EN EL CENTENARIO DE LA MUERTE DE RUBÉN
DARÍO (1916-2016)
En la Tertulia Rïo Arillo
de Letras y Artes, fundada por Manuel Pérez-Casaux y Juan R. Mena en enero de
1995 y que se reunió semanalmente los lunes bajo la presidencia y dirección del escritor Alfonso
Estudillo Calderón, evocamos la figura señera de la poesía hipano-americana de
Rubén Darío, el insigne poeta nicaragüense que tanto amó a España.
Años antes de esta celebración
tertuliana yo había comprado en la
Feria del Libro de San Fernando una biografía de la vida del
poeta de las Prosas profanas.
Se trataba de Rubén
Darío, libro escrito por José María Vargas Vila, novelista, ensayista y
periodista colombiano. Posiblemente se hayan escrito y editado muchas
biografías sobre el gran poeta de Azul, pero también es cierto que la
del colombiano es más directa que las demás, opino yo.
En toda la semblanza que hace
de él, Vargas Vila pone un cariño de amigo fraternal que sobrecoge por lo
sincero de su narración, sin eludir mencionar algunos aspectos que son tan
desconcertantes como humanos y que Vargas Vila narra con no poca tristeza; pero
veamos un texto del dicho libro donde aparece una figura agradable de Rubén:
“Darío venía a
comer a veces conmigo al Hotel; amaba el espectáculo de los comedores radiosos,
las mujeres en gran toilette, las
mesas florecidas, todo ese tumulto elegante de las horas de las comidas en los
Hoteles; eso encantaba sus ojos de Poeta, enamorados de las bellas
decoraciones, como de los bellos paisajes y de los bellos rostros femeninos,
que son de por sí, los más bellos paisajes de almas que puede ofrecernos la Naturaleza; y sucedió
que la primera noche que comió conmigo, había en dos mesas distintas, dos
opulentas familias argentinas la una y la otra peruana, compuestas casi
exclusivamente de damas, bellas y elegantes, casi todas ellas en el esplendor
de una divina juventud; sabedoras por un joven que nos había oido conversar en
el salón momentos antes, de que aquel que me acompañaba a la mesa era el Gran
Poeta, volvieron todas hacia él, sus bellos ojos admirativos, hechos
tiernos...se lo hice notar y sonrió con esa sonrisa exclusivamente suya tan
suave, tan triste, que era como un rayo de pena entre sus labios sensuales; bien
pronto, las blancas manos femeniles, se agitaron en las mesas distantes; desaparecieron
de los floreros las rosas pensativas, y los geranios pálidos; hubo cuchicheos y
sonrisas, y traídas por dos camareros, en sendos ramos, las flores triunfales,
primorosamente atadas, fueron ofrecidas al Poeta; homenaje de la Belleza al Genio. Dario,
conmovido, se puso en pie, apretó las flores contra su corazón y se inclinó en
un gesto de gratitud reverente, hacia las mesas lejanas..., el público supo así
que el más grande Poeta de lengua hispana estaba entre nosotros...y aplaudió el
homenaje...”.
Recordamos también
homenajes dedicados a Rubén de poetas amigos y admiradores, entre otros como el de los Machado y el de Amado Nervo.
Hay un libro titulado Sol del domingo con trabajos
literarios en honor del nicaragüense, después de su desaparición.
En generaciones
posteriores a la modernista han aparecidos otros grandes poetas que se
iniciaron con él como Pablo Neruda, Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso y quizás Rafael
Alberti, sin olvidarnos de quien fue su gran admirador y discípulo en su etapa
modernista: Juan Ramón Jiménez, a quien Rubén tanto apreciaba.
Con lectura de su
más relevantes poemas, los miembros del Grupo, dimos este modesto homenaje a
quien fue digno de un Premio Nobel y que las circunstancias todopoderosas
privaron para gloria de otros escritores que no lo merecieron como sí el autor de Cantos de vida y esperanza.
DOS VERSOS DE
RUBÉN DARÍO
¡Y no saber
adónde vamos
ni de
dónde venimos!
Rubén Darío
Mientras que la
Filosofía nos da varias orientaciones acerca de hacia dónde
nos dirigimos, la verdad es que ninguna de ellas podrían satisfacernos y, sobre
todo, a quienes las dan uno con respecto del otro filósofo. El hombre medio
opta —o bien no opta— por una de ellas, si llega a interesarse por la
filosofía, o bien se deja conducir por la vida religiosa, o también acepta el
agnosticismo sin especular cómo puede ser el más allá, ni siquiera cómo lo
enseña la teosofía, libre de connotaciones de credo.
¿Cuál sería entonces el camino? Creo que cada hombre en su noche piensa
salir al alba de su meditaciones por una vereda satisfactoria y esperanzada,
pero luego se sienta en la piedra como Edipo sin atreverse a adivinar lo que le
propone la Esfinge,
en este caso la Esfinge
del otro lado de la vida.
No se puede negar que el hombre tiene sed de trascendencia aunque
estemos en una época en la que no se lleva salirse de nuestro plano temporal;
más aún si la ciencia da como un compás de espera de nuevos descubrimientos
acerca de los enigmas del universo.
A pesar de esas hipotéticas definiciones que pudieran tranquilizar la conciencia de una
modernidad —sobre todo la modernidad occidental— que vive al día dentro de esa
humareda multicolor del consumismo hedonista, que no epicúreo, todavía quedan
hombres profundos que se hacen esa pregunta que se hizo el gran poeta
nicaragüense, que escribió en un castellano maravilloso, si bien en este caso
escalofriante, retomando la cita de arriba.
MÁS HOMBRE QUE
POETA, MÁS POETA QUE HOMBRE…
Leyendo un día una obra del colombiano José María Vargas Vila, me encontré con
unas razones expuestas por ese escritor acerca de las valoraciones humanas y
literarias de los escritores. Muy en concreto, mi atención se detuvo en el
siguiente texto:
“…nuestro Whitman es Alrnafuerte, la más recia contextura de poeta que haya
nacido jamás bajo cielos de la América; mientras en Darío y en Nervo el Hombre
valía menos que el Poeta porque ignoraron la Vida Heroica o no quisieron
vivirla, volvieron la espalda al Dolor Colectivo y sólo supieron de su propio
Dolor que expresaron en rimas armoniosas; en Almafuerte el Hombre iguala al
Poeta y lo supera en ocasiones…”.
A partir de entonces hice continuas reflexiones acerca de este tema, tan
importante para el juicio que nos formulamos a veces, de manera involuntaria,
cuando oímos hablar a un poeta o escritor, o bien cuando nos dan referencias de
alguno en cuestión, sin que hayamos solicitado tales referencias y las escuchamos
de boca de otro escritor o poeta indignado o agradecido, o bien un parecer
imparcial sea cual fuere su actitud hacia los escritores y poetas en general.
En esos comentarios se suele superponer estratos verbales acerca de unos y
otros tanto favorables como adversos. Podríamos traer a renglón de esta página
la fama de poetas que eran en su trato ásperos e incordiantes y escribían luego
poemas delicados y de fibra muy humana; podríamos recordar casos en nuestra
literatura española pero, por prudencia, pues sería desagradable citar nombres
de ilustrísimos divos de las letras, ya que tal desvelamiento podría resultar
decepcionante para sus admiradores y admiradoras.
Ahora bien, nos queda la advertencia de que se ha de estar en guardia cuando
nos sucedan contrasentidos donde al asombro le siga el desencanto.
Bueno, al fin y al cabo, somos hombres y mujeres con todo nuestro trastero de
contradicciones y palinodias cuando la razón nos convence a pesar de nuestra
resistencia avergonzada íntimamente. Hemos de gozar de las páginas por un poeta
que sea más poeta que hombre y que cuando lo conocemos como hombre el poeta
corra el riesgo de desinflar el respeto que nos causó antes de conocerlo.
El fenómeno contrario puede ser también irritante; es decir, que el poeta sea
más hombre que poeta, y dicho esto con ironía, ello vaya en demérito de lo que
escribe. Hemos dicho arriba que se podría citar autores que nos dan ejemplos de
ambos casos pero es mejor renunciar a semejante nómina, y agradecer,
literariamente hablando, unas páginas o unos versos que nos causen tanta
admiración como deseos de no conocer a los autores personalmente, y sea por
temor a la desilusión, ya sea por un sentimiento de inefable romanticismo, como
se cuenta de Piotr Chaikovski con respecto de su protectora Nadejda von Meck,
aunque este ejemplo no sea estrictamente adecuado al caso que comentamos.
Concluyamos. Saliéndonos un poco de la especulación que hace Vargas Vila de
Almafuerte, Rubén Darío y Amado Nervo, digamos sin más circunloquios elegantes
que se ha de ser más buena persona que buen poeta, porque lo contrario lleva al
lector a la admiración por un buen poeta que no sea buena persona pero no lo
ama, como si, en vez de en el altar de sus afectos, se pusiese al genio creador
en una alta y fría hornacina, lejos del corazón.