miércoles, 31 de julio de 2019

¿PARA QUÉ ESCRIBIR UNA NOVELA? y PROSA MÁGICA




Una novela es una historia que se desarrolla en la realidad del día a día. Una historia de gente tanto de a pie como de personas cultas, adineradas o no. Este protagonismo de las trivialidades de la gente y de su cotidianeidad pudiese haber surgido como una oposición a la poesía aristocrática, épica en principio y luego de rasgos líricos juntamente con el advenimiento de la burguesía. Dejémoslo en una explicación ligera y aproximada.

En ella se especula sobre la condición humana: sus defectos y valores. ¿De qué parte se pone el autor?

 A la larga, la novela puede llegar a ser novela de tesis; o sea, que se llega a una conclusión. También se puede dejar en tablas.

Ahora bien, en la novela se dibujan caracteres, lugares para situar histórica y socialmente al lector.

La trama es un conflicto sacado de la realidad, nunca producto de la imaginación de un poeta en su torre de marfil, aunque no hemos de rechazar la novela lírica, pero la esencia de la novela será siempre el triunfo  de la experiencia sobre la fantasía, si tomamos El Quijote como punto de partida de la novela moderna. El novelista se propone desnudar de prejuicios a sus protagonistas y los presenta como son humanamente. El espíritu burgués contra el espíritu épico. La realidad con sus minucias cotidianas contra el ideal con sus ansias de proezas. Antes que en Cervantes, tenemos cómo luchan en La Celestina las dos clases sociales: la de Calixto y Melibea y la de Celestina y sus prostitutas. No se olvide que estamos en la baja edad media, de la que Johan Huizinga nos da abundante información en su famosa obra, en la que observamos la descomposición de una clase y el auge de otra. 

¿Debe tener argumento una novela? ¿Se puede escribir una novela donde no haya acción y todo sea un discurso reflexivo desde una posición inmóvil en la acción y en las ideas?

A estas preguntas solamente puede darles respuesta un auténtico narrador. Ahora bien, el tema y el estilo pueden atraer por igual o separadamente a los lectores. Yo me limito a decir que el éxito. pues, está en esa atracción que hace a una novela estar en el candelero de la popularidad mucho tiempo.

Por otra parte, diríamos que la literatura es el arte de seducir con la palabra y convencer con el tema.



Si el lector me permite unas  sugerencias, que no enseñanzas magistrales, puedo añadir los siguientes principios que el autor de estas líneas ha intentado tener en cuenta, aunque quizá no siempre lo ha conseguido:



1) Párrafo no muy largo. Evitar párrafos enrevesados.
2) Huir de la frase redicha.
3) Incluir alguna comparación o metáfora. También la sinestesia para sensorializar.
lo abstracto. Frases que suenen, sin pretensiones filosóficas, a aforismo.
4) Evitar rimas.






PROSA MÁGICA

Todos hemos leído textos literarios que apenas nos entusiasman. Novelas y relatos que no nos sorprenden y sólo nos agarran con la curiosidad del tema. Hay lectores que se contentan con ese estilo y no piden más, Alimentan un rato de entretenimiento y ya está, pero hay otros lectores que buscan emociones motivadas por la prosa enriquecida con metáforas, símiles, sinestesias, quiebros en la sintaxis, relámpagos surrealistas y algún que otro aforismo, disimulado para no incurrir en pretensiones filosóficas.

Si adelgazamos la prosa la podemos convertir en greguería o poesía plateresca, incluso en jitanjáfora para jugar con las palabras, lejos de cualquier propósito de comunicación.
 Ahora bien, este ejercicio es una alambicamiento del lenguaje, un producto de laboratorio gramatical que en muchas ocasiones destripa el tema y lo hace a éste un pretexto estilístico. ¿Un equilibrio, pues, entre lo temático y lo elocutivo?


He aquí un texto sencillo de Zalacaín el aventurero de Pío Baroja. Con sencillo quiero decir que no recurre a artificios sino que su prosa fluye sujeta a las intenciones del autor, apreciado por Ortega y Gasset, que le dedicó comentarios a textos del novelista vasco en un tomo de El espectador


“Hay hombres para quienes la vida es de una facilidad extraordinaria. Son algo así como una esfera que rueda por un plano inclinado, sin tropiezo, sin dificultad alguna.
¿Es talento, es instinto o es suerte? Los propios interesados aseguran ser instinto o talento; sus enemigos dicen casualidad, suerte, y esto es más probable que lo otro, porque hay hombres excelentemente dispuestos para la vida, inteligentes, enérgicos, fuertes y que, sin embargo, no hacen más que detenerse y tropezar en todo.
Un proverbio vasco dice: «El buen valor asusta a la mala suerte». Y esto es verdad a veces..., cuando se tiene buena suerte.
Zalacaín era afortunado; todo lo que intentaba lo llevaba bien. Negocios, contrabando, amores, juego... Su ocupación principal era el comercio de caballos y de mulas, que compraba en Dax y pasaba de contrabando por los Alduides o por Roncesvalles.
Tenía como socio a Capistun el Americano, hombre inteligentísimo, ya de edad, a quien todo el mundo llamaba el Americano, aunque se sabía que era gascón. Su mote procedía de haber vivido en América mucho tiempo”.

Ahora vemos un texto de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, a quien Ortega y Gasset tenía en gran estima también. El texto, colorista y de espíritu contemplativo, es todo un espécimen del Modernismo. Pongamos atención a sus adjetivos a favor de la metáfora.

 Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera. A su esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y las hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa.
(…) Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de sangre”.


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