domingo, 4 de diciembre de 2022

CÁDIZ: VERSO Y AGUA

ARTES GRÁFICAS FRANCIA 2

SAN FERNANDO (CÁDIZ), 2022


                                    JUAN RAFAEL MENA

 

 

                                                  CÁDIZ:

 

 

                                           VERSO  Y  AGUA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                TERTULIA  RÍO  ARILLO


 

 



 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 


                                                


   CÁDIZ SURGIDA DEL CORAZÓN DEL AGUA

                     Y LA LEYENDA

 

 

A Luis García Gil 

 

 

Naciste de un capricho de los dioses

salvada de la Atlántida perdida,

gemela de la hermana sumergida,

de la que espuma y olas son sus voces.

 

Día a día en tu gente te conoces,

como desde los cielos descendida

a este trozo de tierra suspendida

para que en la leyenda tus pies poses.

 

 

¿Tirios, tartesios, íberos, troyanos?

Puerta de Europa, tu aldabón: levante

que te acaricia con salobres manos.

 

Que aclaren otros ese interrogante

mientras te miman labios ciudadanos

como si fueran los de un dios amante.

        

 

 

 

                 

GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:               

Adela Medina Cuesta


Conocí  a Adelita, Gitanilla del Carmelo, un día de julio en que el fuego del verano de 1969 se enconaba con la plaza del Mentidero de Cádiz, donde ella vivía. El sol le cogió querencia a su balcón y detrás de él, Adelita me nombraba Caballero de la Orden del Clavel, entregándome un clavel de papel muy bien confeccionado por ella misma y una estampa de la gaditana  Virgen del Carmen con una dedicatoria. Sé que escribía poesías y bordaba enseres para las Vírgenes de su tierra, en especial para la Virgen del Desamparo.

 



 


LOS  MARES  QUE  TE  GUARDAN  COMO  EN  HARÉN,  

OH  CÁDIZ, DE  OLEAJES

 

                           I

 

 

Despereza sus brazos amarillos la aurora,

desde Puerto Real se levanta a los cielos,

se mira en el undoso vidrio de la bahía,

extiende poco a poco sus cabellos de trigo,

extensa y luminosa cabellera que arde

tibiamente al costado de Cádiz soñolienta.

El día como obrero ya en faena camina

por el puente con alta claridad como un nimbo

animando a la vida a que alce de nuevo

la voluntad, el hambre del vivir cotidiano,

servidumbre gozosa que también es aliento,

forja para el amor, fragua del sacrificio.

 

La aurora nos sonríe con luz adolescente;

nos da ejemplo, pues ella ha olvidado las sombras.

 

                         

                          

 

 

 

 

 

 

 

                             I   I

 

 

Hizo un nido de agua la mar en el costado

de Cádiz con su música de oleajes y buques,

y eso es el muelle. Vedlo en todo su ajetreo:

sirenas y trasiegos de gente y mercancías

alegran este espacio en el que el orbe entero

viene a homenajearla con beso de visita,

novio fugaz el buque que penetra en las aguas

y embaraza a este puerto de trajines y afanes

y de mercaderías, sangre circulatoria

que da vida a tu cuerpo, oh Cádiz oceánica,

musa de travesías, hija afable de Hércules,

que te dio la sonrisa y los brazos abiertos

a América y a África, que te sueñan hermana

de vastas singladuras, intercambios de espumas,

oleajes que un día columpiaron las naves

del segundo viaje de Colón a otro mundo.

                                         

 

                             

 

 

 

 

 

 

 

                            I I I

 

 

Pero, dejando el puerto, senda de la Alameda,

el agua ya está sola, no acaricia las quillas,

no besa ni estribores ni babores, ni canta

con el ritmo que pone el trabajo en sus versos

sudorientos, manidos, cotidianos, anónimos.

 

El agua, en ajetreos menudos como cuarzos,

se mece frente al faro, bajo las pétreas plantas

de austeros baluartes y dormido castillo,

que son los viejos restos de las recias murallas.

 

Fueron el cinturón que ha tiempo bordearon

como amor y defensa la cintura de Cádiz,

doncella disputada por mitos e invasiones,

luminosa anfitriona de rendidos viajeros,

joyel donde se guarda la Virgen del Rosario

como amada presea de la fe gaditana.

 

                        

                           

 

 

 

 

 

 

                              I  V

 

 

Torres y miradores se empinan al acecho

del Parque Genovés, balcón donde se asoma

Cádiz con señorío a su antigua bahía,

recortada en el tiempo por ancestros burgueses

que están en Santa Bárbara paseando recuerdos

de mercantiles épocas con sombreros de hongo,

polisón y sombrilla, habaneras de Cuba,

ecos de La viudita naviera, trasatlánticos,

los tanguillos de un coro por el barrio La Viña;

pero aquí, por San Carlos, el venerado drago

y una nana de Falla que duerme a los levantes

cuando desde la mar salpican con sus iras

a los mármoles del monumento a Las Cortes,

mástil de libertad con bandera de siglos.

 

                                          

 

 

 

                             

 

 

 

 

 

 

                           V

 

 

Entre San Sebastián y Santa Catalina,

pequeña y dulce cala de otro tiempo a los pies

del bosque palafítico que fue aquel balneario,

La Caleta, con largos bullicios de La Viña.

Botes en sus orillas flirtean con sus olas,

a veces con manteos de soplos en las aguas

se sienten acunados y es la playa nodriza

que los duerme en un malva regazo de crepúsculo,

y, ojo de buey la luna, es mirador romántico

para que paseantes se asomen silenciosos

a vastas lejanías, sintiendo a sus espaldas

la sombra protectora del ficus centenario.

 

 

 

               

 

 

                        

                               

 

 

 

 

 

 

                           V  I

 

 

A pesar de tan duros embates, bravas olas,

no asaltaréis jamás a Cádiz. Con los bores

rompéis la impedimenta de guerra en el ataque

que estalla como fúlgidos metales, como cuernos

de espuma que  salpica  los ojos asombrados.

 

¿No veis que aún queda el alma del que fue baluarte

de los Mártires, algo de aquella batería

de Capuchinos y esa muralla que soporta

el vendaval que sois cuando la mar se agita

como un gran corazón que ama desesperado?

 

 

           

 

 

 

 

                       

                           

 

 

 

 

 

                       

                        V  I  I

  

 

Donde agonizan restos de murallas empieza

una mano de mar con suave escarceo

a acariciar, oh Cádiz, tu cintura: es la playa

que da en Santa María con ecos juveniles

del instituto, desde donde múltiples ojos

te asaetan con fervor de vacaciones.

Sentados en el borde del Paseo Marítimo

los jóvenes se beben los vívidos reflejos

que el sol como garlopa arranca a tu marea;

pequeñas y fugaces historias de miradas

y latidos ocultos traducen tus rumores,

ya caídos después de la blanca resaca,

tiza espolvoreada por los bajos cantiles.

Playa íntima a la que llega algún oleaje

para desde las rocas saludar fugazmente

a las Puertas de Tierra, tus viejos cancerberos.

 

 

 

                           

 

 

 

 

 

 

                           V  I  I  I

 

 

¿No oís voces dispersas de acentos variados

cual si fuese un mosaico de forasteras hablas

entrecruzadas con las brisas litorales

y el rezongar del agua con su beso a la arena?

¿Se ha olvidado la Playa de la Victoria, acaso,

de Cádiz con murallas y balcón con geranios,

y aquí, como al resguardo de edificios anónimos,

es ya cosmopolita, tropical todo el año?

¿Entre tantos bañistas que en el agua se hunden

buscando la frescura de azul cristalería,

no habrá nadie que mire hacia dentro de Cádiz

y vea en la calima torres y miradores,

y ciudad bizantina le parezca tal vez?

 

 

 

              

 

 

                           

 

 

 

 

 

 

                            I  X

 

 

¿Guarda la Cortadura ajetreos y voces

de cuando la amenaza de las tropas francesas?

Me parece que mira como en aquellos años,

a la Isla, al molino del viejo río Arillo

-frontera salinera-, al bajo Camposoto,

a los disciplinados esteros verdinegros?

Lo mismo que el castillo de San Lorenzo acaso

se sienta como huérfana, de Extramuros lejana,

y sueña desde aquí con su Cádiz de dentro,

el faro, baluartes, castillos, baterías,

consuelo rumoroso, verdiazul, blanquecino

con la eterna escancana de las aguas que vienen

a dejarle en su orilla los ecos del océano

con fragmentos de historias y leyendas lejanas.

 

 

 

                           

                               

                              

 

 

 

 

 

                                

                           X

 

 

¿Proa o popa de Europa? África te desea

y América te sueña desde allí como hermana

melliza en el acento y en las arquitecturas.

La mar se hace varón cuando aprende del viento

y rodea de agua emocionada y limpia

tu cintura de piedra; te agasaja, te alaba

con brisas de poniente y furias de levante,

y la luna no quiere otro plácido espejo

que tu bahía, cuna y nana de la noche;

y no desea el sol otro albergue y retiro

que tu limpio horizonte, almohadón de amapolas,

en que el ocaso viene a adormecer el día.

 

 

 

           

 

 

                       

                             

 

 

 

 

 

 

                             X  I

 

 

Son como centinelas de olas y ventolinas

que ponen en tus manos anillos y pulseras

de espumas y salitres; como novios te halagan,

te obsequian plenilunios con engarces de estrellas

los mares que te guardan celosos y te dicen

como en harén de sol: "Vive otros tres milenios".

 

    Premio de Poesía “Mujeres del Mar”, 2003


 GADITANOS  DE LETRAS QUE CONOCÍ:            

 

Miguel Martínez del Cerro

 

 

Conocí a Miguel Martínez del Cerro (don Miguel) a principios de 1969 en lo que hoy es la sede del rectorado de la Universidad de Cádiz en la calle Ancha. Fue una tarde en la que se celebraba una de las tertulias de Educación y Descanso, dirigidas por José Segura López. Don Miguel, otra persona más que no recuerdo ahora, y yo, formamos el jurado del certamen ese día. El primer premio fue otorgado a Ignacio Rivera Podestá por una décima que encantó al catedrático de Literatura, y también al otro miembro del jurado y a mí. Don Miguel  era un hombre discreto en sus juicios sobre temas literarios y más bien silencioso pero amable cuando se le trataba.

 

 

 

 

 

 

 


     EN SU CRIPTA DE LA CATEDRAL, EL ALMA

   DEL MÚSICO GADITANO MANUEL DE FALLA

        EVOCA FRAGMENTOS DE SU VIDA

 

                                A Juan  Antonio  Macías  Gutiérrez

 

El mar del Campo Sur me llama como entonces,

como cuando, yo niño, al pretil me asomaba
del Atlántico: oyendo su resuello sonoro,
me rogaban las aguas que tradujese un día
a música y a coro su grandeza oceánica,
y es que escucho, cercano, marítimo vecino,         
el vaivén verdiazul del oleaje; ensaya
en los bloques de piedra que resguardan los muros
pentagramas que rompen los vientos de levante;
mas, cuando en el reposo de los atardeceres           
el poniente se hunde como edificio en llamas,
se acicala mi espíritu y con mano de ángel
repasa el viejo álbum de mi otoñal memoria,
y me veo por calles de aquel Cádiz que ahora
nuevas generaciones en postales admiran;
ahora que ya, altivo, el progreso ha borrado
las señas sustanciales que fueron la conciencia
popular, cotidiana del bullir de la calle.

Pequeño todavía, camino con mi madre

desde la plaza Mina—en que salí a este mundo—

hacia la bullanguera calle Ancha, la tienda

de Quirell, instrumentos musicales me atraen

como si de juguetes se tratara, lo mismo

que el pequeño teatro mío de marionetas.

Una vez me llevaron a Sevilla, y fue tanta

la impresión producida, que vivir quise en ella.

Vi de niño dos óperas: el Fausto de Gounod

y del gran Donizetti Lucía. Entusiasmado,

a Haydn descubrí por sus Siete Palabras*.

 

Me inicia en el teclado mi madre y de mis dedos

surgirá mi primicia: aquella Melodía

en la que el violoncello y el piano se aúnan,

en disputa con otras aficiones: las Letras

y también la pintura en revistas, las voces

de mi búsqueda inquieta: “El burlón”, “Cascabel”…*

 

Tal como el de Viniegra en plaza Candelaria,

acudo a los salones, devotos de Bellini,

y también de zarzuelas; oh, Eloísa Galluzo,

mi dulce profesora de solfeo y piano,

y Odero y Broca a quienes la armonía les debo

y el fino contrapunto en el que Bach me diera

la juvenil semilla de mi primera obra:

la Gavotte y Musset …Galanteé a María,

sobrina de mi madre, mas ella no me quiso

el dardo devolver lanzado por mis ojos…

¡Sorpresas de la vida: muchos años más tarde

unimos en América gavillas de amistad!

 

Otearon Madrid mis frescos veinte años

y fui al Conservatorio, de Tragó buen alumno.

Paseé por allí una gaditanía

de azules pentagramas que a Pedrell* sedujeron,

 

La ilusión fue una yedra que subió por mis sienes

con aquel primer premio de piano… Aventura

inútil fue embarcarme, grumete, en la zarzuela.

Pero el soplo divino* consoló mi fracasó:

Serenata andaluza, Vals-Capricho, Nocturno

me armaron caballero de luchas musicales,

y, sobre todo, el fausto que fue para mi gloria

La vida breve, buque con que a la mar me hice

en difíciles aguas por París con maestros

como Dukas, Ravel, Delate, Schmitt, Roland,

y también con el gran Debussy, el de La mer…

 

Comparándome a veces con mi amigo Picasso,

Stravinsky me tuvo por hombre retraído,

tal era la llamada de mi recogimiento,

y un día en una iglesia, oyendo a Frescobaldi,

me sumo en la oración y Poulenc en el hombro

me toca como si despertarme quisiera

de un letargo en que gozo de un no sé qué inefable ,

y él se va del recinto…Anécdota sabrosa

que a menudo entre amigos refería extrañado.

 

La gran guerra, bramido y tormenta de balas,

me devolvió a Madrid otra vez. Es ahora

cuando es La vida breve innumerable aplauso,

lo mismo que la noche en que ardieron mis teclas

de emoción al cantar los jardines de España,

y Cubiles y Viñes y hasta el gran Rubinstein

encendieron sus dedos con la llama andaluza,

y fue esa Andalucía la que en voz de mi gente

–Salud, la Molinera, Candelas, Melisenda,

Isabel y Pirene…*— me llamó a que viniese

al Sur, a una casita echada en el regazo

de una colina, en brazos de Granada, la madre

que me adoptó y en cofre de gitanos acentos

me mostró los diamantes sin pulir todavía

del cante virginal de una tierra que sueña

a los pies de la Alhambra, monumental testigo

de mi labor, que hacía huecos hospitalarios

a visitas de amigos y curiosos viajeros

que en sus almas traían como señas compases

de mi música viva en salones de Europa.

 

Hasta que un día vino Federico… Oh, qué día

afortunado fue el que me dio el regalo

de conocer de cerca a tan grata criatura,

con la que hice, pronto, feliz hermanamiento

en comunes propósitos para sacar al cante

de cuevas de temores y enarbolar guirnaldas

como si un nacimiento celebrase profético,

y juntos decidimos vendimiar esas cepas

de “los sonidos negros”*, tal como él los llamara;

cosecha de concursos, tirón de aficionados

para desenterrar de sus gargantas puras

ese metal precioso de los diversos palos.

Quince años que fueron de una paz florecida

en los distintos verdes de los cármenes, limpios

aún de la triste sangre que después resbalase

cuando el dragón de acero de la guerra tronara

y vidas se llevara y los sencillos gozos

del vivir cotidiano… ¡Incluso a Federico,

por el que por salvarlo baldío fue mi esfuerzo,

dueña la muerte ya de Granada y de España,

palideció la Alhambra, calló el Generalife,

y yo no quise más ver mi carmen de luto

y poblado por dentro de fantasmas queridos;

y los lentos apuntes de La Atlántida* fueron

sollozos asfixiados por los tiempos crueles.

 

Un frío dos de octubre embarqué en Barcelona.

Con María, mi hermana, navegué a la Argentina

y en la Alta Gracia fui huésped bien acogido,

acordándome siempre de Madrid, de Granada,

de París, mis amigos: los vivos y los muertos,

y también de mi Cádiz (Padecía yo entonces

cierta tuberculosis igual que un balbuceo

por la sangre cansada, la carne alicaída;

y creía, además, que las enfermedades

podrían ser castigos venidos de lo alto.)

 

Consuelo hallé, no obstante, en los cálidos brazos

de la gente de América. Allí mis Homenajes

estrené en el Teatro Colón. Pero la muerte

me acechaba, y un día, solitario, en mi cama

tendido yo, acercóse con sus pies de gacela

y con gélida mano me apretó el corazón*.

Vi cómo se ocuparon de mi cuerpo difunto,

que embalsaron como si retuviesen algo

de mí como consuelo para acallar mi ausencia,

pero yo, deseando que acabara aquel rito,

larga paciencia tuve sosegando mi anhelo

de subir a lo alto para entrar en los coros

que le cantan a Dios el Libro de las Horas

para volver aquí y escuchar como antaño

los mismos oleajes que acunaron mi infancia.

 

Así, de vez en cuando, bajo de ese alborozo

hasta la muda cripta, libre ya de avatares,

y de tiempo y espacio, inteligencia pura,

recuerdo, como ahora, fragmentos de mi vida,

mientras el mar me busca llamándome ante muros

pétreos y me suplica que yo pase mis dedos

por sobre su teclado de plëamar serena,

lo mismo que lo hiciese de niño con mi madre

en el piano aquel de la niñez lejana… 

 

                             

 

 

 

 

 

 

 NOTAS

 

*Dos revistas juveniles y efímeras por él fundadas.

*Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz de Haydn,

  que se representaba en la catedral de Cádiz desde 1785.

*José Tragó (1857-1934). Pianista y compositor.

*Felipe Pedrell (1841-1922). Compositor y musicólogo catalán

*Falla era hombre muy religioso y de prácticas piadosas,

como también lo fue Joseph Haydn (1732-1809).
De ahí la expresión   “soplo divino”.

*Personajes de sus obras.

*Sinestesia lorquiana de su conferencia de 1933 “Juego y teoría del duende”, parafraseando al cantaor Manuel Torre.

*La Atlántida, obra inconclusa de Falla. Fue acabada tras su muerte por su discípulo Ernesto Halffter.

*Para Falla la música religiosa era la máxima expresión de ese mismo arte.

 

                   

 

 

 

 

 

 

 

 

 GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:

Ignacio Rivera Podestá

 

Conocí a Ignacio Rivera en el casino de doña Anuncia de San Fernando, situado en la Alameda Moreno de Guerra, durante la segunda Tertulia de Educación y Descanso, en 1966, que dirigía Pepe Segura. Hice amistad con él y quedó en enviarme alguna revista de poesía de las muchas que recibía, demás de las suyas, “Torre Tavira” y “Arrecife”. Al poco tiempo de conocernos me envió una revista de Murcia llamada “Contraluz”. En ella venían unas bases de un certamen de poesía en Barcelona, bajo el nombre de Premios Carabela. Envié un poemario y quedó finalista, en octubre de 1967. El libro apareció a primeros de 1968. Colaboré en varias ocasiones en "Torre Tavira". Supe de su fallecimiento, casualmente, por internet. Llamé a su sobrino Juan José y le di el pésame, además de hacerle unos comentarios acerca de la amistad que me unía a Ignacio. Le referí que yo lo había visitado varias veces en su domicilio de la calle General Luque, a vueltas de la calle San Francisco, tal vez la más céntrica de Cádiz, junto a Columela. Me dijo que él se hizo cargo de la biblioteca de su tío, que era espléndida en libros y revistas de poesía.

 

 

 

 

 

 

CÁDIZ Y CUBA: EMOCIONADO VIAJE DE IDA Y VUELTA

 

 

          "Cádiz es la Habana con más negritos,

           la Habana, Cádiz con más salero".

 

                          Antonio Burgos/Carlos Cano

 

 

 

 

¿No surgió, como Venus de la espuma del mar,

Cuba de un blanco sueño del Cádiz oceánico?

¿No habéis visto el castillo de Santa Catalina

y el castillo del Morro, o de la Candelaria

—el que fue Baluarte—, o bien los miradores

de esmerados herrajes que a través de las olas

envían con dulzor de la caña de azúcar

nostalgias que suspiran al borde de los muelles

de austeros comerciantes que al pisar Santiago

deliraban de amor ante las moreneces

de criollas picantes con canarios acentos

entre blancor de cales y aromas de tabacos?

 

 

Fue Pedro de Medina, arquitecto, quien hizo

a Cuba hija de Cádiz con bautismo barroco:

la Casa de Gobierno, la Casa de Correos,

la Catedral, que aún miran hacia los litorales

gaditanos con deudas de emoción en columnas,

en vanos, en ventanas para soñar el tiempo

y hacer que las raíces florezcan de añoranzas,

aún más si en el espacio íntimo de sus muros,

como alivio a continuas travesías, consuela

la música de Falla, lago de la memoria,

sosiego que no excluye el son y las guajiras,

y es gozo si se oye modular la habanera.

 

 

Pero en aquellos días de vísperas fatales,

la Patria, enferma, lucha por conservar pedazos

de lo que fue su antiguo corazón colonial.

Cuba, zarandeada por políticos vientos,

mira a España con ojos de angustias antillanas.

Cádiz fue puerto hermano de júbilo y navíos.

Cuarteles de la Isla y de la Candelaria

son como dos alforjas de esperanza en los hombres.

 

 

Madrugan en sus cielos como ojos vigilantes

muchos preparativos, y, a pesar de la hora,

todos los gaditanos se agolpan en las calles,

llenaban los balcones y cierros de las casas

para ver desfilar a las ufanas tropas

camino de aquel muelle bullente de ilusiones,

los gritos patrióticos para la despedida.

Engalanada, igual que en sus mejores fiestas,

la Virgen del Rosario como enseña sagrada

que bendice a aquel nudo de promesas valientes.

Los soldados marchaban con sus ritmos marciales

y en la subida al barco la flor de aquella furia

reventaba sus pétalos en cantos y proezas

anticipadas, como señal de sacrificio,

mientras, el muelle ardía de rumores y gentes,

envuelto todo en música de finos pasodobles,

y entre los pasodobles, el más agradecido

y popular sacado de la zarzuela Cádiz.

 

Mas la guerra pasaba y los días poniendo

ciertos interrogantes, comentarios, suspiros

frente al Ayuntamiento; San Juan de Dios, su plaza,

de ociosos y curiosos mentidero, hojeaba

el Diario, forzado manantial de noticias,

como un cofre de augurios y de cavilaciones,

porque tantos soldados que de Cádiz partieron,

no volvían... Aquellos pasodobles alegres

eran sustituidos a poco por sollozos

y por dudas que a insomnes corazones punzaban.

Ya al muelle no animaba ni música ni vítores

cuando en la despedida de las últimas levas.

Los jefes y oficiales cabizbajos marchaban

como si adivinasen aciagos desenlaces;

llevaban los soldados como dulces reliquias

los tan hondos retratos de la madre y la novia.

 

En Cuba, mientras tanto, la sangre gaditana,

como toda la sangre española en combate,

brillaba, relucía de ingenua acometida

frente al poder seguro del yanqui astuto y frío

(que encendiera en Rubén sus versos indignados

y reivindicativos de una España más fuerte*).

 

 

La sangre gaditana se huracanó en las bordas,

y en nombres que la Historia guarda como en joyero

suena en el corazón español todavía

el Teresa, el Oquendo, el Colón, el Vizcaya;

en fin, toda la escuadra heroica de Cervera.

 

 

Un sabor a derrota amargó las gargantas

de los hombres aquellos que al final regresaron

trayéndose de Cuba —esa hermana perdida

y dejada en los brazos de una mar que se hizo

la tumba de españoles que soñaron victorias—

las condecoraciones más tristes: las heridas.

 

 

Pero a pesar que Cuba quedaba ya más lejos

y el lazo que la hacía como melliza a Cádiz,

se rompió, todavía las olas siguen fieles

en reciprocidad de recuerdos y afanes

y en idas y venidas con caudales de espumas,

vientos y gaviotas, no dejan en olvido

los norays de los muelles, las sirenas, los cabos,

que les fueron otrora como palpitaciones,

como un lenguaje en clave de su vivir diario;

porque ¿cómo olvidar este puente que cruza

España para América como faro y vigilia,

arcada familiar, acueducto de señas,

ventrículos de un mismo corazón de la lengua?

 

¿No surgió como Venus de la espuma del mar

Cuba de un blanco sueño atlántico de Cádiz?

¿O acaso cuando veis el castillo del Morro

no estáis viendo el castillo de Santa Catalina?

 

*Véase el poema “A Roosevelt”.


 ESCRITORES GADITANOS QUE CONOCÍ:                 

 José Manuel García Gómez

 

Conocí a José Manuel García Gómez en su casa de la calle Cervantes, en mayo de 1966. Yo sabía de su existencia y saber poético por medio de Diario de Cádiz, pues por aquella época en dicho Diario figuraba los domingos una página central dedicada a un poeta, casi siempre de la generación del 27 y también de los de la generación del cincuenta.

Yo le llevé una cuidada libreta de poemas manuscritos y él se lo quedó durante unos meses para leerlos y darme su opinión posteriormente. Para ser exacto, también supe de él por la poeta Pilar Paz Pasamar que me dijo una tarde que fui a visitarla en su gaditana casa de la calle Brasil, en septiembre de 1963, que era algo así como una eminencia en poesía. El poeta barbateño Paco Malia Varo dijo de él en una de las tertulias de Pepe Segura que era “un erudito de la poesía químicamente pura”.

Su nombre, pues, no se me olvidó y, como he dicho arriba, tres años después de visitar a Pilar Paz, fui a entregarle aquellos poemas escritos a mano con tinta de corazón. Dirigió la revista de poesía "Caleta", en la que colaboré. En 1970 fundó en Cádiz el Colegio Argantonio.

         


      ALBERGUE DEL ATLÁNTICO

                                     A Jesús Fernández Palacios

 

Nave anclada en la orilla de una edad milenaria,

bajel con cargamento de oro en la mañana

cuando te incendia el sol, galeote de risas

porque las gaviotas bulliciosas corean

tu inmóvil travesía de ajetreos y afanes.

Los siglos con sus manos de herrumbres y nostalgias

dejaron en tu estribo su linaje de huellas,

y un idilio lluvioso de besos seculares

desgastaron tu cuerpo de piedra y de salitre.

 

  Los vientos te acompañan, te salmodian, te animan,

  como fieles nodrizas te recuerdan tu origen,

  con cantos donde suenan crótalos y guitarras

  ondean tu velamen de azules infinitos.

 

Las noches se aproximan a tu borda y susurran

a tu oído leyendas de antiguos navegantes

que con redes de versos capturaban estrellas

para adornar tus olas con pulseras de espumas.

 

 

Tus mástiles se abren como abrazos, se enjarcian

con rubias claridades de un vivo mediodía,

amante del verano que te busca en las playas

y abarca tu cintura con bonanza y modorra.

Sirena convertida en novia de granito

por la magia de un dios ebrio de sal y algas

que no quiso perderte y te dejó enredada

entre los girasoles de un estío perpetuo.

Señora de un tesoro sepultado a tus plantas,

una heredad de historias y de huesos ilustres

con proezas y nombres por cuya resonancia

la brisa se acaudala de violines marítimos.

Ondina castigada por dorar oleajes

y retener a agosto cautivo en tus cabellos;

no quieres el indulto de tu padre el océano

que te llega en la siesta de la lenta calina.

 

Esposa del contorno que te trae en reflejos

collares de las vides y fragancia de pinos,

embajada de esteros por adarce escoltados

y pregones humildes de almejas y ostiones.

 

Amada prisionera de un gigante de agua

en una móvil jaula de conchas y sargazos,

que para consolarte permite a los crepúsculos

   volcar sobre tus costas candrayes de amapolas,

   cuando sé que tan sólo te confortan y alegran

los rumores diarios de tus gentes activas,

cuando sé que es tan sólo el vivir cotidiano

quien suelta las amarras de tu pena al olvido;

de tu pena por este novio ciego dei tiempo

que tantea tu cuerpo y tu torso erosiona

en su amor necesario de ilusión y ruina;

  albergue del Atlántico, que a tus pies se arremansa

 cansado de viajar por un mundo en violencia;

 muchacha solitaria en un vergel de olas,

 Gades, evocadora de tus padres remotos,

 un nieto de tu entonces, un hijo de tu ahora

 te canta y el fervor se le hace poema,

 que fija como un ancla a tu vetusta quilla,

 hoy marinero yo, destinado en tu proa

 para singlar tu nombre por el mar de los días.

 

 

"INFORMACIÓN DEL LUNES", 15 de mayo de 1978

 


             GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:          

 

             Fernando Quiñones Chozas

 

Conocí a Fernando Quiñones en 1972, un día de la semana de los Alcances,  Festival de Cine Documental en Cádiz. Creo que fue la tarde que se proyectó la película Carros de fuego. No hace falta decir que estos Alcances tenían el empuje básico del escritor chiclanero-gaditano. Años antes yo había leído de él su libro editado en Adonais Cercanía de la gracia, que me prestó Antonio González Muñoz, profesor amigo, por cuya generosidad leí varios libros de poesía a comienzos de los años sesenta. 

Aunque nacido en Chiclana, Fernando era tan gaditano como chiclanero, tan sencillo como simpático y ocurrente.

 

 


MARES GALANTES PARA AMARTE, OH GADES  

 

                        I

       Playa de la Cortadura

 
Mar de la playa de la Cortadura

de cuando aquellos años aguerridos

contra los batallones de oleajes,

corazas con sus soles refulgentes

deshechas por las móviles espadas

de las brisas, viragos en las olas

como a lomos de líquidos corceles,

estruendo de los bores que se agolpan

en la alta mar, el campo de batallas

con espumas versátiles por sangre,

con la quieta pleamar como victoria

y resplandores áureos por banderas

ya cuando el buque del ocaso, en llamas,

húndese en el fragor del horizonte.

 

Aquel muchacho que pisoteaba

tu arena, a veces con sus sierpes de agua,

empezó a amar el mar en ti, un verano

que ya es dulce postal en su memoria,

mar de la playa de la Cortadura,

olvidada del Arco de la Rosa

y del Pópulo con sus catedrales,

mar de la playa que el verano pisa

sin agendas y brisas soleadas. 

                   

                    I   I

 

        Playa de la Victoria


Playa de la Victoria, cuando paso

en autobús, desde la carretera,

me acuerdo de los años de estudiante.

Escapadas a tus hospitalarias

orillas donde, lentas, como perros

sosegados y dóciles, las olas

nos besaban los pies, reyes fugaces

nosotros, sin casetas como aquéllas

que como artillería de colores

listados y optimistas banderitas

estaban frente al mar sin que pudiesen

defendernos de tantos abordajes

de pleamares, y a la atardecida,

nos invadían amistosamente

con lanchas de oro viejo que vertían

a nuestros pies lamidos por el agua,

tronchadas ya, crepusculares fucsias.

 

                 

                    

                  

 

 

 

 

                   I I I

           

           Santa María


Hermana más humilde, protegida

por piedras que parecen cinceladas

por un Hércules fosco y gaditano,

Santa María, playa de estudiantes,

adonde bajan cuando necesitan

un asueto de brisas que libere

sus mentes de la férrea agrimensura

que es el estudio. El mar aquí es suave

como en el Balneario, pero mira

hacia allí deseoso de gentío.

 

Solitario se siente entre los bloques,

donde rezonga sucio de sollozos

por todos los naufragios, las tormentas,

las guerras y los desaparecidos.

El mar viene a llorarte, Cádiz, pide

que en esa historia oscura lo consueles,

lo aduermas, dulce, al pie de tus murallas,

y se apacigua cuando las parejas

trenzan miradas, besos y palabras

al calor de un idilio que enriquece

de latidos de amor el litoral

más juvenil, de adolescentes brisas:

el de Santa María.

              I V                                

 

        La Caleta


La Caleta se llena

de rumores que vienen

desde el barrio La Viña;

rumores con historias

del corazón de Cadiz;

bullicios con gracejos

y color de disfraces,

bandurrias y guitarras,

cajas, pitos y bombos,

como una pleamar

con brisas de algazaras

y de policromía

dentro de la ciudad.

 

¿Por qué, por qué dejáis,

gaditas de tanguillos

tan sola en esos días

a la vieja Caleta,

ella que ha sido abuela

de soles y repuntes,

con barcas acunadas

y familias alegres

bajo los quitasoles?

¿Por qué ahora olvidáis

a la blanca Caleta

que gime con cabrillas

de agua por los bajos

del palomar de sol,

que es también vigilante

de mareas azules

y guardián del Club Náutico,

y mirador que es ese

Balneario La Palma?

 


                    V

 Castillo de San Sebastián

 

 Olor a antigüedad tienen tus piedras.

Las más antiguas son, y en ellas Gades

se mira como ejemplo cotidiano

de una fidelidad que el mar le sella

con timbre de una herrumbre salitrosa.

Por esa antigüedad la marejada

se sosiega en maretas, abanicos

de espumosos y blancos escarceos,

ya trémolos suaves de murmullos,

y es porque sabe que los gaditanos,

aunque sea en las alas de los ojos,

lo mismo que felices gaviotas,

aquí vienen buscando calma azul,

bebiéndose la brisa de su origen.


             V I


 Punta de San Felipe

 

Punta de San Felipe

donde te conocí

una noche en que olía

la bajamar a isla

y la luna fue copa

de una rara tristeza.

Las palabras guardaron

sus viejas ataduras

y nuestros corazones

se miraron lo mismo

que el preso y la visita.

Era mejor así.

Después nos alegramos

y desde aquel entonces

grito es de libertad

silencioso en nosotros

acordarnos de la

Punta de San Felipe.


                        V I I   

    

             Parque Genovés



El mar es dinosaurio de agua que levanta

a veces su cabeza y se admira de tanto

verdor en geometría de esmerados jardines

y una naturaleza tan distinta a la suya.

Aspira los olores recios y propagados

de una vegetación que su gemir ha oído

muchas veces, tal vez como un joven amante,

intentando treparla, detrás de la muralla,

con efímeras manos de agua, con cordeles

de espuma que se rompen apenas los voltea

y salpica tus hombros, tu cabeza, y tú sigues

nada más que esperando a un príncipe de savia,

de lozanía y brillo que viene de la mano

de tu amiga anual la primavera...


                     V I I I 

 

 

        Baluarte de la Candelaria

 

¿A qué disparan, dime, tus cañones

imaginarios, dónde los soldados

que un día defendieron con bravura

el, con énfasis dicho, suelo patrio?

¿Oyes que te rodean sus fantasmas

como si revivieras los asaltos

y de los hechos quedan como huellas

la sangre que en los muros y en los patios

ponen como una historia no acabada

las manos de la aurora y del ocaso?

Pero el mar te consuela y te sugiere

con sus rumores en tus pétreos bajos

que él está ahí para limpiar, si quieres,

tu memoria de ayeres y borrarlos.


                    I  X

   

          Alameda Apodaca

 

Tú eres el mar tranquilo y solitario

y no oyes voces de bañistas. Sigues

con tu ida y venida de oleajes

descansándolos bajo la muralla

tal como si trajeses cargamento

del ultramar aquel de aquellos tiempos.

Se asoman las parejas a tus aguas

verdes cuando se hacinan en las piedras

y las lamen igual que si besaran

los pies de Cádiz, tal la bailarina

de los viejos romanos. Ya olvidaste

que eres mar descendiente de aquel mar

que fue padre crüel de la desgracia

en forma de gigante maremoto.

 

Tú eres mar de postal y te acicalas

de luna baja y de sutil neblina,

de cielos con añiles soñolientos,

y el barrio de San Carlos te agradece

ser paseo por donde se desgranan

horas salvadas de los ajetreos,

idilios nuevos y prometedores...


                             X    

                               

                      El muelle


El mar del muelle te ama de otro modo,

oh Cádiz, no es un mar de románticas señas

ni como los demás te toman la cintura

con sus manos de ocio y cabrilleos,

con tibias ventolinas estivales.

La aurora en ti amanece con manos de trajines,

con boca de palabras comerciales,

se amarra a los norayes como un buque cualquiera

de los que al puerto vienen a atracar su descanso

lo mismo que un paréntesis de sueño

posado en agua oscura y grasa espesa.

 

Pero este mar también es necesario

como lo es el reverso en la moneda

y te puebla sus aguas de consignas,

de sonidos metálicos, de sirenas y humo

para que así tus hijos sobrevivan

en la otra fiera mar: la de la vida.

 

Pero todos tus mares te rodean galantes

y cortejan tu cuerpo como odalisca echada

sobre el brazo gentil de este viejo Occidente,

y sobre tanta historia que guardan tus milenios.

 

    Premio de Poesía “Mujeres del mar, 2004 

           ESCRITORES GADITANOS QUE CONOCÍ:

           Leonardo Rosa Hita 

 

Conocí  a Leonardo Rosa la misma tarde  que conocí a Ignacio Rivera, buen amigo suyo, en el casino de doña Anuncia de San Fernando. Seguí su trayectoria poética por publicaciones que me enviaba Ignacio en las que él colaboraba a menudo, además de la edición de su cuaderno Jardines de la sangre.

 


 UNIDAS Y HERMANADAS POR EL AGUA

 

                                               A Luis García Gil

Mutuamente, lo mismo que dos niñas amigas,

La Isla de León y Cádiz  se sueñan unidas por el agua

mellizas de salitre, gemelas de oleajes,

casi siamesas son de mareas y lunas;

de verde y blanco vienen a la orilla

y juegan con la arena en un ocio de siglos;

oh Erytheia, oh Gades, hijas del Occidente,

que os inunda de rosas malheridas a la hora

ultramarina y lenta del ocaso;

de la mano cogidas como obedientes niñas

que contemplan los siglos sentadas en el lomo

                                    [de agua y piedra del tiempo.

           

 


GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ

 

PILAR PAZ PASAMAR

 

Conocí a Pilar Paz Pasamar una tarde de septiembre de 1963, en su casa de la calle Brasil número 8, en una visita que le hice con Vici y Manuel Ruiz Mota, un matrimonio amigo de San Fernando; matrimonio del que la esposa era amiga de la poeta.

Nos recibió en la vivienda alta de su casa en compañía de Carlos, su esposo. Le llevaba para su lectura y consejo poemas que yo consideraba bien medidos y ya escritos a máquina. Ella leyó uno, de momento,  y me dio una buena impresión, pero me insistió en escribir una poesía con menos deuda al pasado, y que para ello debería leer a autores más actuales.

Para esta innovación me prestó la famosa antología poética de Gerardo Diego, que recogía a poetas desde el Modernismo hasta la Generación del 27.

Semanas más tarde recibí una carta con los poemas devueltos y una breve observación de estilo en cada uno de ellos, generosidad por la que le quedé agradecido.

Cinco años más tarde visité a la poeta jerezana-gaditana de nuevo, con el mismo matrimonio con el que antes la visitara.  Yo le llevaba dedicado un ejemplar de Heredada soledad, poemario en verso blanco que me editó la editorial catalana Carabela, debido a haber quedado finalista en 1967, además de devolverle la antología que me prestó. Ella me regaló a su vez, también dedicado, su libro de poemas Violencia inmóvil, editado recientemente.


 FRUICIONES DEL PASEO

 

 

                                                  ...de las arenas

            que el mar sacude en la fenicia Gades...

                                         

                                                     L. F. MORATÍN

 

A veces voy por tu racimo oscuro

de calles cosechando como vides

uvas de callejuelas y alamedas,

iglesias que he mirado con pupilas paganas

de pintor distraído,

librerías de viejo, populosos mercados

                                       [llovidos de rumores,

olor a anís, a churros y bullicios,

bares con puestecitos de marisco a la puerta,

rincones centenarios con farolas, macetas

                                                    [y hornacinas,

el son errante de una bulería

                         [o el desplante jocoso de un tanguillo,

y todas mis raíces se han puesto boca arriba,

suplicándote, oh Gades, que tú me las renueves,

                                                          [que las  bañes

en tu longeva claridad amada, resplandor venteado

                                                                 [por vientos

con cordajes y trajines de muelle,


y me voy a tus playas, bruñidas tus arenas

 

como pulcras vitrinas donde el ocaso entierra

                                                              [su leyenda,

su cofre de tesoros oceánicos,

o me siento entre tus piedras con la melancolía

del Tiempo, que lo hace desde que fuiste parto

                                                            [de los dioses,

y veo cómo el mar a tus plantas te llega

y te cuenta sus penas por tantas soledades

                                                           [y naufragios

al pie de la escollera donde rompe lamentos

con su idioma de algas y de espuma.

 

UNICORNIO, Revista Anual de Cultura, (Cádiz)

noviembre 1997


 GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:

 

 JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ  GALVÁN

 

 

Conocí a José María Galván una tarde de a finales de los años noventa que vino correspondiendo a la invitación que le hizo la Tertulia Río Arillo de Letras y Artes que entonces se reunía en el café Napoleón en la calle San Nicolás, a leernos poemas  suyos en  una de esas tardes del autor invitado que se incluía en la programación anual. También colaboraba en la revista Arena y Cal, voz escrita de miembros de la tertulia, que dirigía Alfonso Estudillo Calderón, presidente entonces de la Tertulia. Galván me pareció un hombre sencillo y enamorado de sus temas poéticos como eran el amor y el mar, casi siempre expresados en su metro preferido: el soneto.


 MARINERO

 

 

 

A bordo de los nimbos encendidos

navega con temblor un avefría.

El alba poda su jardinería

sobre los oleajes emergidos.

 

Están los litorales aún dormidos,

pero en faena la marinería.

Va desplegada la cabuyería

mar adentro de rumbos aprendidos.

 

Ciudadano del mar y transeúnte,

novio de la menguante o del repunte,

de lontananzas y de marejadas,

 

marinero, habitante de los mares,

tienes tu corazón entre ensenadas

y en la bonanza azul están tus lares.


GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:

 

Juan Antonio Sánchez Anes

 

Conocí a Juan Antonio Sánchez Anes en una Tertulia de Educación y Descanso en Cádiz, en la que leyó unos “Sonetos a Suilka”, posiblemente en 1967, en la misma sede que hoy lo ocupa el rectorado de la Universidad. Recuerdo que llevaba un traje blanco, que junto con su cabello pelirrojo le daban pinta de inglés o nórdico. Falleció en 1997. Manuel Pérez-Casaux y yo estuvimos en el tanatorio  de Nuestra Señora del Rosario y le dimos el pésame a sus dos hijos y a su esposa, que falleció poco tiempo después. 


LA NOSTALGIA DEL MARINERO  EN  ALTA MAR

 

 

 

Atardecer del mar: Ved  la amapola

de murmullos, de fuego y despedida.

Barca de cobre viejo, vaga hundida

la historia de este día en cada ola.

 

Con rumor a cercana caracola

y olor de alga en una brisa huida

surcas la pleamar atardecida,

la pleamar en su costumbre, sola.

 

 

 Mientras tanto, desgranas  meses, días.

Te pone triste el encadenamiento

de recuerdos con hilos de añoranza.

 

Cartas, objetos y fotografías,

y una sonrisa acude en el momento

a encenderte por dentro la esperanza.

 

 

 

 

 

     GADITANOS DE LETRAS  QUE CONOCÍ:

      Manuel Arjonilla Terrero

 

Conocí a Manuel Arjonilla en una Tertulia de Educación y Descanso alrededor de 1967. Recuerdo que me habló de un tal Manuel Pérez Casaux, escritor amigo suyo, que tenía familia en La Isla y que era sobrino del famoso violoncelista Casaux. Fue colaborador de la revista “Torre Tavira”. 

 


BAR DEL MUELLE

 

 

 

Lenguados, meros, róbalos, dentones,

caballas, doradillas, bogas, lisas

huelen a esteros, a salitre, a brisas

y danzan vivos en los esportones.

 

El vino aturde ya los corazones

y adormece el latido de las prisas.

Relucen como brecas las sonrisas

y el buen humor se enjoya de pregones.

 

Atestado del humo y la fritura

el bar es como un barco en zarandeo

que se va a pique en su vaivén de altura;

 

que ya flota en sopor y balanceo,

y esa fatiga en ese mar se cura

con unas palmas, vino y cantiñeo.

 

 

 


     GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:

 

      Diego Sánchez del Real 

 

Conocí a Diego Sánchez del Real en un acto del Ateneo gaditano, del que era miembro activo, en la década de los ochenta. Diego era jiennense, fundador en su tierra natal de la revista “El Olivo”, también colección de libros, así como creó la revista de poesía "Vientos".  En 1991 apareció su libro La noche encendida (Col. Vientos, Cádiz).


EL MAR DE LA PLAYA VICTORIA  DE NOCHE

 

 

    

 

     ¿Sabéis que un dios impuso al mar destierro

por competir con árboles y brisa

en sus anhelos de verdor y risa

y ahora, en lágrima amarga, paga el yerro?

 

Mirad qué brinco y jadear de perro

lleva por playas. Aunque el sol lo irisa

y hermosea las crines de su prisa,

¿por qué aquel dios lo condenó a ese encierro?

 

Lo oigo llorar como en un pozo oscuro

cuando la noche tapia su garganta

con la mordaza de su negro muro;

 

pero un pezón de luna lo amamanta

y lo acuna en su pecho y lo abrillanta

y se duerme en un dócil claroscuro...


GADITANOS DE LETRAS  QUE CONOCÍ:

 

Antonio Rodríguez Lorca

 

Conocí a Antonio Rodríguez Lorca en la playa de la Victoria, una tarde en que Manuel Pérez Casaux y yo coincidimos en una de las visitas al mar gaditano allá por  los años noventa. Era granadino pero afincado, por su destino militar, en Cádiz, donde falleció. Manuel y él se conocían, y este conocimiento fue el motivo de que se parase con nosotros y conversáramos unos minutos aquella tarde de verano, posiblemente del año 94 ó 95.  Nos invitó a publicar en la revista literaria “Tántalo”, que él dirigía, y en la que nos editó poemas en varias ocasiones.

 


 MUELLE

 

 

 

 Se desciende por una escalinata

y un bosque de columnas te marea.

Cuidado: la pecina que chorrea

y el verdín que hasta el agua se dilata.

 

Subid. Mirad el agua de hojalata

que a las barcas con luz de sol golpea.

Se empina con la tarde la marea

y el sol le enciende un cúmulo escarlata.

 

Un fuera-borda fatigado suena.

¿Esportones de peces o de arena?

Hierven voces, ruidos y saludos.

 

Los pescadores, como los de antaño.

Vedlos reír en la mitad del caño

dispuestos a atracar medio desnudos.


    GADITANOS DE LETRAS  QUE CONOCÍ:

 

Maro Afrán (Manuel Rogelio Aparicio Franco)



Conocí a Maro Afrán en la tienda de mi madre. Maro Afrán era una especie de seudónimo de su nombre voluntariamente deformado que él utilizaba para escribir. 


No sé cuáles habían sido sus circunstancias en otras épocas de su vida. A la tienda de mi madre llevaba en un cesto grande sobres de tisana para la venta al por menor. Era una de las maneras de buscarse la vida, mientras entraba y salía por sus sueños literarios. Nos caíamos mutuamente bien y conversábamos en torno a asuntos afines: él sobre novelas y yo sobre poesía. Ya era un hombre que rondaba los setenta años  y yo, la mitad de su edad. Me dijo que iba a dar un viaje por toda España y que iría a Madrid a presentar sus novelas a un editor. Me impresionó su vitalidad. Después de que mi madre cerrase la tienda, deje de verlo y no supe más de él.  

 

 


  A UN FALUCHO A MEDIO CUBRIR

POR EL CIENO DE UN MUELLE PESQUERO

 

 

 

 

Con la cerviz ya hundida y castigada

por el peso de soles y de brumas,

ofreces todavía a las espumas

el honor de tu vértebra empinada.

 

Que estuvo tu bodega abarrotada

de peces, lo recuerdas y te abrumas;

pero, a pesar, de que hedor te inhumas,

resistes, sin embargo, la bajada.

 

Ni el colmillo del agua compañera,

ni el verdín que a tu proa la adornara

perdonan a tu sucia calavera;

 

igual que el pescador que te embarcara

hoy su vejez lo abate y desampara

y se muere, mirándote, a tu vera.

 

Sonetos  Premio de Poesía “Mujeres del mar de Cádiz” 1997

 

 

GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:

 

Rafael de Cózar Sievert  


Conocí, antes que a él, a su madre, Concha Sievert, que frecuentaba las Tertulias de Educación y Descanso (1966-1974 ó 75).

Recuerdo que era pintora, y lo mismo que yo y otros tantos invitados e invitadas, formábamos ese grupo de fieles concurrentes a esas Tertulias que Pepe Segura dirigía. Conchita me habló un día de su hijo Rafael, que residía en Sevilla, donde estudiaba.

Supe después que Rafael estaba vinculado a la revista poética "Marejada", órgano literario del Grupo del mismo nombre (1971), que conducía en Cádiz Jesús Fernández Palacios junto con José Ramón Ripoll y posiblemente otros cuyos nombres no supe.

Una tarde llegué, por fin, a conocerlo en la presentación de un libro en la Diputación de Cádiz.

Entablamos una breve pero simpática conversación después de que yo le dijera que lo conocía por referencia de su madre, Concha Sievert, en una de las Tertulias de Educación y Descanso en las que coincidíamos.

 

 

 


PROSA


MEMORIA APÓCRIFA DE MANUEL JOSÉ QUINTANA                                                                        RECREADA EN LAS PLAYAS GADITANAS

 

                                                             A José Quintero González

 

  “Cúpome a mí en suerte venir a la ciudadela de Pamplona, destinado por seis años y despojado de todos mis honores y mis empleos. Dos años ha que vivo aquí sufriendo la suerte de un preso, privado de la comunicación con mi familia y los amigos de mi confianza, impedido de poder escribir...” Pero, precisamente en estas maniatadas circunstancias, la imaginación se siente con derecho a sobrevolar todos los espacios que nos brindan una huida legítima hacia imágenes propicias para un solaz distraído.

 

    En los años de Cádiz encuentro un acicate para hilvanar estas experiencias en un tapiz de paz. Apenas llegado a la ínsula, me sedujo, a mí, hombre de tierra adentro, aquel rumor de las olas venido como desde la blanquiazul gasa de la lontananza. La pureza del cielo me hacía comprometerme con la fidelidad a mis principios de defensa de la libertad frente a los invasores y a todos sus secuaces adheridos durante el rodar de los sucesos, aunque yo la contemplara en mi calidad de oficial primero de la Secretaría General de la Junta, cargo que se me encomendó, además de la dirección del Semanario.

 

    Tuve que soportar las burlas de Capmany debido a mis manifiestos patrióticos, por lo que hube de renunciar del tercer cargo que me asignaron, como fue el de Secretario de la Real Cámara y Estampilla del Consejo  de la Regencia; sin embargo, está en mi satisfacción que la Regencia reconoció mi celo y mi patriotismo. Este contento fue rubricado con mi ingreso en la Real Academia de La Lengua y en la de Bellas Artes. Pero, triunfante el absolutismo... En fin, mi estado de ánimo se congratula en las evocaciones de Cádiz y vuelvo a desovillarlas para entretenerme en la variedad amable de sus hilos.

 

    En mis pocos y flacos ratos de desocupación de aquellos asuntos relacionados con las Cortes, me echaba a las calles de la ciudad como un peregrino buscando un santuario para una devoción exclusivamente literaria. Buscaba librerías para abordarlas con la esperanza de un buen botín de libros, debilidad crónica en mí que me llena de riesgos en cuanto a deudas se refiere. Esas andanzas sin brújula me llevan a escorar la mirada por calles de nombre insólito como la de “los flamencos borrachos”,  la “de la cruz de la madera”, la “de la aduana”, la “de la cuesta de Riaño”, la “ de Ancha”, la ”de la plaza de San Antonio”...

 

    Me acordaba de la tertulia y la revista que fundé en Madrid, el estreno de mi drama Pelayo... ¿Qué significaba ese título sino una defensa de nuestras libertades, como un barrunto intuitivo de lo que nos iba a sobrevenir? Tres dramas más se me perdieron en los estruendos de la invasión. Cinco años antes me había casado con María Antonia Florencia, zaragozana de pro y afamada belleza. Mi felicidad estaba a tope con el nombramiento que me hicieron como censor de teatros... De este tema pormenorizaba yo en la gaditana tertulia de Margarita López de Morla, en la que coincidía con Argüelles, con Martínez  de la Rosa, con Juan Nicasio Gallego, con el conde de Toreno, con Saavedra, con Alcalá Galiano...

 Vuelvo a estos hierros de mi cautiverio y retomo el peso querido del liberalismo, así como el de ser testigo de una muralla defensiva de los ciudadanos y sus derechos sembrados en las Cortes de la Isla de León y florecidos en las de Cádiz.

 

    Pero la soledad es mala consejera de los varones cuando la carestía del encantamiento nos incita a buscar presa para los ojos depredadores de hermosura femenina. Yo tenía en mi mente aquella frase de Estrabón referente a las puellae gaditanae. Un escritor es un hombre con la mirada abierta como las alas de las águilas, sobrevolando las situaciones humanas por encima de las idas y venidas. Yo meditaba sobre lo divino y lo humano, entre el deber y la imaginación desde las contingencias de la calle Santa Inés, camino del Oratorio de San Felipe Neri, a las sesiones de los diputados.

 

    Una tarde en que el calor era una tenaza de fuego decidí ir a la playa. ¡La playa! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Hombre de tierra adentro, había soñado el mar como un jardín placentero de oleajes en su monótono desdoblamiento. Pliegos de olas como un inmenso álbum de agua. Venían las olas al regazo de la arena como niños cansados a dormir su cansancio en la falda de su madre.

 

   Poca gente había pisando el metal rabioso de la orilla: madres con sus hijos, dos embarcaciones pequeñas en la orilla, hombres con palos y redes al hombro, algunos jóvenes; todos ellos en una serie dispersa y cambiante. Miraba yo el mar como un dragón inmenso de lomos acuosos que se levantaba y se hundía en un fragor  incesante. Fonda de aves y vientos que entretejían con sus rumores el imposible pentagrama del averío. Una muralla imprecisa era la lontananza desde cuyos límites la tarde comenzaba a caer, a sumergirse como un buque incendiado, lento y ceremonioso naufragio de las últimas horas, hasta que apareciera la noche como un gran catafalco de sombras.

 

    Pero, como entrecruzándose por estos pensamientos con intervalos de  melancolía poética, apareció una jovencita como la mejor huésped de la escancana del reflujo que lamía con sus lenguas semitransparentes aquella orilla. (Confieso que aprendí —yo, madrileño— de amigos gaditanos este lenguaje marítimo.) Como una lasca de agua que me salpicase en la cara, el rumor de un cantarcillo de su voz quedó flotando en el aire áureo. Ella, al barruntar mi presencia como ballesta a punto de mirada indiscreta, calló; se detuvo como en espera de que yo depusiese mi arco de curiosidad. Mi palabra, secuestrada en mi boca por una dulce mordaza de precaución, al contrario de lo que hizo el dios Apolo con Dafne, prefirió renunciar a ser dardo benévolo de lisonja, caricia de halago, simpático asedio a una ciudadela virgen de conquistas. No se entregó a la despavorida distancia para escapar de mis brazos como Dafne ante el dios de la música, pero sí comenzó a andar hollando las arrugas de la arena, es decir las dunas que la alejaban de aquella ribera pespunteada con cenefas de espumas...

 

    El atardecer había volcado ya su diligencia de penumbras en el mar. Ella se perdió en la lejanía como un signo de interrogación indescifrable, como un adiós sin labios escrito con un garabato de perplejidad. Aquella hermosa gaditana en las riberas de Cádiz... Pero yo, que era testigo de la defensa de la libertad frente a todos los atropellos, no podía permitirme ni siquiera el amago de un acercamiento  gentil, ni una frase esmaltada  por la delicadeza, y no sólo porque ella estuviese comprometida, sino porque mi esposa en Madrid me imaginaba detrás de la trinchera de mis actas, afilando la palabra y ayudando a empujar el pesado carro de las circunstancias políticas.

 

    No volví a romper la trayectoria habitual de mis pasos hasta el Oratorio desde la casa de los Butler, en la calle del Molino, donde me hospedaba. La playa se quedó arrinconada en mi memoria como una nostalgia ficticia, como un islote agradable al que tan aficionado son los artistas para esconderse de la persecución de la realidad... Me consolaba mi ideal. Un ideal es como una escalada a los sueños, una proa que embiste a vientos; el ideal nos da una almena, como las muchas que veo en Cádiz, desde la que el entusiasmo es guardia insomne. El ideal es un remo a contracorriente... Es una cofa de ilusión para avistar tierras de futuros mejores; es un mástil enhiesto que no teme las tormentas. El ideal es un azor de lejanías, un maravilloso cuervo de las distancias en una lontananza de posibilidades...

 

    Pero he de volver a esta realidad cuadriculada por la geometría de las exigencias y dejar Cádiz como un adiós inconcluso en tales remembranzas. Así que...

 

    Sólo me resta en la adversidad que me oprime coronar mis principios con mi noble sufrimiento y después de tantos sacrificios en obsequio de la razón y de la patria, hacerles de ese modo el único servicio que está en mi mano”, escribí en la despedida del memorial; pero en él no podía yo citar aquel romance dedicado a la gaditana de la playa al que, en el acoso de su presencia ausente, esbocé en mi habitación varias noches después, a espaldas de los prejuicios de hombre ilustrado y dueño de sus sentimientos, y que concluí más adelante:

 

A aquella airosa andaluza
que en las riberas de Cádiz
es, por lo negra y lo hermosa,
la esposa de los cantares;

a la que en el mar nacida
la embebió el mar de sus sales,
cada ademán una gracia,
cada palabra un donaire;

ve volando, pensamiento,
y al besar los pies de Dafne,
dila que vas en mi nombre
a tributarle homenajes.


Hoy son sus alegres días;
mira cuál todo la aplaude;
menos fuego el sol despide,
más fresco respira el aire.

Los jazmines en guirnaldas
sobre su frente se esparcen;
los claveles en su pecho
dan esencias más süaves.


Y ya que yo, sumergido
en el horror de esta cárcel,
ni aun en pensamiento puedo
alzar la vista a su imagen,


rompe tú aquestas prisiones
y vuela allá a recrearte
en el raudal halagüeño
de su sabroso lenguaje.

Verás andar los amores
como traviesos enjambres,
ya trepando por sus brazos,
ya escondiéndose en su talle,

ya subiendo a su garganta
para de allí despeñarse
a los orbes deliciosos
de su seno palpitante.


Mas cuando tanto atractivo
a tu placer contemplares,
guárdate bien, no te ciegues
y sin remedio te abrases.
Acuérdate que en el mundo
los bienes van con los males,
las rosas tienen espinas
y las auroras celajes.


Vistiola, al nacer, el cielo
de aquella gracia inefable
que embelesa los sentidos
y avasalla libertades.

Los ojos que destinados
al Dios de amor fueron antes,
para que en vez de saetas
los corazones flechase,
a esa homicida se dieron
negros, bellos, centellantes,
a convertir en cenizas
cuanto con ellos alcance.

Y cuentan que Amor entonces
dijo picado a su madre:
«pues esos ojos me ciegan,
yo quiero ciego quedarme.
»Venza ella al sol con sus rayos;
pero también se adelante
en su mudanza a los vientos,
en su inconstancia a los mares».

Y fue así. Las ondas leves
que van de margen en margen,
los céfiros que volando
de flor en flor se distraen,

no más inciertos se miran
en sus dulces juegos, Dafne,
que tú engañosa envenenas
con tus halagos fugaces.

Dime, ¿aún se pinta el agrado
en tu risueño semblante,
y respiran tus miradas
aquella piedad süave

para con ceño y capricho
desvanecerla al instante,
trocar la risa en desvío
y el agasajo en desaires?

 

Y dime, a los que asesinas
con tan alevosas artes,
¿los obligas aún, crüel,
a consumirse y que callen?


Mas no importa: que padezcan
los que en tu lumbre se abrasen;
que tú, con sólo mirarlos,
harto felices los haces.

 

Yo también, a no decirme
la razón que ya era tarde,
y a presumir en mis votos
el bello don de agradarte,

te idolatrara, tú fueras
la mayor de mis deidades.
¿Pero quién es el que amando
no anhela porque le amen?

De amigo, pues, con el nombre
fue forzoso contentarme;
pero de aquellos amigos
que en celo y fe son amantes...

 

Basta, pensamiento; vuelve,
vuelve ya de tu mensaje,
y una sonrisa a lo menos
para consolarme trae. *

 

Poema del que es autor  M. J. Quintana, titulado  Romance a Dafne, en sus días, y fechado en 16 de julio de 1815

 

Bajo estos cielos cejijuntos del norte, siempre tengo presente una sonrisa de aquella doble claridad gaditana en la que resplandece amaneciendo un tiempo de libertad y un discreto  recuerdo que es cofre íntimo de anhelos imposibles pero consoladores en aquellos días de tanta zozobra, de caminos inseguros por recorrer...”.

 

                    Ciudadela de Pamplona, 13 de enero de 1816

    

   


ÍNDICE

 

CÁDIZ SURGIDA DEL CORAZÓN…                                                     9

LOS MARES QUE TE GUARDAN…                                                    11

EN SU CRIPTA DE LA CATEDRAL, EL ALMA DEL MÚSICO…        23

 

CÁDIZ Y CUBA: EMOCIONADO VIAJE DE IDA Y VUELTA              31

 

ALBERGUE DEL ATLÁNTICO                                                            37

 

MARES GALANTES PARA AMARTE, OH GADES                            41

 

UNIDAS Y HERMANADAS POR EL AGUA                                        53

 

FRUICIONES DEL PASEO                                                                  56

 

       MARINERO                                                                                          59

 

LA NOSTALGIA DEL MARINERO EN ALTAMAR                              61

 

BAR DEL MUELLE                                                                               63

 

EL MAR DE LA PLAYA DE LA VICTORIA                                          65                   

 

MUELLE                                                                                                67

 

A UN FALUCHO A MEDIO CUBRIR…                                                 69

 

      MEMORIA APÓCRIFA DE MANUEL JOSÉ QUINTANA…                  72

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



                                    JUAN RAFAEL MENA

 

 

                                                  CÁDIZ:

 

 

                                           VERSO  Y  AGUA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                    TERTULIA  RÍO  ARILLO


 

 



 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 


   CÁDIZ SURGIDA DEL CORAZÓN DEL AGUA

                     Y LA LEYENDA

 

 


A Luis García Gil 

 

 

 

Naciste de un capricho de los dioses

salvada de la Atlántida perdida,

gemela de la hermana sumergida,

de la que espuma y olas son sus voces.

 

Día a día en tu gente te conoces,

como desde los cielos descendida

a este trozo de tierra suspendida

para que en la leyenda tus pies poses.

 

 

¿Tirios, tartesios, íberos, troyanos?

Puerta de Europa, tu aldabón: levante

que te acaricia con salobres manos.

 

Que aclaren otros ese interrogante

mientras te miman labios ciudadanos

como si fueran los de un dios amante.

        

 

 

 

                 

GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:               

Adela Medina Cuesta


Conocí  a Adelita, Gitanilla del Carmelo, un día de julio en que el fuego del verano de 1969 se enconaba con la plaza del Mentidero de Cádiz, donde ella vivía. El sol le cogió querencia a su balcón y detrás de él, Adelita me nombraba Caballero de la Orden del Clavel, entregándome un clavel de papel muy bien confeccionado por ella misma y una estampa de la gaditana  Virgen del Carmen con una dedicatoria. Sé que escribía poesías y bordaba enseres para las Vírgenes de su tierra, en especial para la Virgen del Desamparo.

 



 


LOS  MARES  QUE  TE  GUARDAN  COMO  EN  HARÉN,  

OH  CÁDIZ, DE  OLEAJES

 

                           I

 

 

Despereza sus brazos amarillos la aurora,

desde Puerto Real se levanta a los cielos,

se mira en el undoso vidrio de la bahía,

extiende poco a poco sus cabellos de trigo,

extensa y luminosa cabellera que arde

tibiamente al costado de Cádiz soñolienta.

El día como obrero ya en faena camina

por el puente con alta claridad como un nimbo

animando a la vida a que alce de nuevo

la voluntad, el hambre del vivir cotidiano,

servidumbre gozosa que también es aliento,

forja para el amor, fragua del sacrificio.

 

La aurora nos sonríe con luz adolescente;

nos da ejemplo, pues ella ha olvidado las sombras.

 

                         

                          

 

 

 

 

 

 

 

                             I   I

 

 

Hizo un nido de agua la mar en el costado

de Cádiz con su música de oleajes y buques,

y eso es el muelle. Vedlo en todo su ajetreo:

sirenas y trasiegos de gente y mercancías

alegran este espacio en el que el orbe entero

viene a homenajearla con beso de visita,

novio fugaz el buque que penetra en las aguas

y embaraza a este puerto de trajines y afanes

y de mercaderías, sangre circulatoria

que da vida a tu cuerpo, oh Cádiz oceánica,

musa de travesías, hija afable de Hércules,

que te dio la sonrisa y los brazos abiertos

a América y a África, que te sueñan hermana

de vastas singladuras, intercambios de espumas,

oleajes que un día columpiaron las naves

del segundo viaje de Colón a otro mundo.

                                         

 

                             

 

 

 

 

 

 

 

                            I I I

 

 

Pero, dejando el puerto, senda de la Alameda,

el agua ya está sola, no acaricia las quillas,

no besa ni estribores ni babores, ni canta

con el ritmo que pone el trabajo en sus versos

sudorientos, manidos, cotidianos, anónimos.

 

El agua, en ajetreos menudos como cuarzos,

se mece frente al faro, bajo las pétreas plantas

de austeros baluartes y dormido castillo,

que son los viejos restos de las recias murallas.

 

Fueron el cinturón que ha tiempo bordearon

como amor y defensa la cintura de Cádiz,

doncella disputada por mitos e invasiones,

luminosa anfitriona de rendidos viajeros,

joyel donde se guarda la Virgen del Rosario

como amada presea de la fe gaditana.

 

                        

                           

 

 

 

 

 

 

                              I  V

 

 

Torres y miradores se empinan al acecho

del Parque Genovés, balcón donde se asoma

Cádiz con señorío a su antigua bahía,

recortada en el tiempo por ancestros burgueses

que están en Santa Bárbara paseando recuerdos

de mercantiles épocas con sombreros de hongo,

polisón y sombrilla, habaneras de Cuba,

ecos de La viudita naviera, trasatlánticos,

los tanguillos de un coro por el barrio La Viña;

pero aquí, por San Carlos, el venerado drago

y una nana de Falla que duerme a los levantes

cuando desde la mar salpican con sus iras

a los mármoles del monumento a Las Cortes,

mástil de libertad con bandera de siglos.

 

                                          

 

 

 

                             

 

 

 

 

 

 

                           V

 

 

Entre San Sebastián y Santa Catalina,

pequeña y dulce cala de otro tiempo a los pies

del bosque palafítico que fue aquel balneario,

La Caleta, con largos bullicios de La Viña.

Botes en sus orillas flirtean con sus olas,

a veces con manteos de soplos en las aguas

se sienten acunados y es la playa nodriza

que los duerme en un malva regazo de crepúsculo,

y, ojo de buey la luna, es mirador romántico

para que paseantes se asomen silenciosos

a vastas lejanías, sintiendo a sus espaldas

la sombra protectora del ficus centenario.

 

 

 

               

 

 

                        

                               

 

 

 

 

 

 

                           V  I

 

 

A pesar de tan duros embates, bravas olas,

no asaltaréis jamás a Cádiz. Con los bores

rompéis la impedimenta de guerra en el ataque

que estalla como fúlgidos metales, como cuernos

de espuma que  salpica  los ojos asombrados.

 

¿No veis que aún queda el alma del que fue baluarte

de los Mártires, algo de aquella batería

de Capuchinos y esa muralla que soporta

el vendaval que sois cuando la mar se agita

como un gran corazón que ama desesperado?

 

 

           

 

 

 

 

                       

                           

 

 

 

 

 

                       

                        V  I  I

  

 

Donde agonizan restos de murallas empieza

una mano de mar con suave escarceo

a acariciar, oh Cádiz, tu cintura: es la playa

que da en Santa María con ecos juveniles

del instituto, desde donde múltiples ojos

te asaetan con fervor de vacaciones.

Sentados en el borde del Paseo Marítimo

los jóvenes se beben los vívidos reflejos

que el sol como garlopa arranca a tu marea;

pequeñas y fugaces historias de miradas

y latidos ocultos traducen tus rumores,

ya caídos después de la blanca resaca,

tiza espolvoreada por los bajos cantiles.

Playa íntima a la que llega algún oleaje

para desde las rocas saludar fugazmente

a las Puertas de Tierra, tus viejos cancerberos.

 

 

 

                           

 

 

 

 

 

 

                           V  I  I  I

 

 

¿No oís voces dispersas de acentos variados

cual si fuese un mosaico de forasteras hablas

entrecruzadas con las brisas litorales

y el rezongar del agua con su beso a la arena?

¿Se ha olvidado la Playa de la Victoria, acaso,

de Cádiz con murallas y balcón con geranios,

y aquí, como al resguardo de edificios anónimos,

es ya cosmopolita, tropical todo el año?

¿Entre tantos bañistas que en el agua se hunden

buscando la frescura de azul cristalería,

no habrá nadie que mire hacia dentro de Cádiz

y vea en la calima torres y miradores,

y ciudad bizantina le parezca tal vez?

 

 

 

              

 

 

                           

 

 

 

 

 

 

                            I  X

 

 

¿Guarda la Cortadura ajetreos y voces

de cuando la amenaza de las tropas francesas?

Me parece que mira como en aquellos años,

a la Isla, al molino del viejo río Arillo

-frontera salinera-, al bajo Camposoto,

a los disciplinados esteros verdinegros?

Lo mismo que el castillo de San Lorenzo acaso

se sienta como huérfana, de Extramuros lejana,

y sueña desde aquí con su Cádiz de dentro,

el faro, baluartes, castillos, baterías,

consuelo rumoroso, verdiazul, blanquecino

con la eterna escancana de las aguas que vienen

a dejarle en su orilla los ecos del océano

con fragmentos de historias y leyendas lejanas.

 

 

 

                           

                               

                              

 

 

 

 

 

                                

                           X

 

 

¿Proa o popa de Europa? África te desea

y América te sueña desde allí como hermana

melliza en el acento y en las arquitecturas.

La mar se hace varón cuando aprende del viento

y rodea de agua emocionada y limpia

tu cintura de piedra; te agasaja, te alaba

con brisas de poniente y furias de levante,

y la luna no quiere otro plácido espejo

que tu bahía, cuna y nana de la noche;

y no desea el sol otro albergue y retiro

que tu limpio horizonte, almohadón de amapolas,

en que el ocaso viene a adormecer el día.

 

 

 

           

 

 

                       

                             

 

 

 

 

 

 

                             X  I

 

 

Son como centinelas de olas y ventolinas

que ponen en tus manos anillos y pulseras

de espumas y salitres; como novios te halagan,

te obsequian plenilunios con engarces de estrellas

los mares que te guardan celosos y te dicen

como en harén de sol: "Vive otros tres milenios".

 

    Premio de Poesía “Mujeres del Mar”, 2003


 GADITANOS  DE LETRAS QUE CONOCÍ:            

 

Miguel Martínez del Cerro

 

 

Conocí a Miguel Martínez del Cerro (don Miguel) a principios de 1969 en lo que hoy es la sede del rectorado de la Universidad de Cádiz en la calle Ancha. Fue una tarde en la que se celebraba una de las tertulias de Educación y Descanso, dirigidas por José Segura López. Don Miguel, otra persona más que no recuerdo ahora, y yo, formamos el jurado del certamen ese día. El primer premio fue otorgado a Ignacio Rivera Podestá por una décima que encantó al catedrático de Literatura, y también al otro miembro del jurado y a mí. Don Miguel  era un hombre discreto en sus juicios sobre temas literarios y más bien silencioso pero amable cuando se le trataba.

 

 

 

 

 

 

 


     EN SU CRIPTA DE LA CATEDRAL, EL ALMA

   DEL MÚSICO GADITANO MANUEL DE FALLA

        EVOCA FRAGMENTOS DE SU VIDA

 

                                A Juan  Antonio  Macías  Gutiérrez

 

El mar del Campo Sur me llama como entonces,

como cuando, yo niño, al pretil me asomaba
del Atlántico: oyendo su resuello sonoro,
me rogaban las aguas que tradujese un día
a música y a coro su grandeza oceánica,
y es que escucho, cercano, marítimo vecino,         
el vaivén verdiazul del oleaje; ensaya
en los bloques de piedra que resguardan los muros
pentagramas que rompen los vientos de levante;
mas, cuando en el reposo de los atardeceres           
el poniente se hunde como edificio en llamas,
se acicala mi espíritu y con mano de ángel
repasa el viejo álbum de mi otoñal memoria,
y me veo por calles de aquel Cádiz que ahora
nuevas generaciones en postales admiran;
ahora que ya, altivo, el progreso ha borrado
las señas sustanciales que fueron la conciencia
popular, cotidiana del bullir de la calle.

Pequeño todavía, camino con mi madre

desde la plaza Mina—en que salí a este mundo—

hacia la bullanguera calle Ancha, la tienda

de Quirell, instrumentos musicales me atraen

como si de juguetes se tratara, lo mismo

que el pequeño teatro mío de marionetas.

Una vez me llevaron a Sevilla, y fue tanta

la impresión producida, que vivir quise en ella.

Vi de niño dos óperas: el Fausto de Gounod

y del gran Donizetti Lucía. Entusiasmado,

a Haydn descubrí por sus Siete Palabras*.

 

Me inicia en el teclado mi madre y de mis dedos

surgirá mi primicia: aquella Melodía

en la que el violoncello y el piano se aúnan,

en disputa con otras aficiones: las Letras

y también la pintura en revistas, las voces

de mi búsqueda inquieta: “El burlón”, “Cascabel”…*

 

Tal como el de Viniegra en plaza Candelaria,

acudo a los salones, devotos de Bellini,

y también de zarzuelas; oh, Eloísa Galluzo,

mi dulce profesora de solfeo y piano,

y Odero y Broca a quienes la armonía les debo

y el fino contrapunto en el que Bach me diera

la juvenil semilla de mi primera obra:

la Gavotte y Musset …Galanteé a María,

sobrina de mi madre, mas ella no me quiso

el dardo devolver lanzado por mis ojos…

¡Sorpresas de la vida: muchos años más tarde

unimos en América gavillas de amistad!

 

Otearon Madrid mis frescos veinte años

y fui al Conservatorio, de Tragó buen alumno.

Paseé por allí una gaditanía

de azules pentagramas que a Pedrell* sedujeron,

 

La ilusión fue una yedra que subió por mis sienes

con aquel primer premio de piano… Aventura

inútil fue embarcarme, grumete, en la zarzuela.

Pero el soplo divino* consoló mi fracasó:

Serenata andaluza, Vals-Capricho, Nocturno

me armaron caballero de luchas musicales,

y, sobre todo, el fausto que fue para mi gloria

La vida breve, buque con que a la mar me hice

en difíciles aguas por París con maestros

como Dukas, Ravel, Delate, Schmitt, Roland,

y también con el gran Debussy, el de La mer…

 

Comparándome a veces con mi amigo Picasso,

Stravinsky me tuvo por hombre retraído,

tal era la llamada de mi recogimiento,

y un día en una iglesia, oyendo a Frescobaldi,

me sumo en la oración y Poulenc en el hombro

me toca como si despertarme quisiera

de un letargo en que gozo de un no sé qué inefable ,

y él se va del recinto…Anécdota sabrosa

que a menudo entre amigos refería extrañado.

 

La gran guerra, bramido y tormenta de balas,

me devolvió a Madrid otra vez. Es ahora

cuando es La vida breve innumerable aplauso,

lo mismo que la noche en que ardieron mis teclas

de emoción al cantar los jardines de España,

y Cubiles y Viñes y hasta el gran Rubinstein

encendieron sus dedos con la llama andaluza,

y fue esa Andalucía la que en voz de mi gente

–Salud, la Molinera, Candelas, Melisenda,

Isabel y Pirene…*— me llamó a que viniese

al Sur, a una casita echada en el regazo

de una colina, en brazos de Granada, la madre

que me adoptó y en cofre de gitanos acentos

me mostró los diamantes sin pulir todavía

del cante virginal de una tierra que sueña

a los pies de la Alhambra, monumental testigo

de mi labor, que hacía huecos hospitalarios

a visitas de amigos y curiosos viajeros

que en sus almas traían como señas compases

de mi música viva en salones de Europa.

 

Hasta que un día vino Federico… Oh, qué día

afortunado fue el que me dio el regalo

de conocer de cerca a tan grata criatura,

con la que hice, pronto, feliz hermanamiento

en comunes propósitos para sacar al cante

de cuevas de temores y enarbolar guirnaldas

como si un nacimiento celebrase profético,

y juntos decidimos vendimiar esas cepas

de “los sonidos negros”*, tal como él los llamara;

cosecha de concursos, tirón de aficionados

para desenterrar de sus gargantas puras

ese metal precioso de los diversos palos.

Quince años que fueron de una paz florecida

en los distintos verdes de los cármenes, limpios

aún de la triste sangre que después resbalase

cuando el dragón de acero de la guerra tronara

y vidas se llevara y los sencillos gozos

del vivir cotidiano… ¡Incluso a Federico,

por el que por salvarlo baldío fue mi esfuerzo,

dueña la muerte ya de Granada y de España,

palideció la Alhambra, calló el Generalife,

y yo no quise más ver mi carmen de luto

y poblado por dentro de fantasmas queridos;

y los lentos apuntes de La Atlántida* fueron

sollozos asfixiados por los tiempos crueles.

 

Un frío dos de octubre embarqué en Barcelona.

Con María, mi hermana, navegué a la Argentina

y en la Alta Gracia fui huésped bien acogido,

acordándome siempre de Madrid, de Granada,

de París, mis amigos: los vivos y los muertos,

y también de mi Cádiz (Padecía yo entonces

cierta tuberculosis igual que un balbuceo

por la sangre cansada, la carne alicaída;

y creía, además, que las enfermedades

podrían ser castigos venidos de lo alto.)

 

Consuelo hallé, no obstante, en los cálidos brazos

de la gente de América. Allí mis Homenajes

estrené en el Teatro Colón. Pero la muerte

me acechaba, y un día, solitario, en mi cama

tendido yo, acercóse con sus pies de gacela

y con gélida mano me apretó el corazón*.

Vi cómo se ocuparon de mi cuerpo difunto,

que embalsaron como si retuviesen algo

de mí como consuelo para acallar mi ausencia,

pero yo, deseando que acabara aquel rito,

larga paciencia tuve sosegando mi anhelo

de subir a lo alto para entrar en los coros

que le cantan a Dios el Libro de las Horas

para volver aquí y escuchar como antaño

los mismos oleajes que acunaron mi infancia.

 

Así, de vez en cuando, bajo de ese alborozo

hasta la muda cripta, libre ya de avatares,

y de tiempo y espacio, inteligencia pura,

recuerdo, como ahora, fragmentos de mi vida,

mientras el mar me busca llamándome ante muros

pétreos y me suplica que yo pase mis dedos

por sobre su teclado de plëamar serena,

lo mismo que lo hiciese de niño con mi madre

en el piano aquel de la niñez lejana… 

 

                             

 

 

 

 

 

 

 NOTAS

 

*Dos revistas juveniles y efímeras por él fundadas.

*Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz de Haydn,

  que se representaba en la catedral de Cádiz desde 1785.

*José Tragó (1857-1934). Pianista y compositor.

*Felipe Pedrell (1841-1922). Compositor y musicólogo catalán

*Falla era hombre muy religioso y de prácticas piadosas,

como también lo fue Joseph Haydn (1732-1809).
De ahí la expresión   “soplo divino”.

*Personajes de sus obras.

*Sinestesia lorquiana de su conferencia de 1933 “Juego y teoría del duende”, parafraseando al cantaor Manuel Torre.

*La Atlántida, obra inconclusa de Falla. Fue acabada tras su muerte por su discípulo Ernesto Halffter.

*Para Falla la música religiosa era la máxima expresión de ese mismo arte.

 

                   

 

 

 

 

 

 

 

 

 GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:

Ignacio Rivera Podestá

 

Conocí a Ignacio Rivera en el casino de doña Anuncia de San Fernando, situado en la Alameda Moreno de Guerra, durante la segunda Tertulia de Educación y Descanso, en 1966, que dirigía Pepe Segura. Hice amistad con él y quedó en enviarme alguna revista de poesía de las muchas que recibía, demás de las suyas, “Torre Tavira” y “Arrecife”. Al poco tiempo de conocernos me envió una revista de Murcia llamada “Contraluz”. En ella venían unas bases de un certamen de poesía en Barcelona, bajo el nombre de Premios Carabela. Envié un poemario y quedó finalista, en octubre de 1967. El libro apareció a primeros de 1968. Colaboré en varias ocasiones en "Torre Tavira". Supe de su fallecimiento, casualmente, por internet. Llamé a su sobrino Juan José y le di el pésame, además de hacerle unos comentarios acerca de la amistad que me unía a Ignacio. Le referí que yo lo había visitado varias veces en su domicilio de la calle General Luque, a vueltas de la calle San Francisco, tal vez la más céntrica de Cádiz, junto a Columela. Me dijo que él se hizo cargo de la biblioteca de su tío, que era espléndida en libros y revistas de poesía.

 

 

 

 

 

 

CÁDIZ Y CUBA: EMOCIONADO VIAJE DE IDA Y VUELTA

 

 

          "Cádiz es la Habana con más negritos,

           la Habana, Cádiz con más salero".

 

                          Antonio Burgos/Carlos Cano

 

 

 

 

¿No surgió, como Venus de la espuma del mar,

Cuba de un blanco sueño del Cádiz oceánico?

¿No habéis visto el castillo de Santa Catalina

y el castillo del Morro, o de la Candelaria

—el que fue Baluarte—, o bien los miradores

de esmerados herrajes que a través de las olas

envían con dulzor de la caña de azúcar

nostalgias que suspiran al borde de los muelles

de austeros comerciantes que al pisar Santiago

deliraban de amor ante las moreneces

de criollas picantes con canarios acentos

entre blancor de cales y aromas de tabacos?

 

 

Fue Pedro de Medina, arquitecto, quien hizo

a Cuba hija de Cádiz con bautismo barroco:

la Casa de Gobierno, la Casa de Correos,

la Catedral, que aún miran hacia los litorales

gaditanos con deudas de emoción en columnas,

en vanos, en ventanas para soñar el tiempo

y hacer que las raíces florezcan de añoranzas,

aún más si en el espacio íntimo de sus muros,

como alivio a continuas travesías, consuela

la música de Falla, lago de la memoria,

sosiego que no excluye el son y las guajiras,

y es gozo si se oye modular la habanera.

 

 

Pero en aquellos días de vísperas fatales,

la Patria, enferma, lucha por conservar pedazos

de lo que fue su antiguo corazón colonial.

Cuba, zarandeada por políticos vientos,

mira a España con ojos de angustias antillanas.

Cádiz fue puerto hermano de júbilo y navíos.

Cuarteles de la Isla y de la Candelaria

son como dos alforjas de esperanza en los hombres.

 

 

Madrugan en sus cielos como ojos vigilantes

muchos preparativos, y, a pesar de la hora,

todos los gaditanos se agolpan en las calles,

llenaban los balcones y cierros de las casas

para ver desfilar a las ufanas tropas

camino de aquel muelle bullente de ilusiones,

los gritos patrióticos para la despedida.

Engalanada, igual que en sus mejores fiestas,

la Virgen del Rosario como enseña sagrada

que bendice a aquel nudo de promesas valientes.

Los soldados marchaban con sus ritmos marciales

y en la subida al barco la flor de aquella furia

reventaba sus pétalos en cantos y proezas

anticipadas, como señal de sacrificio,

mientras, el muelle ardía de rumores y gentes,

envuelto todo en música de finos pasodobles,

y entre los pasodobles, el más agradecido

y popular sacado de la zarzuela Cádiz.

 

Mas la guerra pasaba y los días poniendo

ciertos interrogantes, comentarios, suspiros

frente al Ayuntamiento; San Juan de Dios, su plaza,

de ociosos y curiosos mentidero, hojeaba

el Diario, forzado manantial de noticias,

como un cofre de augurios y de cavilaciones,

porque tantos soldados que de Cádiz partieron,

no volvían... Aquellos pasodobles alegres

eran sustituidos a poco por sollozos

y por dudas que a insomnes corazones punzaban.

Ya al muelle no animaba ni música ni vítores

cuando en la despedida de las últimas levas.

Los jefes y oficiales cabizbajos marchaban

como si adivinasen aciagos desenlaces;

llevaban los soldados como dulces reliquias

los tan hondos retratos de la madre y la novia.

 

En Cuba, mientras tanto, la sangre gaditana,

como toda la sangre española en combate,

brillaba, relucía de ingenua acometida

frente al poder seguro del yanqui astuto y frío

(que encendiera en Rubén sus versos indignados

y reivindicativos de una España más fuerte*).

 

 

La sangre gaditana se huracanó en las bordas,

y en nombres que la Historia guarda como en joyero

suena en el corazón español todavía

el Teresa, el Oquendo, el Colón, el Vizcaya;

en fin, toda la escuadra heroica de Cervera.

 

 

Un sabor a derrota amargó las gargantas

de los hombres aquellos que al final regresaron

trayéndose de Cuba —esa hermana perdida

y dejada en los brazos de una mar que se hizo

la tumba de españoles que soñaron victorias—

las condecoraciones más tristes: las heridas.

 

 

Pero a pesar que Cuba quedaba ya más lejos

y el lazo que la hacía como melliza a Cádiz,

se rompió, todavía las olas siguen fieles

en reciprocidad de recuerdos y afanes

y en idas y venidas con caudales de espumas,

vientos y gaviotas, no dejan en olvido

los norays de los muelles, las sirenas, los cabos,

que les fueron otrora como palpitaciones,

como un lenguaje en clave de su vivir diario;

porque ¿cómo olvidar este puente que cruza

España para América como faro y vigilia,

arcada familiar, acueducto de señas,

ventrículos de un mismo corazón de la lengua?

 

¿No surgió como Venus de la espuma del mar

Cuba de un blanco sueño atlántico de Cádiz?

¿O acaso cuando veis el castillo del Morro

no estáis viendo el castillo de Santa Catalina?

 

*Véase el poema “A Roosevelt”.


 ESCRITORES GADITANOS QUE CONOCÍ:                 

 José Manuel García Gómez

 

Conocí a José Manuel García Gómez en su casa de la calle Cervantes, en mayo de 1966. Yo sabía de su existencia y saber poético por medio de Diario de Cádiz, pues por aquella época en dicho Diario figuraba los domingos una página central dedicada a un poeta, casi siempre de la generación del 27 y también de los de la generación del cincuenta.

Yo le llevé una cuidada libreta de poemas manuscritos y él se lo quedó durante unos meses para leerlos y darme su opinión posteriormente. Para ser exacto, también supe de él por la poeta Pilar Paz Pasamar que me dijo una tarde que fui a visitarla en su gaditana casa de la calle Brasil, en septiembre de 1963, que era algo así como una eminencia en poesía. El poeta barbateño Paco Malia Varo dijo de él en una de las tertulias de Pepe Segura que era “un erudito de la poesía químicamente pura”.

Su nombre, pues, no se me olvidó y, como he dicho arriba, tres años después de visitar a Pilar Paz, fui a entregarle aquellos poemas escritos a mano con tinta de corazón. Dirigió la revista de poesía "Caleta", en la que colaboré. En 1970 fundó en Cádiz el Colegio Argantonio.

         


      ALBERGUE DEL ATLÁNTICO

                                     A Jesús Fernández Palacios

 

Nave anclada en la orilla de una edad milenaria,

bajel con cargamento de oro en la mañana

cuando te incendia el sol, galeote de risas

porque las gaviotas bulliciosas corean

tu inmóvil travesía de ajetreos y afanes.

Los siglos con sus manos de herrumbres y nostalgias

dejaron en tu estribo su linaje de huellas,

y un idilio lluvioso de besos seculares

desgastaron tu cuerpo de piedra y de salitre.

 

  Los vientos te acompañan, te salmodian, te animan,

  como fieles nodrizas te recuerdan tu origen,

  con cantos donde suenan crótalos y guitarras

  ondean tu velamen de azules infinitos.

 

Las noches se aproximan a tu borda y susurran

a tu oído leyendas de antiguos navegantes

que con redes de versos capturaban estrellas

para adornar tus olas con pulseras de espumas.

 

 

Tus mástiles se abren como abrazos, se enjarcian

con rubias claridades de un vivo mediodía,

amante del verano que te busca en las playas

y abarca tu cintura con bonanza y modorra.

Sirena convertida en novia de granito

por la magia de un dios ebrio de sal y algas

que no quiso perderte y te dejó enredada

entre los girasoles de un estío perpetuo.

Señora de un tesoro sepultado a tus plantas,

una heredad de historias y de huesos ilustres

con proezas y nombres por cuya resonancia

la brisa se acaudala de violines marítimos.

Ondina castigada por dorar oleajes

y retener a agosto cautivo en tus cabellos;

no quieres el indulto de tu padre el océano

que te llega en la siesta de la lenta calina.

 

Esposa del contorno que te trae en reflejos

collares de las vides y fragancia de pinos,

embajada de esteros por adarce escoltados

y pregones humildes de almejas y ostiones.

 

Amada prisionera de un gigante de agua

en una móvil jaula de conchas y sargazos,

que para consolarte permite a los crepúsculos

   volcar sobre tus costas candrayes de amapolas,

   cuando sé que tan sólo te confortan y alegran

los rumores diarios de tus gentes activas,

cuando sé que es tan sólo el vivir cotidiano

quien suelta las amarras de tu pena al olvido;

de tu pena por este novio ciego dei tiempo

que tantea tu cuerpo y tu torso erosiona

en su amor necesario de ilusión y ruina;

  albergue del Atlántico, que a tus pies se arremansa

 cansado de viajar por un mundo en violencia;

 muchacha solitaria en un vergel de olas,

 Gades, evocadora de tus padres remotos,

 un nieto de tu entonces, un hijo de tu ahora

 te canta y el fervor se le hace poema,

 que fija como un ancla a tu vetusta quilla,

 hoy marinero yo, destinado en tu proa

 para singlar tu nombre por el mar de los días.

 

 

"INFORMACIÓN DEL LUNES", 15 de mayo de 1978

 


             GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:          

 

             Fernando Quiñones Chozas

 

Conocí a Fernando Quiñones en 1972, un día de la semana de los Alcances,  Festival de Cine Documental en Cádiz. Creo que fue la tarde que se proyectó la película Carros de fuego. No hace falta decir que estos Alcances tenían el empuje básico del escritor chiclanero-gaditano. Años antes yo había leído de él su libro editado en Adonais Cercanía de la gracia, que me prestó Antonio González Muñoz, profesor amigo, por cuya generosidad leí varios libros de poesía a comienzos de los años sesenta. 

Aunque nacido en Chiclana, Fernando era tan gaditano como chiclanero, tan sencillo como simpático y ocurrente.

 

 


MARES GALANTES PARA AMARTE, OH GADES  

 

                        I

       Playa de la Cortadura

 
Mar de la playa de la Cortadura

de cuando aquellos años aguerridos

contra los batallones de oleajes,

corazas con sus soles refulgentes

deshechas por las móviles espadas

de las brisas, viragos en las olas

como a lomos de líquidos corceles,

estruendo de los bores que se agolpan

en la alta mar, el campo de batallas

con espumas versátiles por sangre,

con la quieta pleamar como victoria

y resplandores áureos por banderas

ya cuando el buque del ocaso, en llamas,

húndese en el fragor del horizonte.

 

Aquel muchacho que pisoteaba

tu arena, a veces con sus sierpes de agua,

empezó a amar el mar en ti, un verano

que ya es dulce postal en su memoria,

mar de la playa de la Cortadura,

olvidada del Arco de la Rosa

y del Pópulo con sus catedrales,

mar de la playa que el verano pisa

sin agendas y brisas soleadas. 

                   

                    I   I

 

        Playa de la Victoria


Playa de la Victoria, cuando paso

en autobús, desde la carretera,

me acuerdo de los años de estudiante.

Escapadas a tus hospitalarias

orillas donde, lentas, como perros

sosegados y dóciles, las olas

nos besaban los pies, reyes fugaces

nosotros, sin casetas como aquéllas

que como artillería de colores

listados y optimistas banderitas

estaban frente al mar sin que pudiesen

defendernos de tantos abordajes

de pleamares, y a la atardecida,

nos invadían amistosamente

con lanchas de oro viejo que vertían

a nuestros pies lamidos por el agua,

tronchadas ya, crepusculares fucsias.

 

                 

                    

                  

 

 

 

 

                   I I I

           

           Santa María


Hermana más humilde, protegida

por piedras que parecen cinceladas

por un Hércules fosco y gaditano,

Santa María, playa de estudiantes,

adonde bajan cuando necesitan

un asueto de brisas que libere

sus mentes de la férrea agrimensura

que es el estudio. El mar aquí es suave

como en el Balneario, pero mira

hacia allí deseoso de gentío.

 

Solitario se siente entre los bloques,

donde rezonga sucio de sollozos

por todos los naufragios, las tormentas,

las guerras y los desaparecidos.

El mar viene a llorarte, Cádiz, pide

que en esa historia oscura lo consueles,

lo aduermas, dulce, al pie de tus murallas,

y se apacigua cuando las parejas

trenzan miradas, besos y palabras

al calor de un idilio que enriquece

de latidos de amor el litoral

más juvenil, de adolescentes brisas:

el de Santa María.

              I V                                

 

        La Caleta


La Caleta se llena

de rumores que vienen

desde el barrio La Viña;

rumores con historias

del corazón de Cadiz;

bullicios con gracejos

y color de disfraces,

bandurrias y guitarras,

cajas, pitos y bombos,

como una pleamar

con brisas de algazaras

y de policromía

dentro de la ciudad.

 

¿Por qué, por qué dejáis,

gaditas de tanguillos

tan sola en esos días

a la vieja Caleta,

ella que ha sido abuela

de soles y repuntes,

con barcas acunadas

y familias alegres

bajo los quitasoles?

¿Por qué ahora olvidáis

a la blanca Caleta

que gime con cabrillas

de agua por los bajos

del palomar de sol,

que es también vigilante

de mareas azules

y guardián del Club Náutico,

y mirador que es ese

Balneario La Palma?

 


                    V

 Castillo de San Sebastián

 

 Olor a antigüedad tienen tus piedras.

Las más antiguas son, y en ellas Gades

se mira como ejemplo cotidiano

de una fidelidad que el mar le sella

con timbre de una herrumbre salitrosa.

Por esa antigüedad la marejada

se sosiega en maretas, abanicos

de espumosos y blancos escarceos,

ya trémolos suaves de murmullos,

y es porque sabe que los gaditanos,

aunque sea en las alas de los ojos,

lo mismo que felices gaviotas,

aquí vienen buscando calma azul,

bebiéndose la brisa de su origen.


             V I


 Punta de San Felipe

 

Punta de San Felipe

donde te conocí

una noche en que olía

la bajamar a isla

y la luna fue copa

de una rara tristeza.

Las palabras guardaron

sus viejas ataduras

y nuestros corazones

se miraron lo mismo

que el preso y la visita.

Era mejor así.

Después nos alegramos

y desde aquel entonces

grito es de libertad

silencioso en nosotros

acordarnos de la

Punta de San Felipe.


                        V I I   

    

             Parque Genovés



El mar es dinosaurio de agua que levanta

a veces su cabeza y se admira de tanto

verdor en geometría de esmerados jardines

y una naturaleza tan distinta a la suya.

Aspira los olores recios y propagados

de una vegetación que su gemir ha oído

muchas veces, tal vez como un joven amante,

intentando treparla, detrás de la muralla,

con efímeras manos de agua, con cordeles

de espuma que se rompen apenas los voltea

y salpica tus hombros, tu cabeza, y tú sigues

nada más que esperando a un príncipe de savia,

de lozanía y brillo que viene de la mano

de tu amiga anual la primavera...


                     V I I I 

 

 

        Baluarte de la Candelaria

 

¿A qué disparan, dime, tus cañones

imaginarios, dónde los soldados

que un día defendieron con bravura

el, con énfasis dicho, suelo patrio?

¿Oyes que te rodean sus fantasmas

como si revivieras los asaltos

y de los hechos quedan como huellas

la sangre que en los muros y en los patios

ponen como una historia no acabada

las manos de la aurora y del ocaso?

Pero el mar te consuela y te sugiere

con sus rumores en tus pétreos bajos

que él está ahí para limpiar, si quieres,

tu memoria de ayeres y borrarlos.


                    I  X

   

          Alameda Apodaca

 

Tú eres el mar tranquilo y solitario

y no oyes voces de bañistas. Sigues

con tu ida y venida de oleajes

descansándolos bajo la muralla

tal como si trajeses cargamento

del ultramar aquel de aquellos tiempos.

Se asoman las parejas a tus aguas

verdes cuando se hacinan en las piedras

y las lamen igual que si besaran

los pies de Cádiz, tal la bailarina

de los viejos romanos. Ya olvidaste

que eres mar descendiente de aquel mar

que fue padre crüel de la desgracia

en forma de gigante maremoto.

 

Tú eres mar de postal y te acicalas

de luna baja y de sutil neblina,

de cielos con añiles soñolientos,

y el barrio de San Carlos te agradece

ser paseo por donde se desgranan

horas salvadas de los ajetreos,

idilios nuevos y prometedores...


                             X    

                               

                      El muelle


El mar del muelle te ama de otro modo,

oh Cádiz, no es un mar de románticas señas

ni como los demás te toman la cintura

con sus manos de ocio y cabrilleos,

con tibias ventolinas estivales.

La aurora en ti amanece con manos de trajines,

con boca de palabras comerciales,

se amarra a los norayes como un buque cualquiera

de los que al puerto vienen a atracar su descanso

lo mismo que un paréntesis de sueño

posado en agua oscura y grasa espesa.

 

Pero este mar también es necesario

como lo es el reverso en la moneda

y te puebla sus aguas de consignas,

de sonidos metálicos, de sirenas y humo

para que así tus hijos sobrevivan

en la otra fiera mar: la de la vida.

 

Pero todos tus mares te rodean galantes

y cortejan tu cuerpo como odalisca echada

sobre el brazo gentil de este viejo Occidente,

y sobre tanta historia que guardan tus milenios.

 

    Premio de Poesía “Mujeres del mar, 2004 

           ESCRITORES GADITANOS QUE CONOCÍ:

           Leonardo Rosa Hita 

 

Conocí  a Leonardo Rosa la misma tarde  que conocí a Ignacio Rivera, buen amigo suyo, en el casino de doña Anuncia de San Fernando. Seguí su trayectoria poética por publicaciones que me enviaba Ignacio en las que él colaboraba a menudo, además de la edición de su cuaderno Jardines de la sangre.

 


 UNIDAS Y HERMANADAS POR EL AGUA

 

                                              A Raúl Pastor Piña

Mutuamente, lo mismo que dos niñas amigas,

La Isla de León y Cádiz  se sueñan unidas por el agua

mellizas de salitre, gemelas de oleajes,

casi siamesas son de mareas y lunas;

de verde y blanco vienen a la orilla

y juegan con la arena en un ocio de siglos;

oh Erytheia, oh Gades, hijas del Occidente,

que os inunda de rosas malheridas a la hora

ultramarina y lenta del ocaso;

de la mano cogidas como obedientes niñas

que contemplan los siglos sentadas en el lomo

                                    [de agua y piedra del tiempo.

           

 


GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ

 

PILAR PAZ PASAMAR

 

Conocí a Pilar Paz Pasamar una tarde de septiembre de 1963, en su casa de la calle Brasil número 8, en una visita que le hice con Vici y Manuel Ruiz Mota, un matrimonio amigo de San Fernando; matrimonio del que la esposa era amiga de la poeta.

Nos recibió en la vivienda alta de su casa en compañía de Carlos, su esposo. Le llevaba para su lectura y consejo poemas que yo consideraba bien medidos y ya escritos a máquina. Ella leyó uno, de momento,  y me dio una buena impresión, pero me insistió en escribir una poesía con menos deuda al pasado, y que para ello debería leer a autores más actuales.

Para esta innovación me prestó la famosa antología poética de Gerardo Diego, que recogía a poetas desde el Modernismo hasta la Generación del 27.

Semanas más tarde recibí una carta con los poemas devueltos y una breve observación de estilo en cada uno de ellos, generosidad por la que le quedé agradecido.

Cinco años más tarde visité a la poeta jerezana-gaditana de nuevo, con el mismo matrimonio con el que antes la visitara.  Yo le llevaba dedicado un ejemplar de Heredada soledad, poemario en verso blanco que me editó la editorial catalana Carabela, debido a haber quedado finalista en 1967, además de devolverle la antología que me prestó. Ella me regaló a su vez, también dedicado, su libro de poemas Violencia inmóvil, editado recientemente.


            FRUICIONES DEL PASEO

 

                          A Mercedes Gil  Sánchez

                                    ... de las arenas

            que el mar sacude en la fenicia Gades...

                                         

                                                     L. F. MORATÍN

 

A veces voy por tu racimo oscuro

de calles cosechando como vides

uvas de callejuelas y alamedas,

iglesias que he mirado con pupilas paganas

de pintor distraído,

librerías de viejo, populosos mercados

                                       [llovidos de rumores,

olor a anís, a churros y bullicios,

bares con puestecitos de marisco a la puerta,

rincones centenarios con farolas, macetas

                                                    [y hornacinas,

el son errante de una bulería

                         [o el desplante jocoso de un tanguillo,

y todas mis raíces se han puesto boca arriba,

suplicándote, oh Gades, que tú me las renueves,

                                                          [que las  bañes

en tu longeva claridad amada, resplandor venteado

                                                                 [por vientos

con cordajes y trajines de muelle,


y me voy a tus playas, bruñidas tus arenas

 

como pulcras vitrinas donde el ocaso entierra

                                                              [su leyenda,

su cofre de tesoros oceánicos,

o me siento entre tus piedras con la melancolía

del Tiempo, que lo hace desde que fuiste parto

                                                            [de los dioses,

y veo cómo el mar a tus plantas te llega

y te cuenta sus penas por tantas soledades

                                                           [y naufragios

al pie de la escollera donde rompe lamentos

con su idioma de algas y de espuma.

 

UNICORNIO, Revista Anual de Cultura, (Cádiz)

noviembre 1997


 GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:

 

 JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ  GALVÁN

 

 

Conocí a José María Galván una tarde de a finales de los años noventa que vino correspondiendo a la invitación que le hizo la Tertulia Río Arillo de Letras y Artes que entonces se reunía en el café Napoleón en la calle San Nicolás, a leernos poemas  suyos en  una de esas tardes del autor invitado que se incluía en la programación anual. También colaboraba en la revista Arena y Cal, voz escrita de miembros de la tertulia, que dirigía Alfonso Estudillo Calderón, presidente entonces de la Tertulia. Galván me pareció un hombre sencillo y enamorado de sus temas poéticos como eran el amor y el mar, casi siempre expresados en su metro preferido: el soneto.


 MARINERO

      A María Jesús Rodríguez Barberá

 

A bordo de los nimbos encendidos

navega con temblor un avefría.

El alba poda su jardinería

sobre los oleajes emergidos.

 

Están los litorales aún dormidos,

pero en faena la marinería.

Va desplegada la cabuyería

mar adentro de rumbos aprendidos.

 

Ciudadano del mar y transeúnte,

novio de la menguante o del repunte,

de lontananzas y de marejadas,

 

marinero, habitante de los mares,

tienes tu corazón entre ensenadas

y en la bonanza azul están tus lares.


GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:

 

Juan Antonio Sánchez Anes

 

Conocí a Juan Antonio Sánchez Anes en una Tertulia de Educación y Descanso en Cádiz, en la que leyó unos “Sonetos a Suilka”, posiblemente en 1967, en la misma sede que hoy lo ocupa el rectorado de la Universidad. Recuerdo que llevaba un traje blanco, que junto con su cabello pelirrojo le daban pinta de inglés o nórdico. Falleció en 1997. Manuel Pérez-Casaux y yo estuvimos en el tanatorio  de Nuestra Señora del Rosario y le dimos el pésame a sus dos hijos y a su esposa, que falleció poco tiempo después. 


LA NOSTALGIA DEL MARINERO  EN  ALTA MAR

 

 

 

Atardecer del mar: Ved  la amapola

de murmullos, de fuego y despedida.

Barca de cobre viejo, vaga hundida

la historia de este día en cada ola.

 

Con rumor a cercana caracola

y olor de alga en una brisa huida

surcas la pleamar atardecida,

la pleamar en su costumbre, sola.

 

 

 Mientras tanto, desgranas  meses, días.

Te pone triste el encadenamiento

de recuerdos con hilos de añoranza.

 

Cartas, objetos y fotografías,

y una sonrisa acude en el momento

a encenderte por dentro la esperanza.

 

 

 

 

 

     GADITANOS DE LETRAS  QUE CONOCÍ:

      Manuel Arjonilla Terrero

 

Conocí a Manuel Arjonilla en una Tertulia de Educación y Descanso alrededor de 1967. Recuerdo que me habló de un tal Manuel Pérez Casaux, escritor amigo suyo, que tenía familia en La Isla y que era sobrino del famoso violoncelista Casaux. Fue colaborador de la revista “Torre Tavira”. 

 


BAR DEL MUELLE

 

 

 

Lenguados, meros, róbalos, dentones,

caballas, doradillas, bogas, lisas

huelen a esteros, a salitre, a brisas

y danzan vivos en los esportones.

 

El vino aturde ya los corazones

y adormece el latido de las prisas.

Relucen como brecas las sonrisas

y el buen humor se enjoya de pregones.

 

Atestado del humo y la fritura

el bar es como un barco en zarandeo

que se va a pique en su vaivén de altura;

 

que ya flota en sopor y balanceo,

y esa fatiga en ese mar se cura

con unas palmas, vino y cantiñeo.

 

 

 


     GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:

 

     A Diego Sánchez del Real 

 

Conocí a Diego Sánchez del Real en un acto del Ateneo gaditano, del que era miembro activo, en la década de los ochenta. Diego era jiennense, fundador en su tierra natal de la revista “El Olivo”, también colección de libros, así como creó la revista de poesía "Vientos".  En 1991 apareció su libro La noche encendida (Col. Vientos, Cádiz).


EL MAR DE LA PLAYA VICTORIA  DE NOCHE

 

 

    

 

     ¿Sabéis que un dios impuso al mar destierro

por competir con árboles y brisa

en sus anhelos de verdor y risa

y ahora, en lágrima amarga, paga el yerro?

 

Mirad qué brinco y jadear de perro

lleva por playas. Aunque el sol lo irisa

y hermosea las crines de su prisa,

¿por qué aquel dios lo condenó a ese encierro?

 

Lo oigo llorar como en un pozo oscuro

cuando la noche tapia su garganta

con la mordaza de su negro muro;

 

pero un pezón de luna lo amamanta

y lo acuna en su pecho y lo abrillanta

y se duerme en un dócil claroscuro...


GADITANOS DE LETRAS  QUE CONOCÍ:

 

Antonio Rodríguez Lorca

 

Conocí a Antonio Rodríguez Lorca en la playa de la Victoria, una tarde en que Manuel Pérez Casaux y yo coincidimos en una de las visitas al mar gaditano allá por  los años noventa. Era granadino pero afincado, por su destino militar, en Cádiz, donde falleció. Manuel y él se conocían, y este conocimiento fue el motivo de que se parase con nosotros y conversáramos unos minutos aquella tarde de verano, posiblemente del año 94 ó 95.  Nos invitó a publicar en la revista literaria “Tántalo”, que él dirigía, y en la que nos editó poemas en varias ocasiones.

 


 MUELLE

 

 

 

 Se desciende por una escalinata

y un bosque de columnas te marea.

Cuidado: la pecina que chorrea

y el verdín que hasta el agua se dilata.

 

Subid. Mirad el agua de hojalata

que a las barcas con luz de sol golpea.

Se empina con la tarde la marea

y el sol le enciende un cúmulo escarlata.

 

Un fuera-borda fatigado suena.

¿Esportones de peces o de arena?

Hierven voces, ruidos y saludos.

 

Los pescadores, como los de antaño.

Vedlos reír en la mitad del caño

dispuestos a atracar medio desnudos.


    GADITANOS DE LETRAS  QUE CONOCÍ:

 

Maro Afrán (Manuel Rogelio Aparicio Franco)



Conocí a Maro Afrán en la tienda de mi madre. Maro Afrán era una especie de seudónimo de su nombre voluntariamente deformado que él utilizaba para escribir. 


No sé cuáles habían sido sus circunstancias en otras épocas de su vida. A la tienda de mi madre llevaba en un cesto grande sobres de tisana para la venta al por menor. Era una de las maneras de buscarse la vida, mientras entraba y salía por sus sueños literarios. Nos caíamos mutuamente bien y conversábamos en torno a asuntos afines: él sobre novelas y yo sobre poesía. Ya era un hombre que rondaba los setenta años  y yo, la mitad de su edad. Me dijo que iba a dar un viaje por toda España y que iría a Madrid a presentar sus novelas a un editor. Me impresionó su vitalidad. Después de que mi madre cerrase la tienda, deje de verlo y no supe más de él.  

 

 


  A UN FALUCHO A MEDIO CUBRIR

POR EL CIENO DE UN MUELLE PESQUERO

 

 

 

 

Con la cerviz ya hundida y castigada

por el peso de soles y de brumas,

ofreces todavía a las espumas

el honor de tu vértebra empinada.

 

Que estuvo tu bodega abarrotada

de peces, lo recuerdas y te abrumas;

pero, a pesar, de que hedor te inhumas,

resistes, sin embargo, la bajada.

 

Ni el colmillo del agua compañera,

ni el verdín que a tu proa la adornara

perdonan a tu sucia calavera;

 

igual que el pescador que te embarcara

hoy su vejez lo abate y desampara

y se muere, mirándote, a tu vera.

 

Sonetos  Premio de Poesía “Mujeres del mar de Cádiz” 1997

 

 

GADITANOS DE LETRAS QUE CONOCÍ:

 

Rafael de Cózar Sievert  


Conocí, antes que a él, a su madre, Concha Sievert, que frecuentaba las Tertulias de Educación y Descanso (1966-1974 ó 75).

Recuerdo que era pintora, y lo mismo que yo y otros tantos invitados e invitadas, formábamos ese grupo de fieles concurrentes a esas Tertulias que Pepe Segura dirigía. Conchita me habló un día de su hijo Rafael, que residía en Sevilla, donde estudiaba.

Supe después que Rafael estaba vinculado a la revista poética "Marejada", órgano literario del Grupo del mismo nombre (1971), que conducía en Cádiz Jesús Fernández Palacios junto con José Ramón Ripoll y posiblemente otros cuyos nombres no supe.

Una tarde llegué, por fin, a conocerlo en la presentación de un libro en la Diputación de Cádiz.

Entablamos una breve pero simpática conversación después de que yo le dijera que lo conocía por referencia de su madre, Concha Sievert, en una de las Tertulias de Educación y Descanso en las que coincidíamos.

 

 

 


PRMEMORI               MEMORIA APÓCRIFA DE MANUEL JOSÉ QUINTANA                                                           RECREADA EN LAS PLAYAS GADITANAS

 

                                                             A José Quintero González

 

  Cúpome a mí en suerte venir a la ciudadela de Pamplona, destinado por seis años y despojado de todos mis honores y mis empleos. Dos años ha que vivo aquí sufriendo la suerte de un preso, privado de la comunicación con mi familia y los amigos de mi confianza, impedido de poder escribir...” Pero, precisamente en estas maniatadas circunstancias, la imaginación se siente con derecho a sobrevolar todos los espacios que nos brindan una huida legítima hacia imágenes propicias para un solaz distraído.

 

    En los años de Cádiz encuentro un acicate para hilvanar estas experiencias en un tapiz de paz. Apenas llegado a la ínsula, me sedujo, a mí, hombre de tierra adentro, aquel rumor de las olas venido como desde la blanquiazul gasa de la lontananza. La pureza del cielo me hacía comprometerme con la fidelidad a mis principios de defensa de la libertad frente a los invasores y a todos sus secuaces adheridos durante el rodar de los sucesos, aunque yo la contemplara en mi calidad de oficial primero de la Secretaría General de la Junta, cargo que se me encomendó, además de la dirección del Semanario.

 

    Tuve que soportar las burlas de Capmany debido a mis manifiestos patrióticos, por lo que hube de renunciar del tercer cargo que me asignaron, como fue el de Secretario de la Real Cámara y Estampilla del Consejo  de la Regencia; sin embargo, está en mi satisfacción que la Regencia reconoció mi celo y mi patriotismo. Este contento fue rubricado con mi ingreso en la Real Academia de La Lengua y en la de Bellas Artes. Pero, triunfante el absolutismo... En fin, mi estado de ánimo se congratula en las evocaciones de Cádiz y vuelvo a desovillarlas para entretenerme en la variedad amable de sus hilos.

 

    En mis pocos y flacos ratos de desocupación de aquellos asuntos relacionados con las Cortes, me echaba a las calles de la ciudad como un peregrino buscando un santuario para una devoción exclusivamente literaria. Buscaba librerías para abordarlas con la esperanza de un buen botín de libros, debilidad crónica en mí que me llena de riesgos en cuanto a deudas se refiere. Esas andanzas sin brújula me llevan a escorar la mirada por calles de nombre insólito como la de “los flamencos borrachos”,  la “de la cruz de la madera”, la “de la aduana”, la “de la cuesta de Riaño”, la “ de Ancha”, la ”de la plaza de San Antonio”...

 

    Me acordaba de la tertulia y la revista que fundé en Madrid, el estreno de mi drama Pelayo... ¿Qué significaba ese título sino una defensa de nuestras libertades, como un barrunto intuitivo de lo que nos iba a sobrevenir? Tres dramas más se me perdieron en los estruendos de la invasión. Cinco años antes me había casado con María Antonia Florencia, zaragozana de pro y afamada belleza. Mi felicidad estaba a tope con el nombramiento que me hicieron como censor de teatros... De este tema pormenorizaba yo en la gaditana tertulia de Margarita López de Morla, en la que coincidía con Argüelles, con Martínez  de la Rosa, con Juan Nicasio Gallego, con el conde de Toreno, con Saavedra, con Alcalá Galiano...

 Vuelvo a estos hierros de mi cautiverio y retomo el peso querido del liberalismo, así como el de ser testigo de una muralla defensiva de los ciudadanos y sus derechos sembrados en las Cortes de la Isla de León y florecidos en las de Cádiz.

 

    Pero la soledad es mala consejera de los varones cuando la carestía del encantamiento nos incita a buscar presa para los ojos depredadores de hermosura femenina. Yo tenía en mi mente aquella frase de Estrabón referente a las puellae gaditanae. Un escritor es un hombre con la mirada abierta como las alas de las águilas, sobrevolando las situaciones humanas por encima de las idas y venidas. Yo meditaba sobre lo divino y lo humano, entre el deber y la imaginación desde las contingencias de la calle Santa Inés, camino del Oratorio de San Felipe Neri, a las sesiones de los diputados.

 

    Una tarde en que el calor era una tenaza de fuego decidí ir a la playa. ¡La playa! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Hombre de tierra adentro, había soñado el mar como un jardín placentero de oleajes en su monótono desdoblamiento. Pliegos de olas como un inmenso álbum de agua. Venían las olas al regazo de la arena como niños cansados a dormir su cansancio en la falda de su madre.

 

   Poca gente había pisando el metal rabioso de la orilla: madres con sus hijos, dos embarcaciones pequeñas en la orilla, hombres con palos y redes al hombro, algunos jóvenes; todos ellos en una serie dispersa y cambiante. Miraba yo el mar como un dragón inmenso de lomos acuosos que se levantaba y se hundía en un fragor  incesante. Fonda de aves y vientos que entretejían con sus rumores el imposible pentagrama del averío. Una muralla imprecisa era la lontananza desde cuyos límites la tarde comenzaba a caer, a sumergirse como un buque incendiado, lento y ceremonioso naufragio de las últimas horas, hasta que apareciera la noche como un gran catafalco de sombras.

 

    Pero, como entrecruzándose por estos pensamientos con intervalos de  melancolía poética, apareció una jovencita como la mejor huésped de la escancana del reflujo que lamía con sus lenguas semitransparentes aquella orilla. (Confieso que aprendí —yo, madrileño— de amigos gaditanos este lenguaje marítimo.) Como una lasca de agua que me salpicase en la cara, el rumor de un cantarcillo de su voz quedó flotando en el aire áureo. Ella, al barruntar mi presencia como ballesta a punto de mirada indiscreta, calló; se detuvo como en espera de que yo depusiese mi arco de curiosidad. Mi palabra, secuestrada en mi boca por una dulce mordaza de precaución, al contrario de lo que hizo el dios Apolo con Dafne, prefirió renunciar a ser dardo benévolo de lisonja, caricia de halago, simpático asedio a una ciudadela virgen de conquistas. No se entregó a la despavorida distancia para escapar de mis brazos como Dafne ante el dios de la música, pero sí comenzó a andar hollando las arrugas de la arena, es decir las dunas que la alejaban de aquella ribera pespunteada con cenefas de espumas...

 

    El atardecer había volcado ya su diligencia de penumbras en el mar. Ella se perdió en la lejanía como un signo de interrogación indescifrable, como un adiós sin labios escrito con un garabato de perplejidad. Aquella hermosa gaditana en las riberas de Cádiz... Pero yo, que era testigo de la defensa de la libertad frente a todos los atropellos, no podía permitirme ni siquiera el amago de un acercamiento  gentil, ni una frase esmaltada  por la delicadeza, y no sólo porque ella estuviese comprometida, sino porque mi esposa en Madrid me imaginaba detrás de la trinchera de mis actas, afilando la palabra y ayudando a empujar el pesado carro de las circunstancias políticas.

 

    No volví a romper la trayectoria habitual de mis pasos hasta el Oratorio desde la casa de los Butler, en la calle del Molino, donde me hospedaba. La playa se quedó arrinconada en mi memoria como una nostalgia ficticia, como un islote agradable al que tan aficionado son los artistas para esconderse de la persecución de la realidad... Me consolaba mi ideal. Un ideal es como una escalada a los sueños, una proa que embiste a vientos; el ideal nos da una almena, como las muchas que veo en Cádiz, desde la que el entusiasmo es guardia insomne. El ideal es un remo a contracorriente... Es una cofa de ilusión para avistar tierras de futuros mejores; es un mástil enhiesto que no teme las tormentas. El ideal es un azor de lejanías, un maravilloso cuervo de las distancias en una lontananza de posibilidades...

 

    Pero he de volver a esta realidad cuadriculada por la geometría de las exigencias y dejar Cádiz como un adiós inconcluso en tales remembranzas. Así que...

 

    Sólo me resta en la adversidad que me oprime coronar mis principios con mi noble sufrimiento y después de tantos sacrificios en obsequio de la razón y de la patria, hacerles de ese modo el único servicio que está en mi mano”, escribí en la despedida del memorial; pero en él no podía yo citar aquel romance dedicado a la gaditana de la playa al que, en el acoso de su presencia ausente, esbocé en mi habitación varias noches después, a espaldas de los prejuicios de hombre ilustrado y dueño de sus sentimientos, y que concluí más adelante:

 

A aquella airosa andaluza
que en las riberas de Cádiz
es, por lo negra y lo hermosa,
la esposa de los cantares;

a la que en el mar nacida
la embebió el mar de sus sales,
cada ademán una gracia,
cada palabra un donaire;

ve volando, pensamiento,
y al besar los pies de Dafne,
dila que vas en mi nombre
a tributarle homenajes.


Hoy son sus alegres días;
mira cuál todo la aplaude;
menos fuego el sol despide,
más fresco respira el aire.

Los jazmines en guirnaldas
sobre su frente se esparcen;
los claveles en su pecho
dan esencias más süaves.


Y ya que yo, sumergido
en el horror de esta cárcel,
ni aun en pensamiento puedo
alzar la vista a su imagen,


rompe tú aquestas prisiones
y vuela allá a recrearte
en el raudal halagüeño
de su sabroso lenguaje.

Verás andar los amores
como traviesos enjambres,
ya trepando por sus brazos,
ya escondiéndose en su talle,

ya subiendo a su garganta
para de allí despeñarse
a los orbes deliciosos
de su seno palpitante.


Mas cuando tanto atractivo
a tu placer contemplares,
guárdate bien, no te ciegues
y sin remedio te abrases.
Acuérdate que en el mundo
los bienes van con los males,
las rosas tienen espinas
y las auroras celajes.


Vistiola, al nacer, el cielo
de aquella gracia inefable
que embelesa los sentidos
y avasalla libertades.

Los ojos que destinados
al Dios de amor fueron antes,
para que en vez de saetas
los corazones flechase,
a esa homicida se dieron
negros, bellos, centellantes,
a convertir en cenizas
cuanto con ellos alcance.

Y cuentan que Amor entonces
dijo picado a su madre:
«pues esos ojos me ciegan,
yo quiero ciego quedarme.
»Venza ella al sol con sus rayos;
pero también se adelante
en su mudanza a los vientos,
en su inconstancia a los mares».

Y fue así. Las ondas leves
que van de margen en margen,
los céfiros que volando
de flor en flor se distraen,

no más inciertos se miran
en sus dulces juegos, Dafne,
que tú engañosa envenenas
con tus halagos fugaces.

Dime, ¿aún se pinta el agrado
en tu risueño semblante,
y respiran tus miradas
aquella piedad süave

para con ceño y capricho
desvanecerla al instante,
trocar la risa en desvío
y el agasajo en desaires?

 

Y dime, a los que asesinas
con tan alevosas artes,
¿los obligas aún, crüel,
a consumirse y que callen?


Mas no importa: que padezcan
los que en tu lumbre se abrasen;
que tú, con sólo mirarlos,
harto felices los haces.

 

Yo también, a no decirme
la razón que ya era tarde,
y a presumir en mis votos
el bello don de agradarte,

te idolatrara, tú fueras
la mayor de mis deidades.
¿Pero quién es el que amando
no anhela porque le amen?

De amigo, pues, con el nombre
fue forzoso contentarme;
pero de aquellos amigos
que en celo y fe son amantes...

 

Basta, pensamiento; vuelve,
vuelve ya de tu mensaje,
y una sonrisa a lo menos
para consolarme trae. *

 

Poema del que es autor  M. J. Quintana, titulado  Romance a Dafne, en sus días, y fechado en 16 de julio de 1815

 

Bajo estos cielos cejijuntos del norte, siempre tengo presente una sonrisa de aquella doble claridad gaditana en la que resplandece amaneciendo un tiempo de libertad y un discreto  recuerdo que es cofre íntimo de anhelos imposibles pero consoladores en aquellos días de tanta zozobra, de caminos inseguros por recorrer...”.

 

                    Ciudadela de Pamplona, 13 de enero de 1816

    

   




No hay comentarios:

Publicar un comentario