Muchos poetas y poetisas han
aprendido en el instituto de segunda enseñanza los rudimentos métricos y lingüísticos
para pergeñar el verso. El que esto suscribe, en sus años de enseñante del BUP,
animó a más de un alumno y alumna a dedicar
ratos de ocio de su vida a la escritura literaria. La motivación no catapultaba
a los motivados a futuras aspiraciones
que tocaran a la puerta de la ambición, con el drama que ello supone en muchos
escritores y escritoras cuando sus ilusiones se desvanecen como el humo de un
incendio.
Una revista juvenil aparecida a finales
de los años cincuenta titulada SISSI, en concreto una columna de una de sus páginas,
me detuvo en la lectura y a partir de entonces el poema que figuraba en ese
rincón al lado de un horóscopo y unas correspondencias de jóvenes de ambos
sexos, me hizo sestear en su contenido y me convirtió en un lector fijo de ese
apartado, como si montara guardia delante de esa página para mí mágica y seductora,
que había encadenado gustosamente mi mirada a su texto y a su dibujo más o
menos alusivo.
Los poetas clásicos y algunos
contemporáneos consagrados ya, fueron quienes arrojaron en mi afición la
semilla que luego fructificaría en intentos de escritura poética. A fuerza de
lecturas que se hicieron semáforo en mi memoria, me di cuenta de que aquellas
líneas del poema tenían un ritmo y que no estaban escritas arbitrariamente.
“¿Llegará por los jardines/ o por las
calles del barrio?/Oh, balcón, qué dulce brisa/mueve las hojas del árbol…”. Ese
comienzo de un romance del poeta sevillano Joaquín Romero y Murube, como otros,
me fue llenando el oído de una adivinada musicalidad que se iba afinando
como si un maestro me enseñara en mi cuarto donde la soledad se propuso su
aprendizaje de armonía.
Luego apareció sigilosamente el
endecasílabo…”Fresca, lozana, pura y olorosa,/gala y adorno del pensil florido…/,
de José de Espronceda. Ese verso más largo halló hospitalidad en mis
preferencias dando paso a otros versos de otros muchos poetas que iban y
venían por esa ventana por la que se asomaban nombres para mí desconocidos,
gente de un mundo que le daba una vuelta al idioma como si con ello me mostrara
una isla del tesoro hacia la que yo tenía, a modo de reto, que nadar, llegar a
sus orillas y habitar su selva de verdes maravillosos y parpadeantes de un nuevo mundo.
Y el verso se hizo música y habitó en
mi costumbre como un zíngaro toca todos
los días el violín en una esquina y la esquina sonríe como si se embriagara a
diario de música. Mi maestro de ritmo fue aquel poema como pidiendo perdón en
un hueco desapercibido de la página; digamos que ese hueco se transfiguró en
una hornacina para entronizar un nombre: SISSI. Palabra que fue amuleto para habitar
con el candil de la poesía el paraíso librero.
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