Publicado: Viernes, 22 Noviembre
2019 13:22
ALMAS DE ENCRUCIJADAS DE JUAN RAFAEL
MENA
Autor: Antonio Bocanegra
Por
esclarecedora. quisiera dar comienzo a la presentación de este libro Almas de
encrucijadas de Juan Rafael Mena con la breve sinopsis que el poeta
mismo ha escrito de su propia obra. Dice así:
Tres partes tiene este libro de sesenta sonetos cada una. El amor entre el
petrarquismo y una visión más moderna; la vida de cada día con sus anécdotas
triviales y heroicas y lo trascendente de cara al más allá entre el enfado con
Dios y las preguntas sobre su existencia, van configurando un río revuelto de
ideas y sentimientos, en un oleaje de contradicciones y dudas entre lo
sentimental y lo reflexivo, entre el escepticismo y la necesidad de la
creencia; un cara y cruz como la vida misma, y es ese carácter dispar a modo de
encrucijada lo que le da título a este poemario. Dentro de las tendencias de
posguerra, se podría considerar un encuentro entre la poesía social y la
llamada nueva poesía de la experiencia.
Hasta aquí la cita.
Cuando Juan Mena me pidió que le presentara este libro, me hizo
entrega del manuscrito e inicié su lectura me sorprendió el arranque del mismo,
su comienzo. Debo confesarlo. ¿Era una declaración de intenciones? ¿Una carta
de presentación? ¿Una justificación de su libro y de su contenido? El retrato
de sí mismo, el autorretrato es una debilidad que los que escribimos hemos
sentido en algún momento y a la que acabamos rindiéndonos. Les gusta a los
poetas retratarse a sí mismos. Lo hicieron los Hnos. Machado, Neruda
y muchos otros. Famosa y conocida es la cita de Antonio:
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido…
Yo me quedo con esta otra menos conocida que comienza así:
Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed.
Unos ojos de hastío y una boca de sed...
Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe...
Calaveradas, amoríos... Nada grave,
Un poco de locura, un algo de poesía,
una gota del vino de la melancolía...
Juan, como he dicho, da comienzo a su poemario con este precioso
autorretrato:
Soy una encrucijada de caminos
La gente, sexo, Dios, amor, la muerte,
Cielo o Nada, la buena o mala suerte,
realidad o ilusión con desatinos.
Soy de buen gusto y vicios clandestinos,
>memoria que lo amargo y dulce vierte,
voluntad sobornable, a veces fuerte
alma noble con dentros asesinos.
Siempre estoy en el puente de la duda
in que a mi pensamiento nunca acuda
esa luz que pedimos los mortales.
Al fin, me iré mas sin saber quién era
éste que busca ahora la manera
de conciliar vilezas e ideales.
Así se define, así se ve el autor de este bellísimo libro de sonetos que
presentamos hoy aquí bajo el sugerente título de Almas de encrucijadas, del
prolífico y veterano poeta isleño. Pero, ¡ojo!, no es solo el
autorretrato del autor. Nos encontramos ante un arquetipo. Yo me veo en él. ¿No
es el retrato de cada uno de Uds., el retrato del hombre de nuestro tiempo en
la encrucijada vital, en el cruce de caminos de un tiempo singular en el que el
hombre de hoy se busca y no se encuentra? Más aún, este libro no refleja, creo,
el mundo del autor sino el de todos nosotros, la epopeya vital del hombre de
nuestros días plasmada en forma lírica, cristalizada en epopeya lírica. Y
espero no suene a hipérbole.
JM. me encarga esta presentación y, siendo viejos amigos
y compañeros desde que compartimos docencia allá por los años 80 en el
Instituto isleño de nuestro amores y pesares “W. Benítez”, no podía negarme a
ser yo el analista de esta obra. No podía hacerlo, si tenemos en cuenta que él
mismo prologó un libro mío similar, Corazón en vilo (Antología de sonetos
líricos), que publiqué hace un par de años. Por otra parte, no es la
primera vez que recibo este encargo de Juan —años atrás lo hice con Velo
Rasgado en el incomparable marco de la Biblioteca Lobo—. Lo hago hoy con placer
aunque el trabajo intelectual cada vez le resulta a uno más oneroso y difícil
porque los años se encargan de que esto sea así.
Oscar Wilde aseguraba
que existen dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Así
es. Pero yo añadiría algo más. Todo creador — y el poeta lo es por
excelencia— crea porque necesita hacerlo, pero para ello no solo es
imprescindible tener algo que expresar, algo que comunicar, que decir o plasmar
sino saber hacerlo con arte. JM, tan conocido de todos como poeta, es un
creador de la palabra, siempre ha tenido algo que decir y siempre ha sabido
decirlo, siempre ha tenido ideas que ha sabido trasmitir y cristalizar
bellamente en verso. Y lo ha hecho y hace con honestidad, con ingenio, con
técnica, con inspiración, con arte.
En Trabajos de amor perdido, una de las grandes comedias de Shakespeare,
hallamos una cita reveladora de la misión del poeta amoroso —y este libro no
tiene otro tema que el amor en todas sus facetas: el placer, los celos, los
desengaños, la fidelidad al mismo, las traiciones, los deseos logrados, los
deseos insatisfechos, los recuerdos del amor vivido, el dolor del amor no
logrado o perdido…—. Hablaba de una cita de Shakespeare. La traigo
aquí porque de algún modo nos da razón de un poemario como este: Never
durst a poet touch a pen to write/Until his ink was tempered with love's sighs.
“Jamás empuña el poeta la pluma para escribir si antes no la ha atemperado con
los suspiros del amor”. JM ha mojado bien su pluma en ese tintero del
amor. Diría que este poemario chorrea tinta de amor por todas sus páginas
porque no hay más tema que ese. En fin de cuentas, ¿qué otro tema puede
justificar el hacer poético mejor que el amor? ¿Y qué otra estrofa podría el
poeta escoger mejor que este modelo compositivo, el más más lírico de todos
como es el soneto? Porque Almas de Encrucijadas está formado por 180
sonetos nada menos, 60, justo 60, por cada una de las partes. TS Eliot,
el poeta angloamericano y Premio Nobel, afirmaba en sus Selected Essays
algo muy cierto, que el soneto es el yunque donde se moldea el poeta, el crisol
en el que se purifica —y añado: la forma lírica por excelencia en la que el
poeta condensa y expresa mejor su inspiración—. Contra muchos de los poetas
actuales diría que un poeta que se precie no puede renunciar, no renuncia jamás
al empleo de esta forma métrica. JM es, y no descubro nada, menos aún aquí en
La Isla, un poeta total. Es el poeta isleño por antonomasia, de tal modo que,
aunque haya otros nombres, entre los que me incluyo, parece que todos ellos
palidecen ante su estatura como poeta —y lo digo como lo siento. Nobleza
obliga—. De ingente se podría calificar su producción, especialmente su
producción lírica. No sé cuántos libros lleva publicados, ¿50?, ¿60? ¿Cuántos
tiene sin publicar? ¿Otros tantos? Él es el que puede decírnoslo, porque yo no
voy a entrar en ello, sería un ejercicio inútil. Sí quiero, debo, insistir en
su talla como poeta, como escritor, al margen de otras consideraciones. Pocos
poetas han escrito la cantidad de versos que ha escrito Juan y todos con una
calidad técnica, inspiración y variedad temática poco comunes. Pero hablemos de
Almas de Encrucijadas, su última entrega.
Tres partes tiene este libro y cada una de ellas consta de sesenta
sonetos, ya he dicho. El amor entre el petrarquismo y una visión más
moderna; la vida de cada día con sus anécdotas triviales y heroicas y lo
trascendente de cara al más allá entre el enfado con Dios y las preguntas sobre
su existencia, van configurando un río revuelto de ideas y sentimientos, en un
oleaje de contradicciones y dudas entre lo sentimental y lo reflexivo, entre el
escepticismo y la necesidad de la creencia; un cara y cruz como la vida
misma, y es ese carácter dispar a modo de encrucijada lo que le da título a
este poemario. Dentro de las tendencias de posguerra, se podría considerar un
encuentro entre la poesía social y la llamada nueva poesía de la experiencia,
son palabras del propio autor, que no podemos pasar por alto.
La Profª. Carmen García Tejera se refiere en su magnífico
Prólogo a la vigencia de esta modalidad estrófica y afirma:
“Con desigual fortuna, el cultivo del soneto en España ha cumplido ya
casi cinco siglos y, pese a que algunos lo consideren como una fórmula caduca,
no podemos dudar de su vitalidad actual, siempre que admitamos que no se trata
de repetir –copiar- lo que otros poetas han venido creando desde siglos atrás.
A partir, sobre todo, de la segunda mitad del pasado siglo, el soneto conoce un
nuevo auge en nuestras letras”. (Hasta aquí la cita).
Esta obra, Almas de encrucijadas, tiene mucho de Antología pero no
lo es del todo, lo es parcialmente al estar muchas de estas composiciones
extraídas de 15 poemarios suyos publicados entre 1981 y 2019. Una encrucijada
que no sólo supone un punto de encuentro entre sonetos insertos en diversos
libros de poemas sino también la posibilidad de que el lector se sitúe ante
diferentes formas de enfocar distintas vivencias humanas, e incluso pueda tomar
partido por alguna de las opciones que plantea”.
La primera parte la titula, “Fogata de sonetos amorosos”, parte en la que
el autor rinde culto —lo hemos ya señalado— al tema amoroso, sin duda el tema
más cantado en los sonetos de todos los tiempos, y ello desde que Garcilaso
adoptó esa forma estrófica originariamente petrarquista para convertirla en el
subgénero literario que hoy es tras el auge alcanzado en el Siglo de Oro de
nuestras Letras, lo que hace que el soneto sea el modelo estrófico más sólido y
cultivado de nuestra poesía. La maestría de esta obra que comentamos es fruto
de una grandísima inspiración y de una técnica exquisita en la que el verso
endecasílabo y, algo menos, el alejandrino, forman un todo a través de
una amplia gama de combinaciones métricas. El amor como tema
sobresaliente y adoptando múltiples caras o facetas, lo que confiera al libro
un carácter poliédrico que se hace patente en formas múltiples: desde el canto
al cuerpo femenino –visualizado en el movimiento, en los ojos, en la mirada; en
la evocación de amores frustrados, en el deseo cumplido y en el deseo
malogrado; en los celos, en el lamento por la ausencia de la amada; en la
exaltación de la mujer como amante, como esposa, como madre; en los amores
prohibidos o censurados; en la relación amante/amada con el mar como testigo y
hasta competidor en la aventura amorosa, i.e. la exaltación/excitación que
produce ver el cuerpo de mujer en su desnudez en el hábitat marino (algo muy
presente, recurrente diría, en gran parte del poemario). Y junto a esta
imaginería femenina las típicas de la poesía amorosa: el amante prisionero de
su pasión;
Prisionero me siento, prisionero
de tu paso elegante, de tu paso,
y acaso me resisto un poco, acaso,
no quiero declararme a ti, no quiero.
Hermoso y conseguido ejemplo de esa figura de repetición llamada
epanadiplosis, que resulta tan efectista porque la primera o segunda palabra de
cada verso se repite como un eco al final del mismo dejando en el oído una
cierta sensación de belleza y musicalidad.
Tema importante es el de la mujer, como protagonista o centro de nuestras
vidas —como madre, hermana, esposa e hija:
Mujer: tú, madre en que la sangre amasa
el amor, los trabajos, los desvelos
para que el hijo, altar de tus anhelos,
sea el puntal más seguro de la casa.
Mujer: hermana, piedra y argamasa
del muro de unos ímpetus gemelos
a los míos, esfuerzos paralelos
para erigir sobre la misma basa.
Mujer: esposa que me das aliento
y eres íntima y cálida aliada,
como en la retaguardia de mi guerra.
Mujer: hija, raíz de mi contento,
como tus ascendientes, entregada
a seguir la cadena de la tierra.
La amada es considerada como una fortaleza inexpugnable que solo puede ser
conseguida utilizando mil argucias por parte del amado. Tema especialmente
recurrente en esta primera parte es la pérdida de la belleza y la juventud:
sonetos 36, 49,52, 54— cuyo primer verso me recuerda aquel soneto de Shakespeare
cuyo primer verso dice así: Look in thy glass, and tell the face Thou
viewest. También el famoso soneto de Yeats, el escritor
irlandés —When you are old and grey and full of sleep/and nodding by the
fire…Aquí se introduce otro matiz: el de la tristeza ante la visión—Se mira
en el espejo y se entristece—. Y vuelve al tema en el 58. El aludido 52 dice
así:
Te vi de joven, cuerpo estatuario,
alas de delgadez en tu figura,
un garbo en el andar, leve cintura,
gala juncal de aquel abril plenario.
Pasó el tiempo. Una más del vecindario.
Esposa y madre y gestos de madura,
seno caído con feliz holgura,
ostentoso y bailón el tafanario.
No eres tú aquella sílfide armoniosa
ni yo aquel con romántica mirada
de nuestra primavera bulliciosa.
Pero para el amor no importa nada:
Madura o joven, siempre será amada
quien mucho enamoró cuando era hermosa.
Y el beso, los besos —los logrados y los frustrados— Aquel beso que un
día quise darte/se me quedó enredado en el deseo—. La felicidad; el apetito
carnal; los recuerdos del pasado, de lo vivido; la aventura esporádica —La
noche se acercaba a paso lento/de mano de la brisa hasta la playa. La
pasión controlada o desbordada. Pero es en la exaltación, en el elogio al
cuerpo femenino donde el poeta brilla de manera especial. Veamos solo un
ejemplo, cómo se describe la mano de la amada mediante el empleo de oportunas
anáforas situadas de una manera originalísima—Tu mano al principio de
cada verso del primer cuarteto; Déjala, en los del segundo cuarteto,
para ir alternando una u otra en los tercetos. Técnica e inspiración de altos
vuelos:
Tu mano está, alhelí, sobre la mía.
Tu mano, animalito de ternura.
Tu mano, que calienta, que perdura.
Tu mano, lazo de tu cercanía.
Déjala, que es suave compañía.
Déjala, que es la puerta más segura.
Déjala, que es final de mi aventura.
Déjala, que es compás de mi armonía.
Tu mano es mi más clara trayectoria.
Déjala y no me quites su sosiego.
Tu mano, cuenco ardiente de mi historia.
Déjala, que mantenga siempre el fuego.
Tu mano, donde entierro mi memoria.
Déjala, te lo pido como un ciego.
Todos los temas se sitúan en un contexto de plena actualidad. No hablamos
del amor cortés, del amor ideal o idílico en un escenario pastoril o bucólico
sino del amor en un entorno presente, son historias de hoy, historias vividas
unas, presenciadas otras por el poeta en lugares cercanos al poeta, con
personajes cercanos al poeta es decir, La Isla como escenario, y el hombre
isleño como protagonista—sea el poeta mismo o el hombre de la calle—. Estas
historias o personajes se revisten y encuadran frecuentemente dentro del
conocido mito del Don Juan, en el que el poeta se encarna, introduciendo
el prototipo conquistador y masculino por antonomasia, lo que resulta
fácilmente entendible por el lector.
El gran problema para el crítico, para el analista de este poemario es la
enorme variedad temática que tiene. Hemos tratado de describir esta primera
parte con unos breves trazos pero podemos decir sin temor a equivocarnos que
estamos ante una inmensa pinacoteca en la que sus múltiples cuadros reflejan un
mundo rico en escenas, situaciones y personajes muy distintos unos de otros y
de una enorme riqueza.
De la segunda parte, titulada “Sonetos de ida y vuelta por la vida” la
prologuista, la Dra. García Tejera, dice textualmente que forma:
“… una serie de meditaciones, de reflexiones (con cierto carácter
moralizante, un tanto quevedesco) que a menudo ofrecen una visión amarga y
desencantada de la existencia humana. El poeta, que se muestra aquí como un
cronista de lo que ocurre a su alrededor, aborda una amplia variedad de temas,
sobre todo centrados en el vivir cotidiano y en las relaciones humanas. Pero
como poeta no puede conformarse con testimoniar lo que ocurre en su entorno,
sino que, a partir de su incisiva mirada, nos descubre lo que la apariencia
oculta. Así, en la mayor parte de estos sonetos se muestra la doble cara –haz y
envés- de la realidad. Porque la mera apariencia suele ser engañosa: encubre a
menudo situaciones muy diferentes que se escapan a la mirada superficial; de
ahí el empleo frecuente del término “máscara” y el uso constante de la paradoja
como recurso expresivo en unos poemas que, en muchos casos, resultan ser una
especie de manual o recetario práctico de supervivencia”.
El juicio de la Dra. Gª. Tejera es acertado pero yo no me atrevería a
afirmar que las tres partes constituyen compartimentos estancos, diferenciados
unos de otros por su temática, menos aún por su técnica expresiva. No creo que
ese haya sido el propósito del autor, se trata, bajo mi punto de vista, de
agrupar, en la medida de lo posible, temas parecidos. En efecto, a lo largo de
la obra aparecen sonetos que podrían ser incluidos en una u otra parte. No se
tome, pues, esta clasificación de un modo estricto sino orientativo, El
libro tiene un carácter unitario innegable, si bien esta segunda parte toque
aspectos más socializantes y moralistas que no aparecen tan nítidamente en la
primera parte: la lucha por la existencia; el amor oculto por un vecino—Gritar
quisiera que ama a su vecino—; la estampa de la mujer infiel; del marido
infiel; la bisexualidad—Te miras al espejo y por no ver/lo que advirtiendo
estás, cierras los ojos—; los problemas domésticos; la mujer insatisfecha;
la infidelidad de él o de ella o de los dos; el drama de la soltería:
Atardecida rosa es tu hermosura,
Gala de barrio ya en mujer madura,
no salgas a la calle y, si lo haces,
tápate los oídos por si acaso
tu exuberancia célibe, a tu paso,
arranca chispas de las más voraces.
El drama de la mujer no agraciada, es decir, de la fea —Feo es el rostro
pero el cuerpo hermoso./ Ríe y se mueve con desenvoltura./ Solterona y de
avispa la cintura./ Simpática y de espíritu animoso. El drama de la que por
necesidad se dedica al oficio más viejo del mundo: A falta de dineros, hay
arrojos./ La miseria se ha vuelto una tenaza./Aprieta cada día su amenaza./El
hambre quita velo a los sonrojos. Me he referido al carácter unitario del
libro, buena prueba de ello es el soneto 39 de esta parte, en el que se vuelve
a tratar la pérdida de la belleza en la mujer, su fragilidad:
Yo, espectador que fui de tu hermosura,
el que admiró tu ritmo de caderas,
el que cantara ayer tus primaveras
y tu verano de beldad madura;
tú, que pusiste a prueba mi cordura
lanzándome tus flechas más certeras
desde el arco sutil de tus ojeras
para clavarme un tiento de aventura,
hoy miro tu vejez arrinconada,
tu cabeza es un ave desnortada,
y yo, con mi congoja vacilante.
Pude hacerte feliz y me arrepiento
de no haber sucumbido a aquel tu tiento
y ser, rendido, tu mejor amante.
Y, ¿cómo yo? La desgana de la esposa (“Amada indispuesta”) frente al ardor
del marido. La crítica al político —siempre oportuna en estos tiempos que
corren— y, para que esta crítica parezca más cáustica y realista lo hace en
primera persona, i.e. el poeta se encarna en el político:
Hago promesas yo desde el atril
en la campaña a punto de elecciones.
Soy gárgola de buenas intenciones
y a todos doy honrado mi perfil.
Detrás de mi proyecto concejil
yo me amaso, secretas, mis razones
para nunca tener preocupaciones
si después de las urnas salgo edil.
Que me cuenten después entre los pillos,
esos que van llenando sus bolsillos
con sudor del erario ciudadano.
Que otros sean políticos honestos,
que yo con mis discursos y mis gestos,
doy paz a mi futuro, de antemano.
Esta disposición o combinación de les tercetos —aab/ccb— es, con diferencia
la más utilizada
Y está el retrato de la casquivana; el elogio de la soltería, el chulo
guaperas; el asombro ante la belleza de ciertas mujeres, belleza que nos deja
sin palabras: Este verso persigue lo imposible/mas la palabra se declara
muda./Incluso desespera y se desnuda/y llora su pobreza irredimible. Estos
y otros muchos temas componen esta segunda parte. Será el lector el que podrá
disfrutarlos. Uno, en fin de cuentas, no puede sino hacer un pequeño esbozo de
los mismos.
Y, finalmente, la tercera parte. “Sonetos que rondaron la frontera”.
Frontera aquí es ese punto, ese límite impreciso y desconocido, a la vez, que
separa la vida de la muerte. Constituye toda serie de sonetos trascendentales o
existenciales con los que el autor expresa sus temores, sus dudas sobre sí
mismo, sobre Dios, sobre el más allá, plantea interrogantes, en otras palabras,
analiza su yo mediante diálogos consigo mismo y en ellos analiza o intenta
analizar su naturaleza existencial, sus actitudes frente a la vida, su proceder
o comportamiento en el día a día. Particularmente hermosos aquellos en los que
el poeta plantea su relación con Dios en una línea que podríamos calificar de
plenamente mística. “Un Dios a menudo oculto e incluso huidizo cuya ausencia
llena de incertidumbre, cuando no de congoja, a quien lo invoca” —en palabras
de la prologuista Profª. Gª.T. Es lo que se ha venido en llamar “el
silencio de Dios” y la orfandad que ese silencio crea en el alma del creyente.
El Dios deseado y deseante del ”Animal de fondo” juanramoniano:
Es una historia que me desconcierta.
¿Cómo llevando a Dios aquí conmigo
y, siendo incluso mi mejor amigo,
mi vida a oscuras va sin que Él lo advierta?
Ante el Mal tiemblo y paso como alerta
y siempre como en frío desabrigo.
¿Cómo Dios, que está en mí, de esto testigo,
mi alma deja al peligro descubierta?
Si Él me acompaña en esta larga prueba,
sé bien que de la mano no me lleva
y siento en mí la soledad del hombre.
Triste es llevar a Dios tan junto y dentro,
y que no salga nunca a nuestro encuentro
por mucho que lo llame por su nombre
Y naturalmente el trance final, o el trance inicial: la muerte, presente en
diversos poemas de esta parte: Somos ruda vendimia de la muerte/ y es esta
vida humana su lagar./Cada uno, una uva por pisar,/ y el tiempo con pisadas se
divierte. Los numerados 11, 28 y 40 se ocupan de este tema y es Caronte,
el barquero infernal, el vigilante de la Laguna Estigia, el imprescindible
maestro de ceremonias poniendo un toque, una atmósfera mítica a ese
inquietante final que a todos nos espera.
Por aquí y por allá aparecen pinceladas de poesía metafísica en la línea de
John Donne: —Cuando toco mi piel, palpo mi calavera…—. Incluso
sonetos completos. El 45, concretamente, es abordado bajo el prisma de la más
estricta ortodoxia cristiana:
Mientras se pudra el cuerpo que yo era
o las cenizas que quedaran, vuelen;
mientras los míos mi recuerdo velen,
reciente la partida que emprendiera,
¿qué haré yo mientras tanto por la esfera
de la que nadie ha vuelto, aunque la celen
la esperanza y la fe, y ellas revelen
otra vida en la intriga de la espera?
¿Despertaré buscando a Dios, gozoso
lo que suba de mí, menesteroso
de ese puerto, final de la aventura?
¿Qué será Dios: Amor, Conocimiento,
o mano que nos da el merecimiento
de lo que aquí nuestro vivir procura?
El tema del Carpe diem horaciano aparece especialmente en el soneto
38: Sé feliz mientras puedas, como dice Epicuro./ No dejes que las sombras enturbien
tu sonrisa./ Ponle freno al caballo urbano de la prisa./Siéntete en el islote
de una dicha seguro. El sexo —al que llama “alcahuete del placer”— no podía
estar ausente: Tú, Sexo, un alcahuete del placer,/ te quieres zambullir en
la ignorancia./ Carnal piscina es esa circunstancia,/agua en la que te vas a
estremecer. El poder del dinero (Soneto 18):
El dinero se ríe de la gente.
Él es el dueño de sus corazones.
Él es una palanca de pasiones.
Él hace al más rebelde un obediente.
Nadie le vuelve el ojo indiferente.
Nadie lo excluye de sus emociones.
Nadie ignora el poder de sus blasones.
Nadie lo acusa de que es indecente.
El dinero, aliado que nos une,
es también enemigo que desune.
Él es el genio de la paradoja.
Tanto a su humillación nos encadena,
que, aun siendo vil metal, le damos pena
y de nuestras rodillas se sonroja.
Bien, creo que debo terminar. Aunque el poeta se sitúa entre la tradición y
la modernidad es la variedad temática, la inspiración y la técnica poética que
goza esta última entrega de Juan Mena lo que quisiera resaltar. Unidad
que es evidente porque la elección del soneto como única fórmula poética
contribuye a ello de un modo eficaz: presentación del tema en los cuartetos y
conclusión y cierre en los tercetos, especialmente en el segundo o bien en el
verso final, que siempre es más atractivo. Y todo ello utilizando los recursos
poéticos propios de este tipo de composición: la metáfora, la anáfora, la
metonimia y otras muchas figuras del lenguaje. Desde esta tribuna invito al
amante de la poesía al excelso deleite de su lectura. Y no enaltezco el
producto con esa fórmula tan manida de los anunciantes quienes después de
exaltar las excelencias de tal o cual artículo añaden “palabra de…” y citan su
nombre. Algo chusco, si me permiten la expresión. Ensalzo este libro
porque quien lo ha escrito se llama Juan Mena, todo un poeta, y, como poeta y
como hombre, perdido en la marabunta de la vida, en lucha con Dios, con la
mujer o el sexo, con el entorno social, con el propio yo. Es la epopeya que
escribimos todos y cada uno y que el gran Lope de Vega describió con estos
bellísimos versos resumió y llevó al fracaso:
En fin, señora, me veo
sin mí, sin vos y sin Dios.
Sin Dios por lo que os deseo,
sin mí porque estoy sin vos,
sin vos porque no os poseo.
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