miércoles, 31 de julio de 2019

DESPUÉS DE LA TRANSICIÓN




 



 Después de la Transición —como sabemos, el paso de  la dictadura a la democracia, y no son palabras tópicas aquí—, la poesía también se sintió conmovida por este paso de un régimen a otro.

Hasta entonces y, a pesar de que ya comenzaron a ponerse en boga poemas de poetas jóvenes que tomaron su nombre de Novísimos a tenor del título de la obra, aparecida en 1970, Nueve novísimos poetas españoles, de Josep María Castellet aún las huellas del realismo crítico de los años cincuenta-sesenta y de la poesía social de los cuarenta estaban, yo diría que casi indelebles, en los poetas que ya frisaban los treinta años. Un movimiento que podría tener concomitancia con el mayo del 68 francés.

El abanico de opciones poéticas que se abrían con los nuevos poetas daba un respiro como de brisa limpia y fresca a quienes se les veía cansados de un registro con el tema como motor del texto literario y ajeno por completo a lo que ya llevaba bastante años en lucha en la trinchera de  la novedad, y se trataba de la función poética en el lenguaje, que postulaba Roman Jakobson, y lejos aún del formalismo de Vixtor Shklovski. Función poética que sugiere renovación en la morfosintaxis del poema. Toda adjetivación desgastada comenzó a aburrir, lo mismo que el empleo del poema como  mensaje, como si el poeta fuese a salvar el mundo.

El anhelo de libertad influía en la perspectiva del poeta. Ya no se miraba la vida ni la materia poetizable con aquellos ojos conformistas o trascendentes que se resignaban con la fórmula realista y desnuda del “Al pan, pan y al vino, vino”. El lenguaje tomó unas proporciones que rozaban el orbe de lo mágico, aunque se le tildara de neomodernista, fue, pues, de lo entrañable a lo extrañable. Sacar la poesía de las frases hechas y arrancarla de una cuna soñolienta donde yacía aturdida por grandes preocupaciones existenciales, fue un propósito que animó a muchos poetas a optar por liberarla del encorsetamiento y la fraseología convencional.

Los temas del mundo clásico, de la poesía neobarroca, del neovanguardismo de las evocaciones culturalistas y de otras vías aún no clasificadas dieron un impulso entusiasta a los poetas nacidos en los años cuarenta. Y esa “marcha triunfal” sobre un pasado obsoleto —si se atiende a su rutina temática, que no a su calidad, pues en esas sementeras sembraron su semilla buenos poetas nacidos en los años veinte y treinta— puso sus pies de infantería optimista una generación que ya la historiografía literaria cataloga como del 68 ó 70. La otra generación, mejor dicho: las otras generaciones posteriores no han hecho más que seguir esas sendas como a campo a través de la tradición, buscando nuevas formas de expresión poética poniendo el énfasis del poema en el lenguaje más que en “la obra bien hecha” o en la comunicación.

Ahora bien, por esta puerta de la libertad se han colado  voces que se han aprovechado de aquellos versos de Antonio Machado: “Ni mármol duro n ni eterno,/ ni música ni pintura,/ sino palabra en el tiempo”.  Palabra en el tiempo que construye una poesía, como indica su etimología, un edificio verbal con elementos unitarios—que no por ello clasicismo a ultranza—, que lo diferencia de la prosa encantadora y acogedora también, como su hermano de leche genial, el poema.  
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario