miércoles, 31 de julio de 2019

ESCRITORES MEDIOCRES















Al margen del que esto escribe, y como si fuese un mero espectador de tertulias, su experiencia le ha obligado a ser testigo de casos flagrantes de una mediocridad lastimosa. Ser escritor o poeta de aceptable fuste no es un signo de resignación sino de compañerismo junto a otros y otras de la misma índole. La tentación del mediocre —que no se ha de confundir con una medianía pasable— es ser más de lo que puede ser, alargar la sábana que no le llega a los pies en la cama para cubrirlos del frío de su indefensión literaria. Un quiero y no puedo que lo lastra como cadena al pie de su pobre numen, por falta de cálculo en sus capacidades.

He encontrado a pocos que hayan hecho una demarcación de territorio de sus apetencias de reconocimiento y fama, y viven felices en su parcela de creación y bendecidos por su propia humildad.

Para esos escasos escritores y poetas, conscientes de sus limitaciones, que son buenos padres de familia, escribir es la famosa guinda del pastel de sus vivencias domésticas: romances y sonetos o versos sueltos a un cumpleaños, a una onomástica, a la navidad, al año nuevo… “Si mi casa va bien, mis aficiones a la literatura son una velada para celebrar la pequeña felicidad de cada día, y ya está”, me decía con su mirada y sonrisa epicúrea un compañero de tertulia. Y yo añado: “¿Para qué más, si nos vamos a morir un día y todo se quedará aquí? ¿No es de agradecer este rato de bonitos cruces de lecturas y opiniones?”.

A partir de entonces, he sospechado que las grandes ambiciones son propias de quienes saben en su subconsciente que no llegarán muy lejos. Ese estímulo de ansias de reconocimiento compensa la ausencia de una calidad que está a trasmano de sus posibilidades. Como un mecanismo de defensa surgen los celos, la envidia y la ignorancia voluntaria que no celebran lo que brilla y salta de gozo genial en la página de otros.

Para quien o quienes disfrutan de un Carpe diem literario va dirigido este articulito. Si es que nos llevamos algo al otro mundo, esta minúscula felicidad entre poema y relato y aroma de café, irá al morral que nos distraiga en no sé qué otra tertulia en la que ya no habrá mediocridades ni envidias ni ignorancia voluntaria de la valía de otros.

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