domingo, 1 de enero de 2023

ALMAS DE ENCRUCIJADAS, POR ANTONIO BOCANEGRA


Publicado: Viernes, 22 Noviembre 2019 13:22

ALMAS DE ENCRUCIJADAS DE JUAN RAFAEL MENA

Autor: Antonio Bocanegra

 

   Por esclarecedora. quisiera dar comienzo a la presentación de este libro Almas de encrucijadas de Juan Rafael Mena con la breve sinopsis que el poeta mismo ha escrito de su propia obra. Dice así:

Tres partes tiene este libro de sesenta sonetos cada una. El amor entre el petrarquismo y una visión más moderna; la vida de cada día con sus anécdotas triviales y heroicas y lo trascendente de cara al más allá entre el enfado con Dios y las preguntas sobre su existencia, van configurando un río revuelto de ideas y sentimientos, en un oleaje de contradicciones y dudas entre lo sentimental y lo reflexivo, entre el escepticismo y la  necesidad de la creencia; un cara y cruz como la vida misma, y es ese carácter dispar a modo de encrucijada lo que le da título a este poemario. Dentro de las tendencias de posguerra, se podría considerar un encuentro entre la poesía social y la llamada nueva poesía de la experiencia.

Hasta aquí la cita.

Cuando Juan Mena me pidió que le presentara este libro, me hizo entrega del manuscrito e inicié su lectura me sorprendió el arranque del mismo, su comienzo. Debo confesarlo. ¿Era una declaración de intenciones? ¿Una carta de presentación? ¿Una justificación de su libro y de su contenido? El retrato de sí mismo, el autorretrato es una debilidad que los que escribimos hemos sentido en algún momento y a la que acabamos rindiéndonos. Les gusta a los poetas retratarse a sí mismos. Lo hicieron los Hnos. Machado, Neruda y muchos otros. Famosa y conocida es la cita de Antonio:

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido…

Yo me quedo con esta otra menos conocida que comienza así:

Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed.
Unos ojos de hastío y una boca de sed...
Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe...
Calaveradas, amoríos... Nada grave,
Un poco de locura, un algo de poesía,
una gota del vino de la melancolía...

Juan, como he dicho, da comienzo a su poemario con este precioso autorretrato:

Soy una encrucijada de caminos

La gente, sexo, Dios, amor, la muerte,

Cielo o Nada, la buena o mala suerte,

realidad o ilusión con desatinos.


Soy de buen gusto y vicios clandestinos,

>memoria que lo amargo y dulce vierte,

voluntad sobornable, a veces fuerte

alma noble con dentros asesinos.


Siempre estoy en el puente de la duda

in que a mi pensamiento nunca acuda

esa luz que pedimos los mortales.


Al fin, me iré mas sin saber quién era

éste que busca ahora la manera

de conciliar vilezas e ideales.


Así se define, así se ve el autor de este bellísimo libro de sonetos que presentamos hoy aquí bajo el sugerente título de Almas de encrucijadas, del prolífico y veterano poeta isleño. Pero, ¡ojo!,  no es solo el autorretrato del autor. Nos encontramos ante un arquetipo. Yo me veo en él. ¿No es el retrato de cada uno de Uds., el retrato del hombre de nuestro tiempo en la encrucijada vital, en el cruce de caminos de un tiempo singular en el que el hombre de hoy se busca y no se encuentra? Más aún, este libro no refleja, creo, el mundo del autor sino el de todos nosotros, la epopeya vital del hombre de nuestros días plasmada en forma lírica, cristalizada en epopeya lírica. Y espero no suene a hipérbole.

 JM. me encarga esta presentación  y, siendo viejos amigos y compañeros  desde que compartimos docencia allá por los años 80 en el Instituto isleño de nuestro amores y pesares “W. Benítez”, no podía negarme a ser yo el analista de esta obra. No podía hacerlo, si tenemos en cuenta que él mismo prologó un libro mío similar, Corazón en vilo (Antología de sonetos líricos), que publiqué hace un par de años.  Por otra parte, no es la primera vez que recibo este encargo de Juan —años atrás lo hice con Velo Rasgado en el incomparable marco de la Biblioteca Lobo—. Lo hago hoy con placer aunque el trabajo intelectual cada vez le resulta a uno más oneroso y difícil porque  los años se encargan de que esto sea así.

Oscar Wilde aseguraba que  existen dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Así es. Pero yo añadiría algo más. Todo creador — y  el poeta lo es por excelencia— crea porque necesita hacerlo, pero para ello no solo es imprescindible tener algo que expresar, algo que comunicar, que decir o plasmar sino saber hacerlo con arte. JM, tan conocido de todos como poeta, es un creador de la palabra, siempre ha tenido algo que decir y siempre ha sabido decirlo, siempre ha tenido ideas que ha sabido trasmitir y cristalizar bellamente en verso. Y lo ha hecho y hace con honestidad, con ingenio, con técnica, con inspiración, con arte.

 En Trabajos de amor perdido, una de las grandes comedias de Shakespeare, hallamos una cita reveladora de la misión del poeta amoroso —y este libro no tiene otro tema que el amor en todas sus facetas: el placer, los celos, los desengaños, la fidelidad al mismo, las traiciones, los deseos logrados, los deseos insatisfechos, los recuerdos del amor vivido, el dolor del amor no logrado o perdido…—. Hablaba de una cita de Shakespeare. La traigo aquí  porque de algún modo nos da razón de un poemario como este: Never durst a poet touch a pen to write/Until his ink was tempered with love's sighs. “Jamás empuña el poeta la pluma para escribir si antes no la ha atemperado con los suspiros del amor”. JM ha mojado bien su pluma en ese tintero del amor. Diría que este poemario chorrea tinta de amor por todas sus páginas porque no hay más tema que ese. En fin de cuentas, ¿qué otro tema puede justificar el hacer poético mejor que el amor? ¿Y qué otra estrofa podría el poeta escoger mejor que este modelo compositivo, el más más lírico de todos como es el soneto? Porque Almas de Encrucijadas está formado por 180 sonetos nada menos, 60, justo 60, por cada una de las partes. TS Eliot, el poeta angloamericano y Premio Nobel, afirmaba en sus Selected Essays algo muy cierto, que el soneto es el yunque donde se moldea el poeta, el crisol en el que se purifica —y añado: la forma lírica por excelencia en la que el poeta condensa y expresa mejor su inspiración—. Contra muchos de los poetas actuales diría que un poeta que se precie no puede renunciar, no renuncia jamás al empleo de esta forma métrica. JM es, y no descubro nada, menos aún aquí en La Isla, un poeta total. Es el poeta isleño por antonomasia, de tal modo que, aunque haya otros nombres, entre los que me incluyo, parece que todos ellos palidecen ante su estatura como poeta —y lo digo como lo siento. Nobleza obliga—. De ingente se podría calificar su producción, especialmente  su producción lírica. No sé cuántos libros lleva publicados, ¿50?, ¿60? ¿Cuántos tiene sin publicar? ¿Otros tantos? Él es el que puede decírnoslo, porque yo no voy a entrar en ello, sería un ejercicio inútil. Sí quiero, debo, insistir en su talla como poeta, como escritor, al margen de otras consideraciones. Pocos poetas han escrito la cantidad de versos que ha escrito Juan y todos con una calidad técnica, inspiración y variedad temática poco comunes. Pero hablemos de Almas de Encrucijadas, su última entrega.

 Tres partes tiene este libro y cada una de ellas consta de sesenta sonetos,  ya he dicho. El amor entre el petrarquismo y una visión más moderna; la vida de cada día con sus anécdotas triviales y heroicas y lo trascendente de cara al más allá entre el enfado con Dios y las preguntas sobre su existencia, van configurando un río revuelto de ideas y sentimientos, en un oleaje de contradicciones y dudas entre lo sentimental y lo reflexivo, entre el escepticismo y la  necesidad de la creencia; un cara y cruz como la vida misma, y es ese carácter dispar a modo de encrucijada lo que le da título a este poemario. Dentro de las tendencias de posguerra, se podría considerar un encuentro entre la poesía social y la llamada nueva poesía de la experiencia, son palabras del propio autor, que no podemos pasar por alto.

 La Profª. Carmen García Tejera se refiere en su magnífico Prólogo a la vigencia de esta modalidad estrófica y afirma:

 “Con desigual fortuna, el cultivo del soneto en España ha cumplido ya casi cinco siglos y, pese a que algunos lo consideren como una fórmula caduca, no podemos dudar de su vitalidad actual, siempre que admitamos que no se trata de repetir –copiar- lo que otros poetas han venido creando desde siglos atrás. A partir, sobre todo, de la segunda mitad del pasado siglo, el soneto conoce un nuevo auge en nuestras letras”. (Hasta aquí la cita).

Esta obra, Almas de encrucijadas, tiene mucho de Antología pero no lo es del todo, lo es parcialmente al estar muchas de estas composiciones extraídas de 15 poemarios suyos publicados entre 1981 y 2019. Una encrucijada que no sólo supone un punto de encuentro entre sonetos insertos en diversos libros de poemas sino también la posibilidad de que el lector se sitúe ante diferentes formas de enfocar distintas vivencias humanas, e incluso pueda tomar partido por alguna de las opciones que plantea”.

La primera parte la titula, “Fogata de sonetos amorosos”, parte en la que el autor rinde culto —lo hemos ya señalado— al tema amoroso, sin duda el tema más cantado en los sonetos de todos los tiempos, y ello desde que Garcilaso adoptó esa forma estrófica originariamente petrarquista para convertirla en el subgénero literario que hoy es tras el auge alcanzado en el Siglo de Oro de nuestras Letras, lo que hace que el soneto sea el modelo estrófico más sólido y cultivado de nuestra poesía. La maestría de esta obra que comentamos es fruto de una grandísima inspiración y de una técnica exquisita en la que el verso endecasílabo y, algo menos, el alejandrino, forman un todo a través  de una amplia gama de combinaciones métricas.  El amor como tema sobresaliente y adoptando múltiples caras o facetas, lo que confiera al libro un carácter poliédrico que se hace patente en formas múltiples: desde el canto al cuerpo femenino –visualizado en el movimiento, en los ojos, en la mirada; en  la evocación de amores frustrados, en el deseo cumplido y en el deseo malogrado; en los celos, en el lamento por la ausencia de la amada; en la exaltación de la mujer como amante, como esposa, como madre; en los amores prohibidos o censurados; en la relación amante/amada con el mar como testigo y hasta competidor en la aventura amorosa, i.e. la exaltación/excitación que produce ver el cuerpo de mujer en su desnudez en el hábitat marino (algo muy presente, recurrente diría, en gran parte del poemario). Y junto a esta imaginería femenina las típicas de la poesía amorosa: el amante prisionero de su pasión;

Prisionero me siento, prisionero
de tu paso elegante, de tu paso,
y acaso me resisto un poco, acaso,
no quiero declararme a ti, no quiero.

Hermoso y conseguido ejemplo de esa figura de repetición llamada epanadiplosis, que resulta tan efectista porque la primera o segunda palabra de cada verso se repite como un eco al final del mismo dejando en el oído una cierta sensación de belleza y musicalidad.

Tema importante es el de la mujer, como protagonista o centro de nuestras vidas —como madre, hermana, esposa e hija:

 Mujer: tú, madre en que la sangre amasa
el amor, los trabajos, los desvelos
para que el hijo, altar de tus anhelos,
sea el puntal más seguro de la casa.

 Mujer: hermana, piedra y argamasa
del muro de unos ímpetus gemelos
a los míos, esfuerzos paralelos
para erigir sobre la misma basa.

Mujer: esposa que me das aliento
y eres íntima y cálida aliada,
como en la retaguardia de mi guerra.

Mujer: hija, raíz de mi contento,
como tus ascendientes, entregada
a seguir la cadena de la tierra.

La amada es considerada como una fortaleza inexpugnable que solo puede ser conseguida utilizando mil argucias por parte del amado. Tema especialmente recurrente en esta primera parte es la pérdida de la belleza y la juventud: sonetos 36, 49,52, 54— cuyo primer verso me recuerda aquel soneto de Shakespeare cuyo primer verso dice así: Look in thy glass, and tell the face Thou viewest.  También el famoso soneto de Yeats, el escritor irlandés —When you are old and grey and full of sleep/and nodding by the fire…Aquí se introduce otro matiz: el de la tristeza ante la visión—Se mira en el espejo y se entristece—. Y vuelve al tema en el 58. El aludido 52 dice así:

Te vi de joven, cuerpo estatuario,
alas de delgadez en tu figura,
un garbo en el andar, leve cintura,
gala juncal de aquel abril plenario.

Pasó el tiempo. Una más del vecindario.
Esposa y madre y gestos de madura,
seno caído con feliz holgura,
ostentoso y bailón el tafanario.

No eres tú aquella sílfide armoniosa
ni yo aquel con romántica mirada
de nuestra primavera bulliciosa.

Pero para el amor no importa nada:
Madura o joven, siempre será amada
quien mucho enamoró cuando era hermosa.

Y el beso, los besos —los logrados y los frustrados— Aquel beso que un día quise darte/se me quedó enredado en el deseo—. La felicidad; el apetito carnal; los recuerdos del pasado, de lo vivido; la aventura esporádica —La noche se acercaba a paso lento/de mano de la brisa hasta la playa. La pasión controlada o desbordada. Pero es en la exaltación, en el elogio al cuerpo femenino donde el poeta brilla de manera especial. Veamos solo un ejemplo, cómo se describe la mano de la amada mediante el empleo de oportunas anáforas situadas de una manera originalísima—Tu mano al principio de cada verso del primer cuarteto; Déjala, en los del segundo cuarteto, para ir alternando una u otra en los tercetos. Técnica e inspiración de altos vuelos:

Tu mano está, alhelí, sobre la mía.
Tu mano, animalito de ternura.
Tu mano, que calienta, que perdura.
Tu mano, lazo de tu cercanía.
Déjala, que es suave compañía.
Déjala, que es la puerta más segura.
Déjala, que es final de mi aventura.
Déjala, que es compás de mi armonía.
Tu mano es mi más clara trayectoria.
Déjala y no me quites su sosiego.
Tu mano, cuenco ardiente de mi historia.
Déjala, que mantenga siempre el fuego.
Tu mano, donde entierro mi memoria.
Déjala, te lo pido como un ciego.

Todos los temas se sitúan en un contexto de plena actualidad. No hablamos del amor cortés, del amor ideal o idílico en un escenario pastoril o bucólico sino del amor en un entorno presente, son historias de hoy, historias vividas unas, presenciadas otras por el poeta en lugares cercanos al poeta, con personajes cercanos al poeta es decir, La Isla como escenario, y el hombre isleño como protagonista—sea el poeta mismo o el hombre de la calle—. Estas historias o personajes se revisten y encuadran frecuentemente dentro del conocido mito del Don Juan, en el que el poeta se encarna, introduciendo el prototipo conquistador y masculino por antonomasia, lo que resulta fácilmente entendible por el lector. 

El gran problema para el crítico, para el analista de este poemario es la enorme variedad temática que tiene. Hemos tratado de describir esta primera parte con unos breves trazos pero podemos decir sin temor a equivocarnos que estamos ante una inmensa pinacoteca en la que sus múltiples cuadros reflejan un mundo rico en escenas, situaciones y personajes muy distintos unos de otros y de una enorme riqueza. 

De la segunda parte, titulada “Sonetos de ida y vuelta por la vida” la prologuista, la Dra. García Tejera, dice textualmente que forma:

“… una serie de meditaciones, de reflexiones (con cierto carácter moralizante, un tanto quevedesco) que a menudo ofrecen una visión amarga y desencantada de la existencia humana. El poeta, que se muestra aquí como un cronista de lo que ocurre a su alrededor, aborda una amplia variedad de temas, sobre todo centrados en el vivir cotidiano y en las relaciones humanas. Pero como poeta no puede conformarse con testimoniar lo que ocurre en su entorno, sino que, a partir de su incisiva mirada, nos descubre lo que la apariencia oculta. Así, en la mayor parte de estos sonetos se muestra la doble cara –haz y envés- de la realidad. Porque la mera apariencia suele ser engañosa: encubre a menudo situaciones muy diferentes que se escapan a la mirada superficial; de ahí el empleo frecuente del término “máscara” y el uso constante de la paradoja como recurso expresivo en unos poemas que, en muchos casos, resultan ser una especie de manual o recetario práctico de supervivencia”.

El juicio de la Dra. Gª. Tejera es acertado pero yo no me atrevería a afirmar que las tres partes constituyen compartimentos estancos, diferenciados unos de otros por su temática, menos aún por su técnica expresiva. No creo que ese haya sido el propósito del autor, se trata, bajo mi punto de vista, de agrupar, en la medida de lo posible, temas parecidos. En efecto, a lo largo de la obra aparecen sonetos que podrían ser incluidos en una u otra parte. No se tome, pues, esta clasificación de un modo estricto sino orientativo,  El libro tiene un carácter unitario innegable, si bien esta segunda parte toque aspectos más socializantes y moralistas que no aparecen tan nítidamente en la primera parte: la lucha por la existencia; el amor oculto por un vecino—Gritar quisiera que ama a su vecino—; la estampa de la mujer infiel; del marido infiel; la bisexualidad—Te miras al espejo y por no ver/lo que advirtiendo estás, cierras los ojos—; los problemas domésticos; la mujer insatisfecha; la infidelidad de él o de ella o de los dos; el drama de la soltería:

Atardecida rosa es tu hermosura,
Gala de barrio ya en mujer madura,
no salgas a la calle y, si lo haces,
tápate los oídos por si acaso
tu exuberancia célibe, a tu paso,
arranca chispas de las más voraces.

El drama de la mujer no agraciada, es decir, de la fea —Feo es el rostro pero el cuerpo hermoso./ Ríe y se mueve con desenvoltura./ Solterona y de avispa la cintura./ Simpática y de espíritu animoso. El drama de la que por necesidad se dedica al oficio más viejo del mundo: A falta de dineros, hay arrojos./ La miseria se ha vuelto una tenaza./Aprieta cada día su amenaza./El hambre quita velo a los sonrojos. Me he referido al carácter unitario del libro, buena prueba de ello es el soneto 39 de esta parte, en el que se vuelve a tratar la pérdida de la belleza en la mujer, su fragilidad:

Yo, espectador que fui de tu hermosura,
el que admiró tu ritmo de caderas,
el que cantara ayer tus primaveras
y tu verano de beldad madura;
tú, que pusiste a prueba mi cordura
lanzándome tus flechas más certeras
desde el arco sutil de tus ojeras
para clavarme un tiento de aventura,
hoy miro tu vejez arrinconada,
tu cabeza es un ave desnortada,
y yo, con mi congoja vacilante.
Pude hacerte feliz y me arrepiento
de no haber sucumbido a aquel tu tiento
y ser, rendido, tu mejor amante.

Y, ¿cómo yo? La desgana de la esposa (“Amada indispuesta”) frente al ardor del marido. La crítica al político —siempre oportuna en estos tiempos que corren— y, para que esta crítica parezca más cáustica y realista lo hace en primera persona, i.e. el poeta se encarna en el político:

Hago promesas yo desde el atril
en la campaña a punto de elecciones.
Soy gárgola de buenas intenciones
y a todos doy honrado mi perfil.
Detrás de mi proyecto concejil
yo me amaso, secretas, mis razones
para nunca tener preocupaciones
si después de las urnas salgo edil.
Que me cuenten después entre los pillos,
esos que van llenando sus bolsillos
con sudor del erario ciudadano.
Que otros sean políticos honestos,
que yo con mis discursos y mis gestos,
doy paz a mi futuro, de antemano.

Esta disposición o combinación de les tercetos —aab/ccb— es, con diferencia la más utilizada

Y está el retrato de la casquivana; el elogio de la soltería, el chulo guaperas; el asombro ante la belleza de ciertas mujeres, belleza que nos deja sin palabras: Este verso persigue lo imposible/mas la palabra se declara muda./Incluso desespera y se desnuda/y llora su pobreza irredimible. Estos y otros muchos temas componen esta segunda parte. Será el lector el que podrá disfrutarlos. Uno, en fin de cuentas, no puede sino hacer un pequeño esbozo de los mismos.

Y, finalmente, la tercera parte. “Sonetos que rondaron la frontera”. Frontera aquí es ese punto, ese límite impreciso y desconocido, a la vez, que separa la vida de la muerte. Constituye toda serie de sonetos trascendentales o existenciales con los que el autor expresa sus temores, sus dudas sobre sí mismo, sobre Dios, sobre el más allá, plantea interrogantes, en otras palabras, analiza su yo mediante diálogos consigo mismo y en ellos analiza o intenta analizar su naturaleza existencial, sus actitudes frente a la vida, su proceder o comportamiento en el día a día. Particularmente hermosos aquellos en los que el poeta plantea su relación con Dios en una línea que podríamos calificar de plenamente mística. “Un Dios a menudo oculto e incluso huidizo cuya ausencia llena de incertidumbre, cuando no de congoja, a quien lo invoca” —en palabras de la prologuista Profª. Gª.T. Es lo que se ha venido en llamar “el silencio de Dios” y la orfandad que ese silencio crea en el alma del creyente. El  Dios deseado y deseante del ”Animal de fondo” juanramoniano:

Es una historia que me desconcierta.
¿Cómo llevando a Dios aquí conmigo
y, siendo incluso mi mejor amigo,
mi vida a oscuras va sin que Él lo advierta?
Ante el Mal tiemblo y paso como alerta
y siempre como en frío desabrigo.
¿Cómo Dios, que está en mí, de esto testigo,
mi alma deja al peligro descubierta?
Si Él me acompaña en esta larga prueba,
sé bien que de la mano no me lleva
y siento en mí la soledad del hombre.
Triste es llevar a Dios tan junto y dentro,
y que no salga nunca a nuestro encuentro
por mucho que lo llame por su nombre

Y naturalmente el trance final, o el trance inicial: la muerte, presente en diversos poemas de esta parte: Somos ruda vendimia de la muerte/ y es esta vida humana su lagar./Cada uno, una uva por pisar,/ y el tiempo con pisadas se divierte. Los numerados 11, 28 y 40 se ocupan de este tema y es Caronte, el barquero infernal, el vigilante de la Laguna Estigia, el imprescindible maestro de ceremonias poniendo un toque, una atmósfera mítica a ese inquietante final que a todos nos espera.

Por aquí y por allá aparecen pinceladas de poesía metafísica en la línea de John Donne: —Cuando toco mi piel, palpo mi calavera…—. Incluso sonetos completos. El 45, concretamente, es abordado bajo el prisma de la más estricta ortodoxia cristiana:

Mientras se pudra el cuerpo que yo era
o las cenizas que quedaran, vuelen;
mientras los míos mi recuerdo velen,
reciente la partida que emprendiera,
¿qué haré yo mientras tanto por la esfera
de la que nadie ha vuelto, aunque la celen
la esperanza y la fe, y ellas revelen
otra vida en la intriga de la espera?
¿Despertaré buscando a Dios, gozoso
lo que suba de mí, menesteroso
de ese puerto, final de la aventura?
¿Qué será Dios: Amor, Conocimiento,
o mano que nos da el merecimiento
de lo que aquí nuestro vivir procura?

El tema del Carpe diem horaciano aparece especialmente en el soneto 38: Sé feliz mientras puedas, como dice Epicuro./ No dejes que las sombras enturbien tu sonrisa./ Ponle freno al caballo urbano de la prisa./Siéntete en el islote de una dicha seguro. El sexo —al que llama “alcahuete del placer”— no podía estar ausente: Tú, Sexo, un alcahuete del placer,/ te quieres zambullir en la ignorancia./ Carnal piscina es esa circunstancia,/agua en la que te vas a estremecer. El poder del dinero (Soneto 18):

El dinero se ríe de la gente.
Él es el dueño de sus corazones.
Él es una palanca de pasiones.
Él hace al más rebelde un obediente.
Nadie le vuelve el ojo indiferente.
Nadie lo excluye de sus emociones.
Nadie ignora el poder de sus blasones.
Nadie lo acusa de que es indecente.
El dinero, aliado que nos une,
es también enemigo que desune.
Él es el genio de la paradoja.
Tanto a su humillación nos encadena,
que, aun siendo vil metal, le damos pena
y de nuestras rodillas se sonroja.

Bien, creo que debo terminar. Aunque el poeta se sitúa entre la tradición y la modernidad es la variedad temática, la inspiración y la técnica poética que goza esta última entrega de Juan Mena lo que quisiera resaltar. Unidad que es evidente porque la elección del soneto como única fórmula poética contribuye a ello de un modo eficaz: presentación del tema en los cuartetos y conclusión y cierre en los tercetos, especialmente en el segundo o bien en el verso final, que siempre es más atractivo. Y todo ello utilizando los recursos poéticos propios de este tipo de composición: la metáfora, la anáfora, la metonimia y otras muchas figuras del lenguaje. Desde esta tribuna invito al amante de la poesía al excelso deleite de su lectura. Y no enaltezco el producto con esa fórmula tan manida de los anunciantes quienes después de exaltar las excelencias de tal o cual artículo añaden “palabra de…” y citan su nombre. Algo chusco, si me permiten la expresión.  Ensalzo este libro porque quien lo ha escrito se llama Juan Mena, todo un poeta, y, como poeta y como hombre, perdido en la marabunta de la vida, en lucha con Dios, con la mujer o el sexo, con el entorno social, con el propio yo. Es la epopeya que escribimos todos y cada uno y que el gran Lope de Vega describió con estos bellísimos versos resumió y llevó al fracaso:

En fin, señora, me veo
sin mí, sin vos y sin Dios.

Sin Dios por lo que os deseo,
sin mí porque estoy sin vos,
sin vos porque no os poseo.

 

 

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