viernes, 30 de junio de 2023

POESÍA, FILÓN DE LA PALABRA

 


                                                                   Editorial FANES

Para Valle-Inclán no hay diferencia esencial entre "verso y prosa. Todo buen escritor, como todo verdadero poeta, sabrá encontrar número, ritmo, cuantidad para su estilo. Por eso los grandes poetas eliminan los vocablos vacíos, las apoyaturas, las partículas inexpresivas, y se demoran en las nobles palabras, llenas, plásticas y dilatadas”. Para el poeta de las Sonatas, la poesía está, verso o prosa, en el lenguaje, y el lenguaje halla en la poesía su mejor expresión; de ahí que la poesía sea el filón del que sale la palabra para escritura del escritor y uso del hablante.

Pero vayamos a las exigencias del estilo. Advirtamos que antes de que El arte como artificio del estilista ruso se conociera en Occidente, ya poetas como Vallejo (el de Poemas humanos, sobre todo), García Lorca, Neruda y Miguel Hernández “desfiguraron” el texto a favor del “extrañamiento”.

El Ultraísmo proponía en su primera cláusula que el arte literario se redujese a la metáfora como único recurso retórico, tachando adjetivos inútiles, frases medianeras y nexos. (Ya Aristóteles, autor del primer Arte poética de Occidente, decía que la metáfora era lo que diferenciaba al verdadero poeta.)

También recomendaba el uso de la tipografía versal a gusto del poeta, lejos del encorsetamiento clásico, además de otras normas. En lo que se refiere a la metáfora, es cierto que hay un antecedente del Ultraísmo en el Futurismo, además de los teóricos rusos del siglo XIX, como Potebnia y Knechenik, como la cláusula de que el lenguaje pretenderá la supresión de adjetivos y adverbios para dar un mayor dinamismo y rapidez verbal, hasta la "destrucción de la sintaxis", dejando las palabras en libertad, como quiso el Futurismo, en expresión luego de Apollinaire. Eso es lo que intento poner en claro aquí.

Si todo está dicho, como dice Goethe, hay que remozar el lenguaje y sorprender al lector, como dijo Vivaldi, refiriéndose a la música, por supuesto. Es decir, una poesía no se puede justificar por la comunicación ni el sentimiento sino por el avance que haya conseguido con su grado de expresividad. Y esa expresividad tiene el deber —y el placer indecible— de sensorializar los conceptos, de pintar como ya dijeron Simónides de Queos, Plutarco y Leonardo da Vinci (“La pintura es poesía muda y la poesía pintura parlante”).

Cada verso ha de estar desfigurado con respecto a la lógica, propio de la poesía convencional que no se exige y sestea en sus carriles redichos.

La poesía es un registro sugerente y no definidor. Da a entender, no explica, como dijo Mallarmé.

La poesía se deja entrever como si fuera la revelación de una sensibilidad avanzada, mágica, sorprendente, una síntesis de filosofía de la vida y arte expresivo para captar la atención del lector.

"Así como los árboles mudan la hoja al morir el año ...así también perecen con el tiempo las palabras antiguas..." VII (Horacio: Ad Pisones).

 

 

RESUMEN DE LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO POESÍA, FILÓN DE LA PALABRA (Editorial Fanes, 2017 ) EN RADIO LA ISLA DE SAN FERNANDO (CÁDIZ)

Los motivos que me llevaron a componer este libro fueron los siguientes: Necesidad de ubicar los tramos de mi trayectoria poética inducido por unos criterios generacionales.

Me pregunto: ¿Existen las generaciones dentro de la historia literaria?

Respuesta: Lo demuestran las diferencias de temas y usos del lenguaje poético.

Poesía, por tanto, de tres generaciones:
—La de la posguerra: Poesía social
—La de los años cincuenta-sesenta: Realismo crítico
—La de los años 70: Poesía de los Novísimos, que yo llamaría también Poesía de la Transición.

Pero, además de esta razón de diferenciarse unos poetas y escritores de otros, hay otra razón que sobreviene cuando la madurez del lenguaje ha alcanzado una cota significativa en su diferenciación y la poesía quiere ir más allá de la comunicación, propósito éste que obsesionaba tanto a los poetas de la llamada poesía social como a la poesía crítica del realismo ya maduro de los años sesenta. Podría haber surgido entonces un anhelo irresistible de renovar la potencia creadora de la lengua, pero no fue así, y el cambio de generación, es decir: la del paso de los poetas del realismo crítico a los llamados poetas Novísimos, no fue más allá del cambio de temática. Hemos de advertir que el nombre de Novísimos viene del título que dio José María Castellet a su libro editado en 1970 y titulado: Nueve novísimos poetas españoles, libro en el que recogía poemas de jóvenes poetas desmarcados de la poesía social y del realismo vigente. No se ha de olvidar que estos poetas nacidos en los años cuarenta fueron los que renovaron los temas de la poesía española y tal vez a causa de ello dieron al lenguaje poético una bocanada de frescura, aunque tampoco he de callar que a mí me parece una poesía falta de espontaneidad que no tuvo en cuenta aquella definición del poeta francés Leconte de Lisle, que para mí es oro de ley, y que dice: “Sólo hay poesía en el deseo de lo imposible y en el dolor de lo irreparable”.

Esto era el comienzo de una nueva manera de entender la función poética, una especie de puente hacia el tramo que quiero alcanzar. Sin embargo, lo mismo que señalo el significativo valor literario de estos poetas, también he de decir que ninguno de ellos tuvo una intuición suficiente al menos, de una expresividad llamativa del discurso entramado por el verso superando la obsesión o la imposición del tema como motivo predominante del poema.

Cuando yo leí El Arte como artificio del estilista ya mencionado, me di cuenta que en España, incluyendo a Neruda aquí, hubo poetas que ya de forma inconsciente hicieron un esfuerzo para desligar el lenguaje poético de las deudas con el pasado; quiero decir que ensayaron sin previa didáctica y sin ningún influjo nacional o extranjero, una manera de presentar la poesía como una potencia creadora de nuevas impresiones para el lector. Juan Ramón Jiménez en su obra, ya de la época que él definiría como verdadera o suficiente, La estación total, García Lorca en Poeta en Nueva York, Vicente Aleixandre en La destrucción o el amor, muy en concreto en su poema “Se querían”, y Miguel Hernández en casi toda su obra después de Perito en lunas, muy clásica todavía, hicieron realidad la postulación del formalista ruso, sin ellos saberlo.

Y a esta conclusión es a la que quería yo llegar cuando, un día, la sensibilidad del uso de la lengua literaria se encuentra con la teoría formalista del estilista ruso Vixtor Shklovski. ¿Qué postula este estilista nacido en 1893 y fallecido en 1984?

Nos dice que en arte hemos de desvincularnos de las frases desgastadas, de la deuda con el pasado literario y, por lo contrario, innovar de manera que lo que se escribe parezca nuevo, y así los objetos o lugares descritos aparezcan como si no hubiesen sido vistos antes. Digámoslo con una metáfora coloquial: Hay que reverdecer las palabras. Hay que dotar de lozanía a las expresiones conducentes a emocionar al lector. Quiere decir que la poesía debe sorprender más que contar —ya todo está dicho, si no recordemos aquello de que “Nada hay nuevo bajo el sol”, como dice el Eclesiastés— y más que convencer debe tocar la fibra de la imaginación del lector, sacarlo de una realidad gris y hacer que imagine otros mundos, como dijo el poeta francés Paul Eluard: “Hay otros mundos pero están en éste”. Por ello, ésta es, pues, la conclusión a la que deseaba llegar, es decir: La consolidación de la función poética en el lenguaje como valor primordial del poema. Y es también una lucha contra el factor lastre como lo llamara el catedrático estudioso de nuestra Literatura Guillermo Díaz-Plaja.

Con todo mi respeto a la poesía que han escrito hasta ahora los poetas más significativos del pasado y el presente, he de insistir en que la creación está por encima de la comunicación; que no basta con expresar sentimientos sino que lo que se exponga ante el lector esté desvinculado de textos ya manidos; o sea, que escribir poesía no sea un ejercicio para el que se dispone de frases redichas ya desprovistas de originalidad capaz de sorprender al que lee. La valoración recae, por tanto, en la facultad que tiene el poeta de maravillarnos, más que de confesarnos un ideal o un sentimiento, y más que de su fidelidad a un lenguaje heredado, nos fascine su habilidad para crear imágenes que traduzcan pensamientos abstractos, que son tan desafortunados en el poema. Hay que acordarse de la frase de Picasso: “Yo hago lo imposible porque lo posible lo hace cualquiera”. Y, por si fuera poco, oigamos lo que dice Marcel Proust, el famoso novelista de En busca del tiempo perdido: “Sólo la metáfora puede dar una suerte de eternidad al estilo”.

Y acabo mi intervención con lo siguiente: Considerando el problema a niveles de poesía más o menos oficializada por la crítica profesional y los criterios selectivos de las mejores antologías, la técnica del realismo en el menester poético con sus frases hechas o poco autoexigentes, tendrá que tomar conciencia de que el imperativo de la creatividad se irá imponiendo hasta diferenciar la poesía que no emociona ya, de la que nos cautiva por una maravillosa estrategia de estilo.


(Extracto de la presentación del libro en Radio La Isla, en una entrevista llevada a cabo por el profesor y poeta Ramón Luque Sánchez)

 

 

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