LA VANIDAD ESCRIBIDORA
Es
triste llegar a pensar, cuando se cuentan unos pocos de años, que detrás de
muchos poetas y escritores del quiero y no puedo se esconden malas personas que
proyectan continuamente su cámara de ambiciones; ambiciones que, si son
frustradas por la realidad, se vuelven actitudes venenosas para el que las
proyecta y para quienes están a su lado.
No
es fácil encontrar en el mundo literario gente madura, consciente de que escribir
es un ejercicio en que no debe faltar la sencillez, que denota posesión del
propio talento, seguridad de sí mismo basada en la autocrítica, incluido el
nivel al que cada uno tiene que aspirar para ser feliz con lo que escribe. La
vanidad es una carencia de autoestima que se compensa con una proyección narcisista.
De
la falta de autoconocimiento surge una autovaloración excesiva que el individuo
se procura para escribir y despertar el elogio de, no sólo grande, sino tal vez
de único.
Lejos
de la humildad, mucha gente que escribe no lo hace por amor a la Literatura, que entraña
la admiración a lo que escriben los/las demás.
Yo
recuerdo aquellos versos del poeta modernista malagueño Salvador Rueda ”…que es
uno solo el orfeón eterno/aunque en millones de garganta late”.
Quiere
decir con esto el poeta que todo viene de un Principio llámese como se llame, y
que el poeta es una criatura que sirve de trasmisor de lo que comunica esa
Mente Universal. Sin embargo, el poeta mediocre cree que el impulso de escribir
es suyo, incluso que es un genio rupturista porque va contra la tradición
literaria, y aquí entramos en los muchos que escriben hoy lejos de cualquier
disciplina literaria. Lo único que le falta por decir al rompedor es que él se
ha inventado la lengua española.
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