sin que pudiesen
defendernos de tantos abordajes
de pleamares, y a la atardecida,
nos invadían amistosamente
con lanchas de oro viejo que vertían
a nuestros pies lamidos por el agua,
tronchadas ya, crepusculares fucsias.
I I I
Santa
María
Hermana más humilde, protegida
por piedras que parecen cinceladas
por un Hércules fosco y gaditano,
Santa María, playa de estudiantes,
adonde bajan cuando necesitan
un asueto de brisas que libere
sus mentes de la férrea agrimensura
que es el estudio. El mar aquí es suave
como en el Balneario, pero mira
hacia allí deseoso de gentío.
Solitario se siente entre los bloques,
donde rezonga sucio de sollozos
por todos los naufragios, las tormentas,
las guerras y los desaparecidos.
El mar viene a llorarte, Cádiz, pide
que en esa historia oscura lo consueles,
lo aduermas, dulce, al pie de tus murallas,
y se apacigua cuando las parejas
trenzan miradas, besos y palabras
al calor de un idilio que enriquece
de latidos de amor el litoral
más juvenil, de adolescentes brisas:
el de Santa María.
I
V
La Caleta
La Caleta se llena
de rumores que vienen
desde el barrio La Viña;
rumores con historias
del corazón de Cadiz;
bullicios con gracejos
y color de disfraces,
bandurrias y guitarras,
cajas, pitos y bombos,
como una pleamar
con brisas de algazaras
y de policromía
dentro de la ciudad.
¿Por qué, por qué dejáis,
gaditas de tanguillos
tan sola en esos días
a la vieja Caleta,
ella que ha sido abuela
de soles y repuntes,
con barcas acunadas
y familias alegres
bajo los quitasoles?
¿Por qué ahora olvidáis
a la blanca Caleta
que gime con cabrillas
de agua por los bajos
del palomar de sol,
que es también vigilante
de mareas azules
y guardián del Club Náutico,
y mirador que es ese
Balneario La Palma?
V
Castillo de San Sebastián
Olor a antigüedad tienen tus piedras.
Las más antiguas son, y en ellas Gades
se mira como ejemplo cotidiano
de una fidelidad que el mar le sella
con timbre de una herrumbre salitrosa.
Por esa antigüedad la marejada
se sosiega en maretas, abanicos
de espumosos y blancos escarceos,
ya trémolos suaves de murmullos,
y es porque sabe que los gaditanos,
aunque sea en las alas de los ojos,
lo mismo que felices gaviotas,
aquí vienen buscando calma azul,
bebiéndose la brisa de su origen.
V I
Punta de San Felipe
Punta de San Felipe
donde te conocí
una noche en que olía
la bajamar a isla
y la luna fue copa
de una rara tristeza.
Las palabras guardaron
sus viejas ataduras
y nuestros corazones
se miraron lo mismo
que el preso y la visita.
Era mejor así.
Después nos alegramos
y desde aquel entonces
grito es de libertad
silencioso en nosotros
acordarnos de la
Punta de San Felipe.
V I I
Parque Genovés
El mar es dinosaurio de agua que levanta
a veces su cabeza y se admira de tanto
verdor en geometría de esmerados jardines
y una naturaleza tan distinta a la suya.
Aspira los olores recios y propagados
de una vegetación que su gemir ha oído
muchas veces, tal vez como un joven amante,
intentando treparla, detrás de la muralla,
con efímeras manos de agua, con cordeles
de espuma que se rompen apenas los voltea
y salpica tus hombros, tu cabeza, y tú sigues
nada más que esperando a un príncipe de savia,
de lozanía y brillo que viene de la mano
de tu amiga anual la primavera...
V I I I
Baluarte de la Candelaria
¿A qué disparan, dime, tus cañones
imaginarios, dónde los soldados
que un día defendieron con bravura
el, con énfasis dicho, suelo patrio?
¿Oyes que te rodean sus fantasmas
como si revivieras los asaltos
y de los hechos quedan como huellas
la sangre que en los muros y en los patios
ponen como una historia no acabada
las manos de la aurora y del ocaso?
Pero el mar te consuela y te sugiere
con sus rumores en tus pétreos bajos
que él está ahí para limpiar, si quieres,
tu memoria de ayeres y borrarlos.
I X
Alameda Apodaca
Tú eres el mar tranquilo y solitario
y no oyes voces de bañistas. Sigues
con tu ida y venida de oleajes
descansándolos bajo la muralla
tal como si trajeses cargamento
del ultramar aquel de aquellos tiempos.
Se asoman las parejas a tus aguas
verdes cuando se hacinan en las piedras
y las lamen igual que si besaran
los pies de Cádiz, tal la bailarina
de los viejos romanos. Ya olvidaste
que eres mar descendiente de aquel mar
que fue padre crüel de la desgracia
en forma de gigante maremoto.
Tú eres mar de postal y te acicalas
de luna baja y de sutil neblina,
de cielos con añiles soñolientos,
y el barrio de San Carlos te agradece
ser paseo por donde se desgranan
horas salvadas de los ajetreos,
idilios nuevos y prometedores...
X
El muelle
El mar del muelle te ama de otro modo,
oh Cádiz, no es un mar de románticas señas
ni como los demás te toman la cintura
con sus manos de ocio y cabrilleos,
con tibias ventolinas estivales.
La aurora en ti amanece con manos de trajines,
con boca de palabras comerciales,
se amarra a los norayes como un buque cualquiera
de los que al puerto vienen a atracar su descanso
lo mismo que un paréntesis de sueño
posado en agua oscura y grasa espesa.
Pero este mar también es necesario
como lo es el reverso en la moneda
y te puebla sus aguas de consignas,
de sonidos metálicos, de sirenas y humo
para que así tus hijos sobrevivan
en la otra fiera mar: la de la vida.
Pero todos tus mares te rodean galantes
y cortejan tu cuerpo como odalisca echada
sobre el brazo gentil de este viejo Occidente,
y sobre tanta historia que guardan tus milenios.
Premio de Poesía “Mujeres del mar,
2004
ESCRITORES GADITANOS QUE CONOCÍ:
Leonardo
Rosa Hita
Conocí a
Leonardo Rosa la misma tarde que conocí
a Ignacio Rivera, buen amigo suyo, en el casino de doña Anuncia de San
Fernando. Seguí su trayectoria poética por publicaciones que me enviaba Ignacio
en las que él colaboraba a menudo, además de la edición de su cuaderno Jardines
de la sangre.
UNIDAS Y
HERMANADAS POR EL AGUA
A Luis García Gil
Mutuamente, lo mismo que dos niñas amigas,
La Isla de León y Cádiz se sueñan unidas por el agua
mellizas de salitre, gemelas de oleajes,
casi siamesas son de mareas y lunas;
de verde y blanco vienen a la orilla
y juegan con la arena en un ocio de siglos;
oh Erytheia, oh Gades, hijas del Occidente,
que os inunda de rosas malheridas a la hora
ultramarina y lenta del ocaso;
de la mano cogidas como obedientes niñas
que contemplan los siglos sentadas en el lomo
[de agua y
piedra del tiempo.
GADITANOS
DE LETRAS QUE CONOCÍ
PILAR PAZ PASAMAR
Conocí a Pilar Paz Pasamar una tarde de septiembre
de 1963, en su casa de la calle Brasil número 8, en una visita que le hice con Vici
y Manuel Ruiz Mota, un matrimonio amigo de San Fernando; matrimonio del que la
esposa era amiga de la poeta.
Nos recibió en la vivienda alta de su casa en compañía
de Carlos, su esposo. Le llevaba para su lectura y consejo poemas que yo
consideraba bien medidos y ya escritos a máquina. Ella leyó uno, de momento,
y me dio una buena impresión, pero me insistió en escribir una poesía con
menos deuda al pasado, y que para ello debería leer a autores más actuales.
Para esta innovación me prestó la famosa antología
poética de Gerardo Diego, que recogía a poetas desde el Modernismo hasta la
Generación del 27.
Semanas más tarde recibí una carta con los poemas
devueltos y una breve observación de estilo en cada uno de ellos, generosidad
por la que le quedé agradecido.
Cinco años más tarde visité a la poeta
jerezana-gaditana de nuevo, con el mismo matrimonio con el que antes la
visitara. Yo le llevaba dedicado un
ejemplar de Heredada soledad, poemario en verso blanco que me editó la
editorial catalana Carabela, debido a haber quedado finalista en 1967, además
de devolverle la antología que me prestó. Ella me regaló a su vez, también
dedicado, su libro de poemas Violencia inmóvil, editado recientemente.
FRUICIONES
DEL PASEO
...de las arenas
que el mar sacude en la fenicia Gades...
L. F. MORATÍN
A veces voy por tu racimo oscuro
de calles cosechando como vides
uvas de callejuelas y alamedas,
iglesias que he mirado con pupilas paganas
de pintor distraído,
librerías de viejo, populosos mercados
[llovidos de rumores,
olor a anís, a churros y bullicios,
bares con puestecitos de marisco a la puerta,
rincones centenarios con farolas, macetas
[y
hornacinas,
el son errante de una bulería
[o el desplante jocoso de un tanguillo,
y todas mis raíces se han puesto boca arriba,
suplicándote, oh Gades, que tú me las renueves,
[que
las bañes
en tu longeva claridad amada, resplandor venteado
[por vientos
con cordajes y trajines de muelle,
y me voy a tus playas, bruñidas tus arenas
como pulcras vitrinas donde el ocaso entierra
[su leyenda,
su cofre de tesoros oceánicos,
o me siento entre tus piedras con la melancolía
del Tiempo, que lo hace desde que fuiste parto
[de
los dioses,
y veo cómo el mar a tus plantas te llega
y te cuenta sus penas por tantas soledades
[y naufragios
al pie de la escollera donde rompe lamentos
con su idioma de algas y de espuma.
UNICORNIO, Revista Anual de Cultura, (Cádiz)
noviembre 1997
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ GALVÁN
Conocí
a José María Galván una tarde de a finales de los años noventa que vino
correspondiendo a la invitación que le hizo la Tertulia Río Arillo de Letras y
Artes que entonces se reunía en el café Napoleón en la calle San Nicolás, a
leernos poemas suyos en una de esas tardes del autor invitado que se
incluía en la programación anual. También colaboraba en la revista Arena y Cal,
voz escrita de miembros de la tertulia, que dirigía Alfonso Estudillo Calderón,
presidente entonces de la Tertulia. Galván me pareció un hombre sencillo y
enamorado de sus temas poéticos como eran el amor y el mar, casi siempre
expresados en su metro preferido: el soneto.
MARINERO
A bordo de los nimbos encendidos
navega con temblor un avefría.
El alba poda su jardinería
sobre los oleajes emergidos.
Están los litorales aún dormidos,
pero en faena la marinería.
Va desplegada la cabuyería
mar adentro de rumbos aprendidos.
Ciudadano del mar y transeúnte,
novio de la menguante o del repunte,
de lontananzas y de marejadas,
marinero, habitante de los mares,
tienes tu corazón entre ensenadas
y en la bonanza azul están tus lares.
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Juan Antonio Sánchez Anes
Conocí a Juan Antonio Sánchez Anes en una Tertulia
de Educación y Descanso en Cádiz, en la que leyó unos “Sonetos a Suilka”,
posiblemente en 1967, en la misma sede que hoy lo ocupa el rectorado de la
Universidad. Recuerdo que llevaba un traje blanco, que junto con su cabello
pelirrojo le daban pinta de inglés o nórdico. Falleció en 1997. Manuel
Pérez-Casaux y yo estuvimos en el tanatorio de Nuestra Señora del Rosario
y le dimos el pésame a sus dos hijos y a su esposa, que falleció poco tiempo
después.
LA NOSTALGIA DEL MARINERO EN ALTA
MAR
Atardecer del mar: Ved la amapola
de murmullos, de fuego y despedida.
Barca de cobre viejo, vaga hundida
la historia de este día en cada ola.
Con rumor a cercana caracola
y olor de alga en una brisa huida
surcas la pleamar atardecida,
la pleamar en su costumbre, sola.
Mientras tanto,
desgranas meses, días.
Te pone triste el encadenamiento
de recuerdos con hilos de añoranza.
Cartas, objetos y fotografías,
y una sonrisa acude en el momento
a encenderte por dentro la esperanza.
GADITANOS
DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Manuel
Arjonilla Terrero
Conocí a Manuel
Arjonilla en una Tertulia de Educación y Descanso alrededor de 1967. Recuerdo
que me habló de un tal Manuel Pérez Casaux, escritor amigo suyo, que tenía
familia en La Isla y que era sobrino del famoso violoncelista Casaux. Fue
colaborador de la revista “Torre Tavira”.
BAR DEL MUELLE
Lenguados, meros, róbalos, dentones,
caballas, doradillas, bogas, lisas
huelen a esteros, a salitre, a
brisas
y danzan vivos en los esportones.
El vino aturde ya los corazones
y adormece el latido de las prisas.
Relucen como brecas las sonrisas
y el buen humor se enjoya de
pregones.
Atestado del humo y la fritura
el bar es como un barco en zarandeo
que se va a pique en su vaivén de
altura;
que ya flota en sopor y balanceo,
y esa fatiga en ese mar se cura
con unas palmas, vino y cantiñeo.
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Diego
Sánchez del Real
Conocí a Diego Sánchez del Real en un acto del
Ateneo gaditano, del que era miembro activo, en la década de los ochenta. Diego
era jiennense, fundador en su tierra natal de la revista “El Olivo”, también
colección de libros, así como creó la revista de poesía "Vientos". En
1991 apareció su libro La noche encendida
(Col. Vientos, Cádiz).
EL MAR DE LA PLAYA VICTORIA DE NOCHE
¿Sabéis que un dios impuso al mar destierro
por competir con árboles y brisa
en sus anhelos de verdor y risa
y ahora, en lágrima amarga, paga el
yerro?
Mirad qué brinco y jadear de perro
lleva por playas. Aunque el sol lo
irisa
y hermosea las crines de su prisa,
¿por qué aquel dios lo condenó a
ese encierro?
Lo oigo llorar como en un pozo oscuro
cuando la noche tapia su garganta
con la mordaza de su negro muro;
pero un pezón de luna lo amamanta
y lo acuna en su pecho y lo
abrillanta
y se duerme en un dócil
claroscuro...
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Antonio Rodríguez Lorca
Conocí a Antonio
Rodríguez Lorca en la playa de la Victoria, una tarde en que Manuel Pérez
Casaux y yo coincidimos en una de las visitas al mar gaditano allá por los años noventa. Era granadino pero
afincado, por su destino militar, en Cádiz, donde falleció. Manuel y él se
conocían, y este conocimiento fue el motivo de que se parase con nosotros y
conversáramos unos minutos aquella tarde de verano, posiblemente del año 94 ó
95. Nos invitó a publicar en la revista literaria “Tántalo”, que él
dirigía, y en la que nos editó poemas en varias ocasiones.
MUELLE
Se desciende
por una escalinata
y un bosque de columnas te marea.
Cuidado: la pecina que chorrea
y el verdín que hasta el agua se
dilata.
Subid. Mirad el agua de hojalata
que a las barcas con luz de sol golpea.
Se empina con la tarde la marea
y el sol le enciende un cúmulo
escarlata.
Un fuera-borda fatigado suena.
¿Esportones de peces o de arena?
Hierven voces, ruidos y saludos.
Los pescadores, como los de antaño.
Vedlos reír en la mitad del caño
dispuestos a atracar medio desnudos.
GADITANOS DE LETRAS
QUE CONOCÍ:
Maro Afrán (Manuel Rogelio
Aparicio Franco)
Conocí a Maro Afrán en la tienda de mi madre. Maro
Afrán era una especie de seudónimo de su nombre voluntariamente deformado que
él utilizaba para escribir.
No sé cuáles habían sido sus circunstancias en otras épocas de su vida. A la
tienda de mi madre llevaba en un cesto grande sobres de tisana para la venta al
por menor. Era una de las maneras de buscarse la vida, mientras entraba y salía
por sus sueños literarios. Nos caíamos mutuamente bien y conversábamos en torno
a asuntos afines: él sobre novelas y yo sobre poesía. Ya era un hombre que
rondaba los setenta años y yo, la mitad
de su edad. Me dijo que iba a dar un viaje por toda España y que iría a Madrid
a presentar sus novelas a un editor. Me impresionó su vitalidad. Después de que
mi madre cerrase la tienda, deje de verlo y no supe más de él.
A UN FALUCHO A MEDIO CUBRIR
POR EL CIENO DE UN MUELLE PESQUERO
Con la cerviz ya hundida y castigada
por el peso de soles y de brumas,
ofreces todavía a las espumas
el honor de tu vértebra empinada.
Que estuvo tu bodega abarrotada
de peces, lo recuerdas y te abrumas;
pero, a pesar, de que hedor te inhumas,
resistes, sin embargo, la bajada.
Ni el colmillo del agua compañera,
ni el verdín que a tu proa la adornara
perdonan a tu sucia calavera;
igual que el pescador que te embarcara
hoy su vejez lo abate y desampara
y se muere, mirándote, a tu vera.
Sonetos Premio de
Poesía “Mujeres del mar de Cádiz” 1997
GADITANOS DE LETRAS
QUE CONOCÍ:
Rafael de Cózar Sievert
Conocí, antes que a él, a su madre, Concha Sievert, que frecuentaba las
Tertulias de Educación y Descanso (1966-1974 ó 75).
Recuerdo que era pintora, y lo mismo que yo y otros
tantos invitados e invitadas, formábamos ese grupo de fieles concurrentes a
esas Tertulias que Pepe Segura dirigía. Conchita me habló un día de su hijo
Rafael, que residía en Sevilla, donde estudiaba.
Supe después que Rafael estaba vinculado a la revista
poética "Marejada", órgano literario del Grupo del mismo nombre
(1971), que conducía en Cádiz Jesús Fernández Palacios junto con José Ramón
Ripoll y posiblemente otros cuyos nombres no supe.
Una tarde llegué, por fin, a conocerlo en la
presentación de un libro en la Diputación de Cádiz.
Entablamos una breve pero simpática conversación
después de que yo le dijera que lo conocía por referencia de su madre, Concha
Sievert, en una de las Tertulias de Educación y Descanso en las que
coincidíamos.
PROSA
MEMORIA APÓCRIFA DE MANUEL JOSÉ
QUINTANA
RECREADA EN LAS PLAYAS GADITANAS
A José
Quintero González
“Cúpome a mí en suerte venir a la ciudadela de
Pamplona, destinado por seis años y despojado de todos mis honores y mis
empleos. Dos años ha que vivo aquí sufriendo la suerte de un preso, privado de
la comunicación con mi familia y los amigos de mi confianza, impedido de poder
escribir...” Pero, precisamente en estas maniatadas circunstancias, la
imaginación se siente con derecho a sobrevolar todos los espacios que nos
brindan una huida legítima hacia imágenes propicias para un solaz distraído.
En los años de Cádiz encuentro un acicate para
hilvanar estas experiencias en un tapiz de paz. Apenas llegado a la ínsula, me
sedujo, a mí, hombre de tierra adentro, aquel rumor de las olas venido como
desde la blanquiazul gasa de la lontananza. La pureza del cielo me hacía
comprometerme con la fidelidad a mis principios de defensa de la libertad
frente a los invasores y a todos sus secuaces adheridos durante el rodar de los
sucesos, aunque yo la contemplara en mi calidad de oficial primero de la
Secretaría General de la Junta, cargo que se me encomendó, además de la
dirección del Semanario.
Tuve
que soportar las burlas de Capmany debido a mis manifiestos patrióticos, por lo
que hube de renunciar del tercer cargo que me asignaron, como fue el de
Secretario de la Real Cámara y Estampilla del Consejo de la Regencia; sin embargo, está en mi
satisfacción que la Regencia reconoció mi celo y mi patriotismo. Este contento
fue rubricado con mi ingreso en la Real Academia de La Lengua y en la de Bellas
Artes. Pero, triunfante el absolutismo... En fin, mi estado de ánimo se
congratula en las evocaciones de Cádiz y vuelvo a desovillarlas para
entretenerme en la variedad amable de sus hilos.
En mis
pocos y flacos ratos de desocupación de aquellos asuntos relacionados con las
Cortes, me echaba a las calles de la ciudad como un peregrino buscando un
santuario para una devoción exclusivamente literaria. Buscaba librerías para
abordarlas con la esperanza de un buen botín de libros, debilidad crónica en mí
que me llena de riesgos en cuanto a deudas se refiere. Esas andanzas sin
brújula me llevan a escorar la mirada por calles de nombre insólito como la de
“los flamencos borrachos”, la “de la
cruz de la madera”, la “de la aduana”, la “de la cuesta de Riaño”, la “ de
Ancha”, la ”de la plaza de San Antonio”...
Me
acordaba de la tertulia y la revista que fundé en Madrid, el estreno de mi
drama Pelayo... ¿Qué significaba ese título sino una defensa de nuestras
libertades, como un barrunto intuitivo de lo que nos iba a sobrevenir? Tres
dramas más se me perdieron en los estruendos de la invasión. Cinco años antes
me había casado con María Antonia Florencia, zaragozana de pro y afamada
belleza. Mi felicidad estaba a tope con el nombramiento que me hicieron como
censor de teatros... De este tema pormenorizaba yo en la gaditana tertulia de
Margarita López de Morla, en la que coincidía con Argüelles, con Martínez de la Rosa, con Juan Nicasio Gallego, con el
conde de Toreno, con Saavedra, con Alcalá Galiano...
Vuelvo a
estos hierros de mi cautiverio y retomo el peso querido del liberalismo, así
como el de ser testigo de una muralla defensiva de los ciudadanos y sus
derechos sembrados en las Cortes de la Isla de León y florecidos en las de
Cádiz.
Pero la soledad es mala consejera de los
varones cuando la carestía del encantamiento nos incita a buscar presa para los
ojos depredadores de hermosura femenina. Yo tenía en mi mente aquella frase de
Estrabón referente a las puellae gaditanae. Un escritor es un hombre con
la mirada abierta como las alas de las águilas, sobrevolando las situaciones
humanas por encima de las idas y venidas. Yo meditaba sobre lo divino y lo
humano, entre el deber y la imaginación desde las contingencias de la calle
Santa Inés, camino del Oratorio de San Felipe Neri, a las sesiones de los
diputados.
Una
tarde en que el calor era una tenaza de fuego decidí ir a la playa. ¡La playa!
¿Cómo no se me había ocurrido antes? Hombre de tierra adentro, había soñado el
mar como un jardín placentero de oleajes en su monótono desdoblamiento. Pliegos
de olas como un inmenso álbum de agua. Venían las olas al regazo de la arena
como niños cansados a dormir su cansancio en la falda de su madre.
Poca gente
había pisando el metal rabioso de la orilla: madres con sus hijos, dos
embarcaciones pequeñas en la orilla, hombres con palos y redes al hombro,
algunos jóvenes; todos ellos en una serie dispersa y cambiante. Miraba yo el
mar como un dragón inmenso de lomos acuosos que se levantaba y se hundía en un
fragor incesante. Fonda de aves y vientos
que entretejían con sus rumores el imposible pentagrama del averío. Una muralla
imprecisa era la lontananza desde cuyos límites la tarde comenzaba a caer, a
sumergirse como un buque incendiado, lento y ceremonioso naufragio de las
últimas horas, hasta que apareciera la noche como un gran catafalco de sombras.
Pero, como
entrecruzándose por estos pensamientos con intervalos de melancolía poética, apareció una jovencita
como la mejor huésped de la escancana del reflujo que lamía con sus lenguas semitransparentes
aquella orilla. (Confieso que aprendí —yo, madrileño— de amigos gaditanos este
lenguaje marítimo.) Como una lasca de agua que me salpicase en la cara, el
rumor de un cantarcillo de su voz quedó flotando en el aire áureo. Ella, al
barruntar mi presencia como ballesta a punto de mirada indiscreta, calló; se
detuvo como en espera de que yo depusiese mi arco de curiosidad. Mi palabra,
secuestrada en mi boca por una dulce mordaza de precaución, al contrario de lo
que hizo el dios Apolo con Dafne, prefirió renunciar a ser dardo benévolo de
lisonja, caricia de halago, simpático asedio a una ciudadela virgen de
conquistas. No se entregó a la despavorida distancia para escapar de mis brazos
como Dafne ante el dios de la música, pero sí comenzó a andar hollando las
arrugas de la arena, es decir las dunas que la alejaban de aquella ribera
pespunteada con cenefas de espumas...
El
atardecer había volcado ya su diligencia de penumbras en el mar. Ella se perdió
en la lejanía como un signo de interrogación indescifrable, como un adiós sin
labios escrito con un garabato de perplejidad. Aquella hermosa gaditana en las
riberas de Cádiz... Pero yo, que era testigo de la defensa de la libertad
frente a todos los atropellos, no podía permitirme ni siquiera el amago de un
acercamiento gentil, ni una frase
esmaltada por la delicadeza, y no sólo
porque ella estuviese comprometida, sino porque mi esposa en Madrid me
imaginaba detrás de la trinchera de mis actas, afilando la palabra y ayudando a
empujar el pesado carro de las circunstancias políticas.
No
volví a romper la trayectoria habitual de mis pasos hasta el Oratorio desde la
casa de los Butler, en la calle del Molino, donde me hospedaba. La playa se
quedó arrinconada en mi memoria como una nostalgia ficticia, como un islote
agradable al que tan aficionado son los artistas para esconderse de la
persecución de la realidad... Me consolaba mi ideal. Un ideal es como una
escalada a los sueños, una proa que embiste a vientos; el ideal nos da una
almena, como las muchas que veo en Cádiz, desde la que el entusiasmo es guardia
insomne. El ideal es un remo a contracorriente... Es una cofa de ilusión para
avistar tierras de futuros mejores; es un mástil enhiesto que no teme las
tormentas. El ideal es un azor de lejanías, un maravilloso cuervo de las
distancias en una lontananza de posibilidades...
Pero he de volver a esta realidad cuadriculada
por la geometría de las exigencias y dejar Cádiz como un adiós inconcluso en
tales remembranzas. Así que...
Sólo me resta en la adversidad que me oprime
coronar mis principios con mi noble sufrimiento y después de tantos sacrificios
en obsequio de la razón y de la patria, hacerles de ese modo el único servicio
que está en mi mano”, escribí en la despedida del memorial; pero en él no podía
yo citar aquel romance dedicado a la gaditana de la playa al que, en el acoso
de su presencia ausente, esbocé en mi habitación varias noches después, a
espaldas de los prejuicios de hombre ilustrado y dueño de sus sentimientos, y
que concluí más adelante:
A
aquella airosa andaluza
que en las riberas de Cádiz
es, por lo negra y lo hermosa,
la esposa de los cantares;
a
la que en el mar nacida
la embebió el mar de sus sales,
cada ademán una gracia,
cada palabra un donaire;
ve volando, pensamiento,
y al besar los pies de Dafne,
dila que vas en mi nombre
a tributarle homenajes.
Hoy
son sus alegres días;
mira cuál todo la aplaude;
menos fuego el sol despide,
más fresco respira el aire.
Los
jazmines en guirnaldas
sobre su frente se esparcen;
los claveles en su pecho
dan esencias más süaves.
Y ya que yo, sumergido
en el horror de esta cárcel,
ni aun en pensamiento puedo
alzar la vista a su imagen,
rompe tú aquestas prisiones
y vuela allá a recrearte
en el raudal halagüeño
de su sabroso lenguaje.
Verás andar los amores
como traviesos enjambres,
ya trepando por sus brazos,
ya escondiéndose en su talle,
ya subiendo a su garganta
para de allí despeñarse
a los orbes deliciosos
de su seno palpitante.
Mas cuando tanto atractivo
a tu placer contemplares,
guárdate bien, no te ciegues
y sin remedio te abrases.
Acuérdate que en el mundo
los bienes van con los males,
las rosas tienen espinas
y las auroras celajes.
Vistiola, al nacer, el cielo
de aquella gracia inefable
que embelesa los sentidos
y avasalla libertades.
Los ojos que destinados
al Dios de amor fueron antes,
para que en vez de saetas
los corazones flechase,
a esa homicida se dieron
negros, bellos, centellantes,
a convertir en cenizas
cuanto con ellos alcance.
Y cuentan que Amor entonces
dijo picado a su madre:
«pues esos ojos me ciegan,
yo quiero ciego quedarme.
»Venza ella al sol con sus rayos;
pero también se adelante
en su mudanza a los vientos,
en su inconstancia a los mares».
Y
fue así. Las ondas leves
que van de margen en margen,
los céfiros que volando
de flor en flor se distraen,
no
más inciertos se miran
en sus dulces juegos, Dafne,
que tú engañosa envenenas
con tus halagos fugaces.
Dime,
¿aún se pinta el agrado
en tu risueño semblante,
y respiran tus miradas
aquella piedad süave
para
con ceño y capricho
desvanecerla al instante,
trocar la risa en desvío
y el agasajo en desaires?
Y
dime, a los que asesinas
con tan alevosas artes,
¿los obligas aún, crüel,
a consumirse y que callen?
Mas no importa: que padezcan
los que en tu lumbre se abrasen;
que tú, con sólo mirarlos,
harto felices los haces.
Yo
también, a no decirme
la razón que ya era tarde,
y a presumir en mis votos
el bello don de agradarte,
te
idolatrara, tú fueras
la mayor de mis deidades.
¿Pero quién es el que amando
no anhela porque le amen?
De amigo, pues, con el nombre
fue forzoso contentarme;
pero de aquellos amigos
que en celo y fe son amantes...
Basta,
pensamiento; vuelve,
vuelve ya de tu mensaje,
y una sonrisa a lo menos
para consolarme trae. *
Poema del que es autor M. J. Quintana, titulado Romance a Dafne, en sus días, y
fechado en 16 de julio de 1815
Bajo estos cielos cejijuntos del norte, siempre
tengo presente una sonrisa de aquella doble claridad gaditana en la que
resplandece amaneciendo un tiempo de libertad y un discreto recuerdo que es cofre íntimo de anhelos
imposibles pero consoladores en aquellos días de tanta zozobra, de caminos
inseguros por recorrer...”.
Ciudadela de Pamplona, 13 de enero de 1816
ÍNDICE
CÁDIZ SURGIDA DEL CORAZÓN…
9
LOS MARES QUE TE
GUARDAN…
11
EN SU
CRIPTA DE LA CATEDRAL, EL ALMA DEL MÚSICO… 23
CÁDIZ Y
CUBA: EMOCIONADO VIAJE DE IDA Y VUELTA 31
ALBERGUE
DEL ATLÁNTICO
37
MARES GALANTES PARA AMARTE, OH GADES 41
UNIDAS Y HERMANADAS POR EL AGUA 53
FRUICIONES DEL PASEO
56
MARINERO
59
LA NOSTALGIA DEL MARINERO EN ALTAMAR 61
BAR DEL MUELLE
63
EL MAR DE LA PLAYA DE LA VICTORIA
65
MUELLE 67
A UN FALUCHO A MEDIO CUBRIR…
69
MEMORIA APÓCRIFA DE MANUEL JOSÉ
QUINTANA… 72
JUAN RAFAEL MENA
CÁDIZ:
VERSO Y AGUA
TERTULIA RÍO ARILLO
CÁDIZ SURGIDA DEL CORAZÓN DEL AGUA
Y LA LEYENDA
A Luis García Gil
Naciste de un capricho de los dioses
salvada de la Atlántida perdida,
gemela de la hermana sumergida,
de la que espuma y olas son sus voces.
Día a día en tu gente te conoces,
como desde los cielos descendida
a este trozo de tierra suspendida
para que en la leyenda tus pies poses.
¿Tirios, tartesios, íberos, troyanos?
Puerta de Europa, tu aldabón: levante
que te acaricia con salobres manos.
Que aclaren otros ese interrogante
mientras te miman labios ciudadanos
como si fueran los de un dios amante.
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Adela Medina Cuesta
Conocí a Adelita, Gitanilla del Carmelo,
un día de julio en que el fuego del verano de 1969 se enconaba con la plaza del
Mentidero de Cádiz, donde ella vivía. El sol le cogió querencia a su balcón y
detrás de él, Adelita me nombraba Caballero de la Orden del Clavel,
entregándome un clavel de papel muy bien confeccionado por ella misma y una
estampa de la gaditana Virgen del Carmen con una dedicatoria. Sé que escribía
poesías y bordaba enseres para las Vírgenes de su tierra, en especial para la
Virgen del Desamparo.
LOS MARES QUE TE GUARDAN COMO EN
HARÉN,
OH CÁDIZ, DE OLEAJES
I
Despereza
sus brazos amarillos la aurora,
desde
Puerto Real se levanta a los cielos,
se
mira en el undoso vidrio de la bahía,
extiende
poco a poco sus cabellos de trigo,
extensa
y luminosa cabellera que arde
tibiamente
al costado de Cádiz soñolienta.
El
día como obrero ya en faena camina
por
el puente con alta claridad como un nimbo
animando
a la vida a que alce de nuevo
la
voluntad, el hambre del vivir cotidiano,
servidumbre
gozosa que también es aliento,
forja
para el amor, fragua del sacrificio.
La
aurora nos sonríe con luz adolescente;
nos
da ejemplo, pues ella ha olvidado las sombras.
I
I
Hizo un nido de agua la mar
en el costado
de Cádiz con su música de
oleajes y buques,
y eso es el muelle. Vedlo en
todo su ajetreo:
sirenas y trasiegos de gente
y mercancías
alegran este espacio en el
que el orbe entero
viene a homenajearla con
beso de visita,
novio fugaz el buque que
penetra en las aguas
y embaraza a este puerto de
trajines y afanes
y de mercaderías, sangre
circulatoria
que da vida a tu cuerpo, oh
Cádiz oceánica,
musa de travesías, hija
afable de Hércules,
que te dio la sonrisa y los
brazos abiertos
a América y a África, que te
sueñan hermana
de vastas singladuras,
intercambios de espumas,
oleajes que un día
columpiaron las naves
del segundo viaje de Colón a
otro mundo.
I I I
Pero, dejando el puerto,
senda de la Alameda,
el agua ya está sola, no
acaricia las quillas,
no besa ni estribores ni
babores, ni canta
con el ritmo que pone el
trabajo en sus versos
sudorientos, manidos,
cotidianos, anónimos.
El agua, en ajetreos menudos
como cuarzos,
se mece frente al faro, bajo
las pétreas plantas
de austeros baluartes y
dormido castillo,
que son los viejos restos de
las recias murallas.
Fueron el cinturón que ha
tiempo bordearon
como amor y defensa la
cintura de Cádiz,
doncella disputada por mitos
e invasiones,
luminosa anfitriona de
rendidos viajeros,
joyel donde se guarda la
Virgen del Rosario
como amada presea de la fe
gaditana.
I V
Torres y miradores se
empinan al acecho
del Parque Genovés, balcón
donde se asoma
Cádiz con señorío a su
antigua bahía,
recortada en el tiempo por
ancestros burgueses
que están en Santa Bárbara
paseando recuerdos
de mercantiles épocas con
sombreros de hongo,
polisón y sombrilla,
habaneras de Cuba,
ecos de La viudita naviera, trasatlánticos,
los tanguillos de un coro
por el barrio La Viña;
pero aquí, por San Carlos,
el venerado drago
y una nana de Falla que
duerme a los levantes
cuando desde la mar salpican
con sus iras
a los mármoles del monumento
a Las Cortes,
mástil de libertad con
bandera de siglos.
V
Entre San Sebastián y Santa
Catalina,
pequeña y dulce cala de otro
tiempo a los pies
del bosque palafítico que
fue aquel balneario,
La Caleta, con largos
bullicios de La Viña.
Botes en sus orillas
flirtean con sus olas,
a veces con manteos de
soplos en las aguas
se sienten acunados y es la
playa nodriza
que los duerme en un malva
regazo de crepúsculo,
y, ojo de buey la luna, es
mirador romántico
para que paseantes se asomen
silenciosos
a vastas lejanías, sintiendo
a sus espaldas
la sombra protectora del
ficus centenario.
V I
A pesar de tan duros
embates, bravas olas,
no asaltaréis jamás a Cádiz.
Con los bores
rompéis la impedimenta de
guerra en el ataque
que estalla como fúlgidos
metales, como cuernos
de espuma que salpica los ojos asombrados.
¿No veis que aún queda el
alma del que fue baluarte
de los Mártires, algo de
aquella batería
de Capuchinos y esa muralla
que soporta
el vendaval que sois cuando
la mar se agita
como un gran corazón que ama
desesperado?
V
I I
Donde agonizan restos de
murallas empieza
una mano de mar con suave
escarceo
a acariciar, oh Cádiz, tu
cintura: es la playa
que da en Santa María con
ecos juveniles
del instituto, desde donde
múltiples ojos
te asaetan con fervor de
vacaciones.
Sentados en el borde del
Paseo Marítimo
los jóvenes se beben los
vívidos reflejos
que el sol como garlopa
arranca a tu marea;
pequeñas y fugaces historias
de miradas
y latidos ocultos traducen
tus rumores,
ya caídos después de la
blanca resaca,
tiza espolvoreada por los
bajos cantiles.
Playa íntima a la que llega
algún oleaje
para desde las rocas saludar
fugazmente
a las Puertas de Tierra, tus
viejos cancerberos.
V I
I I
¿No oís voces dispersas de
acentos variados
cual si fuese un mosaico de
forasteras hablas
entrecruzadas con las brisas
litorales
y el rezongar del agua con
su beso a la arena?
¿Se ha olvidado la Playa de
la Victoria, acaso,
de Cádiz con murallas y
balcón con geranios,
y aquí, como al resguardo de
edificios anónimos,
es ya cosmopolita, tropical
todo el año?
¿Entre tantos bañistas que
en el agua se hunden
buscando la frescura de azul
cristalería,
no habrá nadie que mire
hacia dentro de Cádiz
y vea en la calima torres y
miradores,
y ciudad bizantina le
parezca tal vez?
I X
¿Guarda la Cortadura
ajetreos y voces
de cuando la amenaza de las
tropas francesas?
Me parece que mira como en
aquellos años,
a la Isla, al molino del
viejo río Arillo
-frontera salinera-, al bajo
Camposoto,
a los disciplinados esteros
verdinegros?
Lo mismo que el castillo de
San Lorenzo acaso
se sienta como huérfana, de
Extramuros lejana,
y sueña desde aquí con su
Cádiz de dentro,
el faro, baluartes,
castillos, baterías,
consuelo rumoroso,
verdiazul, blanquecino
con la eterna escancana de
las aguas que vienen
a dejarle en su orilla los
ecos del océano
con fragmentos de historias
y leyendas lejanas.
X
¿Proa o popa de Europa?
África te desea
y América te sueña desde
allí como hermana
melliza en el acento y en
las arquitecturas.
La mar se hace varón cuando
aprende del viento
y rodea de agua emocionada y
limpia
tu cintura de piedra; te
agasaja, te alaba
con brisas de poniente y
furias de levante,
y la luna no quiere otro
plácido espejo
que tu bahía, cuna y nana de
la noche;
y no desea el sol otro
albergue y retiro
que tu limpio horizonte,
almohadón de amapolas,
en que el ocaso viene a
adormecer el día.
X I
Son como centinelas de olas
y ventolinas
que ponen en tus manos
anillos y pulseras
de espumas y salitres; como
novios te halagan,
te obsequian plenilunios con
engarces de estrellas
los mares que te guardan
celosos y te dicen
como en harén de sol:
"Vive otros tres milenios".
Premio de Poesía “Mujeres del Mar”, 2003
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Miguel
Martínez del Cerro
Conocí a Miguel
Martínez del Cerro (don Miguel) a principios de 1969 en lo que hoy es la sede
del rectorado de la Universidad de Cádiz en la calle Ancha. Fue una tarde en la
que se celebraba una de las tertulias de Educación y Descanso, dirigidas por
José Segura López. Don Miguel, otra persona más que no recuerdo ahora, y yo,
formamos el jurado del certamen ese día. El primer premio fue otorgado a
Ignacio Rivera Podestá por una décima que encantó al catedrático de Literatura,
y también al otro miembro del jurado y a mí. Don Miguel era un hombre discreto en sus juicios sobre
temas literarios y más bien silencioso pero amable cuando se le trataba.
EN SU
CRIPTA DE LA CATEDRAL, EL ALMA
DEL MÚSICO GADITANO
MANUEL DE FALLA
EVOCA FRAGMENTOS DE SU VIDA
A Juan
Antonio Macías Gutiérrez
El mar del Campo Sur me llama como entonces,
como cuando, yo niño, al pretil me asomaba
del Atlántico: oyendo su resuello
sonoro,
me rogaban las aguas que tradujese un
día
a música y a coro su grandeza oceánica,
y es que escucho, cercano, marítimo
vecino,
el vaivén verdiazul del oleaje; ensaya
en los bloques de piedra que resguardan
los muros
pentagramas que rompen los vientos de
levante;
mas, cuando en el reposo de los
atardeceres
el poniente se hunde como edificio en
llamas,
se acicala mi espíritu y con mano de
ángel
repasa el viejo álbum de mi otoñal
memoria,
y me veo por calles de aquel Cádiz que
ahora
nuevas generaciones en postales
admiran;
ahora que ya, altivo, el progreso ha
borrado
las señas sustanciales que fueron la
conciencia
popular, cotidiana del bullir de la
calle.
Pequeño todavía, camino con mi madre
desde la plaza Mina—en que salí a este mundo—
hacia la bullanguera calle Ancha, la tienda
de Quirell, instrumentos musicales me atraen
como si de juguetes se tratara, lo mismo
que el pequeño teatro mío de marionetas.
Una vez me llevaron a Sevilla, y fue tanta
la impresión producida, que vivir quise en ella.
Vi de niño dos óperas: el Fausto de Gounod
y del gran Donizetti Lucía. Entusiasmado,
a Haydn descubrí por sus Siete Palabras*.
Me inicia en el teclado mi madre y de mis dedos
surgirá mi primicia: aquella Melodía
en la que el violoncello y el piano se aúnan,
en disputa con otras aficiones: las Letras
y también la pintura en revistas, las voces
de mi búsqueda inquieta: “El burlón”, “Cascabel”…*
Tal como el de Viniegra en plaza Candelaria,
acudo a los salones, devotos de Bellini,
y también de zarzuelas; oh, Eloísa Galluzo,
mi dulce profesora de solfeo y piano,
y Odero y Broca a quienes la armonía les debo
y el fino contrapunto en el que Bach me diera
la juvenil semilla de mi primera obra:
la Gavotte y Musset …Galanteé a María,
sobrina de mi madre, mas ella no me quiso
el dardo devolver lanzado por mis ojos…
¡Sorpresas de la vida: muchos años más tarde
unimos en América gavillas de amistad!
Otearon Madrid mis frescos veinte años
y fui al Conservatorio, de Tragó buen alumno.
Paseé por allí una gaditanía
de azules pentagramas que a Pedrell* sedujeron,
La ilusión fue una yedra que subió por mis sienes
con aquel primer premio de piano… Aventura
inútil fue embarcarme, grumete, en la zarzuela.
Pero el soplo divino* consoló mi fracasó:
Serenata andaluza, Vals-Capricho, Nocturno
me armaron caballero de luchas musicales,
y, sobre todo, el fausto que fue para mi gloria
La vida breve, buque con que a la mar me hice
en difíciles aguas por París con maestros
como Dukas, Ravel, Delate, Schmitt, Roland,
y también con el gran Debussy, el de La mer…
Comparándome a veces con mi amigo Picasso,
Stravinsky me tuvo por hombre retraído,
tal era la llamada de mi recogimiento,
y un día en una iglesia, oyendo a Frescobaldi,
me sumo en la oración y Poulenc en el hombro
me toca como si despertarme quisiera
de un letargo en que gozo de un no sé qué inefable ,
y él se va del recinto…Anécdota sabrosa
que a menudo entre amigos refería extrañado.
La gran guerra, bramido y tormenta de balas,
me devolvió a Madrid otra vez. Es ahora
cuando es La vida breve innumerable aplauso,
lo mismo que la noche en que ardieron mis teclas
de emoción al cantar los jardines de España,
y Cubiles y Viñes y hasta el gran Rubinstein
encendieron sus dedos con la llama andaluza,
y fue esa Andalucía la que en voz de mi gente
–Salud, la Molinera, Candelas, Melisenda,
Isabel y Pirene…*— me llamó a que viniese
al Sur, a una casita echada en el regazo
de una colina, en brazos de Granada, la madre
que me adoptó y en cofre de gitanos acentos
me mostró los diamantes sin pulir todavía
del cante virginal de una tierra que sueña
a los pies de la Alhambra, monumental testigo
de mi labor, que hacía huecos hospitalarios
a visitas de amigos y curiosos viajeros
que en sus almas traían como señas compases
de mi música viva en salones de Europa.
Hasta que un día vino Federico… Oh, qué día
afortunado fue el que me dio el regalo
de conocer de cerca a tan grata criatura,
con la que hice, pronto, feliz hermanamiento
en comunes propósitos para sacar al cante
de cuevas de temores y enarbolar guirnaldas
como si un nacimiento celebrase profético,
y juntos decidimos vendimiar esas cepas
de “los sonidos negros”*, tal como él los llamara;
cosecha de concursos, tirón de aficionados
para desenterrar de sus gargantas puras
ese metal precioso de los diversos palos.
Quince años que fueron de una paz florecida
en los distintos verdes de los cármenes, limpios
aún de la triste sangre que después resbalase
cuando el dragón de acero de la guerra tronara
y vidas se llevara y los sencillos gozos
del vivir cotidiano… ¡Incluso a Federico,
por el que por salvarlo baldío fue mi esfuerzo,
dueña la muerte ya de Granada y de España,
palideció la Alhambra, calló el Generalife,
y yo no quise más ver mi carmen de luto
y poblado por dentro de fantasmas queridos;
y los lentos apuntes de La Atlántida* fueron
sollozos asfixiados por los tiempos crueles.
Un frío dos de octubre embarqué en Barcelona.
Con María, mi hermana, navegué a la Argentina
y en la Alta Gracia fui huésped bien acogido,
acordándome siempre de Madrid, de Granada,
de París, mis amigos: los vivos y los muertos,
y también de mi Cádiz (Padecía yo entonces
cierta tuberculosis igual que un balbuceo
por la sangre cansada, la carne alicaída;
y creía, además, que las enfermedades
podrían ser castigos venidos de lo alto.)
Consuelo hallé, no obstante, en los cálidos brazos
de la gente de América. Allí mis Homenajes
estrené en el Teatro Colón. Pero la muerte
me acechaba, y un día, solitario, en mi cama
tendido yo, acercóse con sus pies de gacela
y con gélida mano me apretó el corazón*.
Vi cómo se ocuparon de mi cuerpo difunto,
que embalsaron como si retuviesen algo
de mí como consuelo para acallar mi ausencia,
pero yo, deseando que acabara aquel rito,
larga paciencia tuve sosegando mi anhelo
de subir a lo alto para entrar en los coros
que le cantan a Dios el Libro de las Horas
para volver aquí y escuchar como antaño
los mismos oleajes que acunaron mi infancia.
Así, de vez en cuando, bajo de ese alborozo
hasta la muda cripta, libre ya de avatares,
y de tiempo y espacio, inteligencia pura,
recuerdo, como ahora, fragmentos de mi vida,
mientras el mar me busca llamándome ante muros
pétreos y me suplica que yo pase mis dedos
por sobre su teclado de plëamar serena,
lo mismo que lo hiciese de niño con mi madre
en el piano aquel de la niñez lejana…
NOTAS
*Dos revistas juveniles y efímeras por él fundadas.
*Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz de Haydn,
que se representaba en la catedral de Cádiz
desde 1785.
*José Tragó (1857-1934). Pianista y compositor.
*Felipe Pedrell (1841-1922). Compositor y
musicólogo catalán
*Falla era hombre muy religioso y de prácticas
piadosas,
como también lo fue Joseph Haydn (1732-1809).
De ahí la expresión “soplo divino”.
*Personajes de sus obras.
*Sinestesia lorquiana de su conferencia de 1933
“Juego y teoría del duende”, parafraseando al cantaor Manuel Torre.
*La Atlántida, obra inconclusa de Falla. Fue
acabada tras su muerte por su discípulo Ernesto Halffter.
*Para Falla la música religiosa era la máxima
expresión de ese mismo arte.
GADITANOS DE
LETRAS QUE CONOCÍ:
Ignacio Rivera Podestá
Conocí a Ignacio Rivera en el casino de doña Anuncia
de San Fernando, situado en la Alameda Moreno de Guerra, durante la segunda
Tertulia de Educación y Descanso, en 1966, que dirigía Pepe Segura. Hice
amistad con él y quedó en enviarme alguna revista de poesía de las muchas que
recibía, demás de las suyas, “Torre Tavira” y “Arrecife”. Al poco tiempo de
conocernos me envió una revista de Murcia llamada “Contraluz”. En ella venían
unas bases de un certamen de poesía en Barcelona, bajo el nombre de Premios
Carabela. Envié un poemario y quedó finalista, en octubre de 1967. El libro
apareció a primeros de 1968. Colaboré en varias ocasiones en "Torre
Tavira". Supe de su fallecimiento, casualmente, por internet. Llamé a su
sobrino Juan José y le di el pésame, además de hacerle unos comentarios acerca
de la amistad que me unía a Ignacio. Le referí que yo lo había visitado varias
veces en su domicilio de la calle General Luque, a vueltas de la calle San
Francisco, tal vez la más céntrica de Cádiz, junto a Columela. Me dijo que él
se hizo cargo de la biblioteca de su tío, que era espléndida en libros y
revistas de poesía.
CÁDIZ Y CUBA:
EMOCIONADO VIAJE DE IDA Y VUELTA
"Cádiz es la Habana con más negritos,
la Habana, Cádiz con más salero".
Antonio Burgos/Carlos Cano
¿No
surgió, como Venus de la espuma del mar,
Cuba
de un blanco sueño del Cádiz oceánico?
¿No
habéis visto el castillo de Santa Catalina
y el
castillo del Morro, o de la Candelaria
—el
que fue Baluarte—, o bien los miradores
de
esmerados herrajes que a través de las olas
envían
con dulzor de la caña de azúcar
nostalgias
que suspiran al borde de los muelles
de
austeros comerciantes que al pisar Santiago
deliraban
de amor ante las moreneces
de
criollas picantes con canarios acentos
entre
blancor de cales y aromas de tabacos?
Fue
Pedro de Medina, arquitecto, quien hizo
a
Cuba hija de Cádiz con bautismo barroco:
la
Casa de Gobierno, la Casa de Correos,
la
Catedral, que aún miran hacia los litorales
gaditanos
con deudas de emoción en columnas,
en
vanos, en ventanas para soñar el tiempo
y
hacer que las raíces florezcan de añoranzas,
aún
más si en el espacio íntimo de sus muros,
como
alivio a continuas travesías, consuela
la
música de Falla, lago de la memoria,
sosiego
que no excluye el son y las guajiras,
y es
gozo si se oye modular la habanera.
Pero
en aquellos días de vísperas fatales,
la
Patria, enferma, lucha por conservar pedazos
de
lo que fue su antiguo corazón colonial.
Cuba,
zarandeada por políticos vientos,
mira
a España con ojos de angustias antillanas.
Cádiz
fue puerto hermano de júbilo y navíos.
Cuarteles
de la Isla y de la Candelaria
son
como dos alforjas de esperanza en los hombres.
Madrugan
en sus cielos como ojos vigilantes
muchos
preparativos, y, a pesar de la hora,
todos
los gaditanos se agolpan en las calles,
llenaban
los balcones y cierros de las casas
para
ver desfilar a las ufanas tropas
camino
de aquel muelle bullente de ilusiones,
los
gritos patrióticos para la despedida.
Engalanada,
igual que en sus mejores fiestas,
la
Virgen del Rosario como enseña sagrada
que
bendice a aquel nudo de promesas valientes.
Los
soldados marchaban con sus ritmos marciales
y en
la subida al barco la flor de aquella furia
reventaba
sus pétalos en cantos y proezas
anticipadas,
como señal de sacrificio,
mientras,
el muelle ardía de rumores y gentes,
envuelto
todo en música de finos pasodobles,
y
entre los pasodobles, el más agradecido
y
popular sacado de la zarzuela Cádiz.
Mas
la guerra pasaba y los días poniendo
ciertos
interrogantes, comentarios, suspiros
frente
al Ayuntamiento; San Juan de Dios, su plaza,
de
ociosos y curiosos mentidero, hojeaba
el
Diario, forzado manantial de noticias,
como
un cofre de augurios y de cavilaciones,
porque
tantos soldados que de Cádiz partieron,
no
volvían... Aquellos pasodobles alegres
eran
sustituidos a poco por sollozos
y
por dudas que a insomnes corazones punzaban.
Ya
al muelle no animaba ni música ni vítores
cuando
en la despedida de las últimas levas.
Los
jefes y oficiales cabizbajos marchaban
como
si adivinasen aciagos desenlaces;
llevaban
los soldados como dulces reliquias
los
tan hondos retratos de la madre y la novia.
En
Cuba, mientras tanto, la sangre gaditana,
como
toda la sangre española en combate,
brillaba,
relucía de ingenua acometida
frente
al poder seguro del yanqui astuto y frío
(que
encendiera en Rubén sus versos indignados
y
reivindicativos de una España más fuerte*).
La
sangre gaditana se huracanó en las bordas,
y en
nombres que la Historia guarda como en joyero
suena
en el corazón español todavía
el
Teresa, el Oquendo, el Colón, el Vizcaya;
en
fin, toda la escuadra heroica de Cervera.
Un
sabor a derrota amargó las gargantas
de
los hombres aquellos que al final regresaron
trayéndose
de Cuba —esa hermana perdida
y
dejada en los brazos de una mar que se hizo
la
tumba de españoles que soñaron victorias—
las
condecoraciones más tristes: las heridas.
Pero
a pesar que Cuba quedaba ya más lejos
y el
lazo que la hacía como melliza a Cádiz,
se
rompió, todavía las olas siguen fieles
en
reciprocidad de recuerdos y afanes
y en
idas y venidas con caudales de espumas,
vientos
y gaviotas, no dejan en olvido
los
norays de los muelles, las sirenas, los cabos,
que
les fueron otrora como palpitaciones,
como
un lenguaje en clave de su vivir diario;
porque
¿cómo olvidar este puente que cruza
España
para América como faro y vigilia,
arcada
familiar, acueducto de señas,
ventrículos
de un mismo corazón de la lengua?
¿No
surgió como Venus de la espuma del mar
Cuba
de un blanco sueño atlántico de Cádiz?
¿O
acaso cuando veis el castillo del Morro
no
estáis viendo el castillo de Santa Catalina?
*Véase el poema “A Roosevelt”.
ESCRITORES
GADITANOS QUE CONOCÍ:
José Manuel
García Gómez
Conocí a José Manuel García Gómez en su casa de la
calle Cervantes, en mayo de 1966. Yo sabía de su existencia y saber poético por
medio de Diario de Cádiz, pues por aquella época en dicho Diario figuraba los
domingos una página central dedicada a un poeta, casi siempre de la generación
del 27 y también de los de la generación del cincuenta.
Yo le llevé una cuidada libreta de poemas
manuscritos y él se lo quedó durante unos meses para leerlos y darme su opinión
posteriormente. Para ser exacto, también supe de él por la poeta Pilar Paz
Pasamar que me dijo una tarde que fui a visitarla en su gaditana casa de la
calle Brasil, en septiembre de 1963, que era algo así como una eminencia en
poesía. El poeta barbateño Paco Malia Varo dijo de él en una de las tertulias
de Pepe Segura que era “un erudito de la poesía químicamente pura”.
Su nombre, pues, no se me olvidó y, como he dicho
arriba, tres años después de visitar a Pilar Paz, fui a entregarle aquellos
poemas escritos a mano con tinta de corazón. Dirigió la revista de poesía
"Caleta", en la que colaboré. En 1970 fundó en Cádiz el Colegio
Argantonio.
ALBERGUE
DEL ATLÁNTICO
A Jesús
Fernández Palacios
Nave anclada en la orilla de
una edad milenaria,
bajel con cargamento de oro en
la mañana
cuando te incendia el sol,
galeote de risas
porque las gaviotas bulliciosas
corean
tu inmóvil travesía de ajetreos
y afanes.
Los siglos con sus manos de herrumbres y nostalgias
dejaron en tu estribo su linaje
de huellas,
y un idilio lluvioso de besos
seculares
desgastaron tu cuerpo de piedra
y de salitre.
Los vientos te
acompañan, te salmodian, te animan,
como fieles nodrizas te
recuerdan tu origen,
con cantos donde suenan
crótalos y guitarras
ondean tu velamen de
azules infinitos.
Las noches se aproximan a tu
borda y susurran
a tu oído leyendas de antiguos
navegantes
que con redes de versos
capturaban estrellas
para adornar tus olas con
pulseras de espumas.
Tus mástiles se abren como
abrazos, se enjarcian
con rubias claridades de un
vivo mediodía,
amante del verano que te busca
en las playas
y abarca tu cintura con bonanza
y modorra.
Sirena convertida en novia de
granito
por la magia de un dios ebrio
de sal y algas
que no quiso perderte y te dejó
enredada
entre los girasoles de un estío
perpetuo.
Señora de un tesoro sepultado a
tus plantas,
una heredad de historias y de
huesos ilustres
con proezas y nombres por cuya
resonancia
la brisa se acaudala de
violines marítimos.
Ondina castigada por dorar oleajes
y retener a agosto cautivo en tus cabellos;
no quieres el indulto de tu padre el océano
que te llega en la siesta de la lenta calina.
Esposa del
contorno que te trae en reflejos
collares
de las vides y fragancia de pinos,
embajada
de esteros por adarce escoltados
y pregones
humildes de almejas y ostiones.
Amada
prisionera de un gigante de agua
en una
móvil jaula de conchas y sargazos,
que para
consolarte permite a los crepúsculos
volcar sobre tus costas candrayes de amapolas,
cuando sé que tan sólo te confortan y alegran
los
rumores diarios de tus gentes activas,
cuando sé
que es tan sólo el vivir cotidiano
quien
suelta las amarras de tu pena al olvido;
de tu pena
por este novio ciego dei tiempo
que tantea
tu cuerpo y tu torso erosiona
en su amor
necesario de ilusión y ruina;
albergue del Atlántico, que a tus
pies se arremansa
cansado de viajar por un
mundo en violencia;
muchacha solitaria en un
vergel de olas,
Gades, evocadora de tus padres
remotos,
un nieto de tu entonces,
un hijo de tu ahora
te canta y el fervor se
le hace poema,
que fija como un ancla a
tu vetusta quilla,
hoy marinero yo,
destinado en tu proa
para singlar tu nombre
por el mar de los días.
"INFORMACIÓN DEL
LUNES", 15 de mayo de 1978
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Fernando Quiñones Chozas
Conocí a Fernando Quiñones en 1972, un día de la
semana de los Alcances, Festival de Cine Documental en Cádiz. Creo que
fue la tarde que se proyectó la película Carros de fuego. No hace falta
decir que estos Alcances tenían el empuje básico del escritor
chiclanero-gaditano. Años antes yo había leído de él su libro editado en
Adonais Cercanía de la gracia, que me prestó Antonio González Muñoz,
profesor amigo, por cuya generosidad leí varios libros de poesía a comienzos de
los años sesenta.
Aunque nacido en Chiclana, Fernando era tan gaditano
como chiclanero, tan sencillo como simpático y ocurrente.
MARES GALANTES PARA
AMARTE, OH GADES
I
Playa
de la Cortadura
Mar de la playa de la Cortadura
de cuando aquellos años aguerridos
contra los batallones de oleajes,
corazas con sus soles refulgentes
deshechas por las móviles espadas
de las brisas, viragos en las olas
como a lomos de líquidos corceles,
estruendo de los bores que se agolpan
en la alta mar, el campo de batallas
con espumas versátiles por sangre,
con la quieta pleamar como victoria
y resplandores áureos por banderas
ya cuando el buque del ocaso, en llamas,
húndese en el fragor del horizonte.
Aquel muchacho que pisoteaba
tu arena, a veces con sus sierpes de agua,
empezó a amar el mar en ti, un verano
que ya es dulce postal en su memoria,
mar de la playa de la Cortadura,
olvidada del Arco de la Rosa
y del Pópulo con sus catedrales,
mar de la playa que el verano pisa
sin agendas y brisas soleadas.
I
I
Playa de
la Victoria
Playa de la Victoria, cuando paso
en autobús, desde la carretera,
me acuerdo de los años de estudiante.
Escapadas a tus hospitalarias
orillas donde, lentas, como perros
sosegados y dóciles, las olas
nos besaban los pies, reyes fugaces
nosotros, sin casetas como aquéllas
que como artillería de colores
listados y optimistas banderitas
estaban frente al mar sin que pudiesen
defendernos de tantos abordajes
de pleamares, y a la atardecida,
nos invadían amistosamente
con lanchas de oro viejo que vertían
a nuestros pies lamidos por el agua,
tronchadas ya, crepusculares fucsias.
I I I
Santa
María
Hermana más humilde, protegida
por piedras que parecen cinceladas
por un Hércules fosco y gaditano,
Santa María, playa de estudiantes,
adonde bajan cuando necesitan
un asueto de brisas que libere
sus mentes de la férrea agrimensura
que es el estudio. El mar aquí es suave
como en el Balneario, pero mira
hacia allí deseoso de gentío.
Solitario se siente entre los bloques,
donde rezonga sucio de sollozos
por todos los naufragios, las tormentas,
las guerras y los desaparecidos.
El mar viene a llorarte, Cádiz, pide
que en esa historia oscura lo consueles,
lo aduermas, dulce, al pie de tus murallas,
y se apacigua cuando las parejas
trenzan miradas, besos y palabras
al calor de un idilio que enriquece
de latidos de amor el litoral
más juvenil, de adolescentes brisas:
el de Santa María.
I
V
La Caleta
La Caleta se llena
de rumores que vienen
desde el barrio La Viña;
rumores con historias
del corazón de Cadiz;
bullicios con gracejos
y color de disfraces,
bandurrias y guitarras,
cajas, pitos y bombos,
como una pleamar
con brisas de algazaras
y de policromía
dentro de la ciudad.
¿Por qué, por qué dejáis,
gaditas de tanguillos
tan sola en esos días
a la vieja Caleta,
ella que ha sido abuela
de soles y repuntes,
con barcas acunadas
y familias alegres
bajo los quitasoles?
¿Por qué ahora olvidáis
a la blanca Caleta
que gime con cabrillas
de agua por los bajos
del palomar de sol,
que es también vigilante
de mareas azules
y guardián del Club Náutico,
y mirador que es ese
Balneario La Palma?
V
Castillo de San Sebastián
Olor a antigüedad tienen tus piedras.
Las más antiguas son, y en ellas Gades
se mira como ejemplo cotidiano
de una fidelidad que el mar le sella
con timbre de una herrumbre salitrosa.
Por esa antigüedad la marejada
se sosiega en maretas, abanicos
de espumosos y blancos escarceos,
ya trémolos suaves de murmullos,
y es porque sabe que los gaditanos,
aunque sea en las alas de los ojos,
lo mismo que felices gaviotas,
aquí vienen buscando calma azul,
bebiéndose la brisa de su origen.
V I
Punta de San Felipe
Punta de San Felipe
donde te conocí
una noche en que olía
la bajamar a isla
y la luna fue copa
de una rara tristeza.
Las palabras guardaron
sus viejas ataduras
y nuestros corazones
se miraron lo mismo
que el preso y la visita.
Era mejor así.
Después nos alegramos
y desde aquel entonces
grito es de libertad
silencioso en nosotros
acordarnos de la
Punta de San Felipe.
V I I
Parque Genovés
El mar es dinosaurio de agua que levanta
a veces su cabeza y se admira de tanto
verdor en geometría de esmerados jardines
y una naturaleza tan distinta a la suya.
Aspira los olores recios y propagados
de una vegetación que su gemir ha oído
muchas veces, tal vez como un joven amante,
intentando treparla, detrás de la muralla,
con efímeras manos de agua, con cordeles
de espuma que se rompen apenas los voltea
y salpica tus hombros, tu cabeza, y tú sigues
nada más que esperando a un príncipe de savia,
de lozanía y brillo que viene de la mano
de tu amiga anual la primavera...
V I I I
Baluarte de la Candelaria
¿A qué disparan, dime, tus cañones
imaginarios, dónde los soldados
que un día defendieron con bravura
el, con énfasis dicho, suelo patrio?
¿Oyes que te rodean sus fantasmas
como si revivieras los asaltos
y de los hechos quedan como huellas
la sangre que en los muros y en los patios
ponen como una historia no acabada
las manos de la aurora y del ocaso?
Pero el mar te consuela y te sugiere
con sus rumores en tus pétreos bajos
que él está ahí para limpiar, si quieres,
tu memoria de ayeres y borrarlos.
I X
Alameda Apodaca
Tú eres el mar tranquilo y solitario
y no oyes voces de bañistas. Sigues
con tu ida y venida de oleajes
descansándolos bajo la muralla
tal como si trajeses cargamento
del ultramar aquel de aquellos tiempos.
Se asoman las parejas a tus aguas
verdes cuando se hacinan en las piedras
y las lamen igual que si besaran
los pies de Cádiz, tal la bailarina
de los viejos romanos. Ya olvidaste
que eres mar descendiente de aquel mar
que fue padre crüel de la desgracia
en forma de gigante maremoto.
Tú eres mar de postal y te acicalas
de luna baja y de sutil neblina,
de cielos con añiles soñolientos,
y el barrio de San Carlos te agradece
ser paseo por donde se desgranan
horas salvadas de los ajetreos,
idilios nuevos y prometedores...
X
El muelle
El mar del muelle te ama de otro modo,
oh Cádiz, no es un mar de románticas señas
ni como los demás te toman la cintura
con sus manos de ocio y cabrilleos,
con tibias ventolinas estivales.
La aurora en ti amanece con manos de trajines,
con boca de palabras comerciales,
se amarra a los norayes como un buque cualquiera
de los que al puerto vienen a atracar su descanso
lo mismo que un paréntesis de sueño
posado en agua oscura y grasa espesa.
Pero este mar también es necesario
como lo es el reverso en la moneda
y te puebla sus aguas de consignas,
de sonidos metálicos, de sirenas y humo
para que así tus hijos sobrevivan
en la otra fiera mar: la de la vida.
Pero todos tus mares te rodean galantes
y cortejan tu cuerpo como odalisca echada
sobre el brazo gentil de este viejo Occidente,
y sobre tanta historia que guardan tus milenios.
Premio de Poesía “Mujeres del mar,
2004
ESCRITORES GADITANOS QUE CONOCÍ:
Leonardo
Rosa Hita
Conocí a
Leonardo Rosa la misma tarde que conocí
a Ignacio Rivera, buen amigo suyo, en el casino de doña Anuncia de San
Fernando. Seguí su trayectoria poética por publicaciones que me enviaba Ignacio
en las que él colaboraba a menudo, además de la edición de su cuaderno Jardines
de la sangre.
UNIDAS Y
HERMANADAS POR EL AGUA
A Raúl Pastor Piña
Mutuamente, lo mismo que dos niñas amigas,
La Isla de León y Cádiz se sueñan unidas por el agua
mellizas de salitre, gemelas de oleajes,
casi siamesas son de mareas y lunas;
de verde y blanco vienen a la orilla
y juegan con la arena en un ocio de siglos;
oh Erytheia, oh Gades, hijas del Occidente,
que os inunda de rosas malheridas a la hora
ultramarina y lenta del ocaso;
de la mano cogidas como obedientes niñas
que contemplan los siglos sentadas en el lomo
[de agua y
piedra del tiempo.
GADITANOS
DE LETRAS QUE CONOCÍ
PILAR PAZ PASAMAR
Conocí a Pilar Paz Pasamar una tarde de septiembre
de 1963, en su casa de la calle Brasil número 8, en una visita que le hice con Vici
y Manuel Ruiz Mota, un matrimonio amigo de San Fernando; matrimonio del que la
esposa era amiga de la poeta.
Nos recibió en la vivienda alta de su casa en compañía
de Carlos, su esposo. Le llevaba para su lectura y consejo poemas que yo
consideraba bien medidos y ya escritos a máquina. Ella leyó uno, de momento,
y me dio una buena impresión, pero me insistió en escribir una poesía con
menos deuda al pasado, y que para ello debería leer a autores más actuales.
Para esta innovación me prestó la famosa antología
poética de Gerardo Diego, que recogía a poetas desde el Modernismo hasta la
Generación del 27.
Semanas más tarde recibí una carta con los poemas
devueltos y una breve observación de estilo en cada uno de ellos, generosidad
por la que le quedé agradecido.
Cinco años más tarde visité a la poeta
jerezana-gaditana de nuevo, con el mismo matrimonio con el que antes la
visitara. Yo le llevaba dedicado un
ejemplar de Heredada soledad, poemario en verso blanco que me editó la
editorial catalana Carabela, debido a haber quedado finalista en 1967, además
de devolverle la antología que me prestó. Ella me regaló a su vez, también
dedicado, su libro de poemas Violencia inmóvil, editado recientemente.
FRUICIONES
DEL PASEO
A Mercedes Gil Sánchez
... de las arenas
que el mar sacude en la fenicia Gades...
L. F. MORATÍN
A veces voy por tu racimo oscuro
de calles cosechando como vides
uvas de callejuelas y alamedas,
iglesias que he mirado con pupilas paganas
de pintor distraído,
librerías de viejo, populosos mercados
[llovidos de rumores,
olor a anís, a churros y bullicios,
bares con puestecitos de marisco a la puerta,
rincones centenarios con farolas, macetas
[y
hornacinas,
el son errante de una bulería
[o el desplante jocoso de un tanguillo,
y todas mis raíces se han puesto boca arriba,
suplicándote, oh Gades, que tú me las renueves,
[que
las bañes
en tu longeva claridad amada, resplandor venteado
[por vientos
con cordajes y trajines de muelle,
y me voy a tus playas, bruñidas tus arenas
como pulcras vitrinas donde el ocaso entierra
[su leyenda,
su cofre de tesoros oceánicos,
o me siento entre tus piedras con la melancolía
del Tiempo, que lo hace desde que fuiste parto
[de
los dioses,
y veo cómo el mar a tus plantas te llega
y te cuenta sus penas por tantas soledades
[y naufragios
al pie de la escollera donde rompe lamentos
con su idioma de algas y de espuma.
UNICORNIO, Revista Anual de Cultura, (Cádiz)
noviembre 1997
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ GALVÁN
Conocí
a José María Galván una tarde de a finales de los años noventa que vino
correspondiendo a la invitación que le hizo la Tertulia Río Arillo de Letras y
Artes que entonces se reunía en el café Napoleón en la calle San Nicolás, a
leernos poemas suyos en una de esas tardes del autor invitado que se
incluía en la programación anual. También colaboraba en la revista Arena y Cal,
voz escrita de miembros de la tertulia, que dirigía Alfonso Estudillo Calderón,
presidente entonces de la Tertulia. Galván me pareció un hombre sencillo y
enamorado de sus temas poéticos como eran el amor y el mar, casi siempre
expresados en su metro preferido: el soneto.
MARINERO
A María Jesús Rodríguez Barberá
A bordo de los nimbos encendidos
navega con temblor un avefría.
El alba poda su jardinería
sobre los oleajes emergidos.
Están los litorales aún dormidos,
pero en faena la marinería.
Va desplegada la cabuyería
mar adentro de rumbos aprendidos.
Ciudadano del mar y transeúnte,
novio de la menguante o del repunte,
de lontananzas y de marejadas,
marinero, habitante de los mares,
tienes tu corazón entre ensenadas
y en la bonanza azul están tus lares.
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Juan Antonio Sánchez Anes
Conocí a Juan Antonio Sánchez Anes en una Tertulia
de Educación y Descanso en Cádiz, en la que leyó unos “Sonetos a Suilka”,
posiblemente en 1967, en la misma sede que hoy lo ocupa el rectorado de la
Universidad. Recuerdo que llevaba un traje blanco, que junto con su cabello
pelirrojo le daban pinta de inglés o nórdico. Falleció en 1997. Manuel
Pérez-Casaux y yo estuvimos en el tanatorio de Nuestra Señora del Rosario
y le dimos el pésame a sus dos hijos y a su esposa, que falleció poco tiempo
después.
LA NOSTALGIA DEL MARINERO EN ALTA
MAR
Atardecer del mar: Ved la amapola
de murmullos, de fuego y despedida.
Barca de cobre viejo, vaga hundida
la historia de este día en cada ola.
Con rumor a cercana caracola
y olor de alga en una brisa huida
surcas la pleamar atardecida,
la pleamar en su costumbre, sola.
Mientras tanto,
desgranas meses, días.
Te pone triste el encadenamiento
de recuerdos con hilos de añoranza.
Cartas, objetos y fotografías,
y una sonrisa acude en el momento
a encenderte por dentro la esperanza.
GADITANOS
DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Manuel
Arjonilla Terrero
Conocí a Manuel
Arjonilla en una Tertulia de Educación y Descanso alrededor de 1967. Recuerdo
que me habló de un tal Manuel Pérez Casaux, escritor amigo suyo, que tenía
familia en La Isla y que era sobrino del famoso violoncelista Casaux. Fue
colaborador de la revista “Torre Tavira”.
BAR DEL MUELLE
Lenguados, meros, róbalos, dentones,
caballas, doradillas, bogas, lisas
huelen a esteros, a salitre, a
brisas
y danzan vivos en los esportones.
El vino aturde ya los corazones
y adormece el latido de las prisas.
Relucen como brecas las sonrisas
y el buen humor se enjoya de
pregones.
Atestado del humo y la fritura
el bar es como un barco en zarandeo
que se va a pique en su vaivén de
altura;
que ya flota en sopor y balanceo,
y esa fatiga en ese mar se cura
con unas palmas, vino y cantiñeo.
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
A Diego
Sánchez del Real
Conocí a Diego Sánchez del Real en un acto del
Ateneo gaditano, del que era miembro activo, en la década de los ochenta. Diego
era jiennense, fundador en su tierra natal de la revista “El Olivo”, también
colección de libros, así como creó la revista de poesía "Vientos". En
1991 apareció su libro La noche encendida
(Col. Vientos, Cádiz).
EL MAR DE LA PLAYA VICTORIA DE NOCHE
¿Sabéis que un dios impuso al mar destierro
por competir con árboles y brisa
en sus anhelos de verdor y risa
y ahora, en lágrima amarga, paga el
yerro?
Mirad qué brinco y jadear de perro
lleva por playas. Aunque el sol lo
irisa
y hermosea las crines de su prisa,
¿por qué aquel dios lo condenó a
ese encierro?
Lo oigo llorar como en un pozo oscuro
cuando la noche tapia su garganta
con la mordaza de su negro muro;
pero un pezón de luna lo amamanta
y lo acuna en su pecho y lo
abrillanta
y se duerme en un dócil
claroscuro...
GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:
Antonio Rodríguez Lorca
Conocí a Antonio
Rodríguez Lorca en la playa de la Victoria, una tarde en que Manuel Pérez
Casaux y yo coincidimos en una de las visitas al mar gaditano allá por los años noventa. Era granadino pero
afincado, por su destino militar, en Cádiz, donde falleció. Manuel y él se
conocían, y este conocimiento fue el motivo de que se parase con nosotros y
conversáramos unos minutos aquella tarde de verano, posiblemente del año 94 ó
95. Nos invitó a publicar en la revista literaria “Tántalo”, que él
dirigía, y en la que nos editó poemas en varias ocasiones.
MUELLE
Se desciende
por una escalinata
y un bosque de columnas te marea.
Cuidado: la pecina que chorrea
y el verdín que hasta el agua se
dilata.
Subid. Mirad el agua de hojalata
que a las barcas con luz de sol golpea.
Se empina con la tarde la marea
y el sol le enciende un cúmulo
escarlata.
Un fuera-borda fatigado suena.
¿Esportones de peces o de arena?
Hierven voces, ruidos y saludos.
Los pescadores, como los de antaño.
Vedlos reír en la mitad del caño
dispuestos a atracar medio desnudos.
GADITANOS DE LETRAS
QUE CONOCÍ:
Maro Afrán (Manuel Rogelio
Aparicio Franco)
Conocí a Maro Afrán en la tienda de mi madre. Maro
Afrán era una especie de seudónimo de su nombre voluntariamente deformado que
él utilizaba para escribir.
No sé cuáles habían sido sus circunstancias en otras épocas de su vida. A la
tienda de mi madre llevaba en un cesto grande sobres de tisana para la venta al
por menor. Era una de las maneras de buscarse la vida, mientras entraba y salía
por sus sueños literarios. Nos caíamos mutuamente bien y conversábamos en torno
a asuntos afines: él sobre novelas y yo sobre poesía. Ya era un hombre que
rondaba los setenta años y yo, la mitad
de su edad. Me dijo que iba a dar un viaje por toda España y que iría a Madrid
a presentar sus novelas a un editor. Me impresionó su vitalidad. Después de que
mi madre cerrase la tienda, deje de verlo y no supe más de él.
A UN FALUCHO A MEDIO CUBRIR
POR EL CIENO DE UN MUELLE PESQUERO
Con la cerviz ya hundida y castigada
por el peso de soles y de brumas,
ofreces todavía a las espumas
el honor de tu vértebra empinada.
Que estuvo tu bodega abarrotada
de peces, lo recuerdas y te abrumas;
pero, a pesar, de que hedor te inhumas,
resistes, sin embargo, la bajada.
Ni el colmillo del agua compañera,
ni el verdín que a tu proa la adornara
perdonan a tu sucia calavera;
igual que el pescador que te embarcara
hoy su vejez lo abate y desampara
y se muere, mirándote, a tu vera.
Sonetos Premio de
Poesía “Mujeres del mar de Cádiz” 1997
GADITANOS DE LETRAS
QUE CONOCÍ:
Rafael de Cózar Sievert
Conocí, antes que a él, a su madre, Concha Sievert, que frecuentaba las
Tertulias de Educación y Descanso (1966-1974 ó 75).
Recuerdo que era pintora, y lo mismo que yo y otros
tantos invitados e invitadas, formábamos ese grupo de fieles concurrentes a
esas Tertulias que Pepe Segura dirigía. Conchita me habló un día de su hijo
Rafael, que residía en Sevilla, donde estudiaba.
Supe después que Rafael estaba vinculado a la revista
poética "Marejada", órgano literario del Grupo del mismo nombre
(1971), que conducía en Cádiz Jesús Fernández Palacios junto con José Ramón
Ripoll y posiblemente otros cuyos nombres no supe.
Una tarde llegué, por fin, a conocerlo en la
presentación de un libro en la Diputación de Cádiz.
Entablamos una breve pero simpática conversación
después de que yo le dijera que lo conocía por referencia de su madre, Concha
Sievert, en una de las Tertulias de Educación y Descanso en las que
coincidíamos.
PRMEMORI MEMORIA APÓCRIFA DE MANUEL JOSÉ
QUINTANA RECREADA EN LAS PLAYAS GADITANAS
A José
Quintero González
“Cúpome a mí en suerte venir a la ciudadela de
Pamplona, destinado por seis años y despojado de todos mis honores y mis
empleos. Dos años ha que vivo aquí sufriendo la suerte de un preso, privado de
la comunicación con mi familia y los amigos de mi confianza, impedido de poder
escribir...” Pero, precisamente en estas maniatadas circunstancias, la
imaginación se siente con derecho a sobrevolar todos los espacios que nos
brindan una huida legítima hacia imágenes propicias para un solaz distraído.
En los años de Cádiz encuentro un acicate para
hilvanar estas experiencias en un tapiz de paz. Apenas llegado a la ínsula, me
sedujo, a mí, hombre de tierra adentro, aquel rumor de las olas venido como
desde la blanquiazul gasa de la lontananza. La pureza del cielo me hacía
comprometerme con la fidelidad a mis principios de defensa de la libertad
frente a los invasores y a todos sus secuaces adheridos durante el rodar de los
sucesos, aunque yo la contemplara en mi calidad de oficial primero de la
Secretaría General de la Junta, cargo que se me encomendó, además de la
dirección del Semanario.
Tuve
que soportar las burlas de Capmany debido a mis manifiestos patrióticos, por lo
que hube de renunciar del tercer cargo que me asignaron, como fue el de
Secretario de la Real Cámara y Estampilla del Consejo de la Regencia; sin embargo, está en mi
satisfacción que la Regencia reconoció mi celo y mi patriotismo. Este contento
fue rubricado con mi ingreso en la Real Academia de La Lengua y en la de Bellas
Artes. Pero, triunfante el absolutismo... En fin, mi estado de ánimo se
congratula en las evocaciones de Cádiz y vuelvo a desovillarlas para
entretenerme en la variedad amable de sus hilos.
En mis
pocos y flacos ratos de desocupación de aquellos asuntos relacionados con las
Cortes, me echaba a las calles de la ciudad como un peregrino buscando un
santuario para una devoción exclusivamente literaria. Buscaba librerías para
abordarlas con la esperanza de un buen botín de libros, debilidad crónica en mí
que me llena de riesgos en cuanto a deudas se refiere. Esas andanzas sin
brújula me llevan a escorar la mirada por calles de nombre insólito como la de
“los flamencos borrachos”, la “de la
cruz de la madera”, la “de la aduana”, la “de la cuesta de Riaño”, la “ de
Ancha”, la ”de la plaza de San Antonio”...
Me
acordaba de la tertulia y la revista que fundé en Madrid, el estreno de mi
drama Pelayo... ¿Qué significaba ese título sino una defensa de nuestras
libertades, como un barrunto intuitivo de lo que nos iba a sobrevenir? Tres
dramas más se me perdieron en los estruendos de la invasión. Cinco años antes
me había casado con María Antonia Florencia, zaragozana de pro y afamada
belleza. Mi felicidad estaba a tope con el nombramiento que me hicieron como
censor de teatros... De este tema pormenorizaba yo en la gaditana tertulia de
Margarita López de Morla, en la que coincidía con Argüelles, con Martínez de la Rosa, con Juan Nicasio Gallego, con el
conde de Toreno, con Saavedra, con Alcalá Galiano...
Vuelvo a
estos hierros de mi cautiverio y retomo el peso querido del liberalismo, así
como el de ser testigo de una muralla defensiva de los ciudadanos y sus
derechos sembrados en las Cortes de la Isla de León y florecidos en las de
Cádiz.
Pero la soledad es mala consejera de los
varones cuando la carestía del encantamiento nos incita a buscar presa para los
ojos depredadores de hermosura femenina. Yo tenía en mi mente aquella frase de
Estrabón referente a las puellae gaditanae. Un escritor es un hombre con
la mirada abierta como las alas de las águilas, sobrevolando las situaciones
humanas por encima de las idas y venidas. Yo meditaba sobre lo divino y lo
humano, entre el deber y la imaginación desde las contingencias de la calle
Santa Inés, camino del Oratorio de San Felipe Neri, a las sesiones de los
diputados.
Una
tarde en que el calor era una tenaza de fuego decidí ir a la playa. ¡La playa!
¿Cómo no se me había ocurrido antes? Hombre de tierra adentro, había soñado el
mar como un jardín placentero de oleajes en su monótono desdoblamiento. Pliegos
de olas como un inmenso álbum de agua. Venían las olas al regazo de la arena
como niños cansados a dormir su cansancio en la falda de su madre.
Poca gente
había pisando el metal rabioso de la orilla: madres con sus hijos, dos
embarcaciones pequeñas en la orilla, hombres con palos y redes al hombro,
algunos jóvenes; todos ellos en una serie dispersa y cambiante. Miraba yo el
mar como un dragón inmenso de lomos acuosos que se levantaba y se hundía en un
fragor incesante. Fonda de aves y vientos
que entretejían con sus rumores el imposible pentagrama del averío. Una muralla
imprecisa era la lontananza desde cuyos límites la tarde comenzaba a caer, a
sumergirse como un buque incendiado, lento y ceremonioso naufragio de las
últimas horas, hasta que apareciera la noche como un gran catafalco de sombras.
Pero, como
entrecruzándose por estos pensamientos con intervalos de melancolía poética, apareció una jovencita
como la mejor huésped de la escancana del reflujo que lamía con sus lenguas semitransparentes
aquella orilla. (Confieso que aprendí —yo, madrileño— de amigos gaditanos este
lenguaje marítimo.) Como una lasca de agua que me salpicase en la cara, el
rumor de un cantarcillo de su voz quedó flotando en el aire áureo. Ella, al
barruntar mi presencia como ballesta a punto de mirada indiscreta, calló; se
detuvo como en espera de que yo depusiese mi arco de curiosidad. Mi palabra,
secuestrada en mi boca por una dulce mordaza de precaución, al contrario de lo
que hizo el dios Apolo con Dafne, prefirió renunciar a ser dardo benévolo de
lisonja, caricia de halago, simpático asedio a una ciudadela virgen de
conquistas. No se entregó a la despavorida distancia para escapar de mis brazos
como Dafne ante el dios de la música, pero sí comenzó a andar hollando las
arrugas de la arena, es decir las dunas que la alejaban de aquella ribera
pespunteada con cenefas de espumas...
El
atardecer había volcado ya su diligencia de penumbras en el mar. Ella se perdió
en la lejanía como un signo de interrogación indescifrable, como un adiós sin
labios escrito con un garabato de perplejidad. Aquella hermosa gaditana en las
riberas de Cádiz... Pero yo, que era testigo de la defensa de la libertad
frente a todos los atropellos, no podía permitirme ni siquiera el amago de un
acercamiento gentil, ni una frase
esmaltada por la delicadeza, y no sólo
porque ella estuviese comprometida, sino porque mi esposa en Madrid me
imaginaba detrás de la trinchera de mis actas, afilando la palabra y ayudando a
empujar el pesado carro de las circunstancias políticas.
No
volví a romper la trayectoria habitual de mis pasos hasta el Oratorio desde la
casa de los Butler, en la calle del Molino, donde me hospedaba. La playa se
quedó arrinconada en mi memoria como una nostalgia ficticia, como un islote
agradable al que tan aficionado son los artistas para esconderse de la
persecución de la realidad... Me consolaba mi ideal. Un ideal es como una
escalada a los sueños, una proa que embiste a vientos; el ideal nos da una
almena, como las muchas que veo en Cádiz, desde la que el entusiasmo es guardia
insomne. El ideal es un remo a contracorriente... Es una cofa de ilusión para
avistar tierras de futuros mejores; es un mástil enhiesto que no teme las
tormentas. El ideal es un azor de lejanías, un maravilloso cuervo de las
distancias en una lontananza de posibilidades...
Pero he de volver a esta realidad cuadriculada
por la geometría de las exigencias y dejar Cádiz como un adiós inconcluso en
tales remembranzas. Así que...
Sólo me resta en la adversidad que me oprime
coronar mis principios con mi noble sufrimiento y después de tantos sacrificios
en obsequio de la razón y de la patria, hacerles de ese modo el único servicio
que está en mi mano”, escribí en la despedida del memorial; pero en él no podía
yo citar aquel romance dedicado a la gaditana de la playa al que, en el acoso
de su presencia ausente, esbocé en mi habitación varias noches después, a
espaldas de los prejuicios de hombre ilustrado y dueño de sus sentimientos, y
que concluí más adelante:
A
aquella airosa andaluza
que en las riberas de Cádiz
es, por lo negra y lo hermosa,
la esposa de los cantares;
a
la que en el mar nacida
la embebió el mar de sus sales,
cada ademán una gracia,
cada palabra un donaire;
ve volando, pensamiento,
y al besar los pies de Dafne,
dila que vas en mi nombre
a tributarle homenajes.
Hoy
son sus alegres días;
mira cuál todo la aplaude;
menos fuego el sol despide,
más fresco respira el aire.
Los
jazmines en guirnaldas
sobre su frente se esparcen;
los claveles en su pecho
dan esencias más süaves.
Y ya que yo, sumergido
en el horror de esta cárcel,
ni aun en pensamiento puedo
alzar la vista a su imagen,
rompe tú aquestas prisiones
y vuela allá a recrearte
en el raudal halagüeño
de su sabroso lenguaje.
Verás andar los amores
como traviesos enjambres,
ya trepando por sus brazos,
ya escondiéndose en su talle,
ya subiendo a su garganta
para de allí despeñarse
a los orbes deliciosos
de su seno palpitante.
Mas cuando tanto atractivo
a tu placer contemplares,
guárdate bien, no te ciegues
y sin remedio te abrases.
Acuérdate que en el mundo
los bienes van con los males,
las rosas tienen espinas
y las auroras celajes.
Vistiola, al nacer, el cielo
de aquella gracia inefable
que embelesa los sentidos
y avasalla libertades.
Los ojos que destinados
al Dios de amor fueron antes,
para que en vez de saetas
los corazones flechase,
a esa homicida se dieron
negros, bellos, centellantes,
a convertir en cenizas
cuanto con ellos alcance.
Y cuentan que Amor entonces
dijo picado a su madre:
«pues esos ojos me ciegan,
yo quiero ciego quedarme.
»Venza ella al sol con sus rayos;
pero también se adelante
en su mudanza a los vientos,
en su inconstancia a los mares».
Y
fue así. Las ondas leves
que van de margen en margen,
los céfiros que volando
de flor en flor se distraen,
no
más inciertos se miran
en sus dulces juegos, Dafne,
que tú engañosa envenenas
con tus halagos fugaces.
Dime,
¿aún se pinta el agrado
en tu risueño semblante,
y respiran tus miradas
aquella piedad süave
para
con ceño y capricho
desvanecerla al instante,
trocar la risa en desvío
y el agasajo en desaires?
Y
dime, a los que asesinas
con tan alevosas artes,
¿los obligas aún, crüel,
a consumirse y que callen?
Mas no importa: que padezcan
los que en tu lumbre se abrasen;
que tú, con sólo mirarlos,
harto felices los haces.
Yo
también, a no decirme
la razón que ya era tarde,
y a presumir en mis votos
el bello don de agradarte,
te
idolatrara, tú fueras
la mayor de mis deidades.
¿Pero quién es el que amando
no anhela porque le amen?
De amigo, pues, con el nombre
fue forzoso contentarme;
pero de aquellos amigos
que en celo y fe son amantes...
Basta,
pensamiento; vuelve,
vuelve ya de tu mensaje,
y una sonrisa a lo menos
para consolarme trae. *
Poema del que es autor M. J. Quintana, titulado Romance a Dafne, en sus días, y
fechado en 16 de julio de 1815
Bajo estos cielos cejijuntos del norte, siempre
tengo presente una sonrisa de aquella doble claridad gaditana en la que
resplandece amaneciendo un tiempo de libertad y un discreto recuerdo que es cofre íntimo de anhelos
imposibles pero consoladores en aquellos días de tanta zozobra, de caminos
inseguros por recorrer...”.
Ciudadela de Pamplona, 13 de enero de 1816