ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL SEMANARIO
"MIRADOR DE SAN FERNANDO" (1973-1988)
Y EN EL DIARIO "SAN FERNANDO INFORMACIÓN" (1991-2006)
UN LUGAR PARA LEER
(Con motivo de
la inauguración de la Biblioteca
Pública
Municipal)
Piénsese lo
que se quiera de la cultura; ella es un medio nada más, un medio que a cierta
altura le cuesta muy cara al estudiante, pero es también una promesa de
cimentación de la personalidad.
Sin embargo, a
medida que pasa el tiempo se incrementa el caudal de la cultura merced a los
acontecimientos que acaecen, nuevos descubrimientos que simplifican las formas
de vida y enriquecen la técnica y la ciencia, nuevas creaciones que hacen más
extenso el campo de la psicología y el arte.
Si
retrocedemos en la Historia, nos encontramos con que los pueblos invasores han
adoptado los sistemas de cultura y conocimiento de los vencidos, y no por afán
de saber, sino porque es una forma de dominar la realidad y conocerse mejor el
hombre.
Cuando se
habla de lecturas, de libros en masa, se piensa en una biblioteca, en una
librería. ¿Es una biblioteca un sitio ideal para leer? Indudablemente me estoy
refiriendo a una biblioteca pública. ¿Qué ventaja proporciona leer en una
biblioteca? En ellas -pensarán algunos- el saber está amontonado, colectivizado,
bizantinizado en los estantes, algo así como un museo de variedades
tipográficas, nombres y títulos de obras.
El ambiente
tranquilo, limpio y silencioso de una biblioteca invita a sentarse y tomar un
libro, hojearlo y detenerse en una página que atraiga la mirada y le incite los
tentáculos espirituales de la curiosidad. Se despierta la gula de la lectura,
un pecado que sólo se perdona con leer un libro que entretenga o enseñe. En la
lectura nos encontramos a nosotros mismos, nos entendemos mejor en ese
acercamiento a nuestra intimidad, en esa interpretación de nuestro gusto y de
nuestra capacidad de entender lo que nos decanta el libro como desafío
bienhechor.
Todas esas
condiciones favorables y esos resultados positivos se pueden dar -se darán,
habría que afirmar- en la nueva biblioteca que se está organizando actualmente
y que en su día abrirá las puertas para que el aficionado a la lectura prodigue
su interés hacia ese mundo callado que espera siempre a quienes necesitan o
desean establecer con los libros unos lazos de amistad que nunca sufrirán del
enojo de la traición. Creará esta nueva biblioteca hábitos fecundos de
esparcimiento e información. Los jóvenes, sobre todo, tienen a su alcance un
rico filón de conocimientos que les hará hombres y mujeres más valiosos y
útiles. Pero más que nada, y eso es lo más importante, más felices.
"MIRADOR
DE SAN FERNANDO", junio de l973
25 AÑOS
DESPUÉS
Veinticinco
años después de escrito el artículo anterior, tengo la alegría de celebrar,
como un feliz añadido a lo dicho arriba, esta efemérides auténtica: la vigencia
de una biblioteca que ha sido consultada por tantos isleños, sobre todo niños y
jóvenes.
Es cierto que
las autoridades municipales han de velar por la formación de los ciudadanos.
Pero en este caso, además de las convocatorias para premiar novela y poesía,
así como su interés en difundir programas culturales por los barrios de la Isla
de San Fernando, la Delegación competente ha tenido un cariño innegable por esa
biblioteca. Sabe muy bien que tanto ella como el salón de actos y la sala de
exposiciones son señas ya incardinadas en las almas de muchísimos isleños.
Recuerdo que en sus primeros tiempos, con ese pesimismo que en nuestra tierra
se ha calificado todo de apático, no se miraba a esta institución con augurios
de porvenir. Han sido los años y quienes la han mantenido laboriosa y bullidora
los que han hecho posible y tangible esta maravillosa y prometedora realidad,
de la que no sería conveniente prescindir.
En el artículo
anterior, publicado con motivo de su apertura, quizá con un entusiasmado
humanismo de juventud, acerca de las posibilidades de que disponía entonces el
lector. Hoy, veinticinco años después, quisiera repetir algunas de aquellas
líneas. Quisiera repetirlas porque estoy convencido de que la cultura libera;
que una ciudad, aparte de sus fiestas populares, ha de enriquecerse para que la
cultura le dé más recursos humanos y sea más solidaria, más exigente en los
planteamientos de su desarrollo y más feliz. En efecto, la cultura nos libera
de nuestras vulgaridades, de nuestra ignorancia y de los fantasmas del pasado;
en nuestro caso, unos viejos fantasmas que, recelosos en la ultratumba, tal vez
aprendan de nosotros el arte difícil de la convivencia.
"San
Fernando Información", junio de l998
30 AÑOS DESPUÉS
El 31 de mayo hizo treinta años que se inauguró el Centro Cultural.
con la biblioteca aneja a sus dependencias, construido donde estuvo el
Colegio de los Moros. Se abrió al público el lunes 4 de junio de 1973.
Ciertamente fue la biblioteca la que puso en movimiento esta entidad cultural.
Ya, desde su primeros días, la asistencia de público era masiva y no solamente
esa concurrencia la componía niños y jóvenes, sino también hombres y mujeres
que se interesaron por su fondo de lecturas; rápidamente, como un virus de
entusiasmo, proliferaron los carnés tanto de lectores en sala como a domicilio;
gentes que no se acostumbraban a leer y pasaban por la puerta, al enterarse de
la novedad de la nueva institución, bajaban tímidamente y cruzaban el dintel de
la biblioteca con vacilación y no poco asombro, con una lenta mirada curiosa, y
acababan su informal visita con una larga sonrisa de pláceme afirmador,
deseando mucho éxito al recién nacido organismo. Pero las actividades por la
que empezó a popularizarse como Casa de la Cultura no concluían en la
biblioteca (con cuya labor estaba ya justificaba la existencia del inmueble),
sino que a partir de entonces los asuntos culturales y sociales se sucedían
casi diariamente en su salón de actos, así como las exposiciones de arte, sobre
todo de pintura, que se montaban de continuo en el vestíbulo.
Naturalmente la Casa de la
Cultura no funcionaba por medio de un robot japonés; la Casa de la Cultura
estaba en manos de un hombre muy conocido en La Isla, al que se le reconocía no
pocos desvelos por la cultura isleña; la Casa de la Cultura, en todos sus
accesorios, estaba confiada a la dirección de Pepe González Barba, y aquella
dirección era más bien cariño, dedicación minuciosa y detallista. Él puso los
letreros a las dependencias, diseñó los indicadores para sustituir el vacío que
dejaba el libro requerido en la amplia sala de lectura; incrementó el patrimonio
de libros con adquisiciones a costa del presupuesto de aquellos días
zarandeados por la crisis del petróleo.
Decir la Casa de la Cultura
era aludir, nombrar, conocer a Pepe González Barba; nunca hizo de regente de la
entidad con aparato y distancia; todo lo contrario: desde los conserjes con
uniforme y unción municipalesca, pasando por los trabajadores del ayuntamiento
que venían a llevar a cabo una reparación, sin olvidarme de las jovencitas que
cumplían allí lo que entonces era el servicio social femenino, veían en él a un
hombre afable y celoso del funcionamiento de la institución. Ni tampoco me
olvido de representantes de tertulias y peñas que subían a su despacho, en el
que Pepe atendía y dirigía las funciones del patronato ayudado por su secretaria
Mari Carmen Pavón. En fín, todo el mundo veía en Pepe un amigo, un hombre
sumamente accesible que dejaba en sus interlocutores una huella de amabilidad y
buen hacer.
La inauguración tuvo lugar
el día 30 de mayo de 1973, viernes, al mediodía. En la planta de arriba se
celebró el nacimiento de este edificio, donde antes estuvo el llamado Colegio
de los Moros, como dijimos antes, con un ágape y con la presencia de doña
Ernestina Cazenave, su secretaria María Dolores, el alcalde a la sazón Rafael
Barceló y algunos funcionarios municipales, Mariló, mi compañera de trabajo, y
el guarda-representante de la empresa constructora del edificio José, además
del que esto suscribe.
Después de aquel dos de
junio en que el público isleño pisó el suelo de la biblioteca, la utilidad de
este centro, noble en su contenido más que en su aspecto continente, ha sido
ratificada por la demanda de los concurrentes, de tal manera que su existencia
y su necesidad están incardinadas en las almas de los ciudadanos.
Pero esta afortunada
criatura que vive entre la calle Gravina y la de Churruca y hoy goza de
estupenda y ejemplar juventud, fue un sueño que retaba a las dificultades, un
proyecto que dio sus primeros pasos con no pocos balbuceos; por ello mismo,
hemos de agradecer a los que la apoyaron en sus comienzos, su confianza contra
viento y marea, y honra es recordar como prólogo de aquel alumbramiento a la
realidad social a las autoridades que mencionamos antes como propulsores de tan
interesante acontecimiento en La Isla de entonces.
Hoy, veinticinco años
después, la rememoración de este hecho cultural en La Isla ha de tener el
brillo de una efemérides, un brillo que no se apagará en la memoria ciudadana.
San Fernando Información, 5
de junio de 2003
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